La Relación Médico – Paciente

ADOLFO DE FRANCISCO ZEA, M.D

Relación médico-paciente es aquella que se establece entre dos seres humanos:

El médico que intenta ayudar al paciente en las vicisitudes de la enfermedad y el enfermo que entrega su humanidad al médico para ser asistido.

Esta relación, que existe desde comienzos de la historia, es variable de acuerdo a los cambios mismos que ha experimentado la convivencia entre los hombres, desde la mentalidad mágica dominante en las llamadas sociedades primitivas, hasta la mentalidad técnica que prevalece en los tiempos actuales.

El paciente y el médico se reúnen en una relación dual para el logro de algo que importa medularmente a la persona del paciente y que está inscrito en su propia naturaleza: la salud.

La relación médico-paciente, que se expresa por una parte en el diagnóstico y el tratamiento, se establece también en la esfera afectiva para constituir aquella philia o amistad de que hablaron los griegos, o transferencia como la consideran los actuales psicoanalistas.

En esa forma, la relación médico-paciente es, como lo señala Duhamel, el encuentro de una conciencia, la del médico, con una confianza, la del paciente.

Por razón de su esencia, la relación médico-paciente es siempre ética, y si se acepta que toda ética descansa sobre una visión religiosa del mundo, la relación médica se hallará siempre más o menos explícitamente arraigada en una determinada posición del espíritu frente al problema de la religión.

(Lea También: El Nuevo Humanismo)

Examinada desde el punto de vista de la filosofía y de la ciencia del siglo XX:

La relación médico-paciente se establece entre dos globalidades, que en los términos filosóficos de MerleauPonty, son dos corporeidades o totalidades, la del médico y la del paciente, cada una de las cuales está dotada de elementos físicos, vitales y psíquicos.

Pero más allá de los hechos que ocurren en la esfera de lo físico-orgánico y de los que se presentan en el campo del psiquismo, es necesario tomar en cuenta los aspectos espirituales de los seres humanos que trascienden y van más allá de esos hechos orgánicos y psíquicos, como los ha señalado el psiquiatra vienés Víctor Frankl, mencionado atrás en relación a sus estudios sobre la Persona Humana. Para Frankl, la persona no sólo es unidad y totalidad en sí misma.

En ella están presentes la unidad físico-psiquico-espiritual, y la totalidad representada por la criatura “hombre”. El hombre representa entonces un punto de interacción, un cruce de tres niveles de existencia o de tres dimensiones, la física, la psíquica y la espiritual; pero dentro de esa totalidad, lo espiritual se contrapone a lo físico y lo psíquico.

Si se proyecta al hombre desde el ámbito espiritual que le corresponde naturalmente, al plano de lo meramente psíquico o físico, se sacrifica no solamente una dimensión, sino justamente la dimensión humana.

El aspecto espiritual del ser humano, que es importante de resaltar al hablar de la relación médico-paciente:

El que lo diferencia del animal, es su capacidad de trascender y de enfrentarse consigo mismo.

La persona no se comprende a sí misma sino desde el punto de vista de la trascendencia; más que eso, el hombre es hombre sólo en la medida en que se comprende desde la trascendencia, y también sólo es persona en la medida en que la trascendencia lo hace persona, como lo ha señalado admirablemente el padre Pierre Teilhard de Chardin en su libro “Le phénoméne humaine”. (1955).

Por otra parte, en la relación del médico y el paciente interviene también el sentimiento religioso, no entendiendo el concepto de religión como teología sistemática, ceremonias de culto y organizaciones eclesiásticas, sino como aquel sentimiento que definió bellamente William James en su clásica obra “The Varieties of Religious Experience” (1982), como la religión personal en la que confluyen las disposiciones interiores del hombre mismo, su conciencia, sus merecimientos, su impotencia y su sensación de ser incompleto, y cuyos actos morales son personales, no rituales; religión personal en la que se establece “una relación directa, de corazón a corazón, de alma a alma, entre el Hombre y su Hacedor”. William James se refiere a ese sentimiento religioso como capaz de conferir al hombre una nueva visión de su vida que ninguna otra parte de nuestra naturaleza puede llenar con éxito.

La relación médico-paciente así concebida, ha adoptado modalidades diferentes de ser en las distintas épocas históricas y según las condiciones socio-económicas y políticas del momento en diferentes culturas y áreas geográficas; a ellas he hecho alusión a todo lo largo de este estudio y no es necesario extenderse más sobre el asunto.
Todas esas modalidades de relación tienen un elemento común, un común denominador que debe destacarse y que está presente siempre que la relación médico-paciente sea adecuada y correcta: el encuentro de una totalidad, la del médico, con otra totalidad, la del paciente, empeñados ambos en el logro de un objetivo común, la salud del enfermo.

En la medicina actual, altamente tecnológica de las grandes ciudades, y en la medicina social que cada vez se está convirtiendo en una realidad, es posible lograr, mediante un noble esfuerzo, que se establezca ese tipo de relación adecuada entre el médico y el paciente, cuyos beneficios han de ser incalculables tanto para los enfermos como para los médicos, dentro de los parámetros en los cuales se lleve a cabo el ejercicio de la profesión de la medicina, ya sean ellos los de la medicina privada, la de prepago, la asistencial o la docente universitaria de los hospitales.

Si la relación médico-paciente no es adecuada, en la misma forma inadecuada lo será la medicina que se practique, así sea de la más alta tecnología y eficiencia.

Lograr el establecimiento de ese modelo de relación médico-paciente sólo es posible en la actualidad si se rescatan, por el médico y para él mismo, aquellos Valores Humanos que señalamos al hablar de la medicina de la antigüedad; valores que se hicieron más firmes con el advenimiento del Cristianismo y en el período fecundo de la medicina islámica, que se atenuaron sin desaparecer en la edad media, que se modificaron durante el Renacimiento y la Ilustración, y que han ido paulatinamente depreciándose en las épocas de modernidad y postmodernidad en que vivimos, bajo el imperio de la medicina tecnológica y de la medicina social.

El rescate de esos Valores Humanos tal como fueron instituidos de manera tan noble en civilizaciones del pasado, puede hacerse a través de la educación y del ejemplo, situándolos en nuestro tiempo, dentro del marco de un Humanismo moderno en donde impere la ciencia a la par que la ética y una sana filosofía de la vida.

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