Pócimas de bruja en la literatura del siglo de oro español: la otra cara de los agentes terapéuticos y psicotrópicos

Francisco López-Muñoz1 

Resumen

Los textos literarios del Siglo de Oro constituyen una interesante fuente para el estudio de la sociedad española tardorrenacentista y novobarroca, incluyendo sus figuras más marginales. En el presente trabajo, hemos analizado el mundo mágico de brujas y hechiceras desde la perspectiva del uso extraterapéutico de agentes farmacológicos y psicotrópicos, a través de los principales autores áureos, centrándonos, básicamente, en Miguel de Cervantes y Lope de Vega.

Se han estudiado los principales agentes empleados en la elaboración de las pócimas venenosas de bruja, destacando las plantas alucinógenas de la familia de las Solanaceae (bele-ño, mandrágora, belladona, estramonio, solano, eléboro), además de otras, como el acónito, la cicuta, la adelfa, la verbena o la adormidera.

Otras sustancias de procedencia animal o mineral también se emplearon en la confección de estos preparados (sapos, arsénico). Finalmente, se han analizado las posibles fuentes documentales en materia científi ca que pudieron utilizar estos dos destacados literatos, como el Dioscórides comentado por Andrés Laguna en ambos casos, y la Historia Natural de Plinio, comentada por Francisco Hernández y Gerónimo de Huerta, y el opúsculo Il Sapere Util’e Delettevole de Constantino Castriota, en el caso particular de Lope de Vega. (Leer también: La despensa de las brujas: el uso extraterapéutico de las plantas psicotrópicas)

Palabras clave: Sustancias psicotrópicas, Siglo de Oro, brujería, pócimas venenosas, Cervantes, Lope de Vega, Historia de la Medicina.

Witches’ potions in the literature of the spanish golden age: the other side of the therapeutic and psychotropic agents

Abstract

The literary texts of the Golden Age are an interesting source for the study of Spanish late Renaissance and early Baroque society, including their most marginal fi gures. In the present work, we have analyzed the magical world of witches and sorceresses from the perspective of extra-therapeutic use of pharmacological and psychotropic substances, through the main golden authors, focusing basically on Miguel de Cervantes and Lope de Vega.

The main agents used in the production of witches poisonous potions have been studied, highlighting the hallucinogenic plants of the Solanaceae family (henbane, mandrake, belladonna, jumsonweed, nightshade, hellebore), in addition to others, such as aconite, hemlock, oleander, vervain or poppy. Other substances of animal or mineral origin were also used in the preparation of these compounds (toads, arsenic).

Finally, we have analyzed the possible documentary sources in scientifi c matter that could be used by these two prominent writers, such as the Dioscorides commented by Andrés Laguna in both cases, and Pliny’s Natural History, commented on by Francisco Hernández and Gerónimo de Huerta, and the booklet Il Sapere Util’e Delettevole by Constantino Castriota, in the particular case of Lope de Vega.

Keywords: Psychotropic agents, Spanish Golden Age, witchcraft, poisonous potions, Cervantes, Lope de Vega, History of Medicine.

Introducción

La literatura del Siglo de Oro1 ha suscitado un enorme interés entre los investigadores de la medicina y de su historia debido al excelente abordaje que algunos de los autores de este periodo dorado hicieron del enfermo, de la enfermedad y de su tratamiento en muchas de sus obras.

En este marco, la aproximación farmacoterapéutica no constituye una excepción, incluyendo también los preparados elaborados con diferentes agentes naturales, fundamentalmente remedios herbales, por personajes situados al margen de la medicina oficial y ortodoxa.

El Renacimiento, en su vertiente médica, supuso un auténtico cambio de mentalidad en la forma de entender al ser humano, sus comportamientos y sus padecimientos, y comenzaron a triunfar los procesos de racionalidad y razonabilidad, durante este periodo.

Sin embargo, este conocimiento emergente, incluso en su fase más tardía, convivió con antiguas creencias propias de épocas pretéritas, heredadas del Medievo, sustentadas en la irracionalidad de la magia, los seres sobrenaturales y los animales fantásticos, la brujería o la presencia del maligno.

Estos hechos posibilitaron la proliferación de sanadores, herbolarias, alcahuetas, hechiceras, brujas y todo tipo de charlatanes que formaron parte activa de una sociedad, por lo general inculta, realizando a veces actividades del ámbito sanitario, mediante el uso de conjuros y remedios frecuentemente ajenos a la farmacopea oficial.

Del mismo modo, también manejaron, con objetivos extraterapéuticos, una gran cantidad de sustancias dotadas de propie­dades psicotrópicas, en algunos casos con fines ilícitos e incluso criminales (como es el caso de las pócimas venenosas), en otros de carácter adictivo (ungüentos de brujas), y las más de las veces con objetivos meramente crematísticos (filtros de amor y magia amatoria).

En este contexto, es posible apreciar en toda Europa el auge de una corriente socio-literaria en la que los mendigos, pobres, vagabundos, tima­dores, ladrones, estafadores, sinvergüenzas y, en general, las personas deprimidas y al margen de la sociedad de toda índole y condición, son los grandes protagonistas.

Y tal llegó a ser su número, que inspiraron, ocuparon y preocuparon no solo a los responsables de las jurisdicciones locales, sino también a artistas, literatos, haciendo de la picaresca uno de los géneros realistas más relevantes de la literatura española. Precisamente, brujas y hechi­ceras, muy relacionadas con el ejercicio heterodoxo de la medicina, ocuparon espacios destacados en la urdimbre narrativa de los literatos españoles de la época.

Las prácticas mágicas de estos personajes, que formaron parte de la imaginación colectiva del pueblo español durante los siglos XVI y XVII, esta­ban muy relacionadas en el sentir popular, como se discutirá ampliamente en el presente trabajo, con las minorías religiosas de la época, como los moriscos y los judíos2 (Caro Baroja, 2003), aunque también encontramos personajes de esta lid con supuesta limpieza de sangre.

Tal es el caso de La Celestina (1499), de Fernando de Rojas (1465-1541), obra que inauguró este género picaresco, donde se muestra detalladamente la despensa de las brujas y sus ingredientes, y donde la hechicería encontraría un terreno abonado para su posterior desarrollo literario. Y los agentes de naturaleza psicotrópica, tan habituales en este entorno, quedaron, asimismo, plasmados en muchas obras de la literatura áurea (López-Muñoz et al., 2008a, 2008b, 2008c, 2011a; López-Muñoz y Pérez-Fernández, 2016).


1 Doctor en Medicina y Cirugía y Doctor en Lengua Española y Literatura. Profesor Titular de Farmacología y Director de la Escuela Internacional de Doctorado, Universidad Camilo José Cela, Madrid. Instituto de Investigación Hospital 12 de Octubre (i+12), Madrid. Académico de número de la Real Academia Europea de Doctores. Académico correspondiente de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Cádiz. Académico correspondiente de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce.
1 El Siglo de Oro español constituye un periodo temporal superior a un siglo, coincidente con el auge y declive de la dinastía de los Austrias, y caracterizado por un extraor- dinario desarrollo de las actividades artísticas y literarias. Suele establecerse su inicio en 1492, con el descubrimiento del Nuevo Mundo y la publicación de la Gramática castellana de Antonio de Nebrija (1441-1522), y su fi n en 1681, con el fallecimiento del último gran autor áureo, Pedro Calderón de la Barca (1600-1681).
2 Véase, a título de ejemplo, la novela Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1617). En ella se pone de manifiesto, en la pluma de Cervantes, el profundo sentir popular sobre la vin­culación judía y morisca con las prácticas hechiceriles (Díez Fernández y Aguirre de Cárcer, 1992), donde se mezclaba, en el caso de la hechicería judía, la tradición hebraica por  los textos cabalísticos y su estrecho nexo con la práctica de la medicina.
En el presente trabajo analizaremos la forma en que los principales autores del Siglo de Oro abordaron el empleo de sustancias psicotrópicas para la elaboración de pociones venenosas en el entorno de las actividades brujeriles y hechiceriles de la época y cuáles fueron sus fuentes científicas, centrándonos básicamente en los dos autores más representativos de este periodo, Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616) (Figura 1A) y Lope Félix de Vega Carpio (1562-1635) (Figura 1B), sin excluir las aportaciones de otros grandes literatos y dramaturgos que recurrieron a este tipo de personajes, como Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645), Pedro Calderón de la Barca (1600-1681) o fray Gabriel José López Téllez (Tirso de Molina, 1579-1648)3.

Retratos de Miguel de Cervantes

Cervantes, Príncipe de las Letras y creador de la novela moderna, y Lope de Vega, el Fénix de los Ingenios y el dramaturgo más prolífico y erudito de la historia de la literatura universal, fueron los autores áureos más atraídos por el mundo de la hechicería y la brujería, y su fascinación por este universo mágico queda plasmado en múltiples personajes de diferentes obras, en algunas de las cuales los compuestos psicotrópicos constituyen un nos transporta al mundo real de las hechiceras y brujas y de su entorno y nos describe sus activiauténtico eje argumental.

Pero mientras Cervantes dades y los efectos de los filtros de amor, los bre­bajes venenosos o las pomadas de brujas desde una perspectiva ácida y crítica, Lope de Vega, aun sintiéndose atraído por estos personajes femeninos, no transmite su opinión sobre sus prácticas mági­cas y suele referirse a los agentes psicotrópicos y venenosos, a modo de bodegones florales, desde una perspectiva simbólica y alegórica, trufada de metáforas y reseñas mitológicas.

Del mismo modo, Cervantes, como familiar directo de profesionales sanitarios, asiduo viajero y perspicaz observador de todos los estamentos sociales de su época, y Lope de Vega, enfermo habitual de cuerpo y alma, y conocedor y transmisor del saber popular en sus inagotables obras teatrales, ambos lectores impe­nitentes, nos ofrecen en sus textos un testimonio ­crucial para ampliar nuestros conocimientos sobre el manejo de productos herbales, animales y minerales por parte de colectivos marginales durante este periodo. ­

La brujería y hechicería durante los siglos XVI y XVII: «España mágica, España embrujada»

En primer lugar, y desde la perspectiva pura­mente conceptual, es preciso establecer una clara distinción entre brujería4 y hechicería, dado que ambas acepciones se confunden con asiduidad. En cualquier caso, más allá de consideraciones teológicas, el de la brujería es un fenómeno com­plejo, resbaladizo en sus aspectos socioculturales y políticos, que resulta difícil de definir y desentrañar.

Y ello, porque es adyacente a todas las formas de superstición, así como a la enfermedad mental o a la picaresca, lo cual no tardó en convertirlo en un tópico literario y artístico (Pacho, 1975), del que la literatura áurea no supo evadirse.

En España, por su propia idiosincrasia cultural y política, la vinculación de las prácticas de hechi­cería y brujería con ciertos subgrupos de sujetos, fundamentalmente mujeres pertenecientes a mi­norías religiosas, como judías y moriscas, fue muy habitual5.

Asimismo, en la España áurea existía una manifiesta diferenciación entre brujería y he­chicería (Caro Baroja, 2003). Las brujas realizarían rituales y pactos satánicos, y solían ser gentes de ascendencia cristiana y vinculadas al medio rural, generalmente del Norte del país (véase Galicia, el País Vasco o Navarra).

Por el contrario, las he­chiceras, de origen generalmente morisco o judío, eran mujeres que se dedicaban a elaborar remedios y curas (relacionados con la salud o con el amor) y ejercían sus actividades en medios urbanos del ámbito peninsular más meridional.

Lara Alberola (2010) realiza incluso una cate­gorización de la tipología hechiceril en la España del Siglo de Oro, sobre todo en relación a su trata­miento en los textos literarios, y establece 5 arque­tipos: la hechicera celestinesca (correspondiente a alcahuetas reales y pobres, de edad avanzada, muchas veces falsarias, próximas al mundo de la prostitución, dedicadas casi en exclusividad a la magia amatoria y con una escuela de aprendices a su cargo), la hechicera étnica (donde se incluyen moras y moriscas, judías y conversas, y gitanas, proclives al engaño y maestras en conjuros).

La hechicera mediterránea (joven, bella, seductora, dotada para la adivinación y con dominio de los elementos y de la mente humana, y conocedora del arte de la botica), la bruja (vinculada a la maldad, el crimen y la muerte, experta en venenos y en el manejo de las hierbas, que establece un pacto con el diablo y practica sus actividades en comunidad) y finalmente una tipología híbrida o combinada de las anteriores.

El fenómeno de la persecución y la caza de brujas y hechiceras también fue diferente en Espa­ña frente a otros países europeos, pues mientras que la hechicería fue castigada con gran dureza, la brujería lo fue de forma muy limitada, lo cual se debió a las peculiaridades de la Inquisiciónespañola, dependiente de la Corona, que no del Vaticano, y con un fuerte componente nacionalista (Robbins, 1988).

Ello motivó que se persiguiera con más ahínco a las hechiceras, consideradas herejes, que a las brujas, con respecto a las cuales se mantuvo una postura templada en lo intelectual y por ello menos comprometida en sus aspectos teológicos. Y de hecho, la Inquisición se dedicó más a la limpieza étnica que a la persecución del demonio6.

De esta forma, mientras Europa era una auténtica hoguera y la «brujomanía» alcanzaba cotas de absoluta perversión, al ritmo marcado por los dominicos Heinrich Kramer (ca. 1430-1505) y Jacob Sprenger (1436-1495) en su célebre Malleus Maleficarum (1486), en España se entendía la brujería antes como una cuestión de ignorancia, que de auténtica herejía o maldad. 7

En cualquier caso, tras la criminalización de brujas8, hechiceras, curanderas o comadronas, y junto con los motivos religiosos y políticos expuestos previamente, también existía un fuerte componente folklórico y misógino9.

No es solo que la mujer fuera considerada débil y tendente al pecado por ser de la piel de Eva, tampoco únicamente que pudiera resultar proclive a la locura, sino también de un interés activo por parte de la institución eclesiásti­ca de apartar a la mujer de cualquier práctica que tuviera visos científicos10. De hecho, solo así puede comprenderse el diferente tratamiento de género que recibían hombres y mujeres acusados –o per­seguidos- de similares delitos ante los tribunales del Santo Oficio (Marsá González, 2009).


3 Para el manejo de todas las citas cervantinas, en el presente trabajo hemos empleado la edición de Florencio Sevilla de las Obras de Cervantes (Madrid: Editorial Castalia; 1999), así como la versión electrónica de la Fundación Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, especialmente útil para la localización de párrafos mediante estrategias de búsque­da bibliométrica, disponible en la página web http://www. cervantesvirtual.com/bib_autor/Cervantes/o_completas. shtml. Puntualmente también se ha usado la edición de Don Quijote de la Mancha del Instituto Cervantes, dirigida por Francisco Rico (Barcelona: Grijalbo Mondadori S.A., 1998), y se ha consultado su Centro Virtual Cervantes (http:// cvc.cervantes.es). También ha resultado de gran ayuda la página web del Centro de Estudios Cervantinos (http://www. centroestudioscervantinos.es). En relación a las obras de  Lope de Vega y de otros dramaturgos del Siglo de Oro, se ha empleado la base de datos TESO (Teatro Español del Siglo de Oro), que incluye 848 obras, de la cuales 303 corresponden a Lope de Vega: http://0-teso.chadwyck. co.uk.cisne.sim.ucm.es/frames/htxview?template=basic. htx&content=frameset.htx. En relación a Lope de Vega, también se han utilizado, de forma ocasional, las Obras de Lope de Vega, edición de Marcelino Menéndez Pelayo, reimpresas en 28 volúmenes en la Colección “Biblioteca de autores españoles” (Madrid: Atlas, 1963-1972) y las Obras completas. Comedias, bajo la edición de Jesús Gómez y Paloma Cuenca (Madrid: Biblioteca Castro, 1993).  
4 Terminológicamente, la brujería presenta dos acepciones muy relacionadas; por un lado, hace referencia a una serie de conocimientos, prácticas y técnicas que se emplean para dominar de forma mágica el curso de los acontecimientos o la voluntad de las personas, y por otro se refiere a las acciones realizadas mediante poderes sobrenaturales. Aunque, «brujería» también es entendida como aquellos engaños y supersticiones que cree el vulgo que realizan las brujas, sujetos a los que se les atribuyen poderes mágicos de carácter maléfico. Etimológicamente, el término «bruja» y sus derivados (bruxa, brixa) tienen un origen incierto, pudiendo corresponder a la palabra aragonesa broxa, documentada desde el siglo XIII. En la Península Ibérica también se utilizan las acepciones «sorguina» (País Vasco) y «meiga» (Galicia).
5 De hecho, términos como «sabbat», para referir las reunio­ nes nocturnas de las brujas, o expresiones como «Synago­ga Satanae», poseen una clara ascendencia hebrea.
6 Con la bula Ad abolendam, del papa Lucio III (1097-1185), se estableció la Inquisición (Inquisitio Haereticae Pravita­tis Sanctum Officium) en 1184, en el Languedoc francés. Inicialmente fundada para combatir la herejía albigense y cátara, esta institución se ocupó también, posteriormente, de perseguir duramente cualquier posibilidad de desviación de la ortodoxia católica, incluyendo, por supuesto, las prác­ticas de brujería.
7 Así lo prueba el hecho de que a partir de 1550 la mayor parte de las personas acusadas de brujería ante tribunales, como el de Calahorra, fuesen personas de etnia gitana, gentes de paso o descendientes de conversos (Caseda, 1998).
8 Popularmente llamadas también «comadres».
9 Amparado en la retórica de la mujer como ser débil y pe­caminoso tan habitual entre los teólogos.  
10 Es preciso resaltar que las mujeres dedicadas al curanderis­mo y la hechicería, a menudo, eran las únicas personas que prestaban asistencia sanitaria a una población desprotegida que carecía de otros medios para afrontar sus dolencias. Y esta asociación era especialmente clara en el caso de la partería, que era la ocupación médica fundamental de la mujer, al punto de que muchas de ellas se convirtieron en auténticas expertas en el uso de toda clase fármacos naturales para combatir los dolores del parto. No tardó, pues, en extenderse la teoría de que las comadronas-brujas robaban niños neonatos para devorarlos, intervenían en el ciclo de Dios mediante la práctica sistemática de abortos, o bien practicaban toda suerte de sortilegios para corromper las almas de los recién nacidos o provocar el nacimiento de demonios familiares valiéndose del ciclo natural establecido por la divinidad.

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