Burundanga

La noche era joven pues no habían pasado demasiados minutos desde cuando las luces de la gran ciudad invadieron el crepúsculo; el señor conducía tranquilo su carro cuando observó que dos agraciadas muchachas le hacían señas de que las llevara. Pronto la conversación se tornó animada y ellas solicitaron al desprevenido chofer que se detuviera en algún restaurante de comida rápida para tomar algo. Le ofrecieron alguna bebida o gaseosas, que él rechazó. “Tómese aunque sea un tinto”, insistieron. Era lo último que recordaba, antes que le robaran su automóvil.

Esta escena es común en la capital, y se repite día tras día en similares circunstancias; en los terminales de buses, a la salida de los estadios, viernes y sábados en la noche. Mezclada con bebidas o con alimentos sólidos, en cigarrillos, en pomadas o en inyecciones -con agujas muy finas-, la víctima recibe la incolora, inodora e insípida “burundanga”, en ocasiones combinada con tranquilizantes para evitar inconvenientes estados de excitación, quedando a merced de los delincuentes y con una amnesia lacunar total.

Los alcaloides anti-muscarínicos se encuentran ampliamente distribuidos en la naturaleza, especialmente en las plantas solanáceas y no sólo en la que Linneo denominara Atropa belladona (la sombra nocturna mortal), por Atropos, la más vieja de las tres Parcas, que corta el hilo de la vida.

La atropina (hiosciamina) y la escopolamina (hioscina) se encuentran en mayor o menor proporción en distintas plantas, particularmente del género Datura, como el “borrachero” o cacao sabanero” (Datura arborea), rico en escopolamina. Dilata la pupila, seca la boca, produce retención urinaria y movimientos incoordinados, desorientación y amnesia y alucinaciones, particularmente en las dosis que sobrepasan 10 a 15 veces las terapéuticas (usadas en anestesia, trabajo de parto, como coadyuvante en el tratamiento de la úlcera) dosis tóxicas que utilizan los malhechores.

La burundanga (palabra de origen cubano que significa apilamiento de cosas desordenadas) -o más castizamente borondongo- llegó para quedar como ayuda invaluable para los atracadores, dejando desconsoladas a las incautas víctimas y desconcertadas a las autoridades, pues su administración ni siquiera es contemplada en el Código Penal.

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