La Psicología de la Vida Moderna

DR. GUILLERMO SÁNCHEZ MEDINA

La comunicación se lleva a cabo gracias al tema

En primer término hemos de referirnos al “tema”, es decir, aquello de lo que nos vamos a ocupar y que nos permite comunicarnos. La comunicación se lleva a cabo gracias al “tema”; éste establece el lazo y relación entre los hombres (específicamente el contenido del mismo).

La comunicación puede efectuarse a diferentes niveles, desde el escrito, y el verbal hasta el extraverbal o preverbal. A más de satisfacer la expresión de nuestros impulsos, lleva implícito el deseo de ser aceptado y aceptar, el de dar y recibir, lo activo y los pasivo; el de buscar una armonía entre los dos mundos: el interior, “Yo”, y el exterior. “El”. Las lenguas latinas encuentran el “TU” como medio de suavizar la relación. Los “temas” son muchos, pero en síntesis podemos enunciar el del amor y el del odio; la vida y la muerte del ser.

En la vida cotidiana se habla del tiempo, del trabajo, de los amigos, de la familia, de los viajes, del hogar, de la comida, del cine, del teatro, de los deportes, de la política nacional e internacional o de actualidades diversas. Si en un grupo hacemos la experiencia de quedarnos en silencio, llegará el momento en que los presentes hablarán de sus propios problemas; de lo contrario, después del silencio la comunicación se rompe y así el grupo.

Los temas cambian en su forma según los individuos y según el grado de conocimiento y las tendencias de cada cual:

Pero si desnudamos el hombre en su psicología, por culto que sea, hablará del placer y del displacer de él mismo; cuanto mejor se plantee el tema, mejor será la comunicación. Si el hombre estudia la estructura del átomo, del espacio, etc., lleva siempre como fin implícito la relación con el hombre mismo.

Uno puede revisar los temas de los libros, conferencias, películas, programas de radio, televisión etc., y siempre se observa que el ser humano está interesado, realmente, más en su propia naturaleza.

En realidad, el hombre tiende hacía sí mismo, guiado por el impulso epistemológico o, en parte, gracias a él y a los fenómenos que a él se acoplan, nuestras civilizaciones avanzan, prosperan y evolucionan.

Otro de los fenómenos que podemos observar es cómo todos queremos saber de nosotros mismos. El empleado quiere saber cómo triunfar en la realización de su trabajo; los padres desean saber cómo actuar, castigar, reprender, disciplinar y qué hacer para educar a los hijos; el dirigente político querrá conocer las necesidades del pueblo para desarrollar sus programas.

En las diferentes etapas el ser humano necesita saber “qué ser” y “cómo” conducirse en su  existencia; por ejemplo:

Los jóvenes cuando se preparan para el matrimonio y luego cuando esperan el primer hijo; el niño, con sus problemas y un mundo por descubrir, vive preguntado  qué y por qué, y así lo hace el púber en su rivalidad y el adolecente en su ajuste social; la madre desea aprender cómo amamantar a su hijo, cómo enseñar los hábitos de aseo, el orden, la comida y los juegos; el adolescente, en su inquietud y preocupación filosóficas, en el tormentoso amanecer de su sexualidad, en  la elección de su carrera profesional y su complemento sexual, se debate en innumerables incógnitas, llegando a la pregunta: “¿para qué?”.

El intelecto llega a un punto que juega en los malabares racionales y al final se encuentra el hombre solo, pero aquí surgen no pocos interrogantes; tan solo enunciaremos algunos de los que en cierta época de la vida nos hemos planteado, por ejemplo, ¿cómo se desarrolla la personalidad? ¿Qué clase de inteligencia tengo? ¿Cómo aprender a recordar y a controlar las emociones? ¿Cómo conocer el motivo de mis conflictos? ¿Cómo puedo hacer el mejor ajuste entre el mundo y mi yo? ¿Dónde debo estar? ¿Qué debo hacer, cómo y cuando? ¿Qué puedo ser? ¿Por qué y para qué? A todo esto se refirió Sócrates cuando dijo: “¡Conócete a ti mismo!”

Los proverbios, los mitos, las generalizaciones y la literatura, el arte, la ciencia, la historia y las experiencias personales, dan conocimiento al hombre y aún pueblo de lo que es el “sí mismo”.

La etnología, la antropología, la historia, la biografía, la sociología, la anatomía, la fisiología, la patología, la química, la física, la electrónica, la psicología, la psiquiatría, y el psicoanálisis, son uno de los tantos métodos científicos que en una y en otra forma estudian y conocen al hombre en sus diferentes planos.

El hombre actual vive en la inseguridad de su trabajo, de su profesión. Lo que es verdad hoy, mañana no lo es; el engaño se encuentra a cada paso. El lector de la prensa y radioescucha no hace sino sentir la amenaza de la guerra de las bombas Hhs y megatómicas, de la violencia en Asia, Africa y Europa y América. El blanco no acepta al negro ni éste al primero, el capitalista ve perder su seguridad.

El trabajador no sabe si la huelga lo lleve a ser despedido. Es así como el hombre moderno vive a finales del siglo XX con toda la técnica que lo pone en “estrés” o sobre esfuerzo, a trabajar y producir más, a romper la barrera del tiempo con la velocidad, a costa del esfuerzo en el trabajo; y todo por la lucha en la competencia y supervivencia en un mundo superpoblado. Parece que todo fuese un juego infantil de fantasmagóricas realizaciones.

La gente se aísla cada día más para protegerse “del otro”, del vecino, del colega. La amistad en este “tú” afectivo desaparecer. El alemán del Este no acepta al del Oeste.

El árabe no puede convivir con el judío ni éste con el primero. Los países se agrupan en organizaciones para protegerse y defenderse de los otros. El capitalista reprime y el comunista planea revoluciones. El pacifista predica y protesta contra la violencia y el anarquista mata sin piedad y sin medir las consecuencias. El americano del sur todavía reciente al del norte; el suramericano  recuerda todo los años de sufrimiento de la colonia y la conquista así como se debate entre la ley, la democracia y la revolución, la fuerza y la dictadura.

El rico no quiere ver al pobre, ni el viejo aceptar al joven. Los esposos viven en una guerra de sentimientos y no se aceptan tales como “son” y los hermanos, en la realidad, por el poder, se pelean en la casa y más allá, escudados por el crédito político, social o religioso, hacen lo mismo lanzándose a rebeldías y revoluciones inconscientes.

Todo esto puede ser porque existen contradicciones; el hombre mismo en la vida es una contradicción. El hombre no se acepta tal cual es, no se permite todo su potencial de creación o la usa en la destrucción. El hombre actual vive dividido a cada momento y la escisión se hace más profunda.

Sólo la unión puede crear. El individuo desea trabajar para él mismo y no para su grupo, por que el egoísmo se hace necesario para subsistir. El hombre se ve obligado a hacer de su vida un mito y de este su realidad, convirtiéndose, él mismo en un mito.

Si leemos periódicos de diferentes países, observamos que existe la preocupación tanto por la psicología del individuo y del grupo como por los trastornos producidos por la vida actual.

(Lea También: La Psicología y el Psicoanálisis)

No se puede comparar la seguridad del hombre de hace doscientos años con la de nuestros días. En la prensa vemos a diario caricaturas de la vida moderna, donde los romanos, griegos y hombres de las cavernas dice “siquiera no nos tocó vivir en el siglo XX”.

Querámoslo aceptar o no, vivimos en un mundo de anarquía, en desorganización y en descomposición que quizá sea un momento necesario e indispensable en el proceso histórico de transformación para conseguir finalmente la integración; de todas formas, sólo se ven dos fuerzas importantes: las del bien y las del mal, las del amor y las del odio, las de construcción y las de destrucción; en síntesis, las de la vida y las de la muerte.

La destrucción, por su parte, inherente al ser humano, es observable en el arte, en la política, en la sociología, en la economía, como una amenaza en el rompimiento de formas y de ordenación.

Es importante tener en cuenta cómo lo destructivo también es necesario para la creación. Se podría pensar que la destrucción nos lleva a la muerte, pero no es así, porque la segunda nos conduce a la nada, mientras la primera es necesaria para la vida. Cada momento que vivamos morimos permitiendo  a la vez la posibilidad de la vida.

En realidad se logra la vida cuando existen fuerzas energéticas que interrumpen la tranquilidad del ciclo repetido vida-muerte, pasivo-activo que lleva a la inercia. Es así como se desencadena otro ciclo más, que es la vida. El hombre, lo masculino, se está dando cuenta de la frustración en que vive el ser impotente para producir la vida en sí mismo, sin necesidad de otro ser, es por esto también por lo que se siente más frustrado y lucha trabajando, construyendo, creando afuera, en el mundo exterior, lo que él no puede hacer por sí solo.

Nuevamente nos encontramos ante la angustia de la imposibilidad, de la frustración, dándonos cuenta de los límites de nuestras posibilidades, lo cual no llena de inseguridad e intranquilidad. La mujer, lo femenino por su parte, en la lucha de los sexos se vuelve más activa, más independiente, teniendo que pagar con ello y en ocasiones someterse a la renuncia a la maternidad y genitalidad con más angustia.

La intranquilidad y la angustia se pueden contabilizar en dólares; en los Estados Unidos se gastan billones de dólares en servicios psiquiátricos. El psicólogo, el psiquiatra y el psicoanalista son cada día más consultados y hay carencia de unos y de otros. El opio del miedo y de la inseguridad han venido a serlo las distracciones (cine, radio, televisión y betamax), la marihuana, la coca y toda una serie de psicofármacos.

Las estadísticas muestran que se gastan más dineros en tranquilizantes que en penicilina.

Los psicoestimulantes que obran contra la depresión, cada vez se venden más. La tristeza se compensa con la euforia del alcohol, del baile y del juego. Es la orgía de la tristeza. Por eso el productor de películas hace una “Dolce Vita” o “El imperio de los sentidos”, en donde podemos ver la sicopatología de la vida moderna y del sexo, que termina en la muerte.

Muchos nombres se han dado a nuestra época, como de la era atómica, de la ansiedad, de la máquina, del movimiento, de la técnica, del conocer y suceder psíquico, de la concientización, del espacio, de la química, de los antibióticos de la velocidad, del pensamiento, del análisis, de la investigación, del nadaísmo, del surrealismo, del Ford, del rock and roll, del “destape”, del “go-go”, del “ye-ye”, de los “hippies”, de los “punks”, los “provos” o los psicodélicos, de la Coca-Cola, del chicle, del cine y la televisión.

Pero en síntesis la época moderna desde cierto punto de vista es psicológica, de miedo, de inseguridad, de soledad y de tristeza, de inconformidad, de rebeldía, de ansias de posesión o de vacío compensadas o luchadas por la euforia, la manía y la violencia a través, repitámoslo, de la industria de píldoras, discos, “shows”, alcohol, marihuana,  coca, café  y pornografía. Es en verdad el destape de la actuación a las ansiedades y fantasías reprimidas de eróticos y tanáticos.

Actualmente la industria explota sentimientos, afectos y emociones. La vida moderna tiende a suprimir contradicciones y a cambiar la naturaleza. Es así como también se le puede llamar a la vida moderna como la era de los fármacos o de las “pastillas”. Las casas farmacéuticas se enriquecen con los sentimientos de angustia, de depresión, de dolor; por ejemplo, hoy día tenemos píldoras para engordar, o adelgazar, porque estos estados opuestos producen sentimientos de intranquilidad, inconformidad y miedo al rechazo y, por ende, de tristeza.

Hay pastillas que cambian el ritmo de la vida, el frío o el calor, acelerando o disminuyendo la actividad cardíaca, muscular, metabólica, hormonal, del crecimiento, del sueño, del apetito sexual, de la actividad mental y de la vida y para el control de natalidad. Se ha llegado a querer regular la actividad y posibilidad de la vida y la muerte.

El control lo hace la píldora, el producto químico elaborado por el hombre. La química, los instrumentos eléctricos, las computadoras y el manejo de los mismos y aún de los órganos con los trasplantes con las células creando bebés probetas, sitúan al ser humano en una nueva dimensión con nuevos valores objetivos y actitudes ante la vida.

Todo esto es un artificio y al tiempo una solución a las actividades del estrés de la vida moderna en que el hombre, rodeado de millones de seres, edificios y máquinas, está solo y, encontrándose ante sí, se angustia y sufre el dolor de la vida.

El hombre actual es más débil al dolor físico, psíquico y moral; la tolerancia a los dolores es menor. Hoy pensamos que un médico y un dentista son muy buenos cuando nos curan de nuestras molestias sin dolor. La ciencia y la imaginación creadora tienden a crear objetos, productos que nos dan más comodidad, tranquilidad y placer.

El mecánico y la fábrica son excelentes cuando nos recrean la vista y nos ponen a vivir más cómodamente; cuando acortan la distancia nos economizan tiempo y nos dejan sin problemas, nos lo “ponen en la mano”.

Ahora se requiere tener la escuela, el colegio, el trabajo, el comercio, el mercado, el banco, la iglesia, el cine, y la casa a corta distancia, todo en un núcleo funcional para así economizar tiempo, dinero, esfuerzo y trabajo. Se ha llegado inclusive a formular en la realidad el concepto de ciudades dentro de la ciudad, formando ciudadelas.

Ya sabemos que nos enfrentamos a otra época muy distinta; los cambios han sido grandes, gracias al desarrollo de la tecnología y las ciencias, así como ha cambiado el “modus vivendi” todo el hombre ha cambiado. No podemos esperar por lo tanto las reacciones y actitudes del siglo XVIII ó XIX y aún de principios o mediados del presente. El tiempo mismo o mejor la sensación del mismo se nos ha vuelto corto, o sentimos que nos falta tiempo.

Y ahora nos podemos preguntar ¿qué hacemos con el tiempo y el dinero? Los empleamos a más de la supervivencia y distracción en el esfuerzo del deporte que nos “relaja”, nos tranquiliza del sobre-esfuerzo (estrés) con que trabajamos en la vida cotidiana.

Sucede que no todos podemos ser el actor, o espectador, en otras palabras, no todos podemos jugar o ver jugar y es entonces cuando se presenta la pregunta, ¿qué hago? La respuesta es “no tengo qué hacer” y de ahí marchamos al aburrimiento, primer paso de la depresión. Buscamos distracción, es decir, distraernos del problema de la vida, que somos nosotros mismos, con nuestros problemas, conflictos, dramas, comedias, y tragedias interiores.

¿Cuál es el problema más importante? Este radica en que no nos hemos independizado, no somos libres, no somos hombres  racionales en todo su estricto sentido, queriendo resolver con la razón la sin razón de las tendencias, somos irracionales; en suma, no hemos podido ser el hombre maduro que piensa, siente, desea, actúa y vive conscientemente y que, siendo hombre, se le permite jugar como niño y con el niño, viviendo pequeños instantes infantiles que le recrean y le quitan tensión; esto último producido por la continua actividad razonadora de la vida diaria.

Es posible que llegue el momento en que el hombre dé un viraje y el proceso de concientización se realice más en cantidad y calidad, es decir, en masa y en profundidad. De tal manera se puede llegar a hacer conciencia de aquel mundo de incógnitas que está oculto allá en el inconsciente.

La realidad es que, afortunadamente, la psicología nos hace ver y concientizar los dilemas y contradicciones del hombre y puede resolver los sentimientos contrarios, tolerar la angustia, el miedo, la inseguridad y la tristeza.

Anteriormente la gente vivía en forma inconsciente. Hoy nos “damos cuenta” y nos podemos conocer para manejar nuestras tendencias mejor. Ese sería el lado positivo; pero sucede que no sólo el conocer resuelve el problema o conflicto psicológico actual, porque el hombre al saberlo se contesta: “¿Y qué?”, y de ahí marcha a la nada, al nihilismo.

La posibilidad de vencer la tristeza venida de la culpa y ésta a su vez producida por la destrucción que se despierta por el sentimiento de soledad, inseguridad y miedo, no se acaba.

Nos queda la solución de volver a vivir, pero no en el sentido de la filosofía hindú, en donde el ser hace varias vidas terrenales; es en el “aquí y ahora”, es en el sentido de que enfrentándose a uno mismo ante un “tú”, podemos repetir, revivir y resolver el conflicto de nuestras contradicciones, haciendo la síntesis y unirnos dentro de nosotros mismos. Esto se logra través de la psicología profunda llamada analítica.

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