Humanismo

ADOLFO DE FRANCISCO ZEA, M.D

Humanismo”:

Según el diccionario Oxford de Filosofía, es un término que se relaciona con la tendencia a hacer énfasis en el hombre y su status, su importancia, sus poderes, sus logros, sus intereses o su autoridad. El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, en una definición menos completa, señala dos acepciones: el cultivo y conocimiento de las letras humanas y la doctrina de los humanistas del Renacimiento.

“Humano”, en el diccionario Webster de Lengua Inglesa tiene, entre otros, los siguientes significados: dotado de humanidad. Es decir, que tiene sentimientos y disposiciones propias del hombre como la ternura y la compasión; que tiene además la disposición para tratar a los demás bondadosamente suministrando alivio en caso de dolor o de angustia y apoyo en situaciones de indefensión o de desvalimiento; y que significa también benevolencia, bondad y misericordia.

El vocablo “humanitario”, relacionado con los anteriores, tiene que ver con humanidad y filantropía. Las definiciones de los diccionarios ingleses. Mucho más amplias que las del diccionario de la Lengua Española, son más adecuadas para las consideraciones que se hacen en este escrito.

Dos escuelas diferentes plantean concepciones distintas del Humanismo: Para una de ellas, el término “humanismo” se refiere a un complejo de valores perdurables, formulados hace muchos siglos en la antigüedad y complementado por ciertas ideas renacentistas, valores éstos de los que se dice que tienen idéntico significado para todos los hombres con abstracción de su ubicación cronológica y geográfica.

Para la otra, el término “humanismo” se refiere a un fenómeno históricamente variable que se desarrolla y transforma de un modo determinado en el curso de los siglos.

En el fondo, el espíritu humanista perdurable a través de los tiempos:

Fue expresado por Terencio en su conocido aforismo: “Nada de lo humano me es ajeno”, idea ratificada siglos más tarde por Goethe, quien sintetizó su pensamiento admirablemente al decir: “El hombre lleva en sí no sólo su individualidad sino toda la humanidad con todas sus posibilidades. Pero las limitaciones externas que operan sobre su existencia individual determinan que sólo pueda materializar esas posibilidades en escala restringida”.

En la Grecia antigua, los filósofos presocráticos o filósofos de la naturaleza, iniciaron el estudio del cosmos en su totalidad y el de algunos fenómenos particulares del universo como los terremotos o el tiempo atmosférico antes de derivar hacia la lógica y la metafísica; pero el movimiento humanístico griego como tal, sólo se inició merced a los sofistas y a Sócrates en el siglo V a.C.. Quienes “trajeron la filosofía del cielo hacia la tierra”, como lo expresara Cicerón varios siglos más tarde, cuando comenzaron a formularse preguntas en el terreno de lo social, lo político y lo moral.

El Humanismo, como lo señala el Diccionario de la Lengua Española, está vinculado de cerca con el Renacimiento, período histórico en el cual el hombre sustituyó a la Divinidad como centro de interés de los intelectuales.

Para el hombre renacentista en general, Dios continuaba siendo Creador y suprema autoridad, pero su actividad se estimaba como menos cercana, más de control que de interferencia cotidiana.

Esto permitió que surgiera una visión científica que mostraba al universo gobernado por leyes generales que habían sido para los pensadores renacentistas establecidas por Dios. Lo que es específicamente humanista de este desarrollo, fue el estímulo que se dio a la capacidad del hombre para conocer por su propio esfuerzo cada vez más acerca del universo, y también cada vez más su posibilidad de controlarlo.

Fueron sobresalientes en éstos desarrollos, Tomás Moro y Erasmo de Rotterdam en los campos de la filosofía, la teología y los conocimientos generales sobre la antigüedad, Pico de la Mirándola en las artes plásticas, y Paracelso, considerado como gran iniciador de las ciencias y precursor de la química moderna.

El Renacimiento empezó a comprender que la verdadera autonomía del hombre, no consistía exclusivamente en la libertad respecto de las autoridades religiosas y filosóficas sino también en la emancipación respecto de la esclavitud del mundo social que contradecía la condición humana.

Algunos pensadores se preguntaron si la forma en que vive el hombre es producto de su naturaleza o de las condiciones y circunstancias que lo obligan a comportarse de un modo y no de otro, para concluir con Erasmo, que la forma de vida del hombre refleja la estructura social y no la naturaleza de éste.

Allí se originaron las ideas conceptualizadas en el siglo pasado por Marx y desarrolladas en el actual por Eric Fromm acerca de lo que vino a llamarse Humanismo Socialista en los años sesenta del siglo XX.

Por otra parte, tanto el humanismo del Renacimiento como posteriormente el de la Ilustración que le siguió, se apoyaron en la convicción de que la tarea de transformar al hombre en un ser humano pleno dependía exclusiva o principalmente de la educación.

Esta, lograba conjurar la amenaza del fanatismo religioso para el hombre renacentista, y la de la esclavitud del hombre por la máquina y los intereses económicos, para el de la Ilustración.

Cuando se instauró el conflicto entre la religión y la ciencia en el siglo XIX, debido a la imposibilidad de armonizar los hallazgos científicos de Darwin con la lectura fundamentalista de los textos bíblicos, el Humanismo adquirió su asociación moderna con el agnosticismo y en cierta forma con el ateísmo.

El llamado Humanismo científico está relacionado con el racionalismo en el sentido de que apela a la razón y no a la revelación o a la autoridad eclesiástica como medio para inquirir sobre la naturaleza del mundo físico y la naturaleza, la moral y el destino del hombre; en éste último contexto se habla entonces de un Humanismo ético.

En el siglo actual, para los que sostienen que la ciencia puede proveer las bases de la moralidad, el Humanismo ético debe ser considerado como científico. Otros, que siguen también los postulados de la razón más que la autoridad religiosa, piensan, sin embargo, que la razón no puede suministrar las bases de la moral pero sí apelar a las emociones y a los sentimientos.

Algunos humanistas rechazan la idea de que la ciencia pueda responder a todas las preguntas que se formula el ser humano; otros, diferencian la ética humanística señalando como fin de las acciones morales el bienestar de la humanidad; no propiamente el cumplimiento de la voluntad divina.

En el curso de las últimas décadas se hizo evidente la separación de los pensadores e intelectuales en dos grandes grupos: de un lado los llamados hombres de letras, fundamentalmente filósofos, literatos e historiadores, y del otro, los científicos. Las diferencias tan marcadas de los dos grupos en su forma de concebir al hombre y al mundo y en la forma de expresar sus puntos de vista hizo que en 1959 Charles P. Snow hablara de “dos culturas diferentes”.

Años después, este mismo escritor postuló la futura emergencia de una tercera cultura compuesta por pensadores que tratarían de expresar sus reflexiones más profundas de una manera accesible al público lector inteligente. (J. Brockman. “La Tercera Cultura”. 1996).

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En los últimos años, los temas científicos y los nombres de los científicos empeñados de escribir sobre ellos, han tenido una inmensa difusión gracias a la facilidad de las publicaciones de divulgación y al desarrollo de los modernos sistemas de informática.

Una nueva visión sobre cuestiones fundamentales tales como las preguntas eternas acerca de dónde surgió y qué es el universo, de dónde surgió la vida y en dónde se originó la mente, han dado origen a esta nueva tercera cultura fundamentada en la importancia de la complejidad y de la evolución.

Hoy en día se tratan destacadamente y se divulgan con amplitud temas como la relación mentecuerpo, la biología molecular, la inteligencia artificial, el universo inflacionario, las supercuerdas, la biodiversidad, el genoma humano, el equilibrio puntuado, la realidad virtual, la hipótesis de Gaia y el ciberespacio, para mencionar sólo unos cuantos.

Para John Brockman, en su reciente libro “La Tercera Cultura”, editado con la colaboración de importantes científicos, lo que estamos presenciando “es el paso de la antorcha de un grupo de intelectuales, los intelectuales de letras tradicionales, a un nuevo grupo, los intelectuales de la tercera cultura que emerge”. (J. Brockman, ibid. 1995).

Los representantes más auténticos de éste grupo pertenecen a disciplinas tan diversas como la física, las matemáticas, la astrofísica, la cosmología, la bioquímica, la biología, la psicología y la filosofía. Muchos de ellos son evolucionistas, otros informáticos o ingenieros expertos en el desarrollo de modelos de información y son, en términos generales, buenos escritores. La mayor parte de ellos son materialistas declarados o agnósticos.

La clave del éxito que hasta el momento han tenido hace relación con la naturaleza interdisciplinaria de muchas de las empresas científicas en curso, con la necesidad imperiosa de hablar en un lenguaje más accesible a científicos de otras disciplinas diferentes a las del escritor, y con las inmensas y bien desarrolladas inclinaciones al diálogo permanente del que habían carecido en general los intelectuales de letras tradicionales.

Para aquellos dedicados a la ciencia fundamental, existe una confrontación personal con la naturaleza. En última instancia, se trata de intentar comprender asuntos tales como el sentido del tiempo, impulsados por la necesidad de saber qué es el universo y cuál el papel de cada uno de nosotros en el mundo que habitamos.

Es indudable que ninguno de los científicos en cuestión es poseedor de toda la verdad, aunque algunos, víctimas del pecado de hybris, tiendan a creerlo; es notable también la ausencia de un gran pensador que logre sintetizar el pensamiento de todos ellos y exponga en tesis unificadas por lo menos algunos de los temas investigados.

Quizás esto explique la arrogancia de muchos, la forma agresiva como expresan sus puntos de vista y el hecho de que en virtud de un fuerte compromiso emocional con sus teorías, las defiendan, como si fueran abogados, contra cualquier evidencia en su contra.

Esta nueva cultura, podría constituirse en el nuevo humanismo científico de fines del siglo XX y de comienzos del XXI, de acuerdo a las definiciones de Humanismo que señalamos anteriormente.


Un concepto íntimamente relacionado con el Humanismo es el de la Naturaleza Humana. Los filósofos se han preguntado si hay diferencias cualitativas entre el ser humano y otras especies animales, o si las diferencias son meramente cuantitativas y de grado.

Muy específicamente se preguntan si la naturaleza humana es buena, mala o indiferente. Platón, al hablar de las tres divisiones o partes del alma, la espiritual, la animal y la vegetativa, decía que los humanos se diferenciaban de los animales en su capacidad racional para percibir las Formas; afirmaba que de los tres elementos del alma, en algunos seres predomina uno de ellos sobre los otros dos.

Indicaba además que la naturaleza humana no era ni buena ni mala pero que la educación o la falta de ella podía inclinarla al bien o al mal.

Es ésta una concepción muy diferente de la judeo-cristiana posterior que, con la creencia en la Caída del Hombre, considera a los seres humanos en un estado de pecado del cual sólo pueden ser rescatados por la gracia de Dios.

El pensamiento filosófico de Santo Tomas de Aquino, derivado de las doctrinas aristotélicas, al formular la doctrina de la ley natural, hizo énfasis en que una adecuada concepción de la naturaleza humana no podía tener en cuenta solamente los aspectos espirituales del hombre con exclusión de los corporales, aspecto éste que ha sido muy destacado también en la moderna filosofía francesa de MerleauPonty.

Santo Tomás, de todas maneras, mantuvo firme su creencia en la diferencia radical del Hombre y de los animales, creencia que sólo vino a ser disputada en el siglo pasado cuando algunos filósofos, como David Hume, postularon la existencia de una continuidad entre las capacidades humanas de razón y sentimientos y las de los animales.

Qué es la “naturaleza humana”, según Maquiavelo?.

El filósofo renacentista lo expresa así: “Aquel que forma una república y le da leyes tiene que presuponer que todos los hombres son malos y que harán uso de su maldad siempre que tengan ocasión de ello”.

Y prosigue: “Los hombres se portan bien por necesidad; pero donde hay motivo de elección y puede obrarse con libertad, todo se llena repentinamente de confusión y de desorden”.

A la idea de la maldad inherente a la naturaleza humana, tan frecuentemente sostenida hasta el siglo XVII, y tan cargada de emotividad, se opusieron Rousseau y los románticos quienes consideraron que en el “buen salvaje” de las utopías de la época la naturaleza humana se encontraba pura y sin mancha.

Algunos evolucionistas pensaron, por el contrario, en la existencia de la naturaleza brutal y simiesca del ser humano y la necesidad de conquistarla, en tanto que Freud, años después, colocándose en un justo medio, hizo énfasis por una parte en los elementos innatos de la naturaleza humana y por otra, en los efectos cruciales del entorno familiar en su desarrollo.

Algunos “constructivistas” de la actualidad, niegan la existencia de una naturaleza humana esencial y arguyen que concepciones de este estilo son meros artefactos culturales a menudo inventados por una parte de la sociedad para luchar contra otra. Existe todavía un amplio espectro de posiciones más tradicionales, que se extiende desde los sociobiólogos que conciben la naturaleza humana como plenamente determinada, hasta los existencialistas y sus sucesores que la consideran como un producto de la libertad del hombre y que es, por lo tanto, esencialmente moral.

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