Perfil Humano, Intelectual, Místico y Sagrado

Estatura alta, rostro ascético, mirada vivaz, tez oscura y pálida, cabellos grises, delgado, elegante, Pío XII es un orador notable, de vida interior intensa.

Políglota, habla perfectamente el italiano, alemán, francés, español, portugués, latín, griego e ingles; y un poco de holandés, eslovaco y húngaro. Al final de su vida estaba estudiando árabe.

Aprendió alemán durante los recreos, cuando era alumno del Colegio Eclesiástico Capránica, leyendo con frecuencia el Fausto de Goethe. En cuanto al francés, se aplicó a él ya a los cuatro años leía el Littre, Pascal, Bossuet y Bergson.

Cuando no estaba seguro de la construcción de una frase, recurría a lingüistas, consultaba su diccionario fonético en cinco volúmenes.

En ese terreno, parece que solo fue superado por un cierto cardenal Mezzofanti que, al parecer en el siglo XVIII, se había hecho célebre por su memoria, que le había permitido conocer setenta lenguas y dialectos. Era capaz de dar la referencia exacta de un documento.

Le indicaba al Padre Hentrich, encargado de su biblioteca: ese pasaje lo encuentra usted en la página cuatro del libro de tal autor y está colocado en mi biblioteca en tal estante y en tal anaquel.

Se sabía de memoria todos sus discursos, y bien sabe Dios que fueron numerosos, a veces uno por día.

La idea de improvisar lo aterraba. Escribir era para él una especie de rito.

Escribía con tranquilidad e incluso con cierta lentitud, bien fuera a máquina, bien fuera formando los trazos de su preciosa caligrafía; disfrutaba con las conversaciones animadas, apreciaba los párrafos literarios hermosos, igual que un humanista del Renacimiento.

En cuanto a su memoria prodigiosa, él mismo contaba: “Cuando he escrito o pasado a máquina un sermón o un discurso, veo desplegarse el texto ante mis ojos y lo pronuncio como si lo leyera, hasta tal punto que puedo, si me parece, saltarme parte del mismo y continuar mi lectura mental en el párrafo en el que la he dejado”.

Pío XII es también un místico que verán en 1950 al sol dar vueltas sobre sí mismo como en 1917, los videntes de Fátima, suceso ocurrido precisamente el mismo día de su ordenación sacerdotal. Su maestro de pensamiento es Bossuet, de quien lee todos los días resúmenes de sus célebres sermones.

Era un cultivador excepcional de la literatura, del estilo literario y de la corrección gramatical, de la elegancia de la forma y de la exactitud de la puntuación.

¿Cuál es la señal que caracteriza a Pío XII en la historia contemporánea del papado?

Creo poder responder, escribe Vladimir d´Ormesson, que “Pío XII ante todo fue un personaje sagrado. Llevó hasta lo más alto el carácter sagrado de la función suprema que ostentaba.

Recientemente, volví a encontrar esta frase al releer la oración fúnebre de Bossuet sobre el canciller Le Tellier: estaba dispuesto a entregar con su alma grande, el depósito sagrado de la autoridad confiada a su custodia.

Esta frase de Bossuet, nosotros que lo hemos conocido, continúa d´Ormesson, podemos aplicarla al papa Pío XII.

Porque fue la personificación de lo “Divino” en una época en que los hombres, las naciones, pisotearon, con una especie de rabia, los principios, las leyes cuya noción de lo Sagrado es como la clave de bóveda.

Pío XII –desoído por las potencias efímeras cuando se estaba preparando la tormenta– pareció tan grande después del desastre”.

Perfil de su Personalidad

Pío XII era por temperamento apacible, casi tímido, afirma el Cardenal Tardini, uno de sus más íntimos colaboradores. No nació con el temple del luchador.

Diferente en ello de su gran predecesor Pío XI, quien, al menos visiblemente, gozaba batallando. Pío XII, también visiblemente sufría.

Esta misma inclinación, que le hacia buscar la soledad y la quietud, lo disponía más bien a evitar que a afrontar las luchas de la vida.

Su gran bondad lo llevaba a contentar a todos y a no disgustar a nadie; a preferir los caminos de la dulzura antes que los de la severidad; la persuasión a la imposición. El candor de su alma contribuía a hacer que ni llegar a sospechar en los demás falta de veracidad o de sinceridad. Humilde como era, creía que todos eran como él: tan verídicos, tan desinteresados.

Su alta figura se inclinaba hacia cada uno: pero ninguno se erguía hasta él. Pocos podían igualarlo en la cultura; poquísimos en la heroica voluntad del trabajo; nadie –o casi– en la estatura moral y en la virtud.

De la dignidad de su trato, de los gestos, de la voz –que poseía profunda resonancia y timbre juvenil– de toda su persona, tan fina y aristocrática, emanaba como un fluido y un atractivo, que infundía confianza e inspiraba veneración. Cuantos se acercaban a Pío XII salían de su encuentro con él con una gran alegría y, al mismo tiempo, con un muy alto concepto de su personalidad.

Hombre de Oración

Donde la natural tendencia de Pío XII a la soledad alcanzaba plenamente su objetivo era en la oración. Eran aquellas las horas más felices, las más verdaderas y las más fecundas de su vida.

Las fotografías más hermosas y más expresivas de Pío XII son, precisamente, aquellas que lo han captado en el acto de orar (portada de Verdad y Vida).

La última fue obtenida el domingo 5 de octubre de 1958. Es quizá la más preciosa de todas, afirma uno de sus biógrafos (contraportada de Verdad y Vida).

El martes siguiente, esto es, el 7 de octubre, fue el último día de la vida consciente de Pío XII, porque el ataque del miércoles por la mañana lo privó para siempre de conocimiento.

Era el día de Nuestra Señora del Rosario, su gran devoción.

Quiso que le fuese administrada la santa comunión, que recibió con su acostumbrada, edificante devoción. Después se sumergió en Dios. ¡Nunca como entonces, Pío XII apareció, y fue, el grande y santo aislado!.

Sumo Pontífice

El Señor concedió a Pío XII un largo pontificado: casi veinte años. Y en aquellos años, ¡Que inmensidad de sucesos! ¡Que tremendo período en la historia de la Iglesia y del mundo! ¡Que enorme cúmulo de responsabilidades pesó sobre el Papa, y que asombrosa cantidad de trabajo supo y quiso resolver! Casi todos los coetáneos de Pío XII fueron del parecer de que el Papa había cumplido magistralmente su cometido durante la segunda guerra mundial.

También durante este lapso la Iglesia universal pudo continuar siendo dirigida por el Papa Pacelli sin interferencia.

Desde la primavera de 1941 temió, sin embargo, la curia con la posibilidad de una ocupación de la ciudad del Vaticano por parte alemana y con un alejamiento forzoso del Papa. Este peligro se agudizó sobre todo tras la caída de Mussolini el 25 de julio de 1943 y con la ocupación alemana de Roma el 8 de septiembre del mismo año.

Una vez ocupada la ciudad eterna por los aliados, el 5 de junio de 1944, cesó tal preocupación. La política papal se esforzó asimismo y con éxito por mantener la ciudad de Roma al margen de los avatares bélicos.

Pío XII previó que también a él podría ocurrirle lo que a sus predecesores Pío VI y Pío VII en el momento histórico del enfrentamiento del Emperador Napoleón con la Santa Sede. Con prudencia ante un notario de Roma registró su renuncia al papado en caso, de que Hitler tomara a Roma y lo hiciera prisionero.

Papa de la Paz

Pío XII se empeñó sobre todo en el campo de la doctrina y de la política práctica por ganar a los pueblos y naciones para la paz.

Desarrollo una doctrina jurídica de la paz contenida especialmente en su encíclica de presentación Summi Pontificatus de octubre de 1939, en su mensaje navideño del mismo año, y en las alocuciones subsiguientes de la misma festividad.

Para garantizar una paz duradera es necesario, según Pío XII, tener en consideración la dignidad personal de cada individuo así como el ordenamiento jurídico y económico.

El Papa deseaba poner ante los ojos los problemas del desarme y que se creara una institución internacional que asegurara la paz mundial.

Está por escribir, también, una historia general de las medidas caritativas auspiciadas por Pío XII para socorrer a las numerosísimas víctimas de la guerra.

Y no es fácil escribirla, porque difícilmente se pueden cuantificar.

Tampoco el Vaticano hizo publicidad alguna de tales medidas, a fin de no dificultar aún más las escasas posibilidades de éxito con que contaba.
Actividad Intraeclesial

De gran trascendencia fue la actividad intraeclesial de Pío XII, que fomentó de manera decisiva el desarrollo teológico.

Apenas hubo tema religioso que el Papa no tratase en sus alocuciones y en sus escritos apostólicos. Desde su ascensión a la Cátedra de Pedro se inició aquella serie admirable de discursos, de cartas, de mensajes, de bulas, que prosiguió con ritmo ininterrumpido durante casi veinte años.

La guerra, la paz, el orden social, las relaciones internacionales, la familia, la economía, la ciencia, el trabajo y tantos y tantos otros son los temas que resuenan en su apasionada oratoria.

Una tan rica colección de admirables documentos constituye un “Corpus doctrinae” y un “Corpus iuris” que podríamos titular: “Principios y normas fundamentales para la paz individual, familiar, social, nacional e internacional”.

Entre sus 43 Encíclicas, tuvo especial importancia teológica sobre todo la encíclica Mystici Corporis, de junio de 1943, en que se describe a la Iglesia como el cuerpo místico de Cristo.

La gran encíclica Divino afflante Spiritu, de septiembre de 1943, marcó la orientación de los estudios bíblicos.

Pero quien hubiera interpretado aquel escrito en un sentido demasiado amplio tendría que recoger velas ante la encíclica Humani Generis, de agosto de 1950.

Otra encíclica importante de Pío XII fue la Mediator Dei, publicada por primera vez frente al movimiento litúrgico. (Lea También: Precursor de Nuestro Tiempo, Inspirador del Concilio Vaticano II)

Una cima de la actividad magisterial de Pío XII fue la proclamación del dogma de la asunción corporal de María al cielo, el 1 de noviembre de 1950.

Y aunque no escribió ninguna encíclica social específica, sus discursos sobre problemas sociales ocupan no menos de cuatro mil páginas.

Según el alemán Padre Leiber S.J., su secretario, el Papa Pío XII fue en cuestiones sociales lo bastante progresista como para sacudir a los conservadores, y lo bastante conservador como para frenar a los progresistas. También en las cuestiones éticas tomó posición repetidas veces.

Mención especial merece la prohibición de la ética situacional por obra del Santo Oficio en 19565. Frente al movimiento ecuménico el Papa se mostró tan bien dispuesto como su predecesor, aunque solo pudiera concebir la reunificación de los hermanos separados como un retorno a la Iglesia Católica.

Acontecimientos brillantes del pontificado fueron las treinta y tres canonizaciones que Pío XII celebró. La profunda veneración que los files de todo el mundo sentían por el Papa se hizo patente sobre todo con ocasión del año santo de 1950.

Mediante el nombramiento de cardenales extranjeros, Pío XII eliminó la mayoría tradicional de los Italianos en el Colegio Cardenalicio. Tan solo celebró dos consistorios: en el del 18 de febrero de 1946 creó 32 cardenales; y en el del 12 de enero de 1953, creó 24, entre ellos figuraba el arzobispo de Bogotá, Monseñor Crisanto Luque.

Se dice que otra cruz para Pío XII eran los nombramientos, tanto más delicados –¡y deseados!– cuantos más altos. Afirma el Cardenal Tardini en sus Memorias sobre Pío XII, que por eso el Papa –se encontraba a disgusto y no gustaba de realizar cambios y prefería diferirlos.

Es así también como en la Curia romana se produjo un cierto estancamiento, como cuando en un cuerpo se comienza a notar la irregularidad en el funcionamiento de la sangre.

Y llega a confesar sin ambages: “Nosotros, los viejos, obstruíamos el paso e impedimos el acceso de fuerzas más frescas y válidas que las nuestras”.

En su dura lucha interior, Pío XII fue guiado y sostenido por su ardiente piedad hacia Dios, por su tierna devoción a la Virgen y por el altísimo concepto que poseía del Papado.

Fueron estos los tres astros que iluminaron su fatigoso caminar, fueron las tres fuentes de las que él supo sacar constancia y vigor de los que se derivaron, por así decir, los tres puntos programáticos de su pontificado.

Señala el Cardenal Tardini que así se los formuló, poco después de su elección: primero, la nueva traducción del Salterio, para que el clero comprendiese y gustase mejor las bellezas de la cotidiana oración litúrgica. Segundo, la definición del dogma de la Asunción; y tercero, las excavaciones en la tumba de San Pedro.

Tampoco se pueden olvidar las reformas que realizó Pío XII. Primero y principalmente, en materia litúrgica: modificación del ayuno eucarístico, que anteriormente debía observarse rígidamente desde la medianoche hasta el momento de la comunión; permiso para celebrar la santa misa en horas vespertinas; la modificación de los ritos de la Semana Santa, trasladando su celebración a las horas más acordes con la naturaleza litúrgica de dichas celebraciones, consiguiendo a la vez que la asistencia del pueblo a los mismos gozara de mayores posibilidades, dado, sobre todo, que anteriormente las horas de celebración de tales ritos coincidía con el horario laboral en la mayor parte de los países de Europa y América; permiso, igualmente, para usar la lengua vulgar, principalmente en la administración de los sacramentos.

Si se las compara con el posterior desarrollo que todos estos puntos llegaron a alcanzar en el Vaticano II, estas reformas son, en verdad, poca cosa, tímidos tanteos iniciales, pero ellas abrieron un camino que será seguido y obedecían a unas necesidades que no dejaron de ser escuchadas.

Las reformas litúrgicas de Pío XII tuvieron el significado de un comienzo después de siglos de inmovilismo, y, en estas circunstancias, lo más difícil es siempre dar el primer paso; sobre todo tuvieron el significado de simiente que a su tiempo producirían un futuro abundante, como en efecto ocurrió.

Además, el carácter pastoral de las reformas estaba inspirado en que no solo el clero sino todo el pueblo fiel es quien está llamado a participar activamente en la acción litúrgica.

Particular atención prestó Pío XZII a los institutos seculares, o sea, aquella forma de vida religiosa sin obligación de la observancia de la vida común, y para ellos publicó la constitución “Provida Mater Ecclesiae” el 2 de Febrero de 1947 en la que quedaban fijados los elementos esenciales de esta nueva forma de vida religiosa.

A dicha constitución siguió, el 12 de marzo de 1948, el motu propio “Primo feliciter” en el que se insiste afirmar las notas propias que distinguen a los institutos seculares de las comunes asociaciones laicales.


* Presentada en la solemne sesión de la Academia de Historia Eclesiástica de Bogotá. 9 de octubre de 2008.

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