Humanismo y Medicina, Los Paradigmas

ADOLFO DE FRANCISCO ZEA, M.D

Cuando, en 1962, Thomas S. Kuhn publicó su obra clásica:

“La Estructura de las Revoluciones Científicas”, quizás el libro de mayor influencia en la moderna filosofía de la ciencia, introdujo el término paradigma, vocablo que desde entonces ha tenido notable aceptación no sólo en las ciencias naturales sino en la historia, la filosofía, la teología y muchas otras áreas del saber humano.

Kuhn consideró los paradigmas como realizaciones científicas universalmente reconocidas que durante cierto tiempo suministran modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica que los tiene por verdaderos, y cuyo trabajo está basado precisamente en la supuesta veracidad de los mismos.

Los historiadores se refieren, por ejemplo, a sistemas como la “Astronomía Ptolemáica”, la “Dinámica de Aristóteles” o la de Newton. Como modelos de pensamiento científico de otras épocas, que a su vez comprendían las creencias científicas de los tiempos en que se formularon, en los que tuvieron plena vigencia y en los que fueron aceptados como verdaderos.

Kuhn partió de la base de que muchos de los libros científicos de la antigüedad y multitud de las obras de los clásicos del siglo XIX sirvieron, por un tiempo. Para definir problemas y métodos legítimos de investigación para generaciones sucesivas de científicos.

Podían hacerlo porque presentaban y compartían dos características esenciales: en primer término porque sus logros, que habían carecido de precedentes suficientes, eran adecuados para atraer a un buen grupo de científicos separándolos de la actividad científica ordinaria; y en segundo lugar, porque eran lo suficientemente incompletos como para dejar sin solución muchos problemas destinados a ser resueltos por el nuevo grupo de hombres de ciencia.

Kuhn llamó “paradigmas” a las realizaciones que comparten esas dos características, término que consideró relacionado muy de cerca con la “ciencia normal”.

Al escoger el vocablo, señaló la manera como algunos ejemplos aceptados de la práctica científica proporcionan modelos de los que surgen tradiciones particularmente coherentes de investigación científica. Los hombres de ciencia, que aprenden las bases de su campo de investigación a partir de los mismos modelos concretos y comparten los mismos paradigmas, están sujetos a las mismas reglas y estándares para la práctica científica.

Este compromiso y el consentimiento aparente que provoca en el grupo, son requisitos previos para la génesis y la continuación de una tradición particular de la investigación científica.

Cuando la investigación y los adelantos de la ciencia permiten dar nuevas interpretaciones a hechos concretos, es posible que puedan surgir nuevos paradigmas que expliquen mejor la realidad que se estudia. Algunos de los nuevos, conservan algo de los antiguos; otros, los cambian por completo.

La historia de la ciencia y la de la técnica, suministran ejemplos importantes de modificaciones de paradigmas y de aceptación de otros nuevos más acordes con la realidad del momento. Como ejemplos de lo anterior se podría citar el paso de la teoría corpuscular de la luz a la idea de las ondas electromagnéticas; la evolución de las concepciones newtonianas de la física del universo hacia la postulación ulterior de Einstein sobre la relatividad y, posteriormente, hacia las concepciones de la mecánica quántica de Planck y Heisenberg. (Thomas S. Kuhn. “The Structure of Scientific Revolutions”. 1962, 1970).

No todos los nuevos paradigmas son de magnitud tal que logren cambiar las ideas científicas de toda una ciencia:

En ocasiones son en apariencia pequeños y pueden inclusive conducirnos a épocas cronológicamente anteriores de desarrollo. Tal es el caso del uso del vino para limpiar las heridas de los combatientes de las batallas en lugar del empleo del aceite hirviendo, como lo preconizó Ambrosio Paré, médico de los ejércitos de Francisco I, cuando casualmente se vio obligado a utilizar vino en la limpieza de las heridas cruentas. Tal como se hacía en la Grecia antigua, al no poder disponer transitoriamente de aceite en su hospital de campaña.

La descripción que hizo Paré de su descubrimiento es una de las páginas más bellas y emocionantes de la literatura médica del Renacimiento.

Los cambios de los paradigmas se hacen mediante las Revoluciones Científicas, según los conceptos ampliamente desarrollados por Kuhn en la obra a la que he hecho referencia.

Son ellas episodios extraordinarios que traen consigo modificaciones de los compromisos, sustentadas por nuevos esquemas de pensar y razonar y por claras demostraciones experimentales que las respalden.

Cada revolución científica necesita el rechazo, por parte de la comunidad, de una teoría antes reconocida como tradicional y verdadera para poder adoptar otra posición científica incompatible con aquella.

Para ser aceptada como paradigma, una teoría deberá parecer mejor que sus competidoras, pero no necesita explicar, y en efecto nunca lo hace, todos los hechos que se puedan confrontar con ella.

Sin embargo, no todos los nuevos paradigmas son aceptados con facilidad. Tanto en el caso de las ciencias de la naturaleza como la física o la medicina, como en el de las ciencias del espíritu como la teología, es quizás aplicable la afirmación que hizo Max Planck en su “Autobiografía científica”: “Una nueva verdad científica no se impone intentando que sus adversarios se convenzan y conviertan, sino esperando que desaparezcan y que la generación venidera se familiarice con la verdad”.


En medicina, las creencias precientíficas acerca del origen de las enfermedades sustentaron la idea de que éstas eran causadas por la acción de dioses o demonios; de allí que las relacionaran íntimamente con los mitos que suministraban explicaciones fundamentales y dignas de crédito sobre los hechos médicos.

Estas creencias fueron después cambiadas por otras, que al descartar casi por completo las intervenciones sobrenaturales. Intentaron dar una interpretación más racional de los hechos. Esta modificación trascendental de paradigma se debió a los médicos hipocráticos de los siglos V y IV antes de nuestra era.

En el ejercicio del arte y de la ciencia de la medicina, el advenimiento del Cristianismo introdujo un nuevo paradigma basado en la igualdad de los seres humanos que los hacía acreedores a los mismos derechos cualquiera que fuera su condición frente a los servicios que les podía ofrecer la ciencia médica.

El Cristianismo introducía además en la practica de la profesión dos ingredientes fundamentales: la bondad y la caridad. Ésta última señalada por San Pablo como la más importante de las virtudes teologales. Las nuevas verdades modificaron de plano las ideas que se tenían sobre el sentido de la vida, el papel terrenal de los seres humanos, su futuro ultraterreno, y por otra parte, la misión misma del médico.

Posteriormente, la Edad Media introdujo nuevas concepciones sobre el rol de los profesionales y de la medicina de acuerdo al tipo de sociedades de esa época, que a la vez habrían de ser cambiadas después en el Renacimiento, en la Ilustración, y finalmente en nuestros tiempos con el desarrollo de las llamadas sociedades en etapas de modernidad y postmodernidad.

En éstas últimas, se han producido notables desarrollos de la medicina tecnológica y de las diferentes modalidades de la medicina socializada, que han conducido a diversas y novedosas concepciones sobre el papel que deben representar tanto el médico como la medicina en el seno de la sociedad.


El estudio de los paradigmas en otros campos del saber humano, ha servido a muchos intelectuales para esquematizar y presentar sus ideas. Hans Küng, el célebre y controvertido teólogo cristiano holandés, investigador además de la Historia de las Religiones. Particularmente del Cristianismo, ha utilizado los modelos paradigmáticos para exponer su pensamiento. En su libro “Teología para la postmodernidad”, se pregunta si existe hoy en día una teología capaz de reaccionar adecuadamente a las exigencias de un nuevo paradigma.

Considera que al igual que en las ciencias naturales, la conciencia de una creciente crisis es también en teología la situación desencadenante de un cambio decisivo en determinadas concepciones básicas del pasado y, en definitiva, de la irrupción definida de un nuevo modelo de interpretación o un nuevo paradigma.

En el ámbito de la ciencia teológica, piensa Küng, empieza a imponerse una nueva visión del hombre, del mundo y de Dios, en la que la totalidad y sus detalles aparecen con una perspectiva clara y definida. (H. Küng. “Teología para la postmodernidad”. 1989).

(Lea También: Humanismo)

Ya en los tiempos del Nuevo Testamento se produjo una primera conmoción teológica, al ser sustituido el modelo judío del cercano cumplimiento apocalíptico de las profecías por una concepción histórica de la salvación, interpretada en sentido helenístico, con Jesucristo como centro de la historia.

Después de la gran constelación apocalíptico-escatológica de la primitiva comunidad judeocristiana, sobrevinieron los planteamientos teológicos de los primitivos padres de la iglesia. Para quienes la encarnación era el acontecimiento salvífico primario y cuyas convicciones en esa época diferían de las ideas de los primitivos cristianos.

San Agustin, en el siglo V, estableció un modelo de teología para los siguientes mil años, que Hans Küng sintetiza así: “Una misteriosa y tremenda doble predestinación: destino previo de unos a la salvación y de otros a la condenación. Una nueva interpretación de carácter sexual del pecado en cuanto pecado original.

Una nueva teología de la historia como ciudad de Dios y ciudad mundana, y una nueva interpretación psicológica de las relaciones de Padre, Hijo y Espíritu a partir de la naturaleza inmutable de Dios”, es decir la doctrina de la Trinidad. (H. Küng, ibid).

De igual manera, teólogos medievales como San Anselmo y Abelardo, apoyándose en San Agustín, no podían dejar de reflejar el modelo fundamental de pensamiento de su época, la medieval, esencialmente distinto del modelo de pensamiento protocristiano apocalíptico, y también del de los primeros padres griegos y latinos.

Posteriormente, Santo Tomás, en el siglo XIII, y más tarde Lutero, cambiaron los paradigmas, seguramente bajo la influencia de determinados presupuestos sociopolíticos. También con notables consecuencias sociopolíticas, ya fuese la eclesiología papista de Santo Tomas o la concepción luterana de la justificación y los sacramentos para los tiempos modernos.

La Reforma de Lutero, Zwinglio y Calvino, quienes mantuvieron entre sí enfrentamientos teológicos, planteó entonces nuevos modelos de pensamiento, nuevos paradigmas que fueron aceptados por buena parte de Europa y rechazados por los católicos. La Contrareforma que sobrevino de inmediato, intentó hacer distintos planteamientos con el apoyo de la teología tradicional, y sobre todo, adelantó importantes modificaciones en las normas conductuales de vida de los eclesiásticos.

Finalmente, en la actualidad, modernos teólogos cristianos de diversas vertientes, impresionados por la nueva filosofía racionalista-empirista y por la ciencia, aceptan como un hecho incontrovertible que ya no se podría hacer una teología como la que sirvió de base a la Reforma o la de la ortodoxia protestante.

Estos grandes modelos globales de comprensión de la teología y de la Iglesia ante los profundos cambios de las épocas, pueden designarse siguiendo a Thomas Kuhn, como paradigmas, y la disolución del viejo modelo de pensamiento por un nuevo paradigma como cambio del paradigma.

Considera Hans Küng que en la actualidad se requiere “no de un rígido canon de verdades inmutables, sino de un canon en constante evolución histórica; de condiciones básicas que una teología responsable del mundo contemporáneo deberá realizar. Para estar a la altura de los tiempos y también a la altura de los evangelios”.

Pero advierte casi de inmediato, al referirse al Congreso Ecuménico Internacional, llamado “Un Nuevo Paradigma de Teología”, celebrado en 1983 en la Universidad de Tübingen: “Aquí, en continuidad y discontinuidad, lo que comenzaba como innovación, terminaba siempre convirtiéndose en tradición. Ciertamente, a veces también se ignoraban los grandes procesos históricos de cambio, y entonces la tradición se convertía en tradicionalismo.

Entonces, como ahora, se intentaba conservar el viejo modelo de pensamiento, o bien restaurarlo con ligeros retoques”. (H. Küng, ibid).


La teología tradicional de todos los tiempos y de todas las confesiones consideró siempre como altamente sospechosa la categoría de lo nuevo. Como innovadores, fueron perseguidos, por católicos y protestantes, los herejes y los heterodoxos, difamados por todos los medios y liquidados si no físicamente al menos moralmente. Surge la pregunta de cómo se llega a lo nuevo y se llega a pensar que tanto las ciencias de la naturaleza como las del espíritu, a pesar de sus diferencias metodológicas, deben contemplarse cada vez más en un mismo contexto.

Karl Popper, en su libro “Lógica de la Investigación”, publicado en 1935, y posteriormente en su obra “La Racionalidad de las Revoluciones Científicas”, concluyó que no se construyen nuevas teorías científicas mediante comprobación positiva o por confirmación experimental, ni tampoco por verificación. Según Popper, sólo por refutación se llega a nuevas hipótesis y teorías científicas.

La ciencia se muestra entonces como un continuo proceso de “prueba y error”, que no conduce a una segura posesión de la verdad, pero sí a un progresivo acercamiento a ella; un proceso, por consiguiente, de constante cambio y desarrollo.

Considera, sin embargo, que en estos procesos la lógica en la investigación científica no es por sí sola suficiente; sostiene que la lógica, como teoría de la ciencia que es, deberá ser complementada por una historia de la ciencia y por una sociología de la ciencia. (K.Popper. “The Rationality of Scientific Revolutions”. 1975).

Piensa Küng que al igual que en las ciencias de la naturaleza, en la teología existe también una “ciencia normal” con sus clásicos, sus libros de texto y sus maestros, que se caracteriza por un crecimiento acumulativo de conocimientos. Por la solución de problemas o enigmas pendientes y por la resistencia firme a todo lo que pudiera suponer un cambio o supresión del modelo de interpretación establecido o paradigma del momento.

Pero señala además categóricamente que “un cambio drástico y paradigmático sólo puede darse en la teología cristiana, si ésta quiere seguir siendo cristiana, desde el evangelio y en todo caso por el evangelio, pero nunca contra el evangelio”. (H. Küng, ibid).

Las consideraciones anteriores nos permiten señalar que los modelos paradigmáticos son aplicables, no sólo a las ciencias de la naturaleza como la medicina, sino a otros aspectos de la condición humana relacionados con las ciencias del espíritu, y ciertamente también a manifestaciones de otro orden como el arte.

Todas ellas son expresiones o creaciones del espíritu humano que reflejan en una determinada etapa de la historia el modo de pensar, de razonar y de expresarse de cada época y constituyen el núcleo de lo que se ha conocido tradicionalmente como el Humanismo.

CLIC AQUÍ Y DÉJANOS TU COMENTARIO

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *