Violencia Cotidiana. Impacto Social

Medicina: Violencia, sociedad y salud. Foro del 11 de Mayo

Doctor Ismael Roldán Valencia
Presidente Federación Médica Colombiana

Agradece el doctor Roldán la invitación hecha al grupo de Investigación Interdisciplinaria constituido por la profesora Myriam Jimeno, antropóloga; el doctor David Ospina, la doctora Sonia Chaparro, antropóloga; el doctor Luis Eduardo Jaramillo, el doctor José Manuel Calvo y el doctor Ismael Roldán.

Presenta el trabajo realizado durante 2 años, patrocinado por Colciencias y auspiciado pór el Centro de Estudios Sociales (CES) de la Universidad Nacional y por la Asociación Colombiana para el Avance de las Ciencias. Este trabajo fue realizado en el Hospital San Juan de Dios en una de las consultas externas más anodinas, aparentemente, en lo que se refiere a la violencia: la consulta externa de dermatología.

Se tomó la gente del común, se estudió el comportamiento asociado a la violencia en la ciudad de Bogotá. (Lea también: Enfoque General del Temario, Violencia, sociedad y salud)

La violencia, como otros hechos de la vida social, nos es familiar y vecina y aventuramos opiniones sobre su ocurrencia. Pero también nos es desconocida y extraña, lado oscuro que parece acompañar la condición humana.

¿En qué forma colombianos del común han experimentado la violencia, cómo la explican y de qué forma sociedad y cultura nuestras suministran los marcos para que aumente o disminuya en ciertos momentos? ¿Cómo se alimenta su dinámica y se construyen patrones de referencia para que el individuo decida cómo actuar frente a su presencia, frente a sus heridas?

A través de un estudio exploratorio sobre un sector social urbano de bajos ingresos se examinaron los factores culturales y psicológicos asociados a hechos de violencia y a la interpretación y representación de su ocurrencia. La entrevista estructurada y las historias de vida permitieron reconstruir las situaciones experimentadas por los entrevistados a lo largo de su vida, tanto dentro del hogar como en la calle.

Se entrevistaron 264 personas que resultaron en su mayoría mujeres, mayores de 15 años, en su mayoría de fuera de Bogotá, con más de cinco años de residencia en esta ciudad, pertenecientes a los estratos de menores ingresos y se alcanzó una confiabilidad del 80%, con un margen de error del 5%.

Este estudio de carácter interdisciplinario, en el cual participaron antropólogos, profesores de Universidad, estadistas y profesores de la Facultad de Medicina, permite sacar conclusiones válidas para el sector popular urbano y sus relaciones con la sociedad colombiana.

P¡:ra la selección de los entrevistados se identificó un grupo que representara de manera adecuada a ese sector social, sin que tuviera especiales experiencias de violencia. Justamente, se consideró la necesidad de mirar el fenómeno no en los grupos o los individuos caracterizados como violentos, sino en su gestación difusa y cotidiana, en la vida diaria, donde seguramente se encuentran los referentes psico-culturales de sus extremos individuales o colectivos.

Evitamos así concentrarnos en los casos extremos o patológicos. Nos preocupó la violencia que está presente en la vida diaria de la gente, con la que se enfrenta en la casa y le sale al paso en la calle y lo que tienen en común. Vale la pena hacer notar un cambio generacional aún incipiente, dado por el diálogo como el medio más apropiado para corregir y resolver conflictos interpersonales en el hogar.

Para ello es preciso comprender las explicaciones que la gente brinda, pues muestran los significados culturales de las interacciones violentas y cómo las personas tratan de entender situaciones que implican dolor y angustia.

En esta investigación cerca de la mitad de los entrevistados sufrió maltrato en su hogar durante la niñez, y un 13% del total castigos, brutales, de los cuales la mayoría corresponde a quienes tienen más de 50 años. Después de los niños, las personas mayores de esa edad fueron las más maltratadas en el hogar actual, el que más insiste en la noción de violencia también como correspondiente a la agresión grave, física o patológica.

Llama la atención que la mayoría de los entrevistados no reconocen una causa clara que ocasionara el castigo, si bien es posible para el analista encontrar recurrencias.

Seguramente estos casos estudiados reflejan parcialmente los 4.715 reconocimientos por lesiones personales realizados por Medicina Legal a menores de 18 años durante 1992 y las 1.026 muertes violentas de menores de 15 años ocurridas en 1993. Una tercera parte de los entrevistados sufrió maltrato en su hogar actual. Los niños, los mayores de 50 años y las mujeres son, en efecto, los blancos predilectos de la violencia cotidiana hogareña.

¿Tiene esa violencia alguna conexión con otras formas de violencia y con los altos índices de violencia en Colombia? ¿Existen violencias específicas o existe un entramado entre algunas de sus manifestaciones, de manera que conforman un tejido de relaciones que están presentes en muchas de ellas y en otras conductas sociales?

La Autoridad en el Hogar. De los cuadros estadísticos, de los relatos y las historias de vida de los entrevistados sobresale, en primer lugar, que las experiencias son identificadas de manera clara por quienes las han sufrido.

De ninguna manera las interacciones violentas son normales para ellos; son explicadas, que es otra cosa, a la luz de un conjunto de representaciones para las cuales es central el propósito del maltratador de prevenir comportamientos indeseables, la noción popular de corregir.

La intención última de la corrección legítima en el uso de la violencia contra los hijos, incluso su uso preventivo, antes de que ocurra un comportamiento sancionable.

De allí nace una forma de ejercicio de la autoridad dentro del hogar que cobija al cónyuge y que la ejercen también las mujeres frente a sus hijos. La caracteriza una relación opaca, no evidente ni directa entre castigo y comportamientos o transgresiones del comportamiento y la propensión a desbordarse, pues pequeños eventos pueden desencadenar severos maltratos.

El estudio muestra que un área de especial sensibilidad, donde existe una tensión interna que desemboca con facilidad en el ejercicio de la violencia hogareña, es el mantenimiento del control y la cohesión del grupo familiar. Alrededor del uso del tiempo, del cumplimiento estricto de órdenes a menudo excesivas o absurdas, del control de las amistades, del sexo, se agrupan las interacciones violentas.

La frecuencia y la magnitud de los conflictos, sugieren un temor a la pérdida del control por parte de la autoridad familiar. El estudio sugiere que existe una asociación significativa entre el hecho de haber sido maltratado en el hogar de origen y el sentirse nervioso, triste y desconfiado.

Se observó también una asociación estadística significativa entre el estado de ánimo, la necesidad admitida de recurrir al mal trato en el hogar actual y el haber sido maltratado en el hogar de origen.

En forma similar, la dificultad para controlarse cuando se está enojado, fue altamente dependiente de la frecuencia con que se maltrata en el hogar actual y haber sufrido maltrato en la infancia. Otros efectos menos evidentes, se perciben en la concepción que así se forja sobre la autoridad y su ejercicio.

La Noción de Respeto. La noción de respeto como categoría folk para referirse a la relación con los padres, tienen el significado ambivalente de afecto y miedo simultáneamente. El respeto inhibe el contraataque del agredido y traza límites para sus respuestas.

No sólo las condiciones de dependencia (afectiva, económica) son las que permiten que se soporte un mal trato reiterado. Las condiciones objetivas adquieren significación y valor operativo a través del respeto, código cultural que pone en marcha significaciones emocionales y guía los comportamientos.

El respeto es una noción ambivalente, que entiende a la autoridad como indiscutible, que se vive con fatalismo y se ejerce de manera arbitraria y sin relación evidente con sus propios fines educativos. Impredecible, al borde del exceso hasta llegar a la crueldad, la autoridad en la casa se acepta como un mal inevitable por amor, y sobre todo por miedo.

La noción de respeto pone en marcha mecanismos psicológicos mediante los cuales los individuos pretenden adaptarse a una situación que les causa sufrimiento físico y psicológico: ante todo permite articular una justificación de las acciones violentas.

La corrección y el aprendizaje se emparentan por la vía del maltrato en esas interacciones. El respeto pone en marcha también los mecanismos de la huida, la evasión y la desconfianza. De allí que, pese al deseo expreso de los entrevistados por manifestar solidaridad ante hechos de violencia contra terceros, se trate de ignorarlos o guardar pasivamente con la esperanza de no ser atacados.

No es de extrañar que más del 70% de los entrevistados eludan toda relación con los vecinos y supongan que el origen de los conflictos es personal.

Violencia como Prevención contra la Indefensión.

La autoridad arbitraria es entonces el aprendizaje central en las interacciones violentas en la casa. Cuando los individuos enfrentan la sociedad exterior se encuentran de nuevo con una autoridad equívoca, arbitraria e impredecible.

El 70% de los entrevistados habían sido robados una o más veces, 45% atracados y el 14 violados. Sin embargo, sólo el 23% acudió a alguna autoridad en estos casos. El 28% había demandado a alguien y la mitad quedaron insatisfechos con los resultados.

El 85% dijo no confiar en la justicia ni en la policía. Para los entrevistados, quienes representan a la autoridad o bien están ausentes o son impredecibles, e incluso pueden ser peligrosos.

Las personas no encuentran reglas sociales claras, y quienes abocan hechos de violencia no saben si van a encontrar en esa autoridad protección, desconocimiento o la propia autoridad se volverá en contra de ellos. Las acciones de la autoridad dependen de las circunstancias y de la calidad de los autores involucrados.

Quienes tienen una posición social más alta pueden manipular a su favor la autoridad, que es circunstancial y maleable. Quizás entonces la arbitrariedad, como la esencia de la noción de autoridad, es aprendida desde el hogar, es el sustento vasto de las relaciones cotidianas en la vida social en su conjunto.

La fragmentación de poderes y su multiplicación, son el reverso de los límites del poder de arbitraje del estado en los conflictos sociales. Este, en sus muy variadas caras, no sólo es débil o ausente, sino principalmente es impredecible. Esta arbitrariedad induce a que en la solución a los conflictos sociales se acuda con facilidad relativa a la violencia, en cierta medida como prevención ante la indefensión o el temor del individuo.

Si se ocupa una posición baja en la jerarquía socioeconómica, se es especialmente vulnerable a la ausencia de reglas, y poco se espera de la autoridad, que no se reconoce por atributos legítimos de mediación en los conflictos. Es el terreno fácil para acciones y contra-acciones violentas.

Las personas son susceptibles a pequeñas lesiones o pérdidas aparentes de autoimagen en las interacciones sociales, especialmente en las situaciones que afectan el control social y se teme el propio desconocimiento, tanto en la sociedad como dentro del grupo familiar.

En contraposición, el miedo y la pasividad se vuelven mecanismos psicológicos esenciales en la adaptación al entorno. Por otra parte se encontró, en un primer nivel, que a la violencia se la simplifica, se 1a polariza y se la dramatiza en los medios de comunicación. Sin embargo, en las historias de vida esta violencia expresada en los medios se desdibuja, siendo prioritario 10 familiar, 10 personal y 10 vivido.

La ingestión de alcoholo la falta de recursos económicos sirven como detonantes circunstanciales de una corriente de aprendizaje cultural más vasta, que lleva a recurrir a la violencia ante los conflictos.

Conclusiones

Estructura social, experiencias particulares y nociones culturales se retroalimentan para dibujar un mundo social impredecible y eventualmente hostil, que se vive con desconfianza, nerviosismo y tristeza. La tensión que esto implica, puede desembocar en violencias múltiples, difusas o extremas.

La violencia es identificada en forma clara por las personas e implica sufrimiento para quienes la han vivido.

Existe un hilo conductor entre el aprendizaje sobre la autoridad y las expresiones violentas en el hogar y las experiencias de violencia en la calle.

Hay una desconfianza evidente en las figuras de poder y las instituciones que representan la autoridad, producto de ese aprendizaje; 10 que favorece acciones y contra-acciones violentas como manera de prevenirse frente a la incertidumbre y la indefensión.

La agresión, el maltrato y la violencia no pueden ser analizados e interpretados exclusivamente a partir de sus manifestaciones extremas, la guerrilla, la delincuencia y el narcotráfico. Debe ser enfrentada desde los aprendizajes tempranos.

Hay un cambio generacional en la actitud de las personas para solucionar los conflictos en el hogar, que se evidencia en el hecho de que los más jóvenes consideren el diálogo como una salida esperanzadora. Esta actitud positiva podría fomentarse a partir de programas específicos dirigidos a los diferentes estamentos de la sociedad.

Dado el aislamiento relativo de los entrevistados, los medios de comunicación, y en especial la televisión, juegan un papel importante en la construcción de modelos de representación de la violencia. Nada es más realista que la realidad corregida, subrayada por la dramatización polarizadora; la realidad simplificada y trivializada para hacerla fácilmente comprensible. Por lo tanto, es importante llamar la atención a los medios para que modifiquen esa tríada sintomática en la presentación de la noticia.

Se precisa fomentar programas específicos dirigidos a la protección contra el maltrato y la violencia sobre los niños y las personas mayores de 50 años.

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