Una Aproximación a La Ciencia y el Arte: Cuentos, Anécdotas y Recuerdos

La Enfermera de Negro

Corría el año 83 del siglo pasado, muy seguramente, si mal no recuerdo… Lo que recuerdo, lo que viene a mi memoria como si fuera ayer, son aquellos turnos nocturnos obligatorios. Quince días de día y quince días de noche; turnos de 13 horas diurnas: lunes, miércoles, sábado y domingo… martes, jueves y viernes… una noche sí y una no. Total qué difícil acostumbrarse, cuando ya le estaba “cogiendo el tirito” cambiaba al día. No así no se puede… protestábamos en voz baja, no muy duro eso sí porque la jefe de jefes no admitía reclamos, era así y punto.

Dedicación exclusiva mis queridas, esto es puro modelo americano… y como pagaban muy bien, lo mejor del mercado en ese momento, obviamente nos lo creíamos. Y es que nos “clavábamos” dos días y teníamos libre una semana, se imaginan ¡una semana!

¿Qué por qué cuento esto? Pues para que entiendan lo que era trasnochar… Prohibido dormir, descansar, cabecear, hacer corrillos, hablar duro; si tiene un rato libre, ¡a estudiar! Como las enfermeras gringas. No pierda tiempo, lea, estudie.

Pero no siempre teníamos ganas de estudiar, leer y ocupar el tiempo… especialmente seis enfermeras colegas reunidas. Sólo Dios sabe el trabajo que cuesta no quedarse dormida… Mi hora fatal entre las 5 y 6 de la madrugada, qué difícil, qué sueño… y que feo si te encuentra la supervisora o la jefe de jefes dormida, imposible… te vas a dormir pero a tu adorada casa y para siempre…

Pero, qué hacían seis enfermeras, cuando por fortuna el turno estaba suave (léase pocos pacientes, tranquilos y dormidos); cuando el paciente que no se dormía hasta recibir sus 20 gotas de sinogan en medio vaso de wisky había logrado hacerlo; cuando el paciente (un político muy importante) que hablaba de arte hasta las 12 de la noche, finalmente había conciliado el sueño; cuando la paciente que había timbrado para que arroparan a su esposo (quien dormía profundamente en la cama de acompañante) no se podía dormir porque de golpe su esposo amanecía resfriado y pobrecito… cuando acababa de pasar la supervisora y nos había visto muy ocupadas!!!

Pues les cuento: aprendimos y enseñamos a tejer con dos agujas, a tejer crochet, a bordar, intercambiamos recetas de los mejores platos, secretos y estrategias para levantar novio. Cómo no dormir (a punta de tinto y Coca Cola) o cómo dormir sin que la supervisora se diera cuenta, cómo hacerse cargo de todos los pacientes si no puedes dormir… yo era una de esas… Matilde intentó enseñarme a dormir.

Me daba instrucciones: ponga una toalla en forma de rollo sobre el mesón de la estación de enfermería, siéntese muy recta, doble la cabeza hacía la izquierda o derecha como si estuviera mirando al lado, gentilmente apoye y descanse la cabeza sobre la toalla enrollada, cierre los ojos y duerma, si puede!!! Qué no quede el logo de la Fundación Santa Fe de Bogotá encima, para que no despierte con la figura marcada en la mejilla, eso si que no… Si duerme tome precauciones.

Les confieso que nunca pude, y les juro que lo intenté, y que Matilde hizo su mejor esfuerzo… debo tener las orejas muy grandes porque la verdad es que me sobraban… Castigo por no aprender: cuide todos los pacientes y que no nos pesque la supervisora… Hacíamos tantas cosas para no dormir durante el turno de noche… una de nosotras cantaba (obviamente yo no), se subía al mesón, cerca de la maestra de los timbres y cantaba…

En esos maravillosos turnos, poco a poco, de pronto, empezó a acompañarnos un personaje que recuerdo con cariño: la Enfermera de Negro, deben haber oído hablar de ella, ¡cómo no! Vestida de blanco y una gabardina negra (sólo ella, nosotras las enfermeras de planta, teníamos que usar suéter blanco) se convirtió en una fabulosa ayuda en el segundo piso. Contestaba timbres, ponía patos, cambiaba líquidos, cuadraba goteos, en fin… ¡qué gran ayuda era!!! Al principio, nadie creía… luego tuvimos la certeza y sentimos miedo… pero por último nos acostumbramos… y después desapareció… ¡y como la extrañamos!

Pues les cuento, cuando un paciente timbraba y mientras llegábamos a la habitación 2032, 52 y 58, a contestar el llamado y resolver un problema, ya el pato estaba puesto, la cabecera abajo, la almohada acomodada, los pies arriba, las arrugas estiradas… qué extraño… qué raro… ¿quién será?… ¿quién será la graciosa?

– Doña Pepita, ¿qué se le ofrece?
– Gracias, pero ya vino la otra enfermera y me bajó la cabecera
– ¿Cuál enfermera?
– Una que no vi en el cambio de turno, pero es muy formal y eficiente.
– ¿Y cómo es?
– Pues un poco mayor, con un saco largo negro.
– ¿Y qué le dijo?
– Nada, ¿por qué?
– No, no, por nada, duerma tranquila..

Y salíamos muy extrañadas, al principio sólo extrañadas, pero después muertas del susto… Muy valientes encontramos la estrategia perfecta: todo timbre después de la medianoche debía ser contestado “en gavilla” más de una enfermera, nunca solas, ni por el chiras… siempre juntas, ni un paso solas. ¿Quién volvió a dormir, así? ¿Quién se quedaba despierto cuidando el piso?, así no… Ninguna duerme… Y sucedió…

Una de esas frías noches, pasada la medianoche, luces tenues, en la estación de enfermería, muy junticas envueltas en una cobija de lana (de la de los pacientes, para más señas, sacada del cuarto de linos), nos pusimos a hablar de espantos, contábamos historias de terror, que el monje sin cabeza, que las brujas de Cisneros, que las del Llano.

Quien produjera más miedo mejor, y cómo nos esforzamos por contar las historias más horripilantes… qué susto, por Dios… De pronto y justamente, de pronto, en la mitad de la historia más terrorífica, se escucha una voz de ultratumba: señorita… enfermera…, damos vuelta y vemos una figura blanca, que aparece de la nada, cubierta de pies a cabeza, sin rostro, y que repite con la misma voz de ultratumba: señorita… enfermera… Lanzamos, al unísono, enfermera y espanto, el más agudo y prolongado alarido que jamás se haya escuchado en la Fundación Santa Fe de Bogotá y sus alrededores, ¡inclusive Usaquén! y corrimos a escondernos… muertas del susto, casi infartadas… como casi se infarta ¡el espanto!!!

Pasaron los minutos, mejoró el pulso, respiramos profundo, nos llenamos de valor y en gavilla salimos a contestar un timbre que sonaba y de paso a buscar el espanto, eso sí muy junticas… Muy pronto descubrimos el espanto… era quien timbraba… no podía dormir…

En la mañana, enfermeras, pacientes, médicos, familiares, todos comentaban: algo muy grave debió pasar a la medianoche… Se escuchó un grito desgarrador… de terror, algo debió pasar, ¿qué pasaría?… En la mañana, entregando turno, nada comentamos, soreíamos, un recuerdo secreto grabado quedaría…

Después de esa noche de terror, nos fuimos acostumbrando a la enfermera de negro, aceptando su ayuda, qué maravilla, sin sueldo nos ayudaba… que chévere. La vieron los de Seguridad subiendo y bajando escaleras, la siguieron y la perdieron… nunca la vi, pero la sentí… y la verdad es que fue aprendiendo… y al final, antes de partir, cambiaba infusiones intravenosas y programaba las bombas de infusión… qué agilidad, qué habilidad…

Por qué y cómo desapareció… dicen que una supervisora brava y exigente la hacía morir de miedo… Dicen que la enfermera de negro sencillamente se esfumó, nunca volvió…

Memorias de una Sala de Cirugía

Es un día cualquiera a las 7 de la mañana del año… y en la sala quirúrgica No. 1. está programada una cirugía para ser ejecutada por el doctor José Félix Patiño Restrepo. La enfermera quirúrgica de entonces, la que siempre le instrumentaba, estaba incapacitada; entonces asignaron a otra, relativamente recién llegada, Luz Stella Gil Sánchez.

La nueva enfermera, una vez enterada de la intervención a la que fue asignada, estudió previamente cada una de las cuatro cubetas del espléndido instrumental que el doctor Patiño poseía, además de la técnica quirúrgica.

La intervención se inició puntualmente, como de costumbre con dicho cirujano. Él, concentrado en el campo quirúrgico, con sus poderosas lupas, y ella siguiendo la cirugía paso a paso.

En un momento, mientras montaba una sutura en uno de los porta agujas, el doctor Patiño llevó su mano derecha a la mesa de Mayo para coger una pinza de Kelly, y de pronto se escucha una palmada, que el material del guante quirúrgico hizo muy sonora, y una voz que decía: “Doctor Patiño, por favor, ésta es mi área” El cirujano, que siempre ha sido una persona respetuosa y maravillosa, la miró por encima de sus lentes sin decir nada.

Inmediatamente el doctor Edgar Celis, anestesiólogo asignado, brincó por detrás del doctor Patiño y le hizo gestos a la enfermera quirúrgica, indicándole que no volviera a repetir lo que había hecho. La cirugía transcurrió sin ningún contratiempo. Más bien con algunas intervenciones de buen humor de parte y parte.

Una vez terminado el acto quirúrgico y con el paciente ya en recuperación, se le informó a Luz Stella, QUIEN ERA el Doctor Patiño !!!. A continuación el doctor Patiño se dirigió inmediatamente a hablar con la Jefe de Salas. Todos los que participaron en la cirugía: enfermera, anestesiólogo, auxiliar y ayudantes observaban preocupados desde la sala esta situación.

Cuando de pronto, entra la enfermera Jefe, Amparo Valera, a preguntarle a la enfermera quirúrgica qué era lo que le había dicho y hecho al doctor Patiño!!! Porque él la estaba solicitando, para que desde ese día en adelante, fuera la enfermera que instrumentara en todas sus cirugías. Todos nos sorprendimos…

Pero es que teniendo en cuenta sus sabias palabras, el acto quirúrgico es como una orquesta, un director y cada uno de sus integrantes debe saber interpretar perfectamente su instrumento y conocer sus partituras, para no desafinar y lograr que la melodía suene perfecta.

Cada cirugía realizada por el doctor era una experiencia única; en la sala No. 1, su sala, se tenía listo desde la cámara fotográfica, los campos 80 x 80 para colocar la pieza quirúrgica, los guantes para ser usados en este proceso, los separadores de diferentes tamaños y formas, las 15 tijeras, las 14 pinzas de disección, las Allis y las Peet, los 18 porta agujas de diferentes tamaños y formas, y así muchos instrumentos más, todos fabricados especialmente para él, según su propio diseño, marcados uno a uno cuidadosamente, hasta la música…

Como en un vuelo aéreo, al que previamente se realiza una completa y cuidadosa lista de chequeo cada vez que despega el avión, nada debe fallar, ya que el piloto, al igual que nosotros, tiene la hermosa responsabilidad de cuidar seres humanos. El carro de la circulante también era detalladamente revisado, que no faltara ningún insumo o material quirúrgico, con un pedido de almacén previamente hecho, según el tipo de cirugía. Una vez iniciada la cirugía, como cuando se inicia el vuelo, ya no se puede salir de la sala.

Fueron miles de horas registradas en ese quirófano y también muchas visitas preoperatorias para conocer al paciente hospitalizado quien sería intervenido al día siguiente, y así por varios años.

Por ello, en muchas de las descripciones del doctor José Félix, aparece este dúo quirúrgico, Cirujano: José Félix Patiño, Instrumentadota: Luz Stella Gil. S. Al igual que en los grandes conciertos, todas sus interpretaciones se llevaron a cabo con éxito.

Hoy cuando nos encontramos en los corredores, siempre me expresa su afecto y por momentos recordamos juntos esos maravillosos tiempos de una cirugía compartida, disciplinada y realizada con profundo sentido de responsabilidad.

Autores


Memorias de un Equipo. Actividad organizada por la Oficina de Gestión Corporativa de la Fundación Santa Fe de Bogotá, para celebrar los 35 Años de la Fundación Santa Fe de Bogotá.

*Sonia Echeverri de Pimiento. Enfermera, Magíster en Bioética, Servicio de Soporte Metabólico y Nutricional. Hospital Universitario Fundación Santa Fe de Bogotá. Correspondencia: actual.enferm@fsfb.org.co
** Luz Stella Gil Sánchez. Enfermera de la Universidad Nacional de Colombia, Coordinadora de Gestión de la Dirección Médica. Correspondencia: lgil@fsfb.org.co
*** María Victoria Torres. Auxiliar de Enfermería, Servicio de Cardiología. Hospital Universitario Fundación Santa Fe de Bogotá. Gabriela Durán Vanegas ♣ Hija de Stella Vanegas, nueve años de edad.

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