Correo del Lector

Bogotá, marzo 13 de 2009

Doctores
JAVIER HENAO HIDRÓN

Presidente
JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ

Director Revista Juris Dictio

Asociación de Ex Magistrados de las Cortes – ASOMAGISTER
Ciudad

Estimados Doctores:

He leído en El Espectador el reportaje concedido por el señor Presidente de la Corte Constitucional, doctor Nilson Pinilla Pinilla. Distanciándome de presencias, apunto y digo, siquiera sea de pasada:

1.– Tengo un gran respeto por el doctor Pinilla, con quien alterné en la Sala Penal de Casación.

En algunos temas coincidimos, en otros no. Apenas lo humano. Recuerdos gratos de otros tiempos. Lo son sin duda, bien que es algo más.

2.– Diciendo toda la verdad me impacientan sus expresiones, cuando refiriéndose a la Sala Disciplinaria del Consejo Superior de la Judicatura la moteja tanto como “un organismo terriblemente descompuesto”.

Sabe el distinguido servidor público –por su cercanía con el Derecho penal–, que si alguno o algunos de los magistrados que integran la Corporación han violado o transgredido la ley penal, con arbitraria voluntad o torcida intención, tiene el deber de formular la correspondiente denuncia criminal.

Esto no es opcional y si obligatorio, dichas las cosas muy sucintamente. Dejemos a los funcionarios competentes la definición de estas cuestiones por lo que conviene no fiarse de las primeras apariencias.

3.– Preocupa –al menos a mí me preocupa–, que se dejen en el ambiente frases ambiguas o hechos indeterminados contra una institución jurisdiccional, que al igual que la Corte Suprema de Justicia, o el Consejo de Estado, o la Corte Constitucional, merecen todos los respetos y consideraciones.

Por mejor decir, se crean por doquier prejuicios y resentimientos que opacan con color y grito conocidos, a la manera de Unamuno, la labor de los jueces, y de paso, la respetabilidad de la justicia. Diré y repetiré esto mientras tenga la paciencia de vivir, que por cierto ya no es mucha.

4.– No creo que el doctor Carlos Gaviria Díaz –a quien personalmente he tratado muy poco–, haya instaurado una tendencia “anarquizante” en la Corte Constitucional a la cual honrosamente perteneció, y menos aún, que hubiera utilizado su cargo de magistrado para “hacerse políticamente célebre”.

Conste mi sentimiento admirativo hacia sus doctrinas constitucionales, las cuales, en mi sentir, pueden leerse con entusiasmo y provecho. Y, por supuesto, me gustaron más sus disidencias que sus otras decisiones, quehacer que representa, al menos para mí, el ideal de la realidad jurídica y de la intelectualidad toda.

Vale la pena, filosofando un poco, dialogar consigo mismo, más allá de la “ciencia” de los otros. A veces es preciso emplear un lenguaje diferente, cuando las circunstancias lo exigen, lo que representa, digámoslo de una vez, la verdadera libertad.

5.– En una acción de tutela negada por la Corte Suprema de Justicia, el Tribunal Constitucional dio la razón al ciudadano que jurídicamente representé. (Sentencia T-691-/2004-09-15).

Jamás por jamás me atrevería a decir, con el desenfado de la pluma, que las Salas Penal y Civil de la Corte Suprema de Justicia que rechazaron la acción de amparo se convirtieron en “organismos terriblemente descompuestos”, o que al revocar la Corte Constitucional, las sentencias proferidas por las citadas Salas, hubo “abuso” por parte de las señorías que integraban la Sala Octava de Revisión. No hay nada más aburrido e injusto que decir estas cosas.

6.– Tengo presente que recién llegado a la Sala Penal de la Suprema, y en esto la memoria me acompaña, nuestro admirado Presidente de la Corte Constitucional presentó un proyecto de casación que fue derrotado por la Sala. Así hablaron los hechos.

Aunque no compartí sus razonamientos tercié activamente en el debate para defender el derecho que le asistía a mostrar su desacuerdo con los planteos de la mayoría. Y con gran dignidad e independencia, justo es resaltarlo, salvó su voto. Nadie diga que existió de su parte una “tendencia anarquizadora” por discrepar del criterio de los demás, que esto no tiene presentación.

Argumentando con mi propio ejemplo, digo que hay que defender a ultranza el derecho a disentir, que es sagrado, porque lleva en sí un elevado valor moral e intelectual, como los artículos de fe. En esto soy y he sido más que girondino, para felicidad mía y disgusto de los demás, como escribí el otro día.

7.– Siempre he mostrado mi abierto y radical disentimiento a la injerencia de la política en la nominación y postulación de los magistrados de las Cortes. Si el doctor Pinilla comparte esta concepción, pues magnífico ponernos de acuerdo, para cambiar este estado de cosas e impulsar las modificaciones de rigor a la Carta Política, en este y en otros asuntos. Y son tantos….!

Entretanto, respetemos a los magistrados cuyos nombramientos tienen ese origen. Tendrán sus méritos y sus virtudes jurídicas e intelectuales, –por algo los nombraron–, y también sus fallas y desaciertos, que esto es así y así ha sido siempre. Son humanos los magistrados, y los otros también, hasta el fin de los siglos.

Y claro está que se puede disentir de sus fallos y decisiones –cosa que yo hago frecuentemente–, pero no tiene sentido que se amenace o ponga en entredicho su independencia científica solo porque se piensa de otra manera.

Hasta donde alcanzan mis conocimientos que a buen seguro, no son muchos, nadie es poseedor de la verdad revelada, para emplear un lenguaje directo y bien hecho. Ahí queda el tema.

8.– Por temperamento, y porque mi naturaleza es así, y no de otra manera, o porque mi mente es de distinta época, siempre me mostré refractario, como magistrado, a dar entrevistas a los medios. Los periodistas están en su medio; el juez no.

Lo cual tiene mucho de verdad. De otro modo: existe siempre el peligro de que se desfigure el sentido de las realidades, o que se digan cosas que no se piensan, o que se malinterpreten las reflexiones por lo que se dice y por lo que no se dice.

Aquí se arriesga todo. Pienso para mis adentros, que no es para olvidar la serenidad clásica del administrador de justicia, ni su mesura, ni su circunspección, generosos ideales que no siempre se cumplen. Como tengo por cierto.

9.– En un libro que estoy terminando sobre un proceso penal que llevé ante la justicia penal y ante la interviú de un funcionario judicial a una revista de la capital, escribí lo que a seguida se copia, con la esperanza de que algún cristiano me entienda:

“Siempre se ha dicho que hablar a bocanadas, o hablar por no callar, son signos de desequilibrio en las personas que no se resignan a la discreción, o a pasar inadvertidos, y están en lo cierto, quienes discurren en la bondad de esta sentencia breve, con todas sus enseñanzas, porque más que formas de hablar, son formas de ser, y todos sabemos lo que esto quiere decir.

Para no pensar en muchas cosas, y lo escribo con el mejor ánimo, apenas digo, que no vi nunca a los doctores Luis Enrique Romero Soto, ni a Pedro Elías Serrano Abadía, ni a Lisandro Martínez Zúñiga, ni a Gustavo Gómez Velásquez, ni a Juan Manuel Torres Fresneda, ni a Edgar Saavedra Rojas, ni a José María Velasco Guerrero, ni a Luis Carlos Pérez, ni a Rodolfo Mantilla Jácome, ni a Fernando Arboleda, ni a otros más, ni a mi mismo, cuando presidí la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia, posar para los medios, especialmente para la televisión, y lo peor aún, en plena calle, para con las tramoyas teatrales del caso, hablar de lo divino y humano, como que se corre el riesgo de traer a cuento, cosas impensadas y otras más calamidades, pues los asuntos quedan, como se dice, a prueba.

Si de dar noticias judiciales se trata, porque no se hace un comunicado, deliberadamente sencillo y escueto y se entrega a los medios, evitando someterse a mezquinas escaramuzas, apresurados conceptos y encontrados impulsos, que solo problemas acarrean? Con fijarse en esto quedan a extramuros, otros comentarios”.

Nada más.

Jorge Enrique Valencia Martínez

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