Institución Hospitalaria, Templos Egipcios

Dejando de lado la Casa de la Vida, hemos de registrar que en el mismo Egipto antiguo, entre los siglos XXIII y XXII aC, ya se practicaba la circuncisión y la excisión, a cargo del sanador sacerdote, en los templos de los dioses, lo cual permite inferir que tales intervenciones tenían el tinte de la religiosidad.

Pero lo que a nosotros nos conviene destacar es el internamiento que se hacía en el templo a quienes se iba a operar, lo cual evoca la imagen del hospital actual, cuya característica principal es el internamiento de los pacientes para tratamiento. Es una similitud histórica a favor de nuestro propósito.(3)

Los templos, además, eran sede de docencia, donde se cumplía la tercera etapa de enseñanza médica, porque siempre los egipcios relacionaron la enfermedad con los dioses, razón por la cual los sanadores debían tener perfil sacerdotal y la Medicina se enseñaba en los templos, donde entre otras prácticas, se hacían amputaciones y se atendía a los enfermos a nivel de consulta externa y curaciones.

La enseñanza y la asistencia que se daba en los templos también son aspectos de analogía con los hospitales contemporáneos. (Lea también: Medicina, Raíces Históricas de la Institución Hospitalaria)

Capitulo Tercero Siglo  VIII aC a Siglo  VIII dC

Periodo Homerico

Este período comprende propiamente el siglo VIII aC, en el cual se acepta que vivió Homero y escribió sus obras inmortales La Odisea y La ILíada, en la que narra situaciones relacionadas con el ejercicio de una medicina de guerra.

Resulta muy interesante transcribir las estadísticas de morbimortalidad recogidas de sus Cantos por Agustín Albarracín Teulón (4), indicadoras de la fiereza que se aplicaba en los combates.

Albarracín cuantifica la morbilidad traumática en 10 contusiones y 165 heridas, de las cuales:

Por lanza 100
Por espada 22
Por flecha 18
Por piedra 10
Por caídas 5
Por objeto contundente 1
Fortuitas 3
Sin causa específica 6

La mortalidad de las heridas, según el agente causante fue así:

Por espada 100%
Por lanza 83%
Por flecha 66%
Por piedra 4%

Según la topografía de las heridas la mortalidad fue:

Abdomen 96%
Tórax 90%
Cuello 9°%
Cabeza 80%
Espalda 69%
Extremidades 32%

La morbimortalidad ref1ejada en las cifras precedentes fue enfrentada por los Aqueos, principalmente, entrenando a sus guerreros para que, en lo posible, se atendieran ellos mismos sus propias heridas y las de sus compañeros, y dotando al ejército de médicos para la atención de los heridos en el sitio de los acontecimientos, en las tiendas de campaña, o en un lugar acondicionado donde los médicos se concentraban.

No es del caso citar aquí los pasos que seguía el cirujano en la práctica de su arte, sino destacar que esa organización de tipo castrense deja la noción de un transporte rápido del herido hasta el ambiente donde los recursos permitían atenderlo mejor, algo así como lo que hoy solemos hacer cuando se trasladan heridos al hospital o clínica de referencia, donde se les pueda atender con más y mejores recursos.

Esa instancia donde se concentraban los médicos y se recibía a los guerreros heridos, puede compararse en su rol al hospital actual, puesto que los recibía para que los médicos les dieran la atención y tratamiento aconsejados, muy seguramente quedándose internados en el sitio.

La similitud es protuberante: el lugar donde se concentraban los médicos seria el hospital, cuya función en este caso del relato homérico era eminentemente reparadora de la salud del combatiente, perdida por el daño que le ocasionó su enemigo en la guerra. Es una función típicamente hospitalaria, de intención curativa y de urgencia.

Hemos incluido la cita anterior porque pensamos que la descripción que hizo el poeta Homero, traída por Albarracín Teulón, debió inspirarse en el contexto social de su época, y por ello es una realidad histórica que encaja en el propósito que nos hemos trazado. También los poetas escribieron historia cuando su poesía estuvo inspirada en la realidad que vivieron.

Santuarios de Asclepio

Fue costumbre entre los griegos, aproximadamente desde cI siglo VI aC, que los templos de veneración del dios Apolo en Ocios, Corinto y Oelfos, fueran meta de peregrinos enfermos. Posteriormente, siglo I aC, en los mismos templos se organizaron santuarios específicos de Asclepio, y más adelante aún, los santuarios se establecieron de manera directa sin que mediara antes el templo. Su vigencia se prolongó hasta el siglo IV de. (5).

Esos santuarios o Asclepiones, dedicados a la veneración del dios de la medicina Asclepio (Esculapio), fueron sitios de referencia para que los enfermos peregrinos acudieran a ellos en busca de tratamientos que, se creía, eran practicados o cuando menos orientados por cI mismo dios o su epifanía.

Fueron, pues, asiento de modalidades terapéuticas sagradas, conocidas en la historia médica bajo la denominación de lNCUBATIO o Sueño en el Templo, para lo cual se internaban los enfermos. (6)

En su apogeo los santuarios se extendieron inicialmente por el territorio de Asia Menor (península de Anatolia), y después por Italia y todos los países del Mediterráneo incluyendo los del norte de Africa. Los historiadores han estimado que llegaron a existir unos 200 de ellos.

Los templos más importantes estuvieron ubicados en Epidauro, Pérgamo y Atenas. El de Epidauro, el más antiguo y famoso, donde no se recibían moribundos ni mujeres recién paridas (5), fue encontrado en excavaciones de fines del siglo XIX.

Fundado con anterioridad al siglo V aC, estaba comprendido dentro de una muralla, disponía a su entrada de una fuente sagrada que se utilizaba para las abluciones de los enfermos y tenía templetes destinados a Asclepio, Artemisa y Oionisos.

Aunque retirado de la ciudad, se unía con ella por una vía enmarcada en monumentos. En cI siglo IV aC decayó, pero se reactivó bajo el emperador Adriano en el siglo II de. En esta segunda época, esplendorosa, tuvo hipódromo, teatro y sala de conciertos, para distracción y recreación de los pacientes. (9)

Al sur de Epidauro, en Troezen, se fundó con posterioridad al año 400 aC un santuario más pequeño que el de Epidauro, en el cual los enfermos se situaban en dormitorios localizados alrededor de un patio de forma cuadrangular, detalle éste que después vamos a encontrar como un rasgo típico de las unidades monasteriales en la Edad Media Alta.

Otro Asclepión famoso fue el de Cos, fundado en el siglo III aC y relacionado con la escuela médica homónima de la ciudad natal de Hipócrates.

La incubatio fue un procedimiento curativo de fondo teúrgico, de cuyas bondades han quedado huellas en inscripciones (iamata) y en los exvotos dejados por los pacientes agradecidos.

El procedimiento incubatio requería que el enfermo pernoctara en el santuario en procura de un sueño, durante el cual el mismo dios Asclepio en persona, o su epifanía, realizaba el acto curativo.

Unos siglos adelante, ya en el siglo 11 dC, en el Asclepión de Pérgamo, el dios que en Epidauro curaba directa y personalmente, ya no lo hacía así, ya no ejecutaba su divina intervención sino que, a cambio de ella, dejaba una prescripción, un plan de tratamiento que el enfermo debía cumplir si quería recuperar su salud. Emergió aquí la colaboración del paciente con el Sanador para lograr los mejores resultados.

Las anteriores líneas nos ilustran de manera fehaciente sobre el carácter precursor que la incubatio tuvo en relación con la institución hospitalaria de nuestros días, en lo relativo a recuperación de la salud, no de prevención de la enfermedad ni de la rehabilitación por sus secuelas.

Es así como había un internamiento del enfermo en una institución organizada a su manera y a su época para “atenderlo” en su enfermedad, sin importar a nuestro propósito cuál fuera la modalidad de la atención ofrecida, ni la interpretación de cualesquiera efectos que produjera.

Sólo nos interesa poner de presente el antecedente, la similitud de lo que se hacía en esos tiempos tan antiguos con lo que hoy se acostumbra hacer en materia de salud, cuando por enfermedad nos internamos en un hospital o clínica para recibir el tratamiento apropiado en nuestra condición de enfermos, por parte del profesional médico que hemos elegido o que nos corresponde ocasionalmente.

Y aquello de no recibir moribundos ni mujeres recién paridas como en el asclepión de Epidauro, cabe bien en el que la moderna administración hospitalaria califica celosamente como “depuración estadística” de la permanencia y la mortalidad.

El objetivo final del internamiento en el asclepión era recibir tratamiento para la enfermedad, a cargo del dios asclepión o de su epifanía, durante un trance de sugestión onírica. Sin embargo, no era esa la única forma de tratamiento: había también la terapéutica por animales sagrados que corresponde a la modalidad de la terapéutica transferencial.(1)

Los animales sagrados y seguramente amaestrados serían los ejecutores de la Terapéutica Transferencial por Contacto, que consistía en “inyectar” al enfermo la “dynamis curativa” para neutralizar y vencer la “vis morbi” de la enfermedad.

En este caso los sanadores eran animales consagrados y necesariamente amaestrados que, al transferir la “dynamis curativa” mediante lameduras o picotazos, lograban primero neutralizar la enfermedad y después vencerla.

Aunque parezca extraña esta cita bibliográfica de una concepción terapéutica con actores animales, su validez se apoya en el hecho de que, como ya lo escribimos, los templos y santuarios fueron sitios de referencia a dónde acudir en busca de un mecanismo terapéutico.

Tal como sucede en la actualidad con la concurrencia a hospitales en busca de la acción curativa a cargo de los médicos, sólo que el poder curativo en el caso que nos ocupa no estaba en los médicos sino en unos animales de los cuales se creía que tenían ese poder iniciado en el dios de sus creencias, seguramente porque se los había infundido a través del rito de la transferencia, o porque de forma natural tuvieron el privilegio de poseerlo para transferir la “dynamis curativa”.

Personas o animales, esto no importaba al enfermo. Lo que a éste le interesaba era el poder curativo que tuvieran esos animales para abatir su enfermedad. Lo que el enfermo buscaba era su curación o alivio, sin preocuparle quién lo curaba o aliviaba, si hombre o animal irracional, ni cómo lo aliviaban o curaban.

Lo expresado en las líneas precedentes corresponde al mecanismo de la Transferencia por Contacto, pero, especulando, nosotros decimos que es factible que los animales sagrados de los asclepiones también pudieran ejercer su magia terapéutica mediante el mecanismo de la Transferencia por Contagio: a través del picotazo o del lamido el enfermo pasaba su enfermedad al animal, y quedando libre de ella, se curaba.

A su turno el animal, por el mismo mecanismo del “Contagio”, podría liberarse de la enfermedad transfiriéndola a cualquier otro animal, a una planta, a un objeto, al suelo, o a otro hombre.

Como en el caso de la incubatio, en la modalidad terapéutica de la transferencia por contacto o por contagio, también podemos invocar la analogía con el hospital actual, porque hay unidad locativa, internamiento del paciente y un procedimiento terapéutico, que como tal, no se desvirtúa por el hecho de aparecer en escena unos animales, cuya labor es comprensible dentro de los lineamientos de la concepción mágica de la Terapéutica Transferencial, a la sazón aceptada en el medio cultural donde se realizaba.

El símil del asclepión con el hospital contemporáneo es aceptable porque:

– ambos son sitios de referencia,
– en ambos se da el internamiento del paciente para tratamiento,
– en ambos se realiza el tratamiento por un personaje facultado para llevarlo a cabo, según la cultura.

Conviene destacar que la incubatio como procedimiento con finalidad terapéutica, aunque con altibajos tuvo prolongada vigencia.

Se practicó en todo el Imperio Romano, debilitándose la hegemonía de Asclepio como sanador cuando se extendió el ritual que le era exclusivo a otros dioses de procedencia egipcia como Isis, Serapis e Imutas. y cuando Teodosio 1, Emperador Romano del 379 al 395 dC, convirtió al cristianismo en religión oficial y única del Estado Romano, Asclepio y las divinidades egipcias fueron suplantados en la incubatio por sanadores ya santificados como San Juan y San Ciro, y a través de ellos, el Cristo todopoderoso y único dispensador de salud para el cuerpo y para el alma, la transfería a los enfermos en reemplazo de la enfermedad.

A partir de entonces la incubatio se diseminó por los países del oriente mediterráneo, atribuyéndose su éxito, además de la mediación de San Juan y San Ciro, a la mediación de los ángeles y de otros santos como San Miguel, San Cosme, San Damián, Santa Tecla, San Artemio, San Terapón y el profeta Isaías. Posteriormente la incubatio fue también adoptada por los cristianos de Alejandría.

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