La Medicina Hipocrática en Grecia

ADOLFO DE FRANCISCO ZEA, M.D

Un Humanismo sólidamente basado en paradigmas cuyos constituyentes fundamentales fueron el orden, la justicia, la armonía, la belleza, el equilibrio y la medida justa de las cosas fue el que iluminó al mundo griego en esos siglos admirables.

No es de extrañar entonces que en la medicina griega de esa época se encontraran elementos paradigmáticos análogos, bien expuestos en los tratados médicos que conocemos hoy como Obras de Hipócrates o “Corpus Hipocraticum” atribuidos, además de Hipócrates, a muchos otros autores, médicos algunos y otros profanos de la medicina. Esas obras fueron recopiladas y guardadas celosamente por mucho tiempo en la gran Biblioteca de Alejandría.

Galeno relata en su comentario al libro de “Las Epidemias”, que “Ptolomeo III que era rey de Egipto, se volvió tan ávido por los libros, que ordenó que los libros que llegaran por barco al puerto se le trajeran en seguida. Después de copiarlos en nuevos papeles, entregaba las copias a los propietarios de los libros…. y depositaba los libros confiscados en la Biblioteca”. Al contenido de esos libros nos referiremos someramente más adelante.

La cultura griega estaba orientada tanto hacia la formación del cuerpo como hacia la formación del espíritu; de allí la dualidad de gimnasia y música, suma y compendio de la cultura antigua.

Al lado del músico, el poeta y el filósofo, surgió en forma paralela el médico como figura descollante de una cultura de alto refinamiento, que al decir de Jaeger, encarnaba además “una ética profesional ejemplar por la proyección del saber sobre un fin ético de carácter práctico; ética que se invoca constantemente para inspirar confianza en la finalidad creadora del saber teórico en cuanto a la construcción de la vida humana”. (W. Jaeger, ibid).

Por la influencia de la filosofía de la naturaleza a la que hemos hecho referencia, la medicina griega se convirtió en un arte consciente y metódico.

Al igual que los primeros filósofos jónicos, los médicos hipocráticos buscaron una explicación “natural” de los fenómenos observados haciendo a un lado las creencias primitivas en las acciones sobrenaturales; intentaron descubrir en la relación de causa a efecto la existencia de un orden general y necesario, y con gran seguridad confiaron en hallar la clave de los misterios del mundo a través de la observación minuciosa y del razonamiento.

Esto les llevó a no considerar la enfermedad aisladamente sino a centrarse en el hombre víctima de la enfermedad, con toda la naturaleza que le circunda, con las leyes generales que la rigen y con su calidad individual.

En los “Libros de Epidemias”, se hace ostensible la presencia de un auténtico espíritu de observación.

Los siete libros de ese tratado recogen multitud de historias clínicas, tan detalladamente descritas que aún hoy causan admiración, y en las cuales se refleja una relación muy directa del paciente y el médico. De la realidad de cada caso individual se pasa a las nociones generales y se termina con la descripción típica de la enfermedad.

Se señala la importancia de “describir lo pasado, conocer lo presente, predecir el futuro. Ejercitarse respecto a las enfermedades en dos cosas, ayudar o al menos no causar daño. El arte consta de tres elementos, la enfermedad, el enfermo y el médico. El médico es el servidor del arte. Es preciso que el enfermo oponga resistencia a la enfermedad junto con el médico”. (“Corpus Hipocraticum. Las Epidemias”. Lib I:11).

Las historias clínicas del tratado “Sobre las epidemias” se basan en la aguda observación y el registro minucioso de los hallazgos clínicos, y además en la mención de las experiencias de otros médicos: “Considero que es una importante parte del arte de la medicina el poder investigar también correctamente acerca de lo escrito.

Porque el que lo ha conocido y se sirve de ello no me parece que pueda equivocarse mucho en el arte.

Y es preciso aprender con exactitud la constitución de las estaciones, una por una, y la enfermedad, qué elemento común en la constitución o en la enfermedad es bueno, qué elemento común en la constitución o en la enfermedad es malo, qué enfermedad es larga y mortal, cuál es larga y con esperanzas de curación; cuál aguda es morta,; cuál aguda ofrece esperanzas de curación”. (“Corpus Hipocraticum.

Las Epidemias”. Lib III:16). En el largo camino recorrido por la medicina desde entonces, es posible apreciar cuán importante es la información acerca de lo que otros han experimentado en el pasado para evaluar el contenido de los modernos conocimientos.

Según la concepción popular, el paciente afecto de epilepsia o enfermedad sagrada era un “poseído” por la divinidad. En el breve escrito “Sobre la enfermedad sagrada”, se afirma lo siguiente: “Acerca de la enfermedad que llaman sagrada, en nada me parece que sea algo más divino ni más sagrado que las otras, sino que tiene su naturaleza propia, como las demás enfermedades, y de ahí se origina”. (“Corpus Hipocraticum.

Sobre la Enfermedad Sagrada”. Lib I:1). Con estas palabras se excluye el origen sobrenatural que se atribuía a la epilepsia. Al mismo tiempo, se señala al cerebro como el órgano en donde se localizan pensamientos y emociones: “Conviene que la gente sepa que nuestros placeres, gozos, risas y juegos no proceden de otro lugar sino del cerebro, y lo mismo las penas y amarguras, sinsabores y llantos.

Y por él precisamente razonamos e intuimos, y vemos y oímos y distinguimos lo feo, lo bello, lo bueno, lo malo, lo agradable y lo desagradable, distinguiendo unas cosas de acuerdo con la norma acostumbrada, y percibiendo otras de acuerdo con la conveniencia; y por eso al distinguir los placeres y los desagrados, según los momentos oportunos, no nos gustan siempre las mismas cosas”. (“Corpus Hipocraticum”, ibid. Lib I:17).

(Lea También: La Medicina en Roma)

Algunos de los filósofos de la naturaleza que además fueron médicos, como Empédocles, introdujeron las concepciones físicas de la filosofía de la naturaleza en la medicina al hablar de la doctrina de cuatro cualidades fundamentales, lo caliente, lo frío, lo seco y lo húmedo, que combinaron de distintas y curiosas maneras con la doctrina médica de los humores básicos, la sangre, la flema, la bilis y el agua.

En el tratado “Sobre la Dieta” se aprecia claramente esta idea: “Los seres vivos, tanto el hombre como todos los demás, están constituidos por dos elementos diferentes en cuanto a su propiedad esencial, pero complementarios en su funcionamiento: fuego y agua….. A cada uno de ellos respectivamente se le asocian estas cualidades: al fuego lo cálido y lo seco; al agua lo frío y lo húmedo…..”. (“Corpus Hipocraticum. Sobre la Dieta”. Lib I:3,4).

El ejemplo mencionado ilustra claramente la curiosidad espiritual de los médicos y la atención con que apreciaban todo lo que acontecía en el ámbito de la ciencia natural.

Poco a poco, y ante la necesidad de dedicarse a la observación minuciosa y al tratamiento práctico de los enfermos, la medicina se fue desligando de la filosofía de la naturaleza, después de haber alcanzado con la ayuda de ésta el rango de ciencia médica.

La physis o naturaleza concreta del hombre y no la general del cosmos, pasó a ser entonces el objeto primordial de la reflexión médica.

En un breve relato sobre el desarrollo de la medicina, Celso, el célebre escritor romano, atribuyó a Hipócrates, muchos años después, esa separación de medicina y filosofía: “Al comienzo, la ciencia de las curaciones se tenía como parte de la filosofía, de modo que el tratamiento de la enfermedad y la contemplación de la naturaleza de las cosas, comenzaron a través de las mismas autoridades….

Por eso observamos que muchos de los que profesaban la filosofía se volvieron expertos en medicina….

Pero fue Hipócrates de Cos, un hombre cuyo nombre es digno de ser recordado, notable por su habilidad profesional y su elocuencia, el que separó esta rama del conocimiento, de la filosofía”. (Celso. “De la Medicina”).

Posteriormente, la medicina fue adquiriendo cierto grado de especialización. Conviene señalar, sin embargo, que ésta no fue originaria de Grecia sino de Egipto. Ya Herodoto expresa lo siguiente refiriéndose a los egipcios: “Reparten en tantos ramos la medicina, que cada enfermedad tiene su médico aparte y nunca basta uno solo para diversas molestias. Hierve en médicos Egipto: médicos hay para los ojos, médicos para la cabeza, para las muelas, para el vientre; médicos en fin, para los achaques ocultos”. (Herodoto. “Los Nueve Libros de la Historia”. Lib II: LXXXIV).

Los textos hipocráticos se refieren al alma como una entidad material, idea derivada de Demócrito, entidad que “circula por sus propias partículas, sin necesitar de la adición o supresión de partes, sino que tan sólo requiere un espacio de acuerdo con el aumento o la disminución de sus componentes; cumple sus funciones en cualquier espacio, y acoge lo que le sobreviene…..

El alma humana, que presenta una combinación de fuego y agua y las partes del ser humano, se introduce en todo ser vivo que respira y ciertamente en cualquier humano, sea joven o viejo. Pero no en todos se desarrolla del mismo modo sino que en los más jóvenes se consume ligera en el desarrollo del cuerpo. En cambio en los de más edad, se gasta en la mengua del individuo”. (“Corpus Hipocraticum. Sobre la Dieta”. Lib I: 6,25).

Mas adelante, al referirse a los sueños, dice: “El alma, en tanto que está al servicio del cuerpo despierto, dividiéndose en muchas atenciones, no resulta dueña de si misma, sino que se entrega en alguna parte a cada facultad del cuerpo: al oído, a la vista, al tacto, al caminar, a las acciones del cuerpo entero.

La mente no se pertenece a sí misma. Pero cuando el cuerpo reposa, el alma, que se pone en movimiento y está despierta, administra su propio dominio, y lleva a cabo ella sola todas las actividades del cuerpo.

Así que el cuerpo no se entera pero el alma lo conoce todo, ve lo visible y escucha lo audible, camina, toca, se apena, reflexiona, quedándose en su breve ámbito. Todas las funciones del cuerpo o del alma, todas ellas las cumple el alma durante el sueño. De modo que quien sabe juzgar estas cosas rectamente posee buena parte de la sabiduría”. (“Corpus Hipocraticum. Sobre la Dieta”. Lib IV:86).

Los sueños “son divinos” y muchos siglos antes de que los interpretara Freud, los médicos hipocráticos se esforzaron por descubrir sus sentidos ocultos.

El médico griego de la escuela de Hipócrates se empeñó en demostrar que la medicina, como ciencia real, no era solamente una práctica benéfica como lo había sido en los tiempos homéricos, sino también un saber sobre el hombre y el mundo en el que vivía y habría de morir.

La hazaña intelectual de estos médicos ha sobrevivido como impulso hacia el conocimiento del hombre, más allá de sus limitados logros en los campos concretos del dominio científico que poseyeron. Tanto en la guerra como en la paz, el médico era un demiurgo necesario y apreciado, un “artesano” itinerante, hábil en su oficio, en una praxis que requiere la habilidad manual y el ejercicio constante de la inteligencia.

Los hipocráticos se empeñaron en fundamentar la medicina como saber, en una cosmovisión racional de las últimas causas del acontecer humano, pero a la vez, en una serie de prescripciones para actuar con una finalidad bien definida: la de velar por el mantenimiento de la salud y la de alejar las dolencias del cuerpo.

La salud fue concebida como un equilibrio interno al igual que los filósofos habían caracterizado el universo, y la enfermedad fue entendida como un trastorno del equilibro cuya restauración se hacía necesaria. No les fue tan importante darle nombres a las enfermedades cuanto estudiar el estado general del enfermo y observar la evolución del proceso morboso para poder prescribir el tratamiento adecuado, fundamentalmente la dieta.

Consideraron que el principio sobre el que descansa la alimentación del hombre sano y del enfermo es el mismo; en el fondo el principio de lo adecuado.

Pero el descubrimiento de este criterio no se llevó a cabo por el mero hecho de distinguir entre diversos tipos de alimentos, pesados y ligeros, sino que abarcaba también la determinación de la cantidad conveniente de alimento para cada constitución orgánica; estimaron que en la dosificación adecuada de lo que cada individuo debe soportar es donde se conoce al verdadero médico.

No existía una norma susceptible de ser fijada, con arreglo a la cual pudiera determinarse exactamente lo que convenía dar en cada caso; todo dependía del tacto seguro, el único que puede suplir la falta de un criterio racional.

Agregaron como ejemplo, a manera de aclaración: “La mayoría de los médicos, se parecen a los malos navegantes: cuando el tiempo es bueno o tolerable, no salen a relucir sus errores de navegación, pero cuando los sorprende una tormenta dura su incapacidad se pone de manifiesto ante todo el mundo….

Del mismo modo, cuando los malos médicos, y son mayoría, tratan a enfermos que no tienen nada grave y a los que no perjudicarían las más grandes equivocaciones, los profanos no advierten sus errores; pero cuando tienen que enfrentarse con una enfermedad virulenta y peligrosa, entonces sus fallos y su ignorancia resultan obvios a todos”. (“Corpus Hipocraticum. Sobre la Medicina Antigua”, 9).

En la antigüedad, muchos de los médicos se preocuparon más por la higiene o medicina de los sanos que por los verdaderos enfermos. Los cuidados de la higiene versaban sobre la dieta, que no solamente incluía la reglamentación de los alimentos del enfermo, sino todo el régimen de vida del hombre y especialmente el orden de los alimentos y de los esfuerzos impuestos al organismo.

En los escritos hipocráticos sobre las dietas son dignos de admirar el equilibrio y la armonía, el orden y el justo medio, que eran por otra parte los elementos filosóficos fundamentales de la filosofía presocrática y la de los grandes pensadores y dramaturgos que les siguieron.

La escuela hipocrática establecía el postulado según el cual el médico debe tener en cuenta la constitución total del hombre y su medio ambiente climático y local, lo que incluye irremisiblemente la necesidad de ocuparse en teoría de la naturaleza toda.

En opinión de Jaeger, “no era la reproducción servil por parte de algunos médicos de las teorías anteriores sobre la naturaleza lo que era con fecundidad filosófico en la medicina, sino el modo original y verdaderamente creador como los más capaces de ellos se esforzaban en comprender la “naturaleza”, partiendo de un fragmento de la naturaleza en conjunto, que nadie antes de ellos había escrutado tan profundamente y con una mirada tan clara para descubrir sus leyes particulares”. (W. Jaeger, ibid).

El médico hipocrático advertía de antemano que la enfermedad era una abstracción y que lo que él tenía ante sí era siempre un enfermo, un hombre sufriente, al que había que salvar con medios muy limitados.

El camino a seguir era necesariamente largo y difícil de recorrer, razón por la cual dieron relieve a la tesis grandiosa con que comienzan los aforismos hipocráticos: “La vida es breve, el arte largo, la ocasión fugaz, el intento arriesgado y el juicio difícil. Es preciso no sólo disponerse a hacer lo debido uno mismo, sino además que colabore el enfermo, los que le asisten y las circunstancias externas”. (“Corpus Hipocraticum. Los Aforismos”. I:1).

El autor hipocrático que escribió el pequeño tratado “Sobre la Ciencia Médica”, intento definir lo que creía que era la medicina: “Apartar por completo los padecimientos de los que están enfermos y mitigar los rigores de sus enfermedades, y no tratar a los ya dominados por las enfermedades, conscientes de que en tales casos no tiene poder la medicina”. (“Corpus Hipocraticum. Sobre la Ciencia Médica”, 3).

Este concepto sobre la inutilidad de la medicina en los casos que se consideran incurables ha sido debatido intensamente a todo lo largo de la historia, desde cuando el Cristianismo introdujo sus enseñanzas sobre la bondad y la caridad hasta nuestros tiempos, cuando las modernas Unidades de cuidado intensivo han intentado prolongar la vida más allá de los límites razonables de expectativa de curación.

Añade el médico hipocrático más adelante: “Pues si alguno reclama a la ciencia lo que no puede la ciencia, o a la naturaleza lo que la naturaleza no produce naturalmente, desconoce que su ignorancia es más afín a la locura que a la falta de conocimientos…. Cuando una persona sufre algún mal que es superior a los medios de la medicina, no se ha de esperar, en modo alguno, que éste pueda ser superado por la medicina”. (“Corpus Hipocraticum. Sobre la Ciencia Médica”, 8).

En el opúsculo “Sobre el Médico”, se destaca la importancia que los antiguos profesionales de la medicina concedían a la prestancia del médico, que se recomienda expresamente.

En un bosquejo rápido, la atención a la estética se conjuga con el aspecto ético para dibujar la silueta del médico honorable y merecedor del crédito popular. Se refiere al aspecto físico de elegancia y sobriedad, y en cuanto al espiritual, establece que el médico “no sólo debe ser callado sino ordenado en su vivir…. y que su carácter sea el de una persona de bien, mostrándose serio y afectuoso con todos…. En cuanto a su porte, muéstrese preocupado en su rostro pero sin amargura, porque de lo contrario parecerá soberbio e inhumano….

Sea justo en cualquier trato, ya que la justicia le será de gran ayuda… Ha de conservar su control, pues así debe estar dispuesto el médico en alma y cuerpo”. (“Corpus Hipocraticum. Sobre el Médico”, 1).

En el ejercicio profesional, el médico griego tenía obligaciones con los enfermos y su relación con ellos está explicada en las consideraciones expuestas en párrafos anteriores.

A la ética de la relación con el enfermo pertenece también el problema de los honorarios del médico. El mito había exaltado tanto la dignidad de la asistencia médica, que consideró sacrílega la retribución económica de quien la percibía.

En realidad, históricamente, la retribución económica perteneció en Grecia a la práctica habitual de la medicina aunque los escritos hipocráticos vituperaran los excesos y el “lucro deshonroso”. Existía un alto grado de filantropía que se fue incrementando en la época helenística como consecuencia de la reforma moral que la filosofía trajo consigo y del cosmopolitismo que de ella resultó.

A la tesis de Aristófanes: “donde no hay recompensa no hay arte”, se oponen en cierta forma conceptos helenísticos, como aquel al que hace referencia don Pedro Laín Entralgo en su admirable “Historia de la Medicina”: “Donde hay amor al arte de curar, hay también amor al hombre”; y el aforismo hipocrático que afirma que el médico “convierte en preocupación propia el dolor ajeno”.

El considerar que el médico debe actuar pleno de misericordia y de humanidad acerca el pensamiento antiguo al cristianismo que habría de elaborar y desarrollar este sentimiento de manera importante.

En uno de los opúsculos más tardíos del Corpus Hipocraticum, titulado “Sobre la Decencia”, se refiere el autor a los conocimientos de la ciencia y del arte de la medicina.

Dice así: “No están faltos de razón los que proponen que la sabiduría es útil para muchas cosas; naturalmente esa sabiduría que sirve para la vida….

La falta de ocupación y de actividad llevan a la maldad y son arrastradas por ella; en cambio el estar alerta y ejercitar la mente atrae las cosas que tienden al embellecimiento de la vida….

Si la inteligencia va a la par con el aprendizaje, inmediatamente el conocimiento revela la meta; a algunos es el tiempo el que les pone a su arte un viento favorable o les revela los medios para arribar, si se encuentran ya en esa ruta”. (“Corpus Hipocraticum. Sobre la Decencia”, 1,4).

En el siguiente aparte del opúsculo, se establecen las relaciones de la medicina con la sabiduría: “Hay que conducir la sabiduría a la medicina y la medicina a la sabiduría. Pues el médico filósofo es semejante a un dios, ya que no hay mucha diferencia entre ambas cosas.

En efecto, también en la medicina están todas las cosas que se dan en la sabiduría: desprendimiento, modestia, prestigio, juicio, calma, capacidad de réplica, integridad, lenguaje sentencioso, conocimiento de lo que es útil y necesario para la vida, rechazo de la impureza, alejamiento de toda superstición, excelencia divina.

De hecho tienen estas cualidades en contraposición a la intemperancia, la vulgaridad, la codicia, el ansia, la rapiña, la desvergüenza”. (“Corpus Hipocraticum”, ibid.).

Señala el médico hipocrático las virtudes que debe poseer el médico, que no son diferentes de las del ciudadano de la polis, pero sí más específicas y en cierta forma más obligantes.

Y aconseja al profesional en forma filosófica: “Haz todo esto con calma y orden, ocultando al enfermo durante tu actuación la mayoría de las cosas.

Dále las órdenes oportunas con amabilidad y dulzura, y distrae su atención; repréndele a veces estricta y severamente, pero otras, anímale con solicitud y habilidad, sin mostrarle nada de lo que le va a pasar ni de su estado actual; pues muchos acuden a otros médicos por causa de esa declaración del pronóstico sobre su presente y futuro”. (“Corpus Hipocraticum”, ibid, 5,16).

Algunos comentaristas han relacionado los párrafos anteriores con la filosofía epicúrea, especialmente en la idea de que la sabiduría debe orientarse a la vida y en la mención del médico filósofo.

Otros, los relacionan con la filosofía estoica por la forma como se recalca la importancia de la disposición natural del hombre; quizás también podría entenderse como un esfuerzo por divulgar el ideal del sabio estoico haciéndole bajar de un pedestal casi inalcanzable e insinuando la idea de que el sabio es el único capacitado para actuar correctamente en todos los órdenes de la vida.

Para Platón, el médico es la persona que en base a lo que sabe acerca de la naturaleza del hombre sano conoce también lo contrario de ésta, o sea la naturaleza del hombre enfermo, y sabe por tanto encontrar los medios y los caminos para restituirla a su estado normal.

A este concepto se atiene Platón para trazar su imagen del filósofo, llamado a hacer otro tanto con el alma del hombre y su salud (Platon, “El Gorgias”).

Para Jaeger, “el paralelo que Platón establece entre su ciencia, “la terapéutica del alma” y la ciencia del médico y lo que lo hace posible y fecundo, son dos cosas que ambas ciencias tienen en común: ambas clases de saber derivan sus enseñanzas del conocimiento objetivo de la naturaleza misma: el médico, de su conocimiento de la naturaleza del cuerpo; el filósofo, de su comprensión de la naturaleza del alma; pero ambos investigan el campo de la naturaleza, no como un montón informe de hechos, sino con la mira de descubrir en la estructura natural del cuerpo o del alma el principio normativo que prescribe la conducta de ambos, la del médico y la del filósofo o educador”. (W. Jaeger, ibid).

Aristóteles piensa que la medicina ayuda al filósofo a resolver el problema de cómo el individuo ha de encontrar la verdadera pauta de su conducta enseñándole a descubrir el comportamiento ético adecuado como un justo medio entre el exceso y el defecto, por analogía con una dieta física sana.

Jaeger agrega lo siguiente: “La ciencia médica no sólo fomenta la comprensión de los problemas y del pensamiento de la medicina en amplios círculos, sino que concentrándose en una órbita parcial de la existencia humana, la del cuerpo, obtiene conocimientos de importancia decisiva para la composición filosófica de una nueva imagen de la naturaleza humana y, por tanto, para la más perfecta formación del hombre”. (W. Jaeger, ibid).

Platón combinó las virtudes físicas de la salud, la fuerza y la belleza, con las virtudes del alma, la piedad, la valentía, la moderación y la justicia, en una unidad armónica reflejada en la vida física y espiritual del hombre.

Y como la igualdad y la armonía forman la esencia de la salud, el concepto de lo “sano” se extiende hasta formar un concepto normativo universal aplicable al mundo y a cuanto vive en él. La medicina griega fue al mismo tiempo raíz y fruto de esta concepción del mundo.

Si pudo conquistar una posición tan representativa dentro del conjunto de la cultura griega, fue porque supo proclamar en el campo más próximo a la experiencia inmediata del hombre la vigencia inviolable de esta idea fundamental del alma griega, estableciendo como ideal helénico de la cultura humana el ideal del hombre sano, tal como lo ha señalado Jaeger.

Entre los médicos griegos dignos de ser mencionados al lado de Hipócrates, sobresalen tres: Alcmeón de Crotona, quien formuló el concepto de la salud como armonía de los líquidos del cuerpo; con su escuela señaló que así como la mezcla de los humores del organismo determinaba la constitución, el temperamento y la salud, el pneuma vital era la fuente de la conciencia, en los pensamientos, las percepciones y las sensaciones.

Heróphilo de Calcedonia, quien investigó extensamente el campo de la anatomía e intentó integrar los resultados de sus estudios anatómicos con una extensa variedad de ejercicios y requerimientos dietéticos orientados a restaurar y mantener la salud; y finalmente, Erasístrato, padre de la fisiología, quien afirmó que la inteligencia del hombre estaba relacionada no con el tamaño del cerebro sino con la complejidad de las circunvoluciones cerebrales.

De los estudios de los dos últimos, derivaron cuatro escuelas: los dogmatistas que pensaban que los conocimientos anatómicos ayudaban a conocer las causas evidentes y ocultas de las enfermedades; los empiristas, que rechazaban la anatomía y la investigación de las causas de la enfermedad; los metodistas, que rechazaban la patología humoral y hacían énfasis solamente en el régimen dietético, y los neumatistas que consideraban que el pneuma era el origen de la vida y que sus trastornos, causados por el desequilibrio de los humores, eran la causa de las enfermedades.

Estas cuatro escuelas predominaron en los siglos anteriores y el posterior al nacimiento de Cristo, y establecieron un puente entre la medicina de los griegos y la que habría de ser la medicina del Imperio Romano.

Conjunto armonioso el que forma la medicina griega con las primitivas ideas sobre la filosofía de la naturaleza, los pensamientos de los principales filósofos de la antigüedad y los planteamientos de los más importantes poetas y dramaturgos.

Todo ello se encuentra englobado dentro de la concepción inicial de la areté y en los enriquecimientos que ésta noción fué adquiriendo paulatinamente y con inmensa seguridad a través de los siglos.

Un sistema adecuado de formas de pensar, de razonar y de sentir, de hechos y de acciones que modelaron para los siglos subsiguientes buena parte de la herencia que recibimos y de la que hablamos orgullosamente como nuestra estupenda herencia de los griegos antiguos.

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