Letras, Homenaje a la Medicina Francesa

(Palabras pronunciadas por el doctor Fernando Serpa Flórez en el Salón
de Conferencias de la Clínica de Marly, el25 de octubre de 1995).

Han querido las directivas de nuestra asociación Colombo-Francesa de Medicina, que rememoremos los lazos que unen la medicina de nuestra patria con la de aquel país, tan admirado por los aquí presentes.

Para hacer más obligante la ocasión en este año recordatorio de Luis Pasteur (1820-1895), sabio francés por antonomasia, nos reunimos bajo el propicio ámbito de la Clínica de Marly, cuyo nombre trae a nuestra mente amables memorias del “rey sol” y las campiñas lutecias.

Así como el ancestro de nuestro Director y de su ilustre padre el profesor Jorge Cavelier, a quien tanto debe la ciencia colombiana en su polifacética actividad docente, quirúrgica y de creador e impulsor de instituciones como el Hospital de la Samaritana, la Cruz Roja Nacional, la Academia de Medicina, la cátedra urológica, la fundación de la Revista de la Facultad de Medicina, el progreso –en fin- y desarrollo del país y, desde luego, esta Clínica, a cuyo esfuerzo debemos su permanencia y admirable funcionamiento actual.

Su padre fue el ingeniero Germán Cavelier, nacido en Normandía el siglo pasado y quien vino a nuestra patria a laborar en la construcción del Canal de Panamá, bajo la dirección de Ferdinand de Lesseps. Aquí formaría su hogar con la dama cartagenera doña Cristina Jiménez. De él heredó la severa dignidad de la perseverante consagración al trabajo, emblema de su estirpe.

La presencia de la medicina francesa entre nosotros, de la investigación científica en términos más amplios, quizá fue favorecida de alguna manera con la llegada de los Barbones al trono de España, don Carlos III y don Carlos IV especialmente, quienes no pudieron sustraerse a la influencia de la ilustración que destelló por entonces en el mundo.

Así vemos que en las postrimerías de la Colonia (1799- 1804) se permitió la visita del Barón Alejandro de Humboldt -y de su compañero de viaje el joven Amadeo de Bonpland, de nacionalidad francesa-, ya La Condamine realizar sus mediciones y estudios sobre el ecuador en el reino de Quito.

Las conmociones que produjo el “siglo de las luces” traerían por entonces a nuestras playas algunos europeos que lograron vencer las celosas disposiciones que la metrópoli estableció para vedar el ingreso de extranjeros a sus colonias ultramarinas. (Lea también: El maestro José Francisco Socarrás, Análisis de su Pensamiento, Personalidad y Vida)

Entre ellos citaremos a dos jóvenes franceses, condiscípulos de la escuela de medicina de Montpellier: Luis Francisco de Rieux (1768-1840) Y Emmanuel Froes Díaz, nacido en Santo Domingo en 1773 -por entonces colonia de Francia- hijo de portugués y española (1).

Ambos entraron en las páginas de nuestra historia y al templo de la gratitud colombiana por su vinculación con el precursor don Antonio Nariño y por el juicio y condena a prisión y destierro que sufrieron con éste por la traducción y publicación de los Derechos del Hombre.

Después del grito de independencia de 1810 prestaron sus servicios a la patria naciente: de Rieux al golpe de los vaivenes inciertos de la revolución ascendió hasta el grado de General de Brigada y, por lapso breve, ocupó la Secretaría de Guerra (1830) en el corto gobierno de don Joaquín Mosquera, al abandonar Bolívar el mando. Y Froes, “ejerciendo la medicina (en Santa/e) … Habiendo servido luego a órdenes del gran Nariño, su compañero de destierros, en todas las campañas, inclusive en la de 1813” (1).

Destaquemos que de Rieux, al llegar a nuestro país en 1783 se estableció en Cartagena de Indias. Y que, en 1784 la Junta de Hospitales del Reino, presidida por el Virrey Gil y Lemus lo encargó de confeccionar un Plan de Reforma del Hospital Militar de tan importante puerto, institución que dirigió durante ocho años.

En 1793 viajó a la capital del Virreinato donde era considerado “hombre de mucho talento e instrucción”. Seguramente ejerció su profesión de médico con éxito y, entre sus amistades -corno ya lo dijimos- se contó la de criollos tan distinguidos como el precursor, a cuyas tertulias asistió “por llamarles la atención las materias de física sobre las cuales tenía varios instrumentos y libros en su gabinete don Antonio Nariño”, tal como manifestó para sincerarse ante sus jueces(2).

Es interesante observar que también poseyó por entonces una casa en la ciudad de Honda y una hacienda llamada La Egipciana, “con 90 negros pertenecientes a las temporalidades” donde: “había empezado el primer establecimiento de café es (sic) que hay en el Reyno; que podía servir de estímulo y norma para el cultivo de un ramo tan importante de agricultura”(2).

Al, hallarse envuelto en la vorágine de la lucha emancipadora, lo encontramos, durante el infortunado sitio de Cartagena en 1815, defendiendo el Castillo de San Felipe, al mando de 500 hombres .Escapó con vida de esa terrible hecatombe y el destino le daría en 1822141satisfacción, en su calidad de Jefe de Estado Mayor de la División patriota que asediaba a Cartagena, de “linnar, con el comisionado de los españoles, Miguel Valbuena, el convenio de entrega de la plaza”a las tropas libertadoras(1).

Consolidada la independencia de Cundinamarca con la Batalla de Boyacá en 1819, el general Francisco de Paula Santander, en su calidad de Vice-Presidente de la Nueva Granada, realizó una admirable labor administrativa en la que sobresale su preocupación por la educación pública.

De sus múltiples realizaciones en este campo debemos señalar la fundación de la Universidad Central y su preocupación por el mejoramiento de la enseñanza de las ciencias.

Prueba de ello la misión francesa, contratada por don Francisco Antonio Zca, encabezada por el ingeniero Boussingault (1802-1887), educado en la Escuela de Minería de Saint Etienne, de la que hicieron parte figuras destacadas. Sus observaciones sobre el bocio en la Nueva Granada y el Ecuador lo llevaron a postular la teoría del origen carencial de yodo en esta enfermedad con un siglo de anticipación a su aceptación plena por la medicina.(3).

Entre los médicos franceses que llegaron en 1823 traídos por Santander para “preparar la reapertura de los estudios médicos”(4), merecen destacarse los profesores Pedro Pablo Broc y Bernardo Dáste. También recordemos al “profesor Rampón, vinculado a la Cátedra de Anatomía patológica”. (4).

El doctor Broc, dice Humberto Roselli, “ilustre médico y anatómico francés, vino a Bogotá en 1823 y el 2 de noviembre inició la Cátedra de Anatomía Práctica en el Hospital San Juan de Dios, siendo el iniciador de estos estudios en el país, e inauguró con sus enseñanzas la medicina francesa, y especialmente de la Escuela de Broussais, en la Ciencia Nacional”(5). Regresó a París donde prosiguió su labor docente como Profesor de Anatomía, Fisiología y Medicina Operatoria. Publicó varios libros de medicina. Y falleció en la ciudad luz “casi en la indigencia”(5).

En 1825 publicó en Bogotá el “curioso libro Las mujeres vengadas y restablecidas en su trono, en réplica a un folleto (Registro y estado de imperfección de las mujeres) que anónimamente había sido editado en el mismo año en que se calificaba a las mujeres como enemigos del género humano”(5).

“He creído -dice en su opúsculo- que la Francia que llevo en mi corazón respiraba conmigo en la tierra de la Independencia y la libertad. París se ha confundido en mis ojos con Bogotá, las parisienses con las colombianas, las adorables francesas con las encantadoras bogotanas… ” E incluye luego, en lengua de Ronsard, un poema en que galante afirma, con razón, que, al contemplar la mujer:

” Je reste suspendu ,je tresaille, j’admire.
Je croyais voir reúnis, confundus
Un Ange, une Grace et Vénus.. ….

Bernardo Dáste fue “nombrado en junio de 1824, por el Intendente de Cundinamarca, de acuerdo con el prior del Convento-Hospital de San Juan de Dios, catedrático de Cirugía”, nos informa en su obra capital “Memorias para la Historia de la Medicina en Santafé de Bogotá” el doctor Pedro María Ibáñez (6). Al iniciar labores en 1827 la Facultad de Medicina de Bogotá bajo la rectoría del doctor Juan María Pardo y con el doctor Benito Osario corno Vice-Director, lo encontramos ocupando la alta posición de Primer Conciliario(7).

Desiderio Roulin (Rennes, I 796-París, 1874), médico, escritor, pintor y naturalista, formó parte de la expedición contratada por Zea.”Llegó a Bogotá después de innumerables aventuras, con su esposa y su hijo, a mediados de 1823″(7). Estuvo entre nosotros hasta 1828. “Hizo expediciones científicas a los Llanos Orientales, a las minas de Supía y Mannato, a Muzo y a Zipaquirá”(7). En 1824 dibujó el perfil de Bolívar que serviría de modelo a David O’Angers y a Tenerani. Esta es, “junto con los retratos que de Bolívar hizo Espinosa, la que a nuestro juicio podría ser la más veraz aproximación de lo que el gran hombre fue en la cumbre serena de su grandeza” (8).

Esteban Goudot, fannaceuta y botánico, quien fue propietario de una botica en Bogotá, también vino al país acompañando dicha misión (7).

Pero de los médicos franceses que prestaron sus servicios invaluables a nuestra patria, el nombre que merece destacarse de manera principal es el de Alejandro Próspero Révérend (Falaise, Nonnandía, 1796-Santa Marta, 1881), por su actuación como médico del libertador Simón Bolívar durante su agonía y su muerte. “Fue su médico de cabecera, su único médico, el confidente de sus penas mortales y el consuelo de tantos infortunios”(9).

Estudió medicina en París luego de abandonar la carrera de las annas, en las que como oficial de caballería de Napoleón actuó en la aciaga campaña del Loira. Fue discípulo de Broussais y Dupuytren. A Santa Marta llegó en 1824. Validó su título en Cartagena en examen presentado ante los doctores Carreño, Araújo y Vega.

El general Mariano Montilla, a la sazón Comandante de la provincia, lo nombró médico del Hospital Mayor de aquella ciudad y lo introduciría ante el “Libertador, quien, gravemente enfermo, llegaba a morir en las playas del Caribe cerca de la ciudad de don Rodrigo de Bastidas. La tuberculosis, que muchos años atrás había hecho presa de su madre, consumía la vida del genio de América”(9).

“En Santa Marta por entonces Révérend era seguramentela persona más indicada para atender al Libertador, quien había obtenido buenas referencias de él en Cartagena” (8). Llevó un Diario, en que “anotó cuidadosamente los datos referentes a la enfermedad de Bolívar.

Día a día consignaba los progresos del mal en sus treinta y tres boletines. Révérend “no solamente recetó y practicó los tratamientos indicados en la época para la tisis, sino que fue testigo de su última alocución del diez de diciembre, que resuena ya con ecos de ultratumba. También dejó escritos algunos apuntes biográficos de los postreros días del héroe americano, que nos muestran aspectos humanos de conmovedora grandeza” (9)( 10).

Luego de morir el Libertador el 17 de diciembre de 1830 hizo la autopsia del gran hombre, en cumplimiento de su deber y sabedor del compromiso que había contraído con la historia.

“Realizó la necropsia e hizo la descripción de los órganos encontrados y de las lesiones anatomo patológicas existentes con la pericia y certidumbre de quien ha efectuado a conciencia estudios médicos y anatómicos y está plenamente en posesión de criterios y conocimientos para cumplir tan delicada tarea”(9).

Para concluir esta primera parte de nuestro resumen de la contribución de los médicos franceses al desarrollo de la medicina colombiana, citaremos de paso y en forma anecdótica al “empírico y aventurero” Juan Francisco Arganil (1759? 0-Bogotá,1853), quien llegó a esta ciudad en 1822 luego de ejercer nuestra profesión en Cartagena mediante licencia obtenida con subterfugios y mala fe (5).

Hemos dudado en incluir su nombre en esta revisión de médicos franceses pues, desde luego, no era médico. Tampoco se puede afirmar a ciencia cierta que fuera francés.”Se decía que era portugués o italiano”(8).

Su manía persecutoria lo llevó a indisponerse con el Libertador y con el general Santander por separado y en épocas diferentes. Su intemperancia lo hizo sospechoso de tomar parte en la nefanda conspiración septembrina en 1828, razón por la cual pagó prisión en Puerto Cabello.

Se recuerda el tratamiento “naturista” que prestó a las tres nietas del primer marqués de San Jorge (“Solteras murieron las tres y se afirma que víctimas del mal de Lázaro”) (11), que vivían en su “Quinta del Arzobispo”, bañada por el río de este nombre de las afueras de la capital (hoy Parque Nacional).

El tratamiento consistía en sumergirles los pies en agua serenada en una palangana de plata, por el que cobró suma exorbitante (8).

No se sabe su nacionalidad exacta. Parece que fue sacerdote y colgó los hábitos. Arinnaba habertomado parte en las matanzas de nobles en París en 1792 y que fue quien llevó clavada en una pica la cabeza de la princesa de Lamballe a la prisión del Temple para exhibirla ante la aterrorizada mirada de María Antonieta.

Una vez establecida la república sobre bases firmes y a medida que la economía del país se consolidaba y se hacía mayor el progreso, muchos de nuestros más distinguidos médicos viajaron a especializarse en Europa y, preferentemente, a Francia, de donde traelÍan las enseñanzas adquiridas para implantarlas como semilla propicia en las mentes de sus discípulos ávidos de saber.

Muy larga selÍa la enumeración de estos médicos. Una lista representativa de quienes más sobresalieron estalÍa encabezada por el doctor Antonio Vargas Reyes (Charalá, 1816- VilIeta, 1873). Después de concluiren 1838 su carrera en forma brillante, superando dificultades económicas con perseverancia y heroicidad, y luego de servir como médico de los ejércitos acaudillados por el Gobernador de la Provincia del Socorro levantado en esa absurda revolución contra el gobierno central y derrotados los revolucionarios en la cruenta batalla de Aratoca, al terminar la guerra viajó a Paris.

Su biógrafo en el obituario publicado por el Papel Periódico Ilustrado en su edición del 10de enero de 1884, nos informa que,

“en París buscó la escuela de medicina y se dedicó con asiduidad al estudio y la práctica de su profesión, haciéndose discípulo de Orfila, de Sappey, Rostan, Richard y muchos otros sabios de nombradía en Europa. Entres años de permanencia en París,estudió y fortaleció de tal modo sus conocimientos en cada uno de los ramos de la medicina, que ,en su condición de cirujano, recibió…patente para que pudiera ejercer la profesión de médico en Francia”( 12).

Agrega el biógrafo: “No sólo era Vargas Reyes diestro y atrevido cirujano, sino patólogo profundo, consumado terapeuta, verdadero maestro de química, fisiologista y botánico de primera fuerza, tan sabio en anatomíacomo lo fue Cruveilhier… Fundó y sostuvo con hábil pluma y con su dinero La Gacela Médica, periódico científico que prestó grandes servicios a la escuela de medicina…”( 12).

“Abarca todos los campos entonces posibles para el arte quirúrgico y justamente, dice el profesor Andrade Valderrama, se le reconoce como el Padre de la Cirugía colombiana. Fue el primero en emplear el Cloroformo” (4).

El repetirtoda la carrera de medicina durante los estudios de especialización en Francia fue casi una constante que observamos en los demás médicos que viajaron a perfeccionar sus conocimientos en aquel país. Así lo vemos en las décadas del cincuenta al noventa del pasado siglo, en que sobresalieron Manuel Plata Azuero, Nicolás Osorio, Proto Gómez y Josué GÓmez.

También José Tomás Henao, en Antioquia. Pío Rengifo (Cali, 1835-Panamá, 1896), quien luego de estudiaren Escocia, enPalÍs fue discípulo de Vulpian, Cruvellier, Trousseau y Nelatón. En Bogotá fue profesor de Clínica Interna y Anatomía Patológica. Evaristo García (Cali, 1845-1921), quien tanto hizo por el progreso médico en el Valle del Cauca y Pablo García, notable cirujano de Cali: practicó en 1888 la primera colecistectomía, con éxito, en el país (4).

Esto obviamente daría una mayor consolidación a los conocimientos que llevaban ya adquiridos desde nuestra patria y a muchos de ellos les permitiría ejercer la profesión médica sin restricciones en la república francesa, que tan generosamente siempre abrió sus puertas a quienes llegaron a estudiar en sus universidades, laborar en sus centros hospitalarios, investigar en sus laboratorios y satisfacer la sed de conocimientos connatural al espíritu del hombre.

Quizá por lo anterior el idioma francés fue, hubo de ser, la segunda lengua, obligatoria, para los estudiantes de medicina hasta la mitad de este siglo y los libros de texto y las principales obras de consulta necesariamente venían en francés.

“A los Editores Bailliere, Maleine y Masson-nos recuerda el profesor Andrade en su conferencia sobre La influencia de la Medicina Francesa en Colombia a que hemos aludido anteriormente -se debió la facilidad para que las obras pudieran caer en manos de todos.

Así pudimos conservar como tesoros desde la Anatomía de Testut- Latarget, hasta los Prosectores de Técnica Quirúrgica. La innuencia también se extendió al campo arquitectónico y de estilo típico francés fueron los pabellones del Hospital de la Hortúa y del Hospital de San José, algunos de cuyos muros aún se pueden contemplar. La facultad de Medicina de la calle 10, fue obra del arquitecto Gastón Lelarge”(4).

En el campo de la medicina veterinaria y de la bacteriología, sobresale el nombre del profesor Claudia Verkel, quien inició en Bogotá a fines del siglo XIX la enseñanza de aquella profesión. Entre sus discípulos sobresalientes citamos a los doctores Federico Lleras Acosta, bacteriólogo e investigador destacado y Jorge Lleras Parra, quien en 1896 inició la preparación de la vacuna antivariólica en el “Parque de Vacunación” con las mejores especificaciones de seguridad y antigenicidad, factor clave para la erradicación de tan temible dolencia en nuestro país.

Al finalizar el siglo pasado y durante la primera parte del presente proseguiría la peregrinación en pos del saber de nuestros médicos a Francia.

Así, los nombres de Juan Evangelista Manrique (nacido en su Hacienda de la Herrera, en Bojacá, 1861 y fallecido en San Sebastián, España en 1914). Aparte de su contribución esencial a la evolución quirúrgica y a la fundación de la Sociedad de Cirugía en 1902, del Hospital de San José y del Club Médico de Bogotá, recordemos anecdóticamente su amistad con nuestro gran poeta José Asunción Silva, a quien le dibujó sobre el pecho el corazón con un lápiz demográfico. Dirigió las ambulancias que durante la guerra de los mil días prestaron sus servicios en Fusagasugá y Tibacuy.

Fue Ministro plenipotenciario en Francia y contrajo matrimonio con la distinguida dama doña Genoveva Lorenzana López, nieta del general José Hilario López,”libcrtador de los esclavos”. En 1907 regresó a París. “En la Rue Vineuse, cerca del Trocadcro y cerca de la Rue de Siam, donde vivía su amigo Rul’ino J. Cuervo, habita y abre su consultorio. Allí acudieron todos los hispanoamericanos a quienes el solo contacto con Manrique mejoraba sus dolencias”, escribe Juan Jacobo Muñoz (13).

Carlos Esguerra (1863-1941), fundador de la Clínica de Marly y autor de importantes estudios científicos como “Las fiehres del Magdalena” y “Aislamiento de los Leprosos” , en que con valor combatió el trato inhumano que secularmente se dio a estos enfermos. Eliseo Montaña( Paipa 1862-Bogotá 1937). Graduado en Bogotá en 1891.”Durante cinco años se especializó en París y recibió su grado en 1899″. Fue profesor de histología (13).

Hipólito Machado (Tunja 1863-Bogouí 1926), discípulo de Vargas Reyes. Después de graduarse de médico en Bogotá en 1886 estudió en París donde se graduó nuevamente en 1897 con una tesis sobre la percusión de la aurícula izquierda. Fue de los fundadores de la Sociedad de Cirugía, junto con el doctor Manrique y Montaña ya citados, además de Zoilo Cuéllar, Diego Sánchez Vargas -todos graduados en Francia- y Nicolás Buendía Herrera, Julio Z. Torres, Guillermo Gómez Cuéllar, especializados en Londres y el profesor José María Montoya (1875- 1957), quien estudió toda la carrera en la Universidad de Harvard, en Bastan (13).

Zoilo Cuéllar Durán (El Agrado, Huila, 1871- Bogotá, 1935) fundador de la especialidad urológica moderna.

“En 1908 describía en la Academia el uretroscopio y el cistoscopio y la técnica de cateterizar los uréteres. No hubo tema de urología que no fuera motivo de su estudio (13). y Rafael Ucrós Durán (Campoalcgre, Huila 1874- Bogotá, 1947), cirujano eminente creador de la ginecología como especialidad en el país.

Presentar la biografía de cada uno de ellos haría demasiado larga esta intervención. Sin embargo, refirámonos un poco más in extenso a uno de quienes puede considerarse el más representativo de ellos: el profesor Roberto Franco. Nació en 1874 en la casa de la hacienda paterna, en la jurisdicción dc Chimbe, cercana a Sasaima (Departamento de Cundinamarca) y murió en Nueva York, en 1958.

Fue Decano de la Escuela de Medicina de la Universidad Nacional y Rcctor de csta Universidad, así como fue cl primcr rector de la Universidad de los Andes en cuya fundación tuvo parte decisiva. Fue casado con doña Matilde Holguín Arboleda, hija del ex presidente Jorge Holguín.

Entre las múltiples distinciones que rccibió como reconocimiento a su meritoria vida, citemos la Cruz de Boyacá de nuestra patria y la Legión de Honor de Francia.

Después dc obtener su grado de médico en 1897 con una importante tesis titulada Colera Nostras, viajó a Europa a seguir perfeccionando sus conocimientos y, como lo dijo Carlos Sanmartín Barberi ante la Academia Nacional de Medicina, en la admirable confercncia dedicada a celebrar cl octogésimo aniversario del descubrimiento de la fiebre amarilla selvática por el profesor Franco en Muzo: ”

A partir de 1898hizo en la Facultad de Medicina de París todos los estudios médicos. Gran influencia tuvo sobre él Raphael B1anchard,su profesor, a quien siempre recordó agradecido, cuyas lecciones le reafirmaron la convicción de la importancia de la parasitología ydel laboratorio para comprender mejor las enfermedades tropicales.

Siguió durante 18991as enseñanzas de Roux, Metchnikoff, Laverán y otros más del Instituto Pasteur de París. Cuando acabó sus estudios en la Facultad de la capital francesa, se fundó allí, en 1902, el lnstitut de Médicine Coloniale, cuyo curso adelantó durante ese año; por haberse distinguido y conquistado el primer lugar dentro de esa promoción le fue otorgada una bolsa viajera con la cual se trasladó a Túnez en donde tuvo la oportunidad de estudiar, con la guía de Charles Nicolle, una epidemia de tifo exantemático. El lrabajo sobre esta experiencia le sirvió de tema de tesis de grado en la Universidad de París, cuyo diploma recibió el 3 de Diciembre de 1903.

Terminados sus estudios en Francia se inscribió como alumno del curso en la London School of Tropical Medicine en donde tuvo como maestros, para no mencionar sino dos, a Sir Patrick Manson y Sir Ronald Ross”(l4).

A su regreso al país prosiguió el ejercicio de la profesión, alternándolo con la investigación y la docencia: estableció la cátedra de Enfermedades Tropicales y creó el laboratorio del Hospital San Juan de Dios cuya dotación fue lograda gracias al filantrópico aporte de don Santiago Samper.

La aplicación de nuevas tecnologías sería favorecida también por científicos franceses: En 1919 el profesor Richard colaboraría al establecimiento del servicio de rayos X en el Hospital de San Juan de Dios en Bogotá.

Y en 1931 una nueva Misión Francesa, traída por el gobierno del presidente Olaya Herrera, estuvo fonnada por los doctores André Latarget, Louis Tavemier y Paul Durand (4). La colaboración del profesor Regaud, a solicitud de su discípulo el profesor Alfonso Esguerra, fue de gran utilidad, hace medio siglo, para la Fundación del Instituto de Radium, hoy de Cancerología.

Todo lo anterior variaría con la segunda guerra mundial que inclinó hacia Norte América la brújula de la enseñanza médica.

Concluida esta conflagración, de nuevo pudieron viajar nuestros médicos a especializarse a Europa, siendo Inglaterra, Alemania y Suecia la meta de mentes seleccionadas ansiosas de perfeccionar el saber, pero retomando la primacía a España, por motivos de la cultura y el idioma y, principalmente, a Francia, que sigue irradiando las luces de la ciencia y está presta a acoger con largueza a quienes a sus escuelas de medicina llegan, en París y Montpellier, principalmente, pero también en Lyon, Estrasburgo y en los diversos hospitales y centros científicos de la gran nación gala.

En 1950 vino a Bogotá otra misión de médicos franceses, encabezada por el nieto de Luis Pasteur. Su presencia en la Facultad Nacional de Medicina y sus palabras profundas y conmovedoras, a más de lo que él significaba como renuevo de una estirpe de poetas y de sabios, fue la confirmación del renacer de Francia. De que el toque de clarín empenachado del gallo galo se volvía a oír cantando a la libertad.

Solicito vuestra benevolencia para transcribir un párrafo de mi libro El Camino (13) en que, al hablar de algunos de los hospitales que conocí en París (Baudeloc que, Tamier, Val de Grace …) evoco el

“Hospital Americano… Donde tuve una junta médica con el nieto de Luis Pasteur (Pasteur Valcry-Radot) cuya contribución al estudio de las nefropatías fue notable. Lo había conocido en Bogotá cuando, terminada la segunda guerra mundial vino a nuestra patria -embajador sin par del espíritu galo- luego del oscuro paréntesis que cayó sobre Francia, segunda patria de la medicina tan añorada por nuestros maestros”.

“Ahora lo encontraba a la cabecera del lecho de un compatriota agonizante, en donde Javier Arango Ferrer, entonces vinculado a nuestra embajada, requirió mi presencia para conceptuar sobre la urgencia de llamar a la familia del moribundo.

El claro criterio clínico del ilustre médico, su penetración y el nítido estudio del caso movieron mi admiración, a tiempo que su silhouette courte el massive hacía volar mi imaginación hacia la estampa de su abuelo, tan familiar para mí, desde que, de niño, la veía en un retrato, observando un tubo de ensayo y con blusa blanca, en el consultorio de mi padre…”(13).

Ya para concluir este rápido recuento, entre los más contemporáneos a nosotros citaremos a algunos de quienes fueron nuestros maestros y hoy recordamos en forma emocionada: Manuel Antonio Rueda Vargas, Oficial de la Legión de Honor, quien luego de graduarse en 1918 con una importante tesis sobre “Transfusión de Sangre” viajó a profundizar sus conocimientos en ortopedia y cirugía infantil, cátedra que regentaría en la Facultad Nacional de Medicina de la que también fue Decano.

Recordemos que, junto con los profesores Roberto Franco y Lisandro Leiva Pereira (profesor de traumatología quien durante la primera guerra mundial prestó sus servicios en las ambulancias durante la batalla del Mame), fue de los fundadores del Liceo Francés Louis Pasteur, institución que tan señalado aporte ha prestado a la educación pública en nuestro país, en que se implantó la educación mixta y bilingüe en Bogotá desde su iniciación hace más de medio siglo.

Juan Pablo Llinás, profesor de patología, cuyo paso por la Alcaldía de Bogotá y el Ministerio de Salud dejó honda huella. Carlos Trujillo Gutiérrez (Salazar de las Palmas, 1900, Bogotá 1960), hizo su práctica en el Hospital Laennec. Edmundo Rico (Sogamoso, 1897 – Bogotá, 1966), escritor de pluma ágil, elocuente conferencista, seguidor de la escuela francesa en psiquiatría y medicina interna, entusiasta cultor del país donde adelantó su práctica de post-grado. Héctor Pedraza (1903 – 1995) profesor de anatomía, discípulo de Latarjet en Lyon. José Francisco Socarrás, educador y psicoanalista …

No citamos a quienes todavía nos acompañan -y que sea por mucho tiempo-, pues ellos están haciendo todavía la historia no obstante ser ya la historia. Ellos, que prosiguieron la senda dejada por nuestros maestros y viajaron a Francia para proseguir estudiando y traer de allá las enseñanzas que en forma admirable están dando a sus discípulos, que en nuestros hospitales y centros científicos aplican los conocimientos adquiridos con sus claras inteligencias.

Nuestros compañeros de esta Asociación Colombo- Francesa de Medicina, renuevo de aquella otra, cuyos fundadores, entre ellos los doctores Alejandro Posada, Alfredo Laverde, Hemando Ordóñez, Jorge Calvo y tantos otros, aún nos enaltecen como Miembros Honorarios.

A todos ellos los recordamos, con afecto y emoción, en el sobrio salón de la Embajada de Colombia en la fue de L’Elysée, frente al palacio de los Presidentes de Francia, cuando hace varios meses, en mi último viaje a París (en que en tono menor y discretamente estuve “recogiendo mis pasos”), junto con nuestro Encargado de Negocios y expresidente de la Asociación doctor Edwin Ruiz, admirado colega y excelente amigo, evocamos nuestra fraternidad colombo-francesa que a él tánto le debe como su motor inicial. Y por cuya pujanza y larga existencia formulo hoy mis votos para terminar esta charla memoriosa sobre la amistad colombo-francesa.

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