Medicina: Violencia, Racismo e Insalubridad en Colombia
Violencia, Sociedad y Salud. Foro del 8 de Junio
Académico Hugo Armando Sotomayor Tribín *
Hablar en el seno de esta Academia Nacional de Medicina para mí siempre constituye un acto de gran significación médica y política. Médica, porque a esta Academia han pertenecido y pertenecen los médicos que más han contribuido al desarrollo de la medicina en Colombia.
Por cuando en ella se han discutido los hechos sociales que rodean a la enfermedad y a la salud, la discusión siempre ha estado animada del mayor sentido de responsabilidad y compromiso con las necesidades del país y sus gentes.
La Academia Nacional de Medicina, con sus más de cien años de existencia, ha sido una importante fuerza civilizadora en Colombia. En ella la ciencia siempre ha ido de la mano con el amor a la patria. Ella ha cumplido su misión mejor que muchas otras fuerzas sociales y políticas del país. (Lea también: Panel: Racismo e Insalubridad en Colombia)
El trabajo presentado tiene un enfoque descarnado y sin eufemismos, histórico y actual. Es una reflexión que liga tres hechos sociales constantes en la vida nacional: violencia, racismo e insalubridad.
Las estirpes del actual pueblo colombiano, al igual que las de otros pueblos americanos, nacieron en un mundo de violencia ofensiva española y violencia defensiva indígena; de un encuentro entre la persecución del oro profano por los europeos y la defensa del oro sagrado por los indios.
Del choque entre las creencias respectivas de superioridad del blanco e inferioridad del indio y del negro; de la prepotencia y fuerza misionera de los evangelizadores católicos contra las chamanes indígenas y las creencias animistas de los negros; de la espada y la alabarda contra la macana y la flecha.
De la cruz de Cristo contra los bastones de mohanes y jaibanas; de manejos de conceptos de tiempo histórico, lineal, contra el de tiempos rituales, circulares; de la economía mercantil contra la economía de supervivencia; de las éticas de expoliación de la naturaleza y del ser humano para beneficio exclusivo de sí mismo contra las éticas del aprovechamiento pausado y temeroso de la naturaleza y del otro ser humano; y de ideas científico-mágicas europeas contra ideas empírico-mágicas indígenas.
En ese mundo de violencia militar, racial, religiosa, económica y sexual nacieron las estirpes mestizas, mulatas, zambas, cuarteronas, “tente para atrás”, ” sostente en el aire” y “de todos los colores”; de la compulsión sexual del soldado y aventurero español, solitario y armado con sus metales, pólvora y racismo, sobre la sorprendida, deslumbrada y más frecuentemente salteada o violada india o negra, nació aquella primera estirpe colombiana.
Padres violadores y madres violadas son los progenitores de la “Raza Cósmica”, del “Gran Mulato“, del “zambo” y del “mestizo” colombianos.
Con los españoles se ehtronizó la búsqueda de “El Dorado“; primero el oro de las sepulturas del Sinú, luego la leyenda de Guatavita, después las minas de oro de Antioquia, Popayán y el Chocó; más tarde la Quina, la época de la guaquería, el ciclo genocida del caucho …, la explotación de las minas de esmeraldas …, la marihuana … ; hoy el narcotráfico de la cocaína y la heroína.
¿Mañana, qué será?
Al racismo blanco, al desprecio, a la subvaloración, por parte del europeo y del español, de indios y negros, le nacieron hijos dilectos: resistencia pasiva, abandono y dejadez de sí mismo y de sus entornos, baja autoestima, desesperación y alcoholismo de estas razas vencidas y humilladas.
El proceso y la consolidación de la derrota indígena en los siglos XVI y XVII, tuvo su propia epidemiología: hambre, tristeza, suicidios, negación de la reproducción, tuberculosis; la esclavitud negra también tuvo su perfil médico-espiritual: huida, rebelión, desgano vital, lepra, tuberculosis. Epidemiología de la servidumbre y de la esclavitud.
Pasada la derrota, superada la esclavitud y sus efectos médico-epidemiológicos inmediatos y mediatos, quedaron las consecuencias, a largo plazo histórico, de ese mundo de heredado racismo larvado: la connaturalización con los factores de riesgo sanitario-suciedad, aguas negras estancadas, animales intradomiciliarios, promiscuidad, hacinamiento; y la gran pobreza económica para las comunidades de indios y de negros.
Cólera, paludismo, hepatitis B y fulminante, hepatitis A, fiebre tifoidea, altísimas tasas de morbi-mortalidad infantil, etc., para los lugares de más presencia negra e indígena en el país.
Con el racismo, con la violencia blanca cargada de desprecio contra lo negro y lo indio, con la baja autoestima y la pobreza de negros e indios y sus descendientes; con la búsqueda, por casi cinco siglos de “Los Dorados“, el país quedó y está atrapado en el manto de la violencia y en la nata de la inmundicia.
El manto de la violencia fue y es la lógica de una sostenida persecución por las riquezas fáciles, rápidas e ilegales; la nata de inmundicia fue y es el producto lógico de vivir, la mayor parte del pueblo colombiano, connaturalizado con las aguas residuales, las basuras, etc., y sentirse inferior al grupo dominante.
Derrota, tristeza y melancolía, esclavitud y racismo; “El Dorado“, coca, narco-guerrilla, no pueden sino generar, en términos de morbilidad y mortalidad, lo que han generado en este país: asesinatos sin cuento, tragedias reiteradas, insalubridad delirante y lo que está siendo una verdadera tragedia y suicidio colectivo nacional: la destrucción y dilapidación de toda la riqueza y biodiversidad de Colombia.
¿Hombres desesperados, con poco cuidado de sí mismos, acostumbrados a niveles altísimos de violencia contra sus congéneres, pueden acaso ser conservadores de las selvas, de la pureza de las aguas de los ríos, de la vida animal? La respuesta es sin lugar a dudas ¡NO!
Una conciencia de equilibrio con el medio ambiente natural no puede existir en hombres que no tienen conciencia de la necesidad del equilibrio consigo mismo y con su ambiente social.
Con los europeos y los africanos llegaron muchas enfermedades desconocidas hasta el siglo XVI en Colombia; por las necesidades militares de españoles y republicanos, muchas de esas nuevas enfermedades comenzaron a difundirse por todo el territorio nacional, a partir de las áreas de poder y ocupación. Comenzó así la historia geopolítica de las enfermedades infecciosas y carenciales en los últimos 500 años, en lo que hoyes Colombia.
El hambre avanzó con las huestes españolas y se quedó para siempre entre los indios encomendados y resguardados; la lepra escogió como su principal víctima a los negros esclavizados; la viruela penetró por la línea de comunicaciones militares y comerciales a todo el interior del país.
La fiebre amarilla urbana azotó a las naves y puertos marítimos de las potencias europeas en América, primero, y avanzó al interior del país, después, en la época republicana; el paludismo y la uncinariasis se dispersaron desde las costas y las zonas mineras al resto del territorio patrio, hasta llegar a la Cuenca Amazónica con el ciclo cauchero.
El escorbuto golpeó a los marineros, la pelagra a los indios, mestizos y pobres en general que obtenían sus energías casi exclusivamente de la chicha en el siglo pasado y primeros años del presente; el beriberi fue el golpe que recibieron los colonos y caucheros del Amazonas. Enfermedades tropicales ¡no!; enfermedades de la pobreza, del propio abandono y de la suciedad j sí!
Nuestro futuro sanitario depende de librarnos, de sacudirnos de nuestro espíritu de buscadores de “Dorados”, que tanta violencia ha generado; de romper nuestra tolerancia colectiva con la suciedad; de hacer desaparecer la impunidad.
Evitaremos la dilapidación de nuestro gran tesoro verde, de nuestra naturaleza, en la medida que superemos nuestro desequilibrio con nuestro propio medio social y conservemos una mejor higiene personal y comunal.
Debemos estar en guardia para no caer en la paradoja de disfrutar de los avances de la bio-tecnología, de las vacunas contra las enfermedades como la poliomielitis, la fiebre tifoidea, el cólera, la fiebre amarilla, el paludismo, etc., mientras dejamos inmutables las condiciones sanitarias que a éstas favorecen.
El Estado, el Gobierno debe luchar contra la corrupción, superar la impunidad, promover el desarrollo equilibrado; la guerrilla debe entender que su violencia mesiánica y demencial, su guerra prolongada -¡más prolongada que la guerra en China pre- Mao, que la guerra del Vietnam!- no ha llevado ni llevará a la conquista del poder, sino que esa lucha militar ya degeneró en lucha bandoleril o se ha transformado, a pesar de ellos, en violencia indiscriminada, ciega y callejera; que la violencia “Revolucionaria”, al igual que un río que no puede desembocar, se derrama hacia los lados creando caos y violencia sin control.
El racismo, la violencia racista colonial, dejó como herencia la violencia contra el “otro “, contra el “diferente” a uno; “El Dorado” y su persecución no han cesado; las diferencias políticas se tornaron y se siguen transformando en justificaciones de intolerancia ideológica y de prácticas de violento mesianismo político.
Acabar con la guerra irregular y sus códigos culturales de asaltos nocturnos, emboscadas, minas antipersonales, remate de heridos y vencidos, fusilamientos ilegales, desaparición de contradictores, torturas -que dejen o no huellas físicas-, secuestros, son las tareas del Estado y las guerrillas -de aquellas que todavía tengan algo de propósitos políticos-o
El Estado, al enfrentar y desarticular la violencia política, al dominar su inercia, contribuirá en forma táctica a la tarea estratégica de todo el pueblo colombiano de disminuir todas las otras formas de violencia cotidiana.
Si bien la tarea para disminuir el consumo de las sustancias psicoactivas, indispensable para acabar con la violencia generada por el tráfico ilegal de ellas, debe ser internacional y nacional, el Estado y la justicia colombiana deben aplicar condenas severísimas a los traficantes de ellas, que por su codicia, su “Dorado”, cada día exponen más al pueblo colombiano al escarnio universal y al riesgo de una aventura militar por parte de los Estados Unidos.
A los traficantes, a los “capos “, a las “mulas” se les debe enjuiciar, dentro de esta perspectiva geopolítica, casi como verdaderos traidores a la patria.
La tarea ciudadana de mejorar nuestra conciencia colectiva e individual contra la violencia y los factores de comportamiento personal que nos colocan en riesgos sanitarios. Nuestro propósito nacional debe ser cambiar nuestra “cultura de la violencia” por una “cultura de la paz”.
Comenta el Académico GILBERTO RUEDA PÉREZ. El panorama planteado por ambos expositores, cada uno en su género y cada uno en su estilo, es absolutamente aterrador. Lo malo es que coincide exactamente con la realidad.
El doctor Mardones ha presentado unos cuadros estadísticos que demuestran claramente cómo Colombia es el país más violento de América Latina y uno de los más violentos del mundo. Es una violencia que no solamente es de la guerrilla, del sicario, sino la violencia permanente que llevamos dentro de nosotros mismos y que se manifiesta en todos los momentos de nuestra vida: la violencia del tránsito, del hogar, la de no poder controlar las necesidades básicas del pueblo colombiano.
El panorama que pinta el doctor Sotomayor es un panorama pesimista en donde mezcla todas las circunstancias de nuestra Conquista, Colonia y Desarrollo como causa de esa violencia que vivimos. No sé hasta qué punto pueda verse como un panorama negativo; también tenemos que tener cosas buenas y seguramente las tenemos.
El moderador, Académico ZOILO CUÉLLAR-MoNTOYA, interviene. La herencia de violencia que tenemos todos estos pueblos iberoamericanos nace de esos siete o más siglos de invasión musulmana a la Península Ibérica, especialmente a España y de la lucha del pueblo español por la reconquista, durante todos esos siglos. Se debe pensar en el daño ecológico monstruoso, en esa violencia ecológica realizada por nuestra guerrilla al dañar los oleoductos y al lesionar todas las tierras por donde estos pasan, muchas en forma irreversible.
Se deben recordar también los campos de Castilla la Vieja, en donde se ven paisajes desoladores que nacen -dicen los historiadores- de la guerra de la reconquista española, durante la cual se talaron prácticamente todos los bosques castellanos para obtener armas para la defensa y el ataque de las villas sojuzgadas en su lucha contra los moros.
Pasada la toma de Granada, el 2 de mayo de 1492, en España quedan cesantes miles de hombres cuyo único oficio era hacer la guerra. Todo ese volumen de desempleados es vertido por la España conquistadora en los nuevos territorios descubiertos a este lado del Atlántico.
Hombres nacidos, crecidos, educados en la violencia componen la mayoría de las huestes conquistadores del Nuevo Mundo y, naturalmente, traen a estas nuevas tierras toda la violencia de la que son portadores innatos.
A esto se debe sumar la venida de los esclavos negros a nuestro Continente. Con unos actos de violencia absolutamente monstruosos y unas condiciones lamentables, infrahumanas, vividas por esas pobres gentes en los barcos: eran muchos los embarcados y sólo unos pocos los que llegaban a nuestras costas.
Esa raza violentada lleva en sí la impronta de esa violencia con la cual fue arrancada de su tierra natal, separada de sus seres queridos, transportada como recua de animales y maltratada durante siglos de esclavitud, y ha plantado en su nuevo hábitat la mencionada impronta de violencia.
Así mismo sucede con el panorama del indígena en nuestro medio. Recordemos cómo fue la recepción inicial de los indígenas -Colón mismo lo dice en su diariofue positiva, y el gran Almirante pondera la forma tan agradable como lo recibieron. Pero la violencia iniciada por los hermanos Pinzón, compañeros de Colón, fue la causante del desastre ocurrido en el Fuerte de Navidad, primer asentamiento de españoles en tierras americanas.
Cuando llegó Colón a este lugar, en su segundo viaje, todos los españoles habían sido asesinados por los indígenas.
Si nos trasladamos al altiplano, después de la fundación de la ciudad de Vélez, vemos cómo los españoles, después de trasladar la ciudad -hacia septiembre del año de 1539- al otro lado del Río Suárez, salen a buscar ese oro impío –contra el sentido religioso que tenían de éste esos indígenas-o Ellos los reciben también en forma cordial y los atienden, pero al no encontrar el oro que codiciaban, los españoles maltratan a estos pobres indígenas para quitarles las pocas cosas doradas que poseían.
La respuesta del indígena es entonces, cómo no habría de serlo, violenta ante el extranjero que le secuestra a su hijo, que le viola a su mujer y que le hace toda suerte de maldades: todo finaliza en una guerra cruel, con castigos infames del pueblo dominador sobre el pueblo dominado y, naturalmente, con reacciones no menos crueles del indígena hacia el español.
Tenemos entonces una carga inmensa de violencia en nuestra sangre, porque todos tenemos sangre española, muchos tendremos también sangre de estos indígenas y somos todos herederos de esa lucha de siglos.
Ese parangón y esa representación en nuestro medio nos explica aquello del impacto social, que tendremos que vislumbrar y al cual debemos dar alguna solución, tanto desde el punto de vista médico como desde una posición responsable, de ciudadanos comprometidos con el bienestar de la comunidad, de la nación.
* Médico cirujano de la Universidad Nacional. Miembro correspondiente de la Academia Nacional de medicina desde el 4 de junio de 1992. Secretario de la Sociedad Colombiana de Historia de la Medicina
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