Doctor José Francisco Socarrás

ADOLFO DE FRANCISCO ZEA, M.D

El jueves 23 de marzo de 1995, un infortunado accidente arrebató la vida del doctor José Francisco Socarrás después de haber cumplido los ochenta y ocho años de edad.

Con ese motivo, tuve ocasión de escribir un artículo en su honor, publicado en la Revista de la Academia Nacional de Medicina, y parcialmente reproducido en Lecturas Dominicales de El Tiempo, en el cual hice un recuento breve de la vida del profesor Socarrás, del cual he considerado pertinente transcribir en esta ocasión algunos párrafos:

“El profesor Socarrás, como habitualmente se le conocía, fue una de las figuras médicas más brillantes del siglo en Colombia: magnífico escritor, excelente psiquiatra e insigne educador, acumuló en el curso de su meritoria existencia una vasta cultura que puso al servicio de sus semejantes en su consultorio particular, en las aulas universitarias y académicas, en sus escritos periodísticos y en el intercambio de ideas con los que tuvimos el honor de ser sus amigos”.

“Nació Socarrás en Valledupar el 5 de noviembre de 1907 y se graduó de médico de la Universidad Nacional en 1930 con una tesis novedosa para la época sobre el Psicoanálisis que lo convirtió en el iniciador de los estudios sobre esa disciplina en nuestro país.

Fue su presidente de tesis el doctor Maximiliano Rueda Galvis, formado en la escuela de Psiquiatría de Kraepelin y no ciertamente afecto a las teorías psicoanalíticas freudianas.

Rueda Galvis había establecido la cátedra de psiquiatría en la Universidad Nacional hacia 1925 que había sido excluida anteriormente de las disciplinas médicas con la tesis absurda de la Regeneración de que podía conducir al ateísmo”.

“La formación psiquiátrica de José Francisco Socarrás, iniciada con Rueda Galvis, se vio influida en sus comienzos por las ideas de Ribot, quien reflejó en su época las vicisitudes de la nueva psicología que intentaba lograr una posición adecuada en el mundo científico, particularmente en sus relaciones con dos vecinos incómodos, la fisiología y la filosofía. Por ello estudió Socarrás con ahínco la psicología de los sentimientos y las enfermedades de la voluntad”.

“Se impregnó luego de las ideas del insigne psicólogo norteamericano William James, el padre del pragmatismo, quien sostenía en su estudio sobre la mente que la emoción es tan sólo la toma de conciencia de las reacciones viscerales y glandulares anteriores al acto mental.

Se expresa así el ilustre psicólogo: “estamos afligidos porque lloramos, irritados porque pegamos, asustados porque temblamos”.

“Ejerció su profesión por algún tiempo en Ciénaga y el educador que constituía el núcleo de su personalidad le hacía recordar: “no me aguantaba las ganas de enseñar”.

Formó grupos para el estudio de la psicología educativa a través de las obras de Piaget, quien consideraba que el análisis de un proceso asimilador, ordenado en la duración de una historia individual es el único que puede explicar el dinamismo de la inteligencia”.

“En su formación psicológica temprana tuvo gran influencia en Socarrás la teoría de la Gestalt, es decir la teoría de la forma.

Preocupado por responder a la exigencia experimental que caracteriza a la psicología en cuanto ciencia, pero testimoniando a la vez la posesión de un sentido muy claro de los problemas inherentes a la teoría del conocimiento, la Gestalt Theorie muestra una reacción original a toda psicología asociacionista, en el sentido que se le atribuye generalmente: el estudio de la vida psíquica en su aspecto de combinación de elementos supuestamente simples, sensaciones e imágenes que la constituirían”.

“Desde 1946 hasta 1950, el profesor Socarrás vivió en Francia a donde viajó no sólo para incrementar sus conocimientos en filosofía y psiquiatría sino para complementarlos con el gran acervo de la cultura y la literatura francesas.

París lo coloca frente al arte de un país sin par, y no se le escapa de su mente inquieta ni el ruido de la ciudad que dan sus automóviles al rodar sobre las calles empedradas de color gris, ni el silencio que atrapa a todo aquel que se sienta ante una mesa de cualquier boulevard. Es el París que siente y vive José Francisco Socarrás y que le dejará impactado para toda la vida”.

“Inició allá su psicoanálisis individual con Cenac, pero no se mostró impermeable a las discusiones que en ese entonces se suscitaban entre Anna Freud y Melania Klein sobre el papel de la fantasía en el desarrollo del niño.

A través de sus estudios en La Salpetriere, se impregnó de las orientaciones psiquiátricas de Sergio Lebovici, de Henry Ey y de Nacht. Más tarde recibió la influencia de Alfred Adler, uno de los discípulos más directos de Freud, quien se separó del fundador del psicoanálisis al no poder aprobar la extrema importancia que en ese entonces Freud le daba a la sexualidad.

Adler estaba convencido de que la personalidad humana tiene una finalidad; que su comportamiento, en el sentido más amplio del término teórico y práctico, es siempre función de una meta orientada desde la infancia; llamó plan de vida a esa orientación fundamental, muy anterior en el tiempo al Proyecto Fundamental de Sartre”.

“Las diferentes postulaciones psicológicas hicieron que Socarrás se informara cuidadosamente de las psicoterapias de grupo y del análisis transaccional de Berne.

Le correspondió introducir en Francia, en compañía de Dialkine y Kestemberg, el método del psicodrama, que estuvo muy en boga por algún tiempo y que fue el producto intelectual de Moreno, el brillante sefardita austríaco.

Socarrás comprende que las emociones primarias que para él son la alegría, el amor, el miedo, la tristeza y la rabia, deben ser puestas en evidencia con el supuesto previo de la sorpresa exitación, a través de la dramatización.

Así lo hizo con éxito y avanzó en forma impecable en el estudio práctico del tratamiento de las dolencias mentales. Posteriormente puso en práctica los métodos de relajación de Schultz, actualizados por Jean Lemaire y los autores ingleses”.

“A su regreso al país se dedicó por muchos años al ejercicio de su profesión psicoanalítica y al estudio profundo de las enfermedades mentales y fundó con el doctor Arturo Lizarazo la primera asociación científica de la especialidad.

Fue docente en la Universidad Libre y en El Externado de Colombia, y su desempeño en la dirección de la Escuela Normal Superior durante varios años, antes de su viaje a Europa de 1946, dejó en ella huellas imborrables. A él se debe buena parte de la reforma educativa del país.

Se interesó también por los problemas de salud pública y en el Congreso presentó los proyectos iniciales que condujeron a la creación del Ministerio de Salud, y le quedó tiempo para publicar extensos y bien conducidos estudios sobre la alimentación del hombre colombiano y las toxicomanías, entre los cuales vale la pena destacar su excelente trabajo sobre la marihuana.

Y para descansar de su actividad científica escribió cuentos magníficos que recogió en un volumen que tituló Viento del Trópico”.

(Lea También: Humanismo y Medicina en el Siglo XX)

“Pero en la estructura polifacética de su personalidad sobresalió siempre su amor por la medicina.

En 1976, cuando ingresó como Miembro de Número de nuestra Academia Nacional de Medicina, de la cual fue posteriormente Honorario, dio respuesta al discurso que me correspondió pronunciar para recibirlo, con palabras elocuentes. Dijo así el doctor Socarrás: “Cuán orgulloso me siento de ser médico.

¿Cómo no envanecerse de consagrar la vida a una profesión que nos permite realizarnos en la plenitud de los valores humanos? El hombre se hizo y se hace hombre por una rara cualidad de su ser, la capacidad que posee de comunicarse con otros hombres a todos los niveles de la persona. Podemos compartir alegría y amor en edad temprana.

Desde la alegría y el amor ingenuos que nos hacen sentir y devolver las sonrisas de la madre, hasta la alegría y el amor altamente espiritualizado que nos incitan a aceptar con júbilo el sacrificio de la propia vida en defensa de otras vidas.

O, como holocausto a creencias profundamente enraizadas en nuestra mismidad. Desde muy pronto nos sobresaltamos con el miedo que nuestra madre experimenta ante cualquier peligro que nos aceche”.

“Y más adelante, nos estremecemos con las muchedumbres pávidas en medio de los sacudimientos imprevistos del universo. La tristeza ata íntimamente a madre y niño convirtiéndose en el primer vínculo que resiste el abandono.

De grandes, nos dolemos con padres y hermanos, con esposa e hijos, con amigos y compañeros, de las rupturas transitorias o definitivas, de los adioses, de las ausencias, para no reincidir en la separación dolorosa.

La cólera acompaña nuestra respuesta inicial ante las frustraciones.

Más tarde la misma cólera vuelve a crisparnos en la compañía de los justos que reclaman contra la violación de la ley, las injusticias de cualquier índole y las desigualdades sociales…”.

“Y con relación al ejercicio de su profesión, se expresaba de la siguiente manera:

“A cada paciente que solicita nuestra ayuda, la primera receta que le extendemos es el don elemental de nuestra persona, como lo ha señalado sagazmente Michel Balint.

De allí que mantengamos a flor de labios la palabra reconfortante, y a flor de piel la actitud acogedora y el gesto que inspira confianza, a modo de invitación para que el otro se nos dé en la misma forma en que nosotros nos damos.

Entramos en la intimidad de sus hogares, y en su seno hemos de ser amigos, consejeros, confidentes. ¿Es que acaso podemos ejercer semejante ministerio encerrados dentro de nosotros mismos?”. (A. de Francisco. “José Francisco Socarrás”. 1995).

En una excelente monografía sobre el profesor Socarrás, el doctor Guillermo Sánchez Medina, su biógrafo y amigo cercano, se refiere a la labor desempeñada por Socarrás en la Rectoría de la Escuela Normal Superior durante varios años, en donde compartió el trabajo con Paul Rivet, Urbano González de la Calle, Luis de Zulueta, y otros intelectuales, desterrados de países europeos, que habían venido a buscar refugio en Colombia y que pertenecían a los más antiguos centros de estudio del Viejo Continente.

En el plantel educativo había secciones de ciencias sociales, filología e idiomas, ciencias biológicas y químicas, física y matemáticas, además del Instituto Etnológico fundado por el sabio francés Paul Rivet, durante la administración del doctor Eduardo Santos.

Figuras eminentes de la jurisprudencia, las ciencias y las letras, como Darío Echandía, Luis Eduardo Nieto Caballero, Enrique Pérez Arbeláez, Rafael Maya, José de Recassens, el padre Félix Restrepo y otros, se vincularon al profesorado de ese notable establecimiento en el que se formaron, entre otros, Luis Duque Gómez, Luis Florez, Antonio Panesso Robledo, Jaime Jaramillo Uribe y Virginia Gutiérrez de Pineda. (G. Sánchez Medina. “El Maestro José Francisco Socarrás”. 1996).

En sus últimos años, como lo señalara el doctor Luis Duque Gómez, lo más admirable del profesor Socarrás es que no tuvo “soluciones de continuidad, gracias a su recia y ejemplar voluntad de trabajo.

Su exitosa tarea de mediados del siglo en los establecimientos de educación, se prolonga todavía con igual brillo y trascendencia hasta hoy, ahora en un ámbito más amplio, en el grupo de sus numerosos lectores, que buscan con interés cotidiano el mensaje que el maestro sigue divulgando, en el que aparece el sereno y meditado planteamiento sobre los grandes problemas nacionales y la esperanza mesiánica de su posible solución”. (G. Sánchez Medina, ibid).

Menciona también Sánchez Medina en su biografía del doctor Socarrás, la fundación del Instituto Colombiano del Sistema Nervioso, en el cual fue el doctor Socarrás figura prominente, al igual que el establecimiento de la Sociedad Colombiana de Psicoanálisis, que él también contribuyó a fundar, y analiza algunos de los escritos del doctor Socarrás tales como su obra “El General Santander y la Instrucción Pública”; sus trabajos titulados: “Padilla, héroe y mártir de la patria”, “Juan Bautista Pavageau, amigo del Libertador”, “La personalidad de José Asunción Silva”, “La familia Esguerra en la Historia de Colombia”, “La Sierra Nevada de Santa Marta y sus culturas indígenas” y “La Enseñanza del Español en Colombia”. (G. Sánchez Medina, ibid).

Merece señalarse muy especialmente su “Elogio al doctor Luis Patiño Camargo”, trabajo con el que ingresó como miembro correspondiente de la Academia de la Lengua, como sucesor del profesor Patiño al fallecimiento de éste. Es un estudio admirable, el más clásico de los suyos, en donde son admirarse a la vez la pureza y elegancia del estilo y los nobles sentimientos que en él se expresan.

Quedaron infortunadamente inéditas sus magníficas traducciones de poemas de Jacques Prévert y algunos de sus estudios importantes sobre temas de historia, de psicología y de literatura.

En la vida del doctor José Francisco Socarrás son muchas las facetas que deben destacarse:

Como médico integral, siempre estuvo impregnado de su convicción firme de que el ejercicio de la medicina debía hacerse con un amplio sentido de apostolado, con bondad y generosidad.

Esta última era la misma cualidad, muy suya, que le hacía entregar a manos llenas sus conocimientos a sus discípulos, ya fueran de la Escuela Normal, de las Facultades de Medicina y de Ciencias o del Instituto de Psicoanálisis.

En el campo de la psicología, la psiquiatría y el psicoanálisis, brilló como verdadero Maestro y no descuidó por otra parte el cultivo de la literatura, de la filosofía y de la antropología, en donde dejó huellas de su acción importante.

Fue ante todo un gran educador y como tal sin duda habrá de ser recordado.


Vidas fecundas y admirables las de estos nueve exponentes de nuestra medicina, que en los siglos XIX y XX brillaron como estrellas de primera magnitud y cuyas acciones en el campo de la Medicina y del Humanismo deben ser destacadas como ejemplos a seguir por las generaciones venideras.

Casi todos practicaron en una u otra forma su profesión médica.

Muchos fueron eximios naturalistas y en ese campo descollaron por sus conocimientos y por la enseñanza que trasmitieron a sus discípulos. Otros se preocuparon más por las ciencias psicológicas y la filosofía, la astronomía, la historia y la política, y fueron doctos y ejemplares en esas áreas.

Algunos volvieron sus miradas hacia las raíces indígenas de nuestro suelo, estudiaron las características de nuestra nacionalidad, la lengua de los antiguos pobladores del país, y publicaron excelentes ensayos sobre esos temas.

Todos brillaron por el amor a la Medicina, y por su inmenso anhelo de profundizar en áreas que el Humanismo les ofrecía a sus espíritus inquietos.

Pero ante todo y por sobre todo actuaron en sus vidas admirables con absoluta, serena y encomiable honradez espiritual.

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