Dieta e Hipertensión Arterial

MEDICINA FAMILIAR
EDUCACIÓN CONTINUADA PARA EL MEDICO GENERAL

La hipertensión arterial es uno de los principales factores de riesgo para el desarrollo de las enfermedades cardiovasculares y dada su frecuencia se le considera un verdadero problema de salud pública.

Los estudios epidemiológicos han demostrado ampliamente que la tensión arterial en las poblaciones se relaciona directamente con la cantidad de sal ingerida por día, la cual conduce al aumento del volumen extracelular y el balance de sodio se restaura a expensas de mecanismos neurales y hormonales para incrementar la excreción del sodio acorde con los aportes, entre los cuales se incluye el aumento de la tensión arterial con las naturales consecuencias. Igualmente los estudios de intervención en humanos y en animales, los estudios genéticos y ensayos clínicos, todos convergen en sus conclusiones, señalando a la sal como factor responsable importante de la epidemia de hipertensión arterial esencial en el mundo actual.

Por supuesto, la dieta baja en sal es la respuesta natural y la recomendación actual para la población general de los distintos organismos de salud mundial y de cada país, recomendándose no exceder de los 2.3 g/d de sodio o 5.8 g/d de sal en el caso de la población norteamericana.

La reducción de las cifras tensionales es directamente proporcional al grado de reducción en los aportes de sodio y su efecto es significativo tanto entre las personas hipertensas como en las normotensas, pero de mayor eficacia entre los primeros.

(Lea También: Nutrición en la Obesidad)

La hipertensión también se ha asociado a una baja ingestión de potasio y de calcio en la alimentación:

Debido al cambio en los patrones alimentarios que se han sucedido en la humanidad en forma relativamente reciente, por el incremento en los productos procesados y conservados, con reducción concomitante en el consumo de frutas y vegetales. El incremento en la dieta del consumo de potasio y calcio ha demostrado que reduce en forma significativa las cifras de la tensión arterial de la misma manera que lo hace la dieta baja en sal, también con efecto mayor en los hipertensos que en los normales, pero significativo en ambos.

Esta dieta consiste en el consumo aumentado de frutas y vegetales, ingestión corriente de lácteos bajos en grasa, leguminosas y cereales integrales, pescado, pollo y frutos secos y bajo consumo de carnes rojas, dulcería en general y bebidas dulces, de las grasas saturadas y del colesterol.

La combinación de estas dos dietas logra además un efecto significativo que es mayor al que se obtiene cuando se usa cada dieta por separado y que es superior al tratamiento farmacológico con un solo medicamento.

Además, se demuestra que los hábitos alimentarios pueden ser modificados a largo plazo por una proporción elevada de la población y que son bien tolerados, siempre y cuando se realice un programa de educación y asistencia adecuados, manteniendo la motivación y reforzando periódicamente los patrones adquiridos.

El efecto además de ser terapéutico es de carácter preventivo, pues la tensión arterial se reduce significativamente entre los sujetos normotensos, lo que le da mayor relevancia desde el punto de vista de salud pública.

Dieta y lípidos sanguíneos

La alimentación es el principal determinante exógeno sobre los niveles de los lípidos de la sangre, razón suficiente para que en caso de elevación anormal de éstos el primer paso a efectuar sea su manipulación. Los factores implicados incluyen el colesterol, las grasas en cantidad y calidad, el contenido calórico, los carbohidratos y el alcohol.

Los dos primeros se relacionan especialmente con los valores séricos del colesterol y sus fracciones, mientras que los restantes lo hacen con los triglicéridos y en menor grado con las fracciones de colesterol.

La dieta recomendada para la reducción del colesterol es la “de primer paso” según el National Cholesterol Education Program de EUA (NCEP) con disminución del consumo de grasa saturada a menos de 10% de las calorías totales diarias y cantidades equivalentes de monoinsaturados y poliinsaturados; colesterol a 300 mg/d y aumento del consumo de fibra en 15 g/d; una alternativa es la dieta mediterránea, la cual se diferencia de la anterior en que los ácidos grasos monoinsaturados representan más de 50% de las grasas de la dieta, mediante el uso predominante de aceite de oliva sobre otras fuentes de grasas para cocción o adobado.

Estas suelen reducir el colesterol sérico en 10% a 20% y mejorar el perfil lipídico en un porcentaje elevado de sujetos.

En caso de persistir elevado en sujetos de alto riesgo se debe intentar una segunda dieta que restringe el consumo de grasas totales a 25% y el colesterol a 200 mg/d, del dominio y competencia de la nutricionista dietista. La fibra tiene un papel útil, especialmente la fibra soluble (pectina) la cual puede ayudar a reducir el colesterol en hasta 10% reduciendo en especial la fracción de LDLc.

Para el caso de los triglicéridos, deben tenerse en cuenta los cuatro parámetros restantes.

En caso de sobrepeso u obesidad es necesario realizar un aporte calórico restrictivo que permita el descenso ponderal, lográndose a su vez la reducción de los triglicéridos séricos.

Esta restricción debe mantener los aportes de hidratos de carbono entre 50% y 60% del valor calórico total, logrando así reducir tanto los triglicéridos como las partículas ricas en ellos (VLDLc), en las cuales el contenido de colesterol no se altera.

Si además se realiza una restricción de las grasas totales alrededor de 25% del valor calórico se logra además una reducción del LDLc y de la relación colesterol total/HDLc, perfil que es menos aterogénico. La fibra por su parte reduce la trigliceridemia en una dieta rica en hidratos de carbono, retrasando y moderando su absorción, con menor elevación de la insulina plasmática.

El alcohol debe restringirse en todos los sujetos sensibles a él, no debiendo sobrepasar los 20 g/d en los hombres ni 10 g/d en las mujeres (uno y dos tragos respectivamente de cualquier tipo de bebida alcohólica), recomendación que es extensiva a los sujetos sanos.

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