Gustavo Humberto Rodríguez, un Hombre Íntrego(Homenaje póstumo)

María Carolina Rodríguez Ruiz1

I. Los Primeros Años en Boyacá

UNA LLUVIOSA TARDE DE OCTUBRE, EN PLENA PLAZA principal de Tunja, el Presidente de la Academia Boyacense de Historia, Javier Ocampo López, le dijo a mi hija cuando tenía cuatro años: “Tu abuelo fue un hombre muy importante”. En efecto lo fue, pero debo agregar que fue un gran ser humano.

Así he tratado de explicárselo a mi hija, para quien cada día que pasa su recuerdo más se desvanece.

Mi padre nació el 30 de enero de 1922 en una hermosa población del oriente boyacense llamada Miraflores:

Cuna de ilustres personajes de la vida nacional como el General Santos Acosta, Sergio Camargo y el pintor Jesús María Zamora, ubicada en la Provincia de Lengupá, “El Quindío Boyacense”, como alguna vez la llamó. Fue el hijo número doce de trece, de los que solamente sobrevivieron seis, y el menor de los hombres.

Recuerdo que fue el consentido de su madre y de sus hermanos mayores. Humbertico, le decían cariñosamente, mientras que sus amigos de infancia y juventud, lo llamaban el Mono Rodríguez.

Desde muy temprana edad reveló su prodigiosa inteligencia, cuando cursando segundo de primaria fue el creador y rudimentario editor de un periódico, llamado Rasguñitos, de un solo ejemplar que escribía con su puño y letra para contar los acontecimientos del pueblo, que circulaba de mano en mano entre los habitantes de Miraflores.

Literalmente, fueron éstos sus primeros rasguños para incursionar en el mundo intelectual, del cual mi padre fue un gran exponente, como pedagogo, jurista, periodista, historiador y escritor prolífico.

Siendo todavía un niño perdió a su padre, de quien había aprendido el buen desempeño en la función pública. Mi abuelo fue varias veces alcalde y juez de su pueblo, me contó. Al poco tiempo, su madre lo envió a estudiar interno a la Escuela Normal para varones de Tunja, la capital de Boyacá, donde muy joven se hizo Institutor.

Con grandes esfuerzos económicos concluyó su bachillerato en el Colegio de Boyacá y se quedó por varios años en Tunja, jugando buen fútbol, ganándose la vida como profesor y soñando con estudiar en Bogotá una carrera universitaria.

II. “La Violencia Me Puso a Estudiar Derecho”.

Quería estudiar arquitectura por su gran disposición al dibujo. Lamentablemente, cuando tuvo que salir de Tunja para Bogotá en la época de la violencia política, no pudo encontrar una facultad nocturna de arquitectura, razón por la cual se decidió a estudiar Derecho en la Universidad Libre. Si así se hizo abogado, no puedo imaginarme sus éxitos si hubiera logrado ser arquitecto. Durante el día, era profesor en reconocidos colegios de la ciudad. Impartió clases de geografía, historia, español, literatura y hasta de aritmética. Su primer libro, que aún conservo, lo escribió a mano en 1950, con “3000 ejercicios de mecanización y problemas de aplicación de aritmética”.

Una vez me contó que en el Colegio de las Señoritas Tovar de Bogotá, si mal no recuerdo, también era profesor el Dr. Carlos Medellín Forero, su colega y amigo, a quien mi padre le presentó a su alumna Susanita Becerra, quien se convertiría más tarde en su esposa y madre de sus hijos. Dicha amistad se truncó el 6 de noviembre de 1985 en el holocausto del Palacio de Justicia con la inútil muerte del Ex Magistrado de la Corte Suprema de Justicia, el Dr. Carlos Medellín.

Pese al poco tiempo disponible para estudiar:

Mi padre fue un alumno ejemplar en la Facultad de Derecho, muy recordado por sus compañeros y profesores, muchos de éstos grandes personajes de la vida nacional, como el Dr. Carlos Lleras Restrepo (Hacienda Pública), Luis Carlos Pérez (Derecho Penal) Diego Montaña Cuéllar, Darío Echandía, Gerardo Molina (éstos tres últimos de filosofía) y Tulio Enrique Tascón (Derecho Constitucional), entre otros. Recientemente, el Dr. Samuel Buitrago, ex Consejero de Estado, me contó que mi papá le inspiraba a sus compañeros de curso tanto respeto, no solamente por ser unos años mayor que ellos, sino por su gran cultura y madurez, que le decían “Don Gustavo”. En abril de 1953, fue cofundador y redactor de un periódico universitario al que llamaron “Divulgación” del cual conservo solamente las cuatro primeras, no sé si únicas, entregas. En la primera, encabezaban el siguiente titular y artículo que reflejaban muy bien su pensamiento:

“I. Nuestros Propósitos

“Los pregona el título de esta hoja universitaria, que sin pretensiones de ninguna naturaleza va en busca del estudiantado en un gesto fraternal. DIVULGACIÓN no es un órgano de agitación partidista. Es y seguirá siendo una invitación a pensar. Y a examinar los grandes problemas humanos con un criterio objetivo y científico.

“Creemos sinceramente que las exigencias del momento histórico obligan al futuro profesional a capacitarse integralmente. A investigar y a reflexionar. Lo que supone el conocimiento de las grandes corrientes del pensamiento económico y político moderno.

“Y la adhesión a una fe constructiva en la inmanente eficacia del Derecho como elemento regulador de la vida social y en los postulados de una democracia orgánica, tecnificada y humanizada”.

Al poco tiempo de haber terminado su carrera, mi padre fue designado profesor y Decano de la Facultad de Educación de la misma Universidad Libre (junio de 1962), en donde más tarde ocuparía los cargos de Rector (encargado en 1965 y en propiedad en octubre de 1983) y de Presidente (1993-1995). Durante casi veinte años fue también profesor de la Facultad de Derecho, tanto en pregrado, como en postgrado, de ese claustro al que amó con verdadera pasión.

III. El Grado y el Matrimonio

Conocía a mi mamá Emmita Ruiz de casi toda la vida, porque su hermano Miguel Rodríguez se había casado con una hermana de mi abuela materna. Pero solamente a finales de 1956, se decidió a conquistar a esa bella mujer, emocionalmente inteligente.

Tuvieron un noviazgo muy corto que terminó en matrimonio el 25 de mayo de 1957. La condición que le impuso mi mamá fue que se graduara como abogado y entonces, muy motivado presentó sus preparatorios y obtuvo el título de Doctor en Derecho el día 5 de abril de 1957.

Para entonces, ya había adelantado el año rural como Juez en Ráquira, otra pintoresca población boyacense, en donde la primera noche lo “estrenaron” con el levantamiento de un cadáver. Primero optó por repasar todos sus apuntes de clase y el Código Penal para ver si encontraba cómo se hacía, pero no tuvo éxito, de manera que le tocó improvisar en tal levantamiento, me contó alguna vez muerto de risa.

Recién casados, mis padres se fueron a vivir a Barranquilla, en donde él desempeñó su primer cargo de abogado en Seguros La Libertad. Vivían modestamente en una pensión de una señora en un sector tradicional de esa ciudad. Pocos meses después se fueron para Sogamoso, en Boyacá, donde vivieron cerca de cinco años. Allí mi padre fue miembro principal del Directorio Liberal Municipal y Juez.

En esta última calidad, orgullosamente le dio posesión a la primera Alcaldesa de Sogamoso, Merceditas Montejo. Después ejerció la profesión en forma independiente. Aunque sé que fue muy exitoso, en especial como penalista, la situación económica se resistía a mejorar: Huevos, gallinas y otras viandas eran los honorarios profesionales que a menudo recibía de sus clientes oriundos de la región.

Mi mamá lo persuadió de vivir en Bogotá.

Ella creía premonitoriamente, que en esta ciudad él podría crecer profesional y económicamente. Fue nombrado juez de instrucción criminal y, en dicha calidad, comenzó a investigar a unos militares que habían posiblemente cometido un peculado. Las presiones no se hicieron esperar, pero él no cedía.

Cuando estaba a punto de dictar los primeros autos de detención, su jefe lo citó para decirle que había un problema con su cargo, pues “la plaza” era para un conservador y no para un liberal, a lo que mi padre le respondió: “A buen entendedor, pocas palabras”. Acto seguido, le pidió prestada una máquina de escribir y redactó la renuncia que presentó en ese preciso momento.

IV. Sus Primeros Libros.- La Paternidad.

Literalmente, mis padres pasaron “las duras y las maduras” durante un largo tiempo. El no encontró un mejor oficio que pasarse las horas sentado a la máquina de escribir y, después, leyéndole a mi mamá los primeros capítulos de sus libros. Así nacieron Pruebas Criminales, Tomo I (1962), Tomo II (1963) y Tomo III (1965). Cuando comenzó a llegarle uno que otro caso, entonces escribía y después ensayaba sus magníficas defensas penales frente a ella como “jurado de conciencia”.

Por la misma época nací yo y, entonces, alternaba sus interminables jornadas de investigación y escritura, con el ritual de mi baño, una práctica muy poco común en los padres de los años sesentas.

El ruido que hacía el tecleo de su máquina de escribir fue mi primer sonajero y, por muchos años, me sirvió de despertador, en especial, los fines de semana!. Yo era solo una bebé de tres meses cuando mi padre fue invitado a representar al país, entre otros delegados, a un Congreso Mundial de la Paz en Helsinki, donde el poco dinero extra que llevaba lo gastó en llamadas para preguntar por su “morraca”2 que casi se muere de una infección intestinal, y en una muñeca finlandesa que me compró y que adorna el cuarto de mi hija de siete años.

V. De Regreso a “La Tierra”3 .

Al poco tiempo, mi papá fue elegido Diputado a la Asamblea de Boyacá, para la legislatura de 1962-1963, Corporación de la cual fue su Presidente en noviembre de 1963. Fue su primer cargo políticoadministrativo. Obró como ponente de importantes proyectos de Ordenanzas, como la que aprobó el primer Código Fiscal Municipal, el primero en el país, y el Banco de Boyacá, entidad crediticia creada al servicio de los intereses sociales y públicos de ese Departamento.

También impulsó la fundación del Municipio de Páez en su querida provincia de Lengupá, del Fondo de Préstamos Educativos del Departamento y la creación del Instituto Boyacense de Bellas Artes, con sede en Sogamoso. La prensa de la época registró así su desempeño como Diputado:

“Cuando Gustavo Humberto Rodríguez interviene en los debates de la Asamblea, se tiene la inconfundible sensación de estar asistiendo a una cátedra universitaria: sus planteamientos tienen el respaldo de un criterio maduro, de una mentalidad estructurada”4 .

Su labor como Diputado fue tan admirable y fructífera que, en octubre de 1965, la misma Asamblea lo eligió Contralor Departamental y él aceptó con la osada condición de que lo dejaran “controlar”, sin compromisos políticos partidistas. Como quiera que, por unanimidad, los demás Diputados aceptaron esa condición, ejerció el cargo con su apoyo y con lujo de resultados.

En su discurso de posesión afirmó con contundencia: “(…). Se acabó conmigo la Contraloría como maquinaria electoral y nacerá, si es que no ha nacido antes, la Contraloría como institución de garantía y de vigilancia con autoridad, con prestigio y con seriedad! (…)”5 .

Alcanzo a recordar que me llevaba los sábados por la mañana a su oficina de la Contraloría Departamental, en donde me apoderaba de su escritorio para dibujar.

La primera vez que lo hizo, llegué muy impactada a la casa, a contarle a mi mamá que mi papá tenía un trabajo de “bobos” pues solamente leía y leía y leía papeles (…). Sobraría explicar que, a mis tres años, tenía una concepción del trabajo totalmente física y no intelectual, tomada de la serie animada Los Picapiedra, que aún se transmite por televisión.

Siendo Contralor de Boyacá, mi padre escribió El Peculado (1966), La Jurisdicción Coactiva (1967) y el Código Fiscal de Boyacá (1967), obras publicadas por cuenta del Fondo Rotatorio de Publicaciones de la Contraloría dentro de su colección Ciencias Jurídico-Fiscales.

En 1968 fue nombrado Gerente de la Lotería de Boyacá, cuando acuñó el eslogan publicitario que la hizo famosa: “Lotería de Boyacá, un sábado de pobre la sacará”, entidad a la que colocó, por sus utilidades, en los primeros lugares en el país.

Desde allí, paralelamente, fue un promotor de la cultura, del turismo y del arte en Boyacá, organizando caravanas artísticas y magníficos espectáculos públicos en distintas poblaciones boyacenses para llevar a cabo los sorteos de la Lotería, en los que el producto bruto de las entradas lo destinaba al funcionamiento de los hospitales de la región.

Hasta tuvo un programa de televisión que se transmitía los sábados a las ocho de la noche. Conservo vagos recuerdos de esos lúdicos eventos, en donde pude conocer a grandes artistas nacionales de ese entonces como Mario Gareña y la Negra Grande de Colombia, entre otros.

Al respecto de su encomiable labor, comentaba un periodista regional (lamentablemente carezco de la cita bibliográfica exacta):

“Nos parece que esa es una forma laudable de servir a los intereses de Boyacá, y a los muy altos de la cultura. Los sorteos, que en hora nefanda fueron diversiones sub-judice de ingeniosos avivatos, son hoy, en la forma descrita, espectáculos de la más pública honestidad, y novedosa forma de llevar alegría y cultura a nuestros municipios olvidados (…)”.

VI. La Magistratura.- Su Primera Obra de Historia

Al poco tiempo y, luego de un paso fugaz por la Sala Penal del Tribunal Superior de Bogotá, fue elegido Magistrado del Tribunal Contencioso Administrativo de Cundinamarca, en reemplazo de otro gran jurista, el Dr. Hernando Herrera Vergara, quien hace pocos días me contó que, dado que contaba con tan solo 22 años de edad, no había podido ser nombrado en propiedad en el cargo, y por eso nombraron a mi papá en su reemplazo.

Al despedirse de su natal y amada Boyacá, en la prensa regional se escribieron estas letras que describen con gran acierto y fidelidad a Gustavo Humberto Rodríguez:

“En el panorama humano de Boyacá destácase la imagen de Gustavo Humberto Rodríguez con perfiles inconfundibles.

No es un hombre del montón, uno de tantos seres inteligentes pero de común significación. No. El es un ser de excepcionales calidades en lo intelectual y en lo moral.

Una mente despejada y abierta a los mil horizontes de la cultura. Un espíritu de selecta conformación, en que se enseñorea la bondad y rige el bien.

“Por tan eximias configuraciones, dondequiera que su presencia ha sido solicitada, lucen la eficiencia y compostura, el gentil ademán y la pulcra actuación, el brillo del talento, y la extraordinaria dedicación, la sencillez y la sobriedad en el desempeño aún de las más complicadas y exigentes situaciones.

Ello ha ocurrido siempre. Si en el desempeño de la cátedra – que arranca desde el aula de la escuela primaria, pasa por la enseñanza media y se remota (sic) a las salas universitarias- es el profesor cumplido, diserto y extenso, si en el cargo público –tal la Contraloría Departamental de Boyacá- es el severo y digno funcionario, revaluador de sistemas, implantador de métodos modernos de vigilancia de la misión fiscal, honesto y emprendedor, si en la dirección de empresas comerciales –como la Lotería de Boyacá- es el ejecutivo dinámico, que explaya su conducta a planos insospechados en beneficio cultural y revelador de su amor al terruño.

“En suma, su paso por los distintos organismos estatales o particulares, deja honda, perdurable y ejemplarizante memoria. (…)”6 .

En 1970 mi padre escribió Pruebas Penales Colombianas y su primera obra de historia, Ezequiel Rojas y la Primera República Liberal, en la que además de dar abundantes e importantes datos biográficos del también boyacense Rojas, quien fuera el primer Rector de la Universidad Nacional y el fundador del Partido Liberal, demuestra que Colombia fue el primer país del mundo en el cual se organizaron, como instituciones, los partidos políticos. Sobre el particular, escribió:

“Pero una es la filosofía liberal y otra el partido liberal como institución. La antigüedad de aquélla se revitaliza con la Reforma, con el Iluminismo, con las revoluciones francesas de 1789 y 1848.

Con sus postulados se libró la guerra de la independencia. En cambio, los partidos liberales de Colombia se organizan en 1848, cuando Ezequiel Rojas, su jefe nacional, proclama la candidatura presidencial de José Hilario López y lanza el primer programa ideológico de su agrupación, publicado en el periódico santafereño `El Aviso´, número 26, correspondiente al 16 de julio de aquel año.

“Así, con López, se inicia la primera república liberal, que cambia las instituciones coloniales por otras republicanas, y que impregnado de librecambismo, introduce en Colombia las formas capitalistas que aún hoy nos gobiernan. El profesor francés Maurice Duverger ha sostenido que los partidos políticos aparecieron en el mundo por vez primera en 1850.

Habrá que decirle que aquí en la Nueva Granada y desde 1848 dos filósofos criollos – Ezequiel Rojas y Mariano Ospina Rodríguez- lanzaron los primeros programas doctrinarios de nuestros partidos políticos tradicionales, convirtiéndose así, para sorpresa universal, en los creadores indiscutibles de esa institución a cuyo contorno gira la vida política de los pueblos, por ser el instrumento de expresión de su filosofía y el canal de su realización vital”7 .

Esa primera obra de historia le sirvió de escaño para ser recibido, el 6 de agosto de 1970, como Miembro Académico de la Academia Boyacense de Historia, a la que después de su muerte, doné trescientos ejemplares de Boyacences en la Historia de Colombia (1994), la última obra que escribió mi padre, la cual contiene bocetos biográficos de personajes boyacenses en la historia de Colombia, desde la época de la Conquista hasta el Siglo XIX.

Añoraba escribir la segunda parte correspondiente al Siglo XX, así como una novela histórica sobre la relación amorosa entre la hermosa indígena “La Cardeñosa”8 y uno de los conquistadores españoles. Infortunadamente, la vida no le alcanzó para tanto.

En agosto de 1971, recibió el primer premio nacional de Historia otorgado por el Instituto Colombiano de Cultura, por su biografía de Santos Acosta, Caudillo del Radicalismo que firmó bajo el seudónimo de Novato Caballero y fue publicada dentro de la Biblioteca Colombiana de Cultura, Colección de Autores Nacionales, por cuenta del mencionado Instituto, hoy extinto. Muy fieles a los acontecimientos de la historia colombiana, sus obras históricas lograron lo que le ha faltado a tantas de su género: La sencillez y amenidad de sus relatos, así como las hermosas descripciones que hacen el deleite del lector.

A finales del mismo año, mi padre tomó nuevamente la pluma jurídica y escribió, en mi opinión, una de sus mejores obras:

Nuevo Procedimiento Penal Colombiano –El sumario-, publicada en 1972. La segunda edición actualizada sobre El sumario y El Juicio, fue publicada en 1976. La cuarta y última, en 1982. Pese a las muchas reformas que se han introducido al proceso penal, sigue siendo una obra muy consultada y apreciada por estudiantes y especialistas en la materia.

VII. De Regreso a la Función Pública

Siendo Magistrado del Tribunal Contencioso Administrativo de Cundinamarca, en 1973 fue nombrado nuevo Gerente de la Empresa Colombiana de Minas –Ecominas–, cargo que desempeñó por poco tiempo, en medio de una gran crisis financiera, debida en gran parte a la explotación ilegal de minas en el país, en especial las esmeraldíferas.

De esa época, recuerdo la tensión que generaba en mi familia un cargo como ese y las muchas e indebidas presiones de que mi papá era objeto.

Una noche mis padres fueron invitados a una comida, no supe en casa de quién, en donde el anfitrión lo llevó a conversar “a solas” cerca de un piano de cola, apresurándose a abrir su tapa. Dentro, mi papá vio miles de billetes de la más alta denominación, que hubieran ido a parar a su honrado bolsillo de haber aceptado las propuestas que su interlocutor le hizo.

Desconozco en qué consistieron éstas, pero lo vi llegar muy indignado cuando regresó pronto a nuestra casa. “Me moriré pobre”, creo que dijo.

En el mismo año de 1973, fue recibido como Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de Historia y publicó su nueva obra de historia Benjamín Herrera en la Guerra y en la Paz, editada por la Universidad Libre al cumplirse el cincuentenario de su fundación, la cual se atribuye en gran parte a ese egregio militar y caudillo liberal de la historia nacional.

Para el verano del mismo año, mi padre fue invitado a la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas –URSS-

Invitación que no podía declinar, dada su clara ideología de izquierda y la gran admiración que sentía por el régimen socialista. Se apresuró a reunir los pocos ahorros que tenía y a conseguir algunos pesos prestados, con el fin de podernos llevar a mi mamá y a mí. Casi todo el mundo opinó que estaba loco al querer llevar a ese viaje a una niña de diez años, pero no le importó.

Fue al Colegio Liceo Segovia, donde yo cursaba 5º de primaria, a solicitar un permiso para ausentarme por más de un mes y allí le dijeron que lo darían si él corría el riesgo de la pérdida del año lectivo. La contundente respuesta a las Directivas del Colegio no se hizo esperar: “Mi hija va a aprender más en este viaje, que en un año de estudios escolares”, dijo.

A pesar de los años transcurridos, recuerdo como si fuera ayer ese, mi primer viaje a Europa, y las elocuentes pero sencillas explicaciones que mi padre me dio sobre la Unión Soviética, el socialismo, el comunismo, Carlos Marx y Lenin, mientras recorríamos las ciudades de Moscú, Minks, Leningrado9 y Kiev.

En el mes de junio de 1974 lo recibió como Miembro Correspondiente la Academia Colombiana de Jurisprudencia, en donde mi padre disertó con el tema “Naturaleza y ámbito del Derecho Administrativo Disciplinario”, ensayo que se convertiría después, ampliado y corregido, en su obra Derecho Administrativo Disciplinario (1985).

En 1975 fue nombrado Jefe de la Oficina Jurídica Nacional del Instituto Colombiano de los Seguros Sociales -ICSS-

Entidad en la que también desarrolló una brillante labor. En ella fue el codificador de las principales normas sobre seguridad social en Colombia, y las que regían el funcionamiento de la entidad, en la obra Código de los Seguros Sociales, editada por ella misma.

Alcanzo a recordar que la Ministra de Trabajo de la época, María Elena de Crovo, lo tenía en un gran concepto y con frecuencia acudía a sus sabios y ponderados consejos jurídicos.

En 1976, se publicó la primera edición de Derecho Probatorio, obra que ha tenido seis ediciones más, la última, actualizada por mí en 1997.

Mi padre también fue un gran orador. Recuerdo la gran pericia y elocuencia con las que defendió en una audiencia pública al General Jorge Ordóñez Valderrama ante la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia (en 1977), que le merecieron el fuerte aplauso de la concurrencia.

Yo me sentía la hija más orgullosa del mundo, en especial, cuando haciendo gala de su gran sencillez, aprovechamos el receso de la audiencia para conversar conmigo en una pequeña cafetería, mientras tomábamos “agua aromática”.

Ese mismo año, mi padre fue elegido Conjuez del Consejo de Estado, Corporación en la que años más tarde fuera Magistrado de la Sección Cuarta. Así mismo, publicó su bella obra Lengupá en La Historia, cuyos manuscritos le ayudé a pasar a máquina. Esa fue la prueba que me puso para comprobar si me habían servido las clases de mecanografía que prácticamente me obligó a tomar.

VIII. Su Paso por la Presidencia de la República

En enero de 1980, estaba ejerciendo nuevamente la profesión de abogado, especialmente en Contencioso Administrativo, cuando sucedió algo insólito: Una tarde a mi casa llamó una secretaria preguntando por él y diciendo que era de parte del Presidente de la República, el Dr. Julio Cesar Turbay Ayala. Incrédula, le contesté que él se encontraba en Tunja en una diligencia y que llegaría por la noche.

Entonces, la funcionaria insistió haciéndome pasar a mi mamá, quien casi se desmaya cuando al otro lado del teléfono la saludó una amable y nasal voz: La del Presidente Turbay, quien le dio la noticia de que acababa de nombrar a mi padre como Secretario General y Jefe del Departamento Administrativo de la Presidencia de la República, cargo que tiene rango de Ministro.

“Un Rodríguez jamás llegará a una posición como esa” había dicho, cuando nos contó que el Doctor Carlos Lemos Simonds, a quien finalmente reemplazó, lo había postulado para el cargo, luego de embelezarse con la lectura de su nueva obra de historia: Olaya Herrera, Político, Estadista y Caudillo (1979), la biografía de otro boyacence insigne.

Literalmente, a mi padre le llovieron telegramas y notas de felicitación por su nombramiento, provenientes de todos los rincones de Colombia y de varios países del mundo, que aún conservo.

El 25 de enero de ese mismo año, le rindieron un sentido homenaje nacional en el Hotel Tequendama, con la asistencia de más de mil personas, muchas de las cuales ni siquiera conocíamos.

Pocas veces vi a mi padre tan emocionado como en esa noche. En verdad, poco lo vi mientras fue Secretario General de la Presidencia, pero seguí de cerca sus ejecutorias, le serví de público cuando preparaba varios discursos que preparó para el Presidente de la República, y supe que personalmente revisó la constitucionalidad y la legalidad de los Decretos que se expidieron durante ese año.

Sé que muy pocos fallos de nulidad se profirieron sobre ellos.

A mi padre le correspondió escribir los diálogos que, con la famosa “Chiqui”, sostuvieron representantes del Gobierno al interior de una famosa camioneta, después de la toma de la Embajada de República Dominicana por parte del M-19.

Muchas anécdotas recuerdo de esa época: Por ejemplo, que el Nuncio Apostólico del Ecuador viajó a Colombia recién se supo de la toma y, muy preocupado, le informó al Presidente Turbay y a mi padre que se trataba de un secuestro del Nuncio Apostólico colombiano y, por tanto, de un atentado contra la Iglesia Católica.

Acto seguido, le manifestó: “La Iglesia le exige que nos informe cuándo cesará dicha toma”. Y el Presidente Turbay, con una asombrosa calma le respondió: “Eso no lo sabe sino Dios (…). Y como Usted está más cerca de él, por qué no le pregunta y me cuenta!!!”. El Presidente Turbay tenía “nervios de acero” y un gran sentido del humor, comentó mi papá muchas veces profesándole una gran admiración.

La especial sensibilidad social que caracterizó a mi padre, lo llevó a fundar en la Presidencia de la República un Consultorio Jurídico gratuito:

Al cual tuvieron acceso ciudadanos del común y en el que tuve la oportunidad de practicar como estudiante de Derecho durante casi dos años. Estaba realmente convencido de que la Administración Pública se debía a sus administrados y no al contrario. Lamentablemente, dicho Consultorio fue suprimido pocos años después.

En enero de 1981, “Funcionarios se `toman´a Miraflores”, rezaba un titular del diario El Espectador10 . Mi padre no quería abandonar su cargo en la Presidencia de la República sin hacer algo por su patria chica.

Aunque despertó la inquietud y la envidia de los políticos boyacenses que no creyeron en sus buenas intenciones, logró montar en un helicóptero y llevar a la Provincia de Lengupá al entonces Presidente de Telecom, al Director de Caminos Vecinales, al Ministro de Salud y al Ministro de Obras Públicas de la época, entre otros importantes funcionarios que, a los pocos días, comenzaron a cumplir con las múltiples pero todavía insuficientes promesas que hicieron en esa memorable fecha. “Ves? Solamente se requiere voluntad política para hacer algo por el pueblo”, me dijo muy satisfecho.

Dos años después participaría y daría inicio a un foro organizado por el diario El Tiempo en Lengupá, en el que pronunció con vehemencia estas frases por las que fue ovacionado: “Nuestro pasado es glorioso, pero nuestro presente angustioso!”11 . Amaba profundamente a su tierra. Fue un orgulloso hijo de Boyacá.

IX. Nuevamente en la Magistratura.

Había transcurrido solamente un año, cuando algunos Consejeros de Estado lo llamaron para preguntarle si aceptaría su postulación como Magistrado de esa Honorable Corporación. El se sintió muy honrado y aceptó. Fue elegido por unanimidad y por eso renunció a la Secretaría General de la Presidencia de la República.

Sin duda, eran otras épocas. La prensa nacional transcribió apartes de la carta que le dirigiera el Presidente Turbay: “`Con verdadera pena me he enterado de su carta de renuncia, pues su decisión de retirarse de la secretaría general de la Presidencia de la República priva al gobierno de uno de sus más brillantes y eficaces colaboradores. Naturalmente comprendo que su retiro obedece a la honrosa circunstancia de haber sido elegido consejero de Estado, cargo desde el cual usted tendrá nuevas oportunidades de servir al país´.

Y agrega: `Ciertamente su colaboración constituyó para mí un motivo permanente de agrado, pues resulta singularmente satisfactorio trabajar con personas que, como usted, agregan a su idoneidad, su lealtad y patriotismo. Agradezco las generosas referencias que hace usted a mi gestión de gobernante y créame que me siento orgulloso de sus opiniones, pues las valoro en todo su significado´”12.

Como Consejero de Estado:

Mi padre hizo indiscutibles aportes a la Jurisprudencia Contencioso Administrativa del país, como cuando reconoció que el Juez Contencioso tenía la facultad y el deber de decretar pruebas de oficio para el esclarecimiento de la verdad real (recuerdo que fue en un fallo proferido en 1985 cuando yo adelantaba mi judicatura en la Superintendencia Bancaria), o cuando fue ponente del fallo de uno de los pleitos más antiguos y raros que se haya ventilado ante esa Jurisdicción, conocido como el del “Camino del Carare”: Se trataba de seis demandas instauradas hacía más de 31 años en contra de la Nación por unos particulares, dada la cesación de unos privilegios que les habían sido concedidos en desarrollo de un contrato de concesión.

El expediente de no sé cuántos miles de folios, había pasado por varios de sus antecesores sin esperanzas de una sentencia. La ponencia que mi padre presentó absolviendo a la Nación fue acogida por unanimidad en la Sala Plena de la Corporación, en octubre de 1982.

Sus elocuentes y pedagógicas intervenciones en las Salas de la Sección y en la Sala Plena del Consejo de Estado, aún son recordadas por muchos de sus compañeros de Magistratura. Hace poco me comentó el Dr. Samuel Buitrago, su compañero en las aulas universitarias y en esa misma Corporación que, además, mi padre fue un amigable componedor en esas Salas. Cuando pedía la palabra, casi siempre era para proponer una fórmula de arreglo y de entendimiento entre posiciones que parecían irreconciliables. “Tenía una gran calidad humana”, me dijo.

Siendo Consejero de Estado, también fue Rector Nacional de la Universidad Libre13 y escribió otras dos nuevas obras jurídicas:

Contratos Administrativos y de Derecho Privado de la Administración, y Derecho Administrativo, Teoría General, Compendio. Esta última tengo el honor de actualizarla por estos días. Así mismo, como Directivo del Instituto Colombiano de Derecho Administrativo, fue organizador de tres Congresos Internacionales, entre ellos, el Primer Congreso de Derecho Administrativo Bolivariano en julio de 1983.

También fue redactor del nuevo Código Contencioso Administrativo (Decreto 01 de 1984) por designación que le hiciera la Academia Colombiana de Jurisprudencia.

Octubre de 1983, junto con Ricardo Medina Moyano, Fernando Hinestrosa Forero, rector de mi alma mater, y Francisco Camacho Amaya, fue escogido como Jurista Emérito por el Colegio de Abogados de Bogotá.

En mayo de 1985 fue galardonado por la Federación Internacional de Sociedades Bolivarianas, junto con otros tres boyacenses, con la orden Bolivariano Emérito, por su trabajo Bolívar y el Derecho Público, un análisis del Libertador desde el punto de vista jurídico.

Noviembre de 1985, sorprendió al país la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19. Vi sus ojos azules cubrirse de lágrimas cuando pudo hablar telefónicamente con Enrique Low Murtra, quien, iniciada la toma, se había podido refugiar en su Despacho; y también mientras observaba en los noticieros de televisión las cruentas imágenes de ese terrible holocausto.

Había llorado cuando murió mi abuela (en enero de 1976) y volvió a hacerlo cuando mataron a su paisano y gran amigo Alvaro González Santana. Mi mamá lo había visto llorar por primera vez cuando, recién nacida, me tomó entre sus brazos.

Mi padre se salvó milagrosamente de esa toma. Había salido tan solo quince minutos antes del Palacio de Justicia para acompañar a mi mamá a unos exámenes médicos, previos a una cirugía muy delicada.

Su secretaria de entonces, Alicia López, una persona y funcionaria excepcional, nos contó después que recién había salido mi padre de su Despacho, llegó un joven muy altivo a preguntarlo. Desconfiada, ella le contestó que regresaría probablemente por la tarde, pero el muchacho contestó: “Eso será demasiado tarde”. Como a los diez minutos comenzaron los disparos, cuyos nefastos, inútiles e impunes resultados todos conocemos.

Supimos, por las declaraciones de varios testigos, que algunos guerrilleros gritaban en los pasillos: “Salgan Clara Forero de Castro14, Jaime Betancur Cuartas15 y Gustavo Humberto Rodríguez!”. No se supo para qué, pero se presume que pudieron ser tomados como rehenes. En esos días, mi padre me confesó que pocos días antes de la toma del Palacio, había recibido un sufragio o algo parecido por parte del M-19.

Esta no fue la primera, ni la única amenaza en su contra. También yo llegué a estar amenazada de secuestro por varios años, hecho que lo mortificó sobremanera. Se vio precisado a negarme muchos permisos, pero una vez que “no resistió” mi presión, me dejó ir a una fiesta pero con los guardaespaldas!!!.

Cuando la calma había aparentemente retornado, mi padre retomó sus labores como Consejero de Estado en la Casa de la Moneda. Allí funcionó la Corporación por algún tiempo, mientras se pudo acomodar una nueva sede en el norte de la ciudad. Allí despachó por poco tiempo porque renunció en febrero de 1986 y regresó al ejercicio libre de la profesión.

X. Otra Vez en el Ejercicio de la Profesión.

Se asoció con prestigiosos juristas como Alberto Hernández Mora, Bernardo Ortiz Amaya, Mario Latorre Rueda y Pedro Gómez Valderrama (no sé si se me escapa alguno) en un bufete que gozó de gran reputación y fue el asesor permanente de la Presidencia de la República en cabeza de Virgilio Barco.

En agosto de 1986, mi padre integró una terna elaborada por el Presidente Barco para ocupar el cargo de Procurador General de la Nación, de la cual fue elegido el Dr. Carlos Mauro Hoyos, asesinado poco tiempo después.

En ese mismo año, escribió su obra Procesos Contencioso Administrativos, Parte General y Parte Especial.

En 1989 publicó sus ensayos Medios Probatorios y Los Principios Generales del Derecho en la Contratación Administrativa, en 1991, Extinción de los actos y contratos administrativos.

Desde 1986, mi padre había sido seleccionado como asesor permanente por el Consorcio Hispano Alemán que construyó el metro de Medellín.

Fue la asesoría de su vida! Además de que rindió el mejor concepto jurídico sobre el famoso Contrato que ese Consorcio había suscrito con la Empresa de Transportes del Valle de Aburrá, en su escogencia pesó mucho la percepción que los alemanes tuvieron de él, de su flemático temperamento, como uno de ellos le confesara después.

En junio de 1990:

Me concedió el privilegio de asociarme con él para constituir conjuntamente nuestro bufete Rodríguez Abogados, que este año cumple dieciséis años de labores. Solamente tuve el privilegio de ejercer a su lado por seis años, pero bastaron para recibir de él edificantes clases de contencioso administrativo y de pruebas, entre otras cosas.

Indiscutiblemente con él no solo aprendí a litigar, sino que continué recibiendo, ahora en el campo profesional, incomparables lecciones de honestidad, ética, sencillez, humildad y vocación de servicio, por mencionar solamente algunas de sus virtudes humanas, valores que, valga decirlo, se han convertido en piedra angular de mi vida.

A menudo me pregunto hasta cuándo me van a alcanzar para desempeñarme en un mundo maquiavélico y corrupto, en donde predomina un frenético afán de escalar posiciones y de obtener resultados sin importar los medios que se utilicen.

En el mes de julio de 1995 celebramos los cinco años de nuestra oficina, con un coctel y un acto académico (el lanzamiento de la segunda edición de Derecho Administrativo General), al que asistieron más de cien personas.

Como despidiéndose de este mundo, pronunció unas sentidas palabras en las que hizo un reconocimiento a mi trabajo y a mi dedicación profesional, mientras yo lo escuchaba muy emocionada.

En noviembre 30 de ese mismo año, fue elegido como boyacense de la Provincia de Lengupá en Honor al Mérito Boyacense”. (Lea También: Temas Constitucionales de Derecho)

XI. Un Gran Ser Humano

A pesar de su muy intensa y prolífica vida profesional e intelectual, a Gustavo Humberto Rodríguez le quedó tiempo para su familia: Para enseñarme a leer y a escribir, para hacer lo propio con nuestra empleada doméstica de toda la vida; para disfrazarse de cura y “bautizar” a mi perrito Nicky, para llevarme los domingos a matinal, o al Parque Nacional y montarse conmigo en todos los aparatos, o al Parque del Sopó, o al de La Calera, donde mientras nos divertíamos me mostraba cómo era una montaña, una meseta, o la sabana de Bogotá.

O para tomar inolvidables vacaciones familiares en la finca de mis abuelos maternos en Villeta en las que él era el encargado, con una de mis tías abuelas, de escribir las coplas familiares, que en las noches yo cantaba.

También hubo tiempo para mostrarme la belleza de los paisajes boyacenses y para recorrer de su mano los museos de Bogotá y escuchar sus fluidas explicaciones, propias de un guía turístico. Así mismo, fue mi maestro en la casa. Con él estudié muchas veces historia, geografía, literatura y filosofía, entre otras materias.

Cuando ya estaba en la Universidad, tuvo doblemente esa condición, pues me dictó la cátedra de Derecho Administrativo durante 3º y 4º años de Derecho en el Externado de Colombia, pero durante los cinco años de mi carrera estudió conmigo Sociología, Lógica Jurídica, Derecho Penal, Procedimiento Penal y Contencioso Administrativo, entre otras asignaturas. Cuando me especialicé en Derecho Administrativo en la Universidad Santo Tomás en 1988, nuevamente fue mi profesor de cátedra en el módulo de Contratos Administrativos.

Sin duda fue un excelente padre. Fue mi cómplice en los pinitos musicales que hice de niña.

Nadie como él se deleitaba oyéndome cantar y tocar guitarra, aunque logró truncar mi carrera artística cuando se opuso, con sobrada razón, a que su hija de once años se fuera “de gira” por el país con su profesor de guitarra clásica, el maestro Alvaro Bedoya, ya fallecido.

En aquella época me dejó ir a mi primera fiesta de quince años, con la condición de que él me recogiera en su Volkswagen escarabajo, color verde y modelo 53, que literalmente “nos arrastró” por muchos años. Lo que nunca sospeché en ese momento era que la misma condición estaría vigente por varios años más.

Una vez tuve el descaro de llamarlo a las cinco de la mañana para pedirle que fuera a recogerme.

No tuvo ningún problema, ya que él también había amanecido (…) pero escribiendo!. Creo que esa fue la verdadera razón por la cual me dejó ir a fiestas sin ningún problema.

Y hablando del famoso Volkswagen escarabajo, no puedo dejar de contar una simpática anécdota. Como buen intelectual que era, mi padre no sabía de carros y era un pésimo conductor. Una tarde se nos varó el carro y él se bajó de inmediato. Abrió el capó y llevándose las manos a la cabeza, exclamó: “Ay carajo, se robaron el motor!”.

XII. El Ocaso

El 11 de enero de 1996, un infarto cerebral borró su memoria y lo recluyó en su casa durante siete largos años, en los que mi mamá se dedicó a cuidarlo con devoción.

Fue una pena muy dura de sobrellevar. No obstante, sucedió algo maravilloso: Mientras se apagaba su hemisferio intelectual, de él se apoderaba el de la sensibilidad. Todavía siento el calor de los abrazos que nos dábamos. No pudo haber sido un abuelo más tierno.

Habían transcurrido aproximadamente dos años, cuando recibí una llamada de la Revista Dinero, la cual me solicitó una fotografía de mi padre y una síntesis de su hoja de vida, para publicarlas en una edición especial que hasta donde sé nunca circuló, dedicada a los mejores profesionales del país.

La periodista me informó que le habían consultado al ex ministro de Estado Dr. Hugo Palacio Mejía quién, en su opinión, era o había sido el mejor abogado del país, a lo cual sin dudar contestó: Gustavo Humberto Rodríguez!.

En su última noche de agonía, tiernamente consentí su cabeza blanca. No sé cómo saqué fuerzas para decirle que, si esa era su hora, dejara este mundo de la forma sin temor. Pude expresarle mi entrañable amor y gratitud, luego de pedirle perdón por mis errores. Murió ese 12 de enero de 2003, tomado de mi mano derecha, pasadas las nueve y media de la noche.

Al día siguiente, se llevaron a cabo sus sencillas, pero muy sentidas exequias.

No hubo avisos en la prensa, y fueron pocas las flores recibidas. Tampoco llegaron multitudes, pese a lo cual se llenó la Iglesia de Santa Clara de Bogotá. Sus hermanos anunciaron que no nos perdonarían a mi mamá y a mí por haberle dado una despedida “como esa” a mi padre.

Lo único que hicimos fue cumplir sus deseos. En varias oportunidades, me había invitado a observar el circense panorama funerario: “Mira esos dos señores echando chistes”, “mira esos otros de allá arreglando el país”, “cómo te parecen esas señoras haciéndose la visita que se debían hace años?”, me preguntaba. “Carolita -como me decía cariñosamente-, cuando a mí `me toque´, no permitas que mis exequias se conviertan en esto (…) en una fiesta!”.

Por supuesto que no fueron un acto puramente social. A su última morada lo acompañamos sus familiares y amigos más cercanos, quienes sentimos un gran dolor por su partida.

Cómo me duele su ausencia!. He llorado varias veces mientras escribo estas páginas con el corazón. Al escribirlas, lo he conocido mejor y tenido un hermoso reencuentro espiritual con él.

Mi padre fue un filántropo. También fue rotario, y con sus actos dignificó su investidura de Masón. En verdad Gustavo Humberto Rodríguez fue un hombre muy importante, como lo afirmara el Presidente de la Academia Boyacense de Historia esa tarde lluviosa de octubre; un hombre íntegro, pero sobretodo, un ser humano excepcional. Le doy infinitas gracias a Dios por haberme otorgado el privilegio de ser su hija!.

Gustavo Humberto Rodríguez aún vive (…) y vivirá para siempre en mi corazón!.


1 Abogada. Tesorera de ASOMAGISTER. Escribe este artículo como homenaje póstumo a su padre, el exconsejero de Estado Gustavo Humberto Rodríguez.

2 Término boyacense que significa “muñeca”.

3 Expresión coloquial que usan los oriundos de Boyacá para referirse a ésta.

4 Diario Nuevo Boyacá, noviembre de 1963. Dos Preguntas a los Disputados Boyacenses, por Germán Riaño Cano.

5 Diario de Boyacá, noviembre 23 de 1965, págs. 1ª y 4ª

6 Diario Boyacá Liberal, No. 28, julio de 1969, columna: Figuras de Relieve.

7 Diario El tiempo, Lecturas Dominicales, mayo 31 de 1970, en las cuales se transcribió un capítulo de Ezequiel Rojas y la Primera República Liberal.

8 Indígena boyacense llamada así por los conquistadores españoles por su figura esbelta y la perfección de su rostro, a quien catalogaron como “la mujer más hermosa del mundo”.

9 Hoy Sanpetersburgo.

10 Página 11 A.

11 Diario El Tiempo, 24 de noviembre de 1983, pág. 1D.

12 Diario El tiempo, febrero 14 de 1981.

13 En diciembre de 1983 conmemoró los 70 años de su fundación

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