El Toro de Lidia

El Toro de Lidia

La Obra

Se presenta hoy en nuestra portada una escultura que, junto con la pintura y la arquitectura, integra la rama de las artes plásticas, también llamadas artes visuales. Es una pieza corpórea, esto es, que tiene tres dimensiones: largo, alto y ancho, con 86, 42 Y 30 cm, respectivamente, fundida en bronce, que representa un toro de lidia de estampa arrogante y de gran realismo.

Esta escultura evoca las corridas de toros que, aunque controvertidas por algunos, colman de público, de euforia, de colorido y emociones las plazas taurinas en las que, en contraste con lo que ocurría en el antiguo circo romano, se enfrenta la inteligencia y el arte de un hombre en forma libre, técnica y conciente de lo que hace, para triunfar sobre la fuerza y la brutalidad del toro.

En el bello arte de la escultura, los materiales más usados son el mármol, la piedra, la madera y el bronce; los tres primeros se trabajan mediante el desgaste o talla del material escogido, y el último se manipula vertiéndolo fundido en los moldes previamente elaborados por el artista.

Esta manifestación del arte se cultivó desde los mismos albores de la historia en la edad paleolítica. Culturas posteriores produjeron obras como la famosa esfinge egipcia que aún admiramos sorprendidos. Los magníficos e imponentes leones alados que guardaban los templos asirios.

“El Discóbolo” de Mirón, maestro griego de la escultura en bronce. La estatuaria romana con un aporte importante en el desarrollo del arte del retrato escultórico. El período romántico y religioso medioeval, virtuoso en la representación de Dios y de los santos. El arte ren~centista tan pródigo en obras esculturales maestras, nos legó joyas como el “David” de Miguel Angel.

La escuela de Nuremberg en Alemania encabezada por Pedro Vischer, otro gran maestro de la escultura en bronce. El estilo barroco que se inicia en el siglo XVII, cuya característica fue el énfasis en el movimiento, la ornamentación recargada y el afán des bordado de expresión; su exponente más egregio fue el italiano Lorenzo Bernini. El apogeo de la escultura española se produjo en esta etapa barroca con su género ornamental y con obras de misticismo como las de Alonso Cano, entre las que se destaca su venerada “Dolorosa”.

Y el famoso escultor francés Augusto Rodin, una de cuyas producciones maestras, “El Pensador”, ha sido admirada en todos los círculos artísticos. Por razones de espacio, solamente es posible registrar esta mínima nota de lo más sobresaliente en la historia de la escultura antigua y clásica del viejo mundo.

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El Autor

Manuel Fernando Riveros Dueñas, cirujano joven de la promoción javeriana de 1982, con adiestramiento académico en Cirugía General en el Hospital de la Samaritana de Bogotá, fue certificado como especialista en esta disciplina en 1989.

Viajó en seguida a Inglaterra al Hospital Midlesex University College o[ London, donde cursó un posgrado en Cirugía Vascular. A su regreso al país ingresó de nuevo a su Hospital donde se desempeña como coordinador de esta nueva especialidad.

Manuel Fernando nació en Bogotá en el hogar del conocido cirujano Luis Enrique (“El Pote”) Riveros (q.e.p.d.), tres de cuyos hijos son ahora destacados cirujanos. Desde su niñez, Manuel demostró su inclinación hacia la escultura que practicaba con barro, arcilla, arena, cera, plastilina y todo material que se dejara moldear; hasta que a los 15 años de edad, su padre lo convidó a un taller de fundición para que una de las obras, un toro, se convirtiera en su primer bronce, lo que felizmente se logró. Desde entonces son numerosas sus esculturas, especialmente de toros de lidia en todas las actitudes y trances de la fiesta brava.

Porque nuestro médico escultor es como fue su padre, un tenaz aficionado a los toros, con asidua asistencia a las corridas, con biblioteca especializada sobre el tema y con conocimientos a fondo de lo que es el toro y la tauromaquia.

Este autodidacta del arte de la escultura, siendo alumno del primer semestre de medicina en 1976, participó en el “1 Salón de Artistas Javerianos” y se ganó el Salón con tres dibujos en tinta y una escultura, lógicamente de un toro.

En 1980 tomó parte en el “1 Salón de Artes del Fuego” en la Fundación “Gilberto Alzate Avendaño” de Bogotá. En 1987 expuso en la “Galería Elida Laca” de Barranquilla, y en el presente año de 1991 en Bogotá, en la “Galería Pluma”, con 20 esculturas de toros, uno de los cuales es el que luce despampanante en nuestra portada.

El cirujano artista ha unido su vida a la de María Lucía Mora, médica joven y agraciada, hija de un ilustre neurocirujano de esta capital, de quien ha heredado sus dotes de inteligencia y señorío.

J. Silva, MD.

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