El Médico en la Biblia

ADOLFO DE FRANCISCO ZEA, M.D

Desde varios siglos antes del nacimiento de Cristo, en algunos de los libros del Viejo Testamento:

Especialmente en los del Pentateuco atribuidos a Moisés, y en el libro de Job, se encuentran numerosas alusiones a diversas enfermedades frecuentes en esa época en el Medio Oriente, en especial las relacionadas con la piel y con diversas epidemias; pero sólo en el libro apócrifo de Sirach, llamado también el Eclesiástico, se habla específicamente del médico. El libro de Sirach es la porción más extensa de la literatura israelita de la sabiduría que ha sido preservada en la Biblia, y es aceptado y se le encuentra como texto apócrifo en las Biblias católicas; no así en las protestantes. Modelado en gran parte en forma similar al libro de los Proverbios, el Eclesiástico es una compilación de materiales que incluyen máximas éticas y morales, proverbios, salmos de alabanza, lamentaciones, reflexiones teológicas, exhortaciones y observaciones agudas sobre la vida de los hebreos y las costumbres de los judíos en el siglo II a.C. Fue escrito por Jesús ben Sira, y el nombre latino de Eclesiástico sugiere que fue empleado extensamente en la liturgia de la primitiva iglesia cristiana. El autor se identifica y sintetiza el contenido del libro de la siguiente manera (“Eclesiástico”, 50:27 a 29):

27. Enseñanza prudente, consejos oportunos
de Simón, hijo de Jesús, hijo de Eleazar, hijo de Sira,
28. como brotaban de su meditación
y las pronunciaba con sabiduría.
29. Dichoso el que los medite, el que los estudie se hará sabio,
el que los cumpla tendrá éxito, pues temer al Señor es vida.

La visión del médico, para el autor del Eclesiástico, es la siguiente (“Eclesiástico”, 38:1 a 15):

1. Honra al médico, porque lo necesitas,
también a él lo ha creado Dios.
2. Porque de Dios viene toda medicina,
y el médico será remunerado por el rey.
3. Al médico le elevará su ciencia a los honores;
y será celebrado ante los nobles.
4. Dios hace que la tierra produzca remedios
y el hombre prudente no los desdeñará.
5. ¿No endulzó un palo las aguas amargas
mostrando así a todos su poder?
6. Con los remedios el médico alivia el dolor
y el boticario prepara sus ungüentos.
7. Dios concedió al hombre inteligencia
para que se gloríe con la eficacia divina,
8. Porque la bendición de Dios está extendida
sobre toda la tierra.
9. Hijo mío, cuando caigas enfermo, no te descuides a tí mismo
antes bien ruega al Señor y él te hará curar.
10. Apártate del pecado, endereza tus acciones
y limpia tu corazón de toda culpa.
11. Ofrece suave olor y la flor de harina en memoria;
sea perfecta tu oblación, y entonces da lugar al médico.
12. Pues le ha puesto el Señor:
y no se aparte de tí, porque su asistencia es necesaria.
13. Puesto que hay un tiempo
en que has de caer en manos de los médicos
14. Y ellos rogarán al Señor
para que les conceda lograr alivio y salud para tí.
15. Peca contra su Hacedor
el que se hace fuerte frente al médico.

(Lea También: Bizancio)


Desde el comienzo de la predicación de Cristo hasta el edicto de Milán del año 313:

Mediante el cual el emperador Constantino declaró religión del Imperio Romano a la cristiana, ésta fue propagándose desde Palestina hasta las tierras más occidentales del Mediterráneo; y así, a la vez que poco a poco iba desarrollándose, el Cristianismo tomó contacto con las culturas griega y romana y a través de ellas cobró su primera forma histórica y social.

Metafóricamente, Cristo se llamó a sí mismo “médico”, como se desprende de lo relatado en Mateo, 9:11 a 13: “Al ver aquello preguntaron los fariseos a los discípulos: ¿Se puede saber porqué come vuestro maestro con los publicanos y los pecadores? Jesús los oyó y dijo: No necesitan médico los sanos sino los enfermos. Id mejor a aprender lo que significa “misericordia quiero y no sacrificios”; porque no he venido a invitar a los justos, sino a los pecadores”. El mismo relato se encuentra en Marcos, 2:17 y en Lucas, 5:31.

La respuesta de Cristo a la pregunta de sus discípulos acerca del ciego de nacimiento, que se encuentra en Juan, 9:2,3, es de gran interés porque con ella se rompe el hábito de considerar la enfermedad como el castigo de un pecado. Dice así el evangelista:

“Maestro, ¿quién ha pecado para que este hombre haya nacido ciego, él o sus padres? Ni él ni sus padres han pecado. Está ciego para que se manifiesten en él las obras de Dios”. El mandamiento ético del deber del cristiano de atender a los enfermos por obra del amor, se encuentra en el evangelio de Mateo, 25:37 a 40. “…Entonces los justos le replicarán: ¿Señor, cuándo te vimos con hambre y te dimos de comer y con sed y te dimos de beber?, ¿cuándo llegaste como extranjero y te recogimos, o desnudo y te vestimos?, ¿cuándo estuviste enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?” Cristo les contesta: “Os lo aseguro: cada vez que lo hicisteis a uno solo, el más pequeño de estos mis hermanos, lo hicisteis conmigo”.

El amor al arte de la medicina o filotecnia, como consecuencia del amor al hombre o filantropía, se convirtió en caridad operativa para con la real y concreta persona del doliente, sólo porque en el enfermo, para el cristiano, está Cristo. La realización en la práctica del mandamiento de atención al paciente por amor, trajo consigo la asistencia a los enfermos, ante todo con prácticas de carácter sacramental como la unción de los dolientes, pero también con un cuidado médico y moral de los mismos en instituciones especiales, los hospitales, que vinieron a ser las consecuencias directas de esta nueva actitud ante el hecho aflictivo de la enfermedad. La asistencia médica en las primitivas instituciones cristianas tenía el carácter de igualitaria para todos, sin hacer distinción entre pacientes libres o esclavos, pobres o ricos. Al incorporar metódicamente el consuelo a la práctica médica, en el caso de los moribundos o de los incurables, la ética cristiana fue más allá de los límites fijados por la ética grecoromana, al igual que al preconizar la asistencia gratuita, sólo por caridad, a los enfermos menesterosos.

Con el correr del tiempo, ese tipo de hospitales, inspirados en la moral religiosa del ejercicio de la caridad cristiana, estuvieron casi exclusivamente dedicados a las clases indigentes de la sociedad, hasta cuando el Estado, ya en los siglos XIX y XX, sustituyó los conceptos de altruismo y filantropía por los deberes profesionales, cívicos o laborales basados en la solidaridad y en el derecho ciudadanos.

Con esto se buscó en épocas modernas corregir vicios fundamentales: en los pacientes, una cierta predisposición a la resignación, a actuar por gratitud y humildad y no por exigencia de un derecho legítimo; en los médicos, una cierta predisposición a la prepotencia, a sentirse dispensadores de dádivas; y en las entidades públicas responsables, una cierta disposición hacia la indiferencia.

Los primitivos pensadores cristianos iniciaron la elaboración de una teoría antropológica del pecado y de la penitencia, para trazar con ello las primeras lineas de una teología moral y una antropología cristianas. Cobró cuerpo la idea cristiana de la enfermedad, no como castigo según la pauta arcaica, ni como necesidad de la dinámica del cosmos según la pauta griega, sino como prueba, tal como podía deducirse del Libro de Job. Pero la medicina en Roma, tras la muerte de Galeno y el ascenso del Cristianismo, necesariamente tenía que cambiar. Si bien para los cristianos, el pensamiento de la medicina galénica era totalmente aceptable, no lo era su pensamiento filosófico que combatía la idea judeocristiana de la omnipotencia divina, y cuyas motivaciones paganas no podían incorporarse en la naciente medicina cristiana.

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