Académico Honorario, Guillermo López Escobar (1919-2016)

Guillermo López Escobar

Por Alfredo Jácome Roca

Corría el año de 1957. Cuando cursaba el primer año de medicina en la Javeriana, conocí a través de un familiar médico a Guillermo López Escobar, a la sazón jefe de ginecología en el Instituto Nacional de Cancerología. Entonces supe que se trataba del máster López, el único médico que en ese entonces había conseguido dicho título.

Comprenderá el lector que por aquellos años las maestrías y doctorados eran cosa desconocida en nuestro medio. Aunque en la actualidad es común que un profesional de la salud tenga una maestría, hace 60 años resultaba admirable y un tanto exótico que un cirujano de cáncer ginecológico –ya de por si una actividad nueva en tiempos de la primacía obstétrica– ostentara este título académico. Pero más que eso, resultó un apodo útil para diferenciarlo de otros connotados especialistas.

Guillermo López se adelantó al menos dos décadas a los médicos que buscamos entrenamiento posterior en los Estados Unidos. Él lo hizo en la ciudad de San Luis, Misuri, centro médico de merecido prestigio, en momentos en que la medicina americana de la mano de los baby boomers lograra una primacía mundial que hasta antes de las dos guerras ostentaba Europa.

También fueron tiempos de unión entre la obstetricia y la ginecología, cuando descollaban en esta especialidad reconocidos parteros que según el mismo López Escobar “hacían toda clase de malabares vaginales, antes de pensar en una operación cesárea”.

Una nota necrológica como esta se quedará necesariamente corta ante la larga y productiva vida de este destacado colega, a quién le tocó vivir los enormes cambios que los últimos 100 años han traído a la humanidad y a la medicina. Poco después de los aciagos días del 9 de abril de 1948, Guillermo regresó a ejercer su especialidad en Bogotá.

Como los años acortan las distancias, pude disfrutar hasta hace poco de la calidez humana del máster López. Algunos lo recordarán como el médico que los recibió en este mundo, otros como el profesor universitario o el señor decano, quizá por alguna cirugía ginecológica o por su prolífica producción científi ca, aunque también se acordarán de sus actividades en los estudios de población.

Para entender lo de esta última parte, hay que ubicarse en el contexto de la guerra fría de los años cincuenta y de la búsqueda de soluciones al problema poblacional. La humanidad empezaba a tomar partido entre el éxito capitalista –que además de elevar el estándar de vida de los americanos pudo llevar al hombre a la luna– y el marxismo soviético, con sus cantos de sirena que prometían grandes reformas con revoluciones en el llamado “tercer mundo”.

Colombia no era ajena a estos cambios, la Iglesia post-Vaticano II también recibía aires frescos. La Alianza para el Progreso del presidente Kennedy consiguió el apoyo de líderes como Alberto Lleras, preocupados por el problema de población que afectaría el desarrollo y que agravaría la violencia endémica de los colombianos.

Los marxistas, la extrema derecha y sectores de la Iglesia consideraban por diferentes motivos que la explosión demográfica latinoamericana podría ser resuelta a la manera europea con la industrialización y el empleo. (Vea: Obituario: Académico Correspondiente, Rafael Villota Villota1)

Una razón era el desacuerdo sobre la intervención estatal y de la comunidad médica en la libertad de la pareja en determinar el número de hijos. Los expertos norteamericanos en planeación consideraron que era más expedito aplicar un freno a la reproducción sin control, a través de los nuevos métodos anticonceptivos y de esterilización, por lo que en cierta forma dramatizaron el problema poblacional.

Coincidieron entonces intereses académicos, iniciativas privadas, y agencias internacionales con las inyecciones monetarias de fundaciones americanas. Se hicieron consideraciones políticas, religiosas y económicas, y al final la natalidad colombiana se redujo de seis a dos hijos en promedio. La situación actual opuesta en países como China o en varios países europeos los ha llevado ahora a una política de promoción de la tasa de nacimientos.

El profesor López entre otros tomó partido por el control poblacional, reemplazando a Mendoza Hoyos en Ascofame y creando la Corporación Centro Regional de Población (CCRP).

No sería justo encasillarlo solo en este aspecto, pues a más de lograr los principales títulos académicos y administrativos en la facultad de medicina de la Universidad Nacional, participó intensamente en actividades de reconocidos centros médicos capitalinos como la desaparecida Unidia, la Clínica de Marly, la Fundación Santafé de Bogotá y el Centro Médico de los Andes.

También ayudó en el fortalecimiento de sociedades científicas de la especialidad y de su prestigiosa revista, de la cual fue prolífico colaborador.

Se preocupó por el futuro de esta rama, planteando que el ginecólogo debería ser también el médico familiar de la mujer, ya que usualmente era su confidente y orientador. Consideró que el aspecto científico era tan importante como el sociocultural.

La obstetricia de los maestros de los fórceps y de las maniobras se fue convirtiendo en una combinación de cosas, como planificación familiar o reproducción asistida, cesáreas como regla y no como excepción, atención prenatal de alta tecnología para embarazos de alto riesgo, diagnóstico, prevención y tratamiento de alteraciones genéticas, preservación de células madre del cordón, técnicas que mantienen ocupados a bioeticistas y legisladores, obligados a ponerse al día con los avances científicos. La realidad a veces desborda la ciencia ficción.

Un buen día Guillermo se fue a vivir a los Estados Unidos, ubicándose en la ciudad de Tampa. Estuvo vinculado con la Universidad del Sur de la Florida e incluso hizo los cuatro años para acceder al doctorado, que no logró por las dificultades para realizar la tesis de grado. Regresó al país en el año 2006 donde se mantuvo ocupado con sus actividades habituales.

La Academia Nacional de Medicina lo designó como miembro honorario. Fue lector infatigable –sobre todo de novelas– y publicó varios libros. Coleccionó cuatro volúmenes de monedas colombianas y fue de los pocos colegas que a sus avanzados años jugó al golf.

En su matrimonio tuvo cuatro hijos. El autor de esta nota tuvo la oportunidad de ser profesor de su hija Mónica, aventajada alumna de pre y posgrado. Descanse en paz el máster López, pionero de la ginecología y obstetricia en Colombia.

CLIC AQUÍ Y DÉJANOS TU COMENTARIO

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *