El Nuevo Humanismo

ADOLFO DE FRANCISCO ZEA, M.D

Albert Schweitzer fue una de las figuras humanas más destacadas de los últimos tiempos.

Pertenecía a aquella categoría de hombres que en opinión de Gandhi, por su carácter inmaculado y por la elevación que han alcanzado sus almas, son capaces de inspirar confianza y purificar la atmósfera que los rodea.

Filósofo, escritor y humanista integral, músico destacado en la interpretación de Bach, y médico rural en su hospital de Lambaréne en el Africa, hizo de su vida una hermosa secuencia de pensamientos y acciones en beneficio de los seres humanos que revelan su inmensa altura espiritual y su gran condición humana.

Para Schweitzer, la naturaleza esencial de la civilización no radica en sus realizaciones materiales sino en el hecho de que los individuos piensen en los ideales de perfeccionamiento humano, y en la forma de mejorar las condiciones sociales y políticas de los pueblos y de la especie humana en general.

Considera que el mayor peligro que las realizaciones materiales de la modernidad aportan a la civilización consiste en que, merced a las revoluciones que han afectado las circunstancias de la vida, los hombres van perdiendo continuamente la libertad en mayor número.

“Aquel hombre, decía, que antaño cultivaba su propia parcela, se convierte en el trabajador que cuida de una máquina en la fábrica…. pierde la libertad elemental del hombre que vive en su propia casa y se encuentra en relación con la madre tierra….

En consecuencia, las condiciones de su existencia son innaturales”. Añadía luego: “En cierta medida, bajo el influjo de las condiciones modernas, nos hemos vuelto hombres no libres. En todos los planos de la vida hemos tenido que llevar una brega más dura por la existencia.

Nuestro destino es el trabajo excesivo, físico o mental, o ambos a la vez. No tenemos ya tiempo de ordenar nuestras ideas. Nuestra dependencia espiritual aumenta al mismo tiempo que nuestra dependencia material.

En todo sentido somos víctimas de condiciones de dependencia que en tiempos pasados no se conocían con tanta universalidad ni con tanta dureza. En todos los aspectos, nuestra existencia individual experimenta una depreciación. Se hace siempre más difícil ser una personalidad”. (A. Schweitzer. “Civilización y Etica”. 1962).

(Lea También: Humanismo y Medicina, Epílogo)

En sus reflexiones sobre la posición de la filosofía occidental en relación a la afirmación del mundo y de la vida, y la del pensamiento oriental de los filósofos chinos e hindúes sobre su negación, que tanto le atrae e impregna su modo de pensar, Schweitzer ha indicado claramente que el único avance en materia de conocimiento que podemos hacer es describir más o menos minuciosamente los fenómenos que conforman el mundo y lo que ellos implican, pero que es una imposibilidad entender el significado del conjunto. Complementa sus ideas con una referencia a la ética, en la siguiente forma:

“A impulsos de una necesidad interior, me esfuerzo en producir valores y en practicar la ética en el mundo y con el mundo, aunque no entiendo el significado del mismo”.

La ética se convierte para Schweitzer en el marco de referencia de todos sus pensamientos y todas sus acciones, apoyada además por su convicción de que la vida lleva su propio significado en sí misma y que en consecuencia la reverencia por la vida es un ideal que debe perseguirse.

El humanismo de Schweitzer se refleja en el siguiente párrafo de su libro “Civilización y Etica”: “El ideal del hombre civilizado no es otro que el de un hombre que en todas las relaciones de la vida conserve una naturaleza verdaderamente humana.

Ser civilizados significa para nosotros que a pesar de las condiciones de la civilización moderna sigamos siendo humanos.

Sólo el reparar en todo cuanto pertenece a la naturaleza humana puede preservarnos, entre las condiciones de la más avanzada civilización externa, de descarriarnos de la civilización misma.

Unicamente si se enciende en el hombre moderno el anhelo de volver a ser verdaderamente hombre logrará salir de la confusión que hoy le tiene errabundo, cegado por el engreimiento ante su ciencia y por el orgullo ante sus poderes.

Sólo entonces estará en condiciones de luchar contra las presiones de esas relaciones de la vida que amenazan su naturaleza humana”. (A. Schweitzer, ibid).


En su hermoso libro “Humanismo Integral”, publicado hace varias décadas, y que todavía conserva su vigencia, Jacques Maritain, notable filósofo y escritor francés, habla de las fuentes religiosas y trascendentes del humanismo occidental sin las cuales resultaría incomprensible a sí mismo.

Denomina trascendentes a todas las formas de pensamiento, tan diversas como puedan ser, que supongan al principio del mundo un espíritu cuyo destino va más allá del tiempo; y una piedad natural o sobrenatural en el centro de la vida moral.

Al considerar al humanismo occidental en sus formas contemporáneas aparentemente más emancipadas de toda metafísica de la trascendencia, cree Maritain que si en él subsiste un resto de concepción común de la dignidad humana, de la libertad y de los valores desinteresados, es la herencia de ideas antiguamente cristianas y de sentimientos antes cristianos y hoy secularizados.

Sobre estas consideraciones, habla de la necesidad de un nuevo régimen de civilización caracterizado por un humanismo integral que respete real y efectivamente la dignidad humana y reconozca el derecho a las exigencias integrales de la persona; un humanismo orientado hacia una realización socialtemporal, que tienda al ideal de una comunidad fraterna.

El humanismo integral de Maritain, cuya principal característica es la de ser teocéntrico y fundamentalmente cristiano, se opone abiertamente al humanismo antropocéntrico heredado del Renacimiento, que implica una concepción naturalista del hombre.

El humanismo de Maritain implica un progreso en el descubrimiento del mundo de las realidades espirituales, mediante el cual “podrá el hombre verdaderamente avanzar por las profundidades de su naturaleza, sin mutilarla ni desfigurarla”.

Implica cambiar, en sentido cristiano, al “hombre viejo” y dar paso al “hombre nuevo” que lentamente se forma en la historia del género humano, como en cada uno de nosotros, hasta la plenitud de nuestra esencia.

Una nueva cristiandad, cuyo ideal histórico, aun fundándose en los mismos principios que el de la cristiandad medieval, implica una concepción profanocristiana y no sacrocristiana de lo temporal.

Nuevas modalidades del pensamiento y la praxis cristiana, que se alejan del modelo utópico como se tomó hace cuarenta años el pensamiento de Maritain.

Al pensar sobre sus ideas, no dejan de advertirse curiosas similitudes entre sus concepciones y los ideales humanistas del oriente, predicados por Gandhi y Rabindranah Tagore, tan lejanos ellos de las doctrinas del cristianismo como cercanos en sus ideales comunes espirituales y éticos.

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