José Asunción Silva a Través de su Poesía

Silva fue un tributario del romanticismo, igual que Gustavo Adolfo Bécquer con quien comparte muchas afinidades. Fácilmente olvidamos que el romanticismo fue tardío en España e Hispanoamérica. Para Rafael Maya Silva “siendo el último romántico es el primer poeta modernista” en nuestra lengua. (19).

Javier Arango Ferrer lo matricula de lleno en el romanticismo. (20). Quizá sea mejor definirlo como romántico en la esencia y modernista en la forma. La ruptura del romanticismo con el clasicismo se debió al abandono de la realidad sensible para quedarse en lo puramente emocional, con o sin punto de apoyo en aquella.

Una de sus causas estuvo en la crisis que se le planteó a la cultura occidental cuando la ciencia moderna empezó a golpear las creencias religiosas que le daban al hombre una concepción del mundo, de sí mismo, de su destino.

El pesimismo cristiano que nos enseña que vivimos en un valle de lágrimas, nos propone como consuelo la creencia en una vida mejor. Los románticos se quedaron con el primero pero dejaron de confiar en la segunda.

Eso explica el escepticismo en que cayeron todos, el nihilismo de Nietzsche, el pesimismo de Schopenhauer, el subjetivismo de Fichte. No olvidar que el romanticismo nació en el convulsionado final del siglo XVIII y tomó cuerpo en el inestable XIX. H.G. Schenk ha escrito un excelente ensayo sobre “la enfermedad romántica del alma”.

El autor hace hincapié en el autoanálisis atormentado, el malestar incesante, el infortunio que caracterizó a tan importante generación. Los modernistas dejaron de lado el retoricismo de los románticos y expresaron los mismos sentimientos sugiriéndolos con palabras e imágenes sobresalientes por su sencillez y simplicidad. (Vea: Letras: La Personalidad de José Asunción Silva)

Silva definió muy bien la situación crítica, creadora del romanticismo en el “Mal del Siglo”:

Doctor, un desaliento de la vida
Que en lo íntimo de mí se arraiga y nace,
El mal del siglo … el mismo mal de Werther
de Rolla, de Manfredo y de Leopardi.

“Un cansancio de todo, un absoluto
Desaprecio por lo humano … un incesante
Renegar de lo vil de la existencia
Digno de mi maestro Schopenhauer;
Un malestar profundo que se aumenta
Con todas las torturas del análisis …

Rafael Maya escribió con toda razón que la poesía silviana está hecha de muerte y pasado, temas propios del romanticismo. Es frecuente que los románticos llevaran sus personajes al suicidio, como ocurre con Ruy Gómez en el “Hernani” de Hugo, el Werther de Goethe, el Manfredo de Byron, el Rafael de Lamartine, el Rolla de Musset.

Son célebres las crisis depresivas de Leopardi y Bécquer. Algunos de los autores cayeron en el suicidio, verbigracia, Mariano José de Larra, Gerardo de Nerval y, entre nosotros, Silva y Candelario Obeso. No es de extrañar que en la poesía romántica no brille el sol, sino en los momentos crepusculares y, una que otra vez, cuando aparece en el horizonte.

Esa poesía se ilumina apenas con los rayos de la luna y las estrellas. La mayor parte del tiempo todo se pasa en ella al amparo de la oscuridad. Con frecuencia asoma la desnuda calavera, cuando no permanece discretamente oculta en los sepulcros.

La tristeza se da a manos llenas por el peso de la vida y las flores siempre están marchitas. Ocasionalmente la desesperanza suele expresarse en ironía agresiva contra los seres y las cosas. La melancolía, los sollozos y las lágrimas son de regla, cuando no el tedio, la ansiedad, los desengaños, la desventura, los suspiros. Don Miguel de Unamuno definió la poesía de Silva como sigue:

“Lo primero, ¿qué dice Silva? Silva no puede decirse que diga cosa alguna; Silva canta. Y ¿qué canta? He aquí una pregunta a la que no es fácil contestar desde luego. Silva canta como un pájaro triste, que siente el advenimiento de la muerte a la hora en que se acuesta el sol”.

“Y puros, purísimos son por lo común los pensamientos que Silva puso en sus versos. Tan puros que como tales pensamientos no pocas veces se diluyen en la música interior, en el ritmo. Son un mero soporte de sentimientos” (21).

Repasé cuidadosamente Intimidades, los primeros poemas de Silva, rastreando los temas anteriormente mencionados. Son cincuenta y cuatro poesías originales y seis traducciones. De las primeras sólo ocho escapan a la maldición pesimista, no obstante el tono de algunas de ellas, a saber: “Adriana”, “La primera comunión”, “Fragmento de una carta”, “Infancia”, “Los demasiados felices”, “Alas”, “Notas perdidas”, VIII y XI. De las traducciones únicamente dos respiran paz, “Huyamos de Solaña” de Víctor Hugo y “La estrofa” de G.A. Bécquer.

Igual escrutinio hice con “El Libro de Versos” en el cual figuran cincuenta y nueve poemas, descontados seis publicados en “Intimidades”. Pues bien, cuarenta y dos corresponden a la temática propia del romanticismo, incluidas las versiones de “Las voces silenciosas” de Lord Tennyson y “Realidad” de Hugo.

Las excepciones son “Crepúsculo”, “Obra humana”, “Ars”, “Mariposa”, “…?” (“Estrella que entra los sombríos” …), “Serenata”, “Taller moderno”, “Paisaje tropical”, “Madrigal”, “Futura”, “Egalité”, “A Diego Fallón”, “Sus dos mesas”, “Nocturno” (“Oh! dulce niña pálida, que como un montón de oro …”), “Poesía viva”, “A un pesimista”, “…?” (“Por qué de los cálidos besos …”), “A ti (“Tú no lo sabes, más yo he soñado”), el otro “A ti” principia:

De luto está vestida,
sembrada está de abrojos
la senda de mi vida,
sin luz y sin placer.

Es de observar que en la poesía de Silva no aparece la madre sino la abuela y con mayúscula, y que el niño sólo recuerda los cuentos infantiles. Nada sabe ni del amor ni de las caricias maternales.

Veamos algunos ejemplos tomados de “El Libro de Versos”. En “Al oído del lector” nos encontramos con que la dicha se traduce en tristeza:

Pasión hubiera sido
En verdad; estas páginas
En otro tiempo más feliz escritas
No tuvieran estrofas sino lágrimas.

Cuando hay dicha las ideas dolorosas vienen a perturbarla, tal como ocurre en “Los Maderos de San Juan”:

Y en tanto en las rodillas cansadas de la Abuela
Con movimientos rítmicos se balancea el niño
y ambos conmovidos y trémulos están,
La Abuela se sonríe con maternal cariño
Mas cruza por su espíritu como un temor extraño
Por lo que en lo futuro, de angustia y desengaño
Los días ignorados del nieto guardarán.

Nada tan característico del Silva predispuesto a la melancolía, como “Al pie de la estatua”, el poema en que canta a Bolívar. El poeta se advierte a sí mismo que no cante al Libertador victorioso contra España en cien combates, ni siquiera al joven cuando juró hacerlo en el Aventino, ni al guerrero afortunado en medio del fragor de las batallas, ni al gozador incansable de la “opulenta Lima”.

No, no lo cantes en las horas buenas
En que, unido a los vítores triunfales,
Vibró en su oído el son de las cadenas,
Que rompió, de los tiempos coloniales:
Cántalo en las derrotas,
En la escena de grave desaliento
En que sus huestes considera rotas
Por las hispanas filas …

Y la tristeza exalta
De tenebrosa noche de septiembre,
Cuyos negros recuerdos nos oprimen …

Muy pocos poemas pueden compararse a “Día de difuntos” en los sentimientos desolados que inspira. El tema, el paisaje, el doblar de las campanas, la adolorida ‘intimidad familiar, la insistencia en la muerte, las referencias al suicidio, todo es de una “letal melancolía” pocas veces mejor lograda.

La luz vaga … opaco el día
La llovizna cae y muja
Con sus hilos penetrantes la ciudad desierta y fría.
Por el aire tenebroso ignorada mano arroja
Un oscuro velo opaco de letal melancolía,
y no hay nadie que, en lo íntimo, no se aquiete y se recoja
Al mirar las nieblas grises de la atmósfera sombría,
y al oír en las alturas
Melancólicas y oscuras
Los acentos dejativos
y tristísimos e inciertos
Con que suenan las campanas
Las campanas plañideras que les hablan a los vivos
De los muertos.

En “Don Juan de Covadonga” el personaje ha ensayado todos los placeres de la carne, para librarse de su “tenaz melancolía”, sin lograrlo. Busca entonces el refugio de un convento, donde es prior un hermano suyo, a quien le sugiere que él desearía imitarlo,

¿Orando tú?…, le dijo
Don Juan, con voz monótona y cansada,
Lejos de todo, en la quietud suprema
De la vida del claustro … cuando fijo,
Temblando, una mirada
En el abismo actual de mi miseria,
Sueño también en el retiro …

El prior lo interrumpe y le cuenta:

Oye Juan, mira, hermano … Aquí en la triste
Vida conventual, todo reviste
Un aspecto satánico, mis horas
Tienen angustias indecibles, mira,
Un enjambre de formas tentadoras,
Entre mi celda, por la noche, gira
y huye … De la oración con los empeños
Lo disipo por fin … Ansío el oro…
y yo llegué al convento … ¡Pobre loco!
Triste y arrepentido,
Soñando en fin en descansar un poco,
Yen ansiedades místicas perdido …
Pero dime, ¿A qué vienes … ? “Yo por verte,
dijo don Juan, por verte, a toda prisa,
y por darte noticia de la muerte
De don Sancho de Téllez, tú, mi santo
Por su eterno descanso dí una misa!

En “Gotas Amargas” Silva adopta la ironía y hasta el sarcasmo contra el estado de tristeza en que parece zozobrar. Ejemplo, “Avant-Propos”, en el cual hay una cierta alusión a las fórmulas médicas a que me referí atrás, verbigracia, las gotas amargas que se prescribían a los dispépticos, compuestas con ipeca y genciana:

Pobre estómago literario
que lo trivial fatiga y cansa,
no sigas leyendo poemas
llenos de lágrimas.

Deja las comidas que llenan,
historias, leyendas y dramas
y todas las sensiblerías
semi-románticas.

y para completar el régimen
que fortifica y que levanta,
ensaya una dosis de estas
gotas amargas.

En “Filosofías” el poeta habla de sus propias experiencias para distraer la angustia y curarse del “mal del siglo”, y cita a algunos de sus autores preferidos.

Compara religiones y sistemas
de la Biblia a Stuart Mill,
desde los escolásticos problemas
hasta lo más sutil.

De Spencer y de Wundt, y consagrado
a sondear ese abismo
lograrás este hermoso resultado:
no creer ni en ti mismo.

Deja el estudio y los placeres; deja
la estéril lucha vana
y, como Cakia-Muni lo aconseja
húndete en el Nirvana.

Son contados los poemas en que Silva deja asomar su sexualidad marcada por altibajos. Ejemplo:

… ?
¿Por qué de los cálidos besos,
de las dulces idolatradas
en noches jamás olvidadas
nos matan los locos excesos?
De la carne el supremo grito
hondas vibraciones encierra;
dejadla gozar de la vida
antes de caer, corrompida,
en las negruras de la tierra “.

En “¡Oh dulce niña pálida!” el poeta es tan expresivo como el José Fernández de “De Sobremesa”:

Dime quedo, en secreto, al oído, muy paso,
con esa voz que tiene suavidades de raso:
si entrevieras en sueños a aquel con quien tú sueñas
tras las horas de baile rápidas y risueñas,
y sintieras sus labios anidarse en tu boca
y recorrer tu cuerpo, y en su lascivia loca,
besar todos sus pliegues de tibio aroma llenos
y las rígidas puntas rosadas de tus senos;
si en los locos, ardientes y profundos abrazos
agonizar soñaras de placer en sus brazos,
por aquel de quien eres todas las alegrías,
¡oh dulce niña pálida!, di, ¿te resistirías? …

“De Sobremesa”

“De Sobremesa” es la historia de un enfermo mental manifiesto. No de otra manera puede considerarse a José Fernández, héroe de la novela. El relato se inicia en Bogotá en un ambiente rococó, recargado de jarrones de cristal de Murano, porcelanas decoradas “cubiertos que parecen joyas”, “vieja vajilla de plata marcada con las armas de los Fernández Sotomayor”.

En semejante morada se comían manjares delicados y abundaban el “rubio jerez añejo”, los burdeos, los borgoñas, los cigarrillos egipcios y los cigarros puros, importados de La Habana.

Allí se reúnen con Fernández cuatro amigos, entre ellos un médico. ¿Cuáles son las cuestiones sobresalientes del diálogo? Los elogios que el último prodig-a a Fernández por el exceso de vigor físico. Otro de los contertulios agrega que también las aventuras amorosas que todos le envidiaban.

El médico le reprocha que no haya vuelto a escribir poesía y que esté dedicado a una hiperactividad dispersa. “Dime -le reprocha-, ¿piensas pasar tu vida entera como has pasado los últimos meses, disipando tus fuerzas en diez direcciones opuestas …?”.

“¿Tú sí crees de buena fe que aunque vivas cien años alcanzarás a satisfacer los millones de curiosidades que levantas dentro de ti a cada instante …?”. Fernández rechaza que le llamen poeta y anota: “pensé escribir un poema que tal vez habría sido superior a los otros … no volveré a escribir un verso …

Uno de los presentes le interrumpió para observarle: “… en ti el crítico mata el poeta …”. Fernández respondió sobre la causa de que no escriba, “tú sabes muy bien cuál es: es que como me fascina y me atrae la poesía, así me atrae y me fascina todo, irresistiblemente: todas las artes, todas las ciencias, la política, la especulación, el lujo, los placeres, el misticismo, el amor,la guerra, todas las formas de la vida, la misma vida material, las mismas sensaciones que por una exigencia de mis sentidos necesito de día en día más intensas y más delicadas …” (22).

Alguno de los amigos le comenta: “Si tú supieras que he pasado hoy un mal día pensando en ti, con la idea fija de que estabas enfermo … Pero estás bien, ¿verdad?”. Fernández le responde: “Nunca estoy bien en los últimos días del año …; nunca estoy bien en los últimos días de diciembre”.

Todos insisten en que Fernández les lea una de sus novelas, otro le cuenta al médico: “… No saben tus colegas qué es lo que tengo”. Y dirigiéndose a Fernández, “… dime, ¿tampoco pudieron hacer diagnóstico de una enfermedad que sufriste en París, de una enfermedad nerviosa …? Dime, tú la describiste en tu diario, si nos leyeras esta noche …” (23).

La novela, si así puede llamársele, se desarrolla en Europa y comienza en París con un panegírico de María Bashkirtseff y un panfleto contra Max Nordau, un húngaro que escribió en alemán, por haberse ocupado de los problemas psiquiátricos de varios genios, en particular de María, en su obra “Degeneración”.

Escribe Nordau a propósito de la rusa genial, refiriéndose a un escrito de Mauricio Barrés, “y más tarde canonizó a María Bashkirtseff, una degenerada joven muerta de tisis, atacada de locura moral, de un principio de delirio de grandeza y persecución, así como de exaltación erótica mórbida bajo la advocación de Nuestra Señora de los Sueños.

El elogio de Fernández a la mujer famosa, fallecida a los veinticuatro años, tiene todas las características de una identificación imaginaria con su vida y obra. Para el caso tomo del “Diario” de María la siguiente cita, que parece escrita por el propio Fernández:

“Me parece que nadie adora todo como yo; lo adoro todo: las artes, la música, los libros, la sociedad, los vestidos, el lujo, el ruido, el silencio, la tristeza, la melancolía, la risa, el amor, el frío, el calor, todas las estaciones, todos los estados atmosféricos; las sabanas heladas de Rusia y los montes de los alrededores de Nápoles; la nieve en invierno, las lluvias de otoño, la alegría y las locuras de la primavera, los tranquilos días de verano y sus noches consteladas, todo eso lo admiro y adoro.

Todo toma a mis ojos interesantes y sublimes aspectos, querría verlo, tenerlo, abrazarlo, besarlo todo, y confundida con todo, morir, no importa cuándo, dentro de dos o dentro de treinta años, morir en un éxtasis para sentir el último misterio, el fin de todo o ese principio de una vida nueva. ¡Para ser feliz necesito TODO, el resto no me basta! …”
(24).

Sigue una primera tentativa de asesinato por parte del personaje de la novela, quien conoce en la Opera a una proxeneta de origen humilde, María Legendre, quien había cambiado su nombre por el de Lelia Orloff. La muchacha llevaba una vida lujosa, entrenada por un duque ruso con quien había conocido media Europa.

“Esa delicada criatura -relata Fernández- ataviada e idealizada por productores y artistas fue el ídolo de estos últimos seis meses”. “¡Oh las caricias lentas, sabias e insinuantes de aquellas manos delgadas y nerviosas; la lascivia de aquellos labios que modulaban los besos como una cantatriz de genio modula las notas de una frase musical!; ¡Oh el refinamiento de sensualidad, la furia de goce!” (25).

Lelia tenía una amiga, Angela de Roberto, y a Fernández le entró la sospecha de que mantenían relaciones lesbianas. Una tarde fue a visitarla. “Me abrió la camarera -escribe- y al verme hizo una mueca extraña, de burla, de alegría, de miedo, un gesto extravagante que me lo sugirió todo.

Al hacer saltar la puerta de la alcoba que se deshizo al primer empujón brutal, y cedió rompiéndose, un doble grito de terror me sonó en los oídos y antes de que ninguna de las dos pudiera desenlazarse, había alzado con un impulso de loco duplicado por la ira, el grupo infame, lo había tirado al suelo, sobre la piel de oso negro que está al pie del lecho, y lo golpeaba furiosamente con todas mis fuerzas …

Con las manos violentas, con los tacones de las botas, como quien aplasta una culebra. No sé cómo saqué de la vaina de cuero un puñalito damasquinado y cincelado como una joya que llevo siempre conmigo y lo enterré dos veces en la carne blanda; sentí la mano empapada en sangre tibia …” (26).

Huída de París a Basilea, todo lleno de remordimientos y con el nombre cambiado. “¡Del estado en que estoy a la locura -escribe- no hay más que un paso!”. La calma llega con un telegrama en que un amigo le anuncia que puede regresar, pues la presunta víctima está bien y la policía ignora lo acontecido.

Otro suceso nefasto. Fernández recibe una carta en que le anuncian que el 2 de junio había muerto la abuela, quien antes de morir tuvo un delirio extraño en el cual pedía a Dios que lo salvara del crimen, “de la locura que lo arrastra”, del infierno.

Pero una mezcla de presión y arrepentimiento lo empuja a Whye, un retiro solitario en los Alpes suizos. Se trata de la casa rústica de unos campesinos, en donde el contacto con semejante naturaleza tan esplendorosa, lo saca de la melancolía y surgen los sueños de grandeza.

Piensa establecerse en New York y hacer viajes periódicos a Panamá para negociar en perlas, acumular más dinero y regresar a Colombia para dedicarse a la política y hacerse dictador. “¡Oh! qué delicia la de escribir -exclama- después de instalar un gobierno de fuerza …”.Y el sueño se alarga ocupando varias páginas. “-Yo estaba loco cuando escribí esto, no Sáenz, observó Fernández, interrumpiendo la lectura y dirigiéndose al médico…” (27).

“Borracho de ideas y cansado de pensar salí de mi escondite …”. Esto escribe nuestro hombre en Interlaken, a donde se ha trasladado y donde comete otra tentativa de homicidio durante una escena sexual sadomasoquista.

Allí se encuentra con Nini Rousset, “por quien habría dado un mes de vida antes de tropezar con la Orloff”. Pero, con quien antipatiza por ser la “encarnación auténtica de toda la canallería y de todo el vicio parisiense”. Y viene la narración del homicidio frustrado.

“Cuando rendidos ambos de lujuria y de cansancio, borrachos de champaña helada, la Rousset comenzaba a adormecerse con la cabeza sobre los almohadones blandos, una furia inverosímil, una ira de Sansón mutilado por Dalila, me crispó de pies a cabeza, al pensar, con toda la excitación del alcohol en el cuerpo, en los insultos groseros que nos habíamos prodigado en la hora anterior, entremezclándolos de caricias depravadas y en mis planes de vida racional y abstinente, deshechos por la noche de orgía.

Un impulso loco surgió en las profundidades de mi ser, irrazonado y rápido como una descarga eléctrica y como un tigra que se abalanza sobre la presa, cerqué con las manos crispadas, sujetando como con dos garras de fierro, la garganta blanca y redonda de la divetta. ¡Ahogarla ahí, como un animal dañino contra las almohadas de plumas!

Di un grito horrible al despertarse, asfixiándose, me clavó los ojos, con las pupilas dilatadas, con una expresión de terror sobrehumano y al adivinar mi intención asesina. mientras que seguía estrechándola con las manos, gritó con voz ronca, ¡loco!, ¡loco!, ¡está loco! y sacudiéndose con la agilidad de un venado perseguido por la jauría, huyó medio desnuda a encerrarse en su cuarto, llorando de miedo”. (28).

Fernández se traslada a Ginebra donde ocasionalmente ve de lejos a una joven a quien llaman Helena, acompañada de un señor entrado en años, la cual se le corvierte en idea fija por el resto de su vida.

“Cuando desperté esta mañana -escribe Fernández al día siguiente de haberla visto-, después de un dormir enfermizo, conseguido con dos gramos de cloral y lleno de las imágenes del día, de los ojos azules, de la faz pálida, de la cabellera castaña, del incesante revoloteo de una mariposilla blanca sobre tres hojas verdes y del ramo de rosas, el sol rayaba de oro las persianas de mis balcones” (29).

Al preguntar por los huéspedes, en la portería del hotel le informan que habían partido muy temprano. Fernández viaja a Londres.

La depresión en Inglaterra se torna desesperada. “Flota sobre mi espíritu el melancólico recogimiento del otoño…”. “Me siento sin ánimo de trabajar ni vivir, y pienso en Helena como un chiquillo perdido entre la noche de un bosque, pensaría en las caricias de la madre … Es una obsesión enfermiza casi; al dormir me la veo vestida con el corpiño de seda roja …”.

Buscó refugio en las mujeres, pero la primera aventura consoladora se le convirtió en pesadilla. “Separándolos de los de ella volví los ojos hacia el fondo oscuro de la alcoba donde la sombra se aglomeraba resistente a la luz eléctrica por el color sombrío de los tapices y di un grito … Acababa de ver unidas, en lo alto del muro, como una medalla antigua, el perfil fino y las canas de la abuelita y sobre él, el perfil sobrenaturalmente pálido de Helena, en una alucinación de un segundo” (30).

La compañera ocasional lo interroga sobre el grito, elogia su hermosura, atrayéndolo hacia ella, pero Fernández pretextó un vértigo y la dejó a solas besándole las manos. Siguió una consulta médica con el doctor Rivington, a quien Fernández cuenta detalladamente su historia.

El médico se limita a aconsejarle que regularice su vida, que se distraiga yendo al teatro y a los conciertos, que procure buscar a Helena para que ésta deje de ser un fantasma. Lo incita a satisfacer las necesidades sexuales y a que no las mezcle con sentimientos.

Le insiste en que deje los sueños de gloria, el arte, los amores sublimes y que vuelva a su país y se dedique a la agricultura. “Creo inútil decirle -observa Rivington- que los excitantes y narcóticos que usted ha usado han hecho la mitad de la obra al producir su estado de hoy”. El médico le muestra un cuadro y Fernández queda convencido de que es el retrato de Helena.

Continúan las angustias. “¿Terror? .. ¿Terror de qué? ..” -se pregunta Fernández-. De todo por instantes … De la oscuridad del aposento donde pasó la noche insomne viendo desfilar un cortejo de visiones siniestras …”. “No, no es terror de eso, es terror de la locura.

Desde hace años el cloral, el cloroformo, el éter, la morfina, el haschish, alternados con excitantes que le devolvían al sistema nervioso el tono perdido por el uso de las siniestras drogas, dieron en mi cuenta de aquella virginidad cerebral más preciosa que la otra de que habla Lasegue”.

“La locura. ¡Dios mío, la locura! A veces, ¿por qué no decirlo, si hablo para mí mismo? .. cuántas veces no la he visto pasar …”. “Loco … ¿y por qué no? Así murió Baudelaire, el más grande para los verdaderos letrados, de los poetas de los últimos cincuenta años, así murió Maupassant, sintiendo crecer alrededor de su espíritu la noche y reclamando sus ideas …” (31).

El regreso a París se acompañó de una “abominable impresión de ansiedad y de angustia …”. “sin motivo y por consiguiente más odiosa, de ansiedad que no se refiere a nada, y a la cual preferiría el dolor más intenso …”.

Nueva consulta médica. Ahora es con el doctor Charvet. “Me interrogó hábil y discretamente hasta hacerme confesar los cinco meses de abstinencia sexual a que me ha condenado la imposibilidad de tolerar cualquier contacto femenino desde la tarde del bendito encuentro en Ginebra”. Charvet le receta bromuros y baños de agua caliente.

No obstante, “La angustia -cuenta- me oprime, me agota, me embrutece; me hace sudar frío, me imposibilita para pensar. En las últimas cuarenta y ocho horas no he podido pegar los ojos y el cerebro, fatigado por el insomnio, funciona débilmente.

No pienso casi y me muero de ansiedad. ¿De qué? .. De nada …”. “Desde hace seis horas tirito de frío, hasta la médula de los huesos, tendido en el diván”. “Y no puedo levantarme y me muero de angustia y debilidad … ¡La muerte!. .. No me impresiona pensar en ella; estoy seguro de que no es ni más horrible ni más misteriosa que la vida” (32).

Vienen a verlo dos médicos que no dan con el mal y llaman a Charvet, quien lo encuentra deprimido físicamente, con un grado de temperatura por debajo de la normal, “pulso de un niño moribundo”, palidez de muerto, postración.

El médico se niega a darle narcóticos por el estado de debilidad y porque debe levantarle las fuerzas, ya que “El organismo entero presenta graves e inexplicables fenómenos de depresión y de agotamiento”. Charvet volvió al día siguiente, lo obligó a tomar dos copas de cogñac, le inyectó éter y le hizo tomar unos gránulos de cafeína, remedios que se empleaban entonces para los estados adinámicos y de sobrefatiga.

Además, le formuló unas cucharadas que le levantaron el ánimo. El 31 de diciembre volvió la ansiedad y la perspectiva del insomnio lo hizo salir a la calle. Al acercarse las doce le sobrevino una crisis de terror tal que perdió el conocimiento. Volvió en sí cuando estaba en el cuarto del hotel acostado en su lecho, con un dolor horrible y fiebre, pero sin ansiedad.

Fernández averigua por la dama del retrato que según el médico era la esposa de un tal Scilly Dancourt, orientalista y viajero impenitente, cuyos pasos se dedicó a averiguar por medio mundo, entretejiendo fantasías con la dama de sus sueños.

En esas se inicia el terrorismo con que los anarquistas pusieron en vilo a Europa, y Fernández relata algunos estallidos de bombas ocurridos en París, se muestra partidario de lo que sucede y lo relaciona con el nihilismo de Nietzche.

Al efecto, aconseja a los obreros que profesen la moral de Zarathustra y escribe dirigiéndose a uno de ellos: “haz que salte en pedazos, al estallido del fulminante picrato, la fastuosa vivienda del rico que te explota.

Muertos los amos, serán los esclavos los dueños y profesarán la moral verdadera en que son virtudes la lujuria, el asesinato y la violencia. ¿Entiendes obrero? …” (33). En relación con el tema Fernández se entrega a disquisiciones sobre política, religión y moral, en las que aparecen entre otros los nombres de Rousseau, Voltaire, Ibsen, Ravachol y hasta el del pintor Gustavo Moreau. Tales disquisiciones son frecuentes en la novela. El siguiente párrafo nos muestra su tono y su fondo, inspirados en el pesimismo del personaje.

“Crees tú, crítico optimista que cantaleteas el místico renacimiento y cantas hosanna en las alturas, que la ciencia notadora de los Taine y de los Wundt.la impresión religiosa que se desprende de la música de Wagner, de los cuadros de Puvis de Chavannes, de las poesías de Verlaine y la moral que enseñan en sus prefacios Paul Bourget y Eduardo Rod, sean cadenas suficientes para sujetar la fiera cuando oiga el Evangelio de Nietzche? … El puñal de Cesáreo Santo y el reventar de las bombas de nitroglicerina pueden sugerirte la respuesta” (34).

Vuelve la etapa de actividad que comienza, como lo anota Fernández, por “una oleada intensa de sensualismo”. y siguen tres aventuras amorosas. La primera con una norteamericana casada, a quien seduce con el regalo de un collar de diamantes y el recuerdo de sus poesías que la dama había leído en traducciones hechas al inglés.

La segunda, con una baronesa alemana, de origen italiano al parecer, Julia Musellaro, a la cual Fernández se refiere en los sig-uientes términos: “So pretexto de amor al arte pagano y de mi entusiasmo por los poetas modernos de Italia, habíamos tenIdo en los últimos tiempos conversaciones indeciblemente libertinas”.

“Me había recitado los más ardientes poemas en que D’Annunzio canta las glorias de la carne” (35). La otra amante, la más duradera de las tres, fue una colombiana a quien el esposo, su amigo, puso imprudentemente en sus manos.

Entre tanto, Fernández ofreció una “suntuosa fiesta”, de la que se ocuparon los diarios “bulevarderos” y en la que el “richissime americain don Joseph Fernández de Andrade” reunió a la aristocracia parisiense con los intelectuales franceses más renombrados y la colonia hispanoamericana de París.

Pero torna la depresión. “En el aislamiento en que he vivido estas semanas, todos los recuerdos de lo reciente se han borrado a mi alrededor y la imagen de Helena ha ido resucitando hasta hacerse más vívida que nunca.

Ayer, al abrir la puerta del cuarto donde están los retratos … un olor extraño y nauseabundo me impidió entrar”. “El nauseabundo olor era el de las últimas flores pedidas a Cannes, que al descomponerse, habían podrido el agua de los vasos”. “Mi alma en ese momento estaba más sombría que el cuarto abandonado y más marchita que las flores” (36).

Y recomenzó la búsqueda de Helena, cuyo encuentro después de tanta persecución produjo a Fernández otra crisis, igual a la última de que lo había sacado el doctor Charvet. El dicho encuentro con Helena tuvo lugar en la tumba en que ésta reposaba desde hacía varios años en un cementerio de París_ Fernández describe el hallazgo así: “Caminé unos pasos, y al sentir lo mojado del piso, fui a detenerme bajo las ramas de un árbol y cerca de una columna que tenía la inscripción medio borrada por los años y la lluvia”.

“Dando media vuelta para buscar un punto de apoyo en el monumento que tenía a la espalda, y cerrando los ojos, alcancé a cogerme de la verja baja de hierro y de la pilastra que formaba la esquina. Caí de rodillas …”. “De repente dí un grito de terror. Había sentido unas manos que se apoyaban en mis hombros. Volví la cabeza. Era Marinoni …”. “¿Qué tienes? Preguntó asustado”. “El vértigo … alcancé a contestarle”. (37).

El final de la novela contiene invocaciones a Helena, como la siguiente:

“¿Muerta tú? .. ¡Jamás!”. “No, tú no puedes morir. Tal vez no hayas existido nunca y seas sólo un sueño luminoso de mi espíritu; pero eres un sueño más real que eso que los hombres llaman Realidad. Lo que ellos llaman así, es sólo una máscara oscura tras de la cual se asoman y miran los ojos de sombra del misterio y tú eres el Misterio mismo” (38).

Quienes han dicho que “De Sobremesa” es una biografía del propio Silva tienen razón a medias. Abundan los datos personales, como las claras referencias a los vaivenes de su temperamento, sus preferencias literarias y filosóficas, sus inquietudes científicas, la depresión en París y las de los fines de año, los cuidados médicos a que debió someterse con los tratamientos respectivos, al trabajo que le costaba escribir, el cual explica la parquedad de su obra poética.

Existen en particular descripciones exageradas del boato con que soñaba vivir y de las empresas en que deseaba meterse, pero en su vida real hubo bastante de eso. Llama la atención la forma como describe las crisis de melancolía sufridas por Fernández.

Recuérdese que llega hasta la pérdida del conocimiento y que una de ellas tuvo lugar un 31 de diciembre a las doce en punto de la noche. Con igual exageración presenta los momentos de ansiedad que extrema hasta el horror.

Existen otras referencias que debieron ser asimismo verdaderas, como la muerte de la abuela y la condena de ésta a las ideas materialistas del poeta. También, varios datos a propósito del padre y de antecedentes hereditarios de ambas familias. Además vuelve a las disquisiciones filosóficas de que trata Juan Evangelista Manrique.

¿Quién fue Helena? ¿Un recuerdo idealizado de Klvira, sumergido en el inconsciente? ¿La misma Adriana que figura en los versos? Al parecer no es otra que la bogotana de quien estuvo enamorado, que lo apreciaba y comprendía pero que casó con otro y a quien prefiere ver muerta en la novela, probablemente por despecho.

Albert Beguin ha escrito un libro “El alma romántica y el sueño”, interesante por cuanto el autor anota cómo en la obra de los escritores románticos es imposible separar la realidad de los sueños. En “De Sobremesa” la realidad y lo imaginario se hallan muy entrelazados.

Lo más importante a destacar es que se trata de una realidad enfermiza, que en general se reduce a anhelos por lograr una actividad descontrolada que permita luchar contra el pesimismo y los accesos depresivos.

Silva convirtió en concepción teórica su vivencia existencia!. De ella es expresión fiel “De Sobremesa”, resumida en su poema Filosofías.

El más descarnado sensualismo llega al agotamiento en edad temprana; el olvido de nada sirve para apaciguar el ánima; el trabajo hasta agotarse no deja sino enfermedad y fastidio; el arte es vano empeño porque depende de los vaivenes de la moda; las creencias religiosas sólo llevan a dudar de la existencia de un más allá.

El estudio apenas conduce a no creer ni en sí mismo: la muerte no libra de la angustia de haber estado vivo; la única solución contra el temor de vivir es hundirse en el Nirvana, según estrofa que cité páginas atrás. Intuición curiosa del genio: la relajación, no ya mediante el yoga sino con sistemas fisiológicos, es terapéutica recomendada hoy para curar la ansiedad y la depresión ansiosa.

Manía – Depresión, Melancolía y Depresiones Simples

El acceso maníaco aparece entre los 20 y 50 años. El comienzo es brusco y progresivo. El paciente es extravagante y se presenta desaliñado, a veces desnudo. Rostro animado, ojos brillantes, canta, grita, gesticula y no cesa de hablar ni de moverse.

Hay excitación psíquica y fuga de ideas, aceleración de las representaciones mentales, exaltación imaginativa, incapacidad para prestar atención voluntaria y excesiva atención espontánea. El lenguaje hablado o escrito suele ser verdadero flujo de palabras.

La excitación psicomotriz conduce al paciente a saltar, bailar, imitar a quienes lo rodean. Se dan trastornos orgánicos marcados, tales como hambre y sed insaciables e insomnio. La manía puede acompañar a otras enfermedades mentales, por ejemplo a la esquizofrenia.

Entre las formas clínicas cabe señalar la hipomanía que es una forma benigna o atenuada. Se acompaña de exuberancia de pensamiento, conversación fluida e interminable. En un grado menor el individuo se muestra vivo, espiritual, inteligente, brillante, agresivo, irritable, autoritario y sarcástico.

El hipomaníaco es hiperactivo, siempre está haciendo algo y no parece sentir cansancio. En él abundan las iniciativas y por eso adelanta empresas múltiples, a las cuales dedica muchas horas diarias de trabajo y en las que suele fracasar con frecuencia. Como falta el control moral suele entregarse a excesos sexuales. En ocasiones hay experiencias delirantes y alucinatorias. Las formas leves son frecuentes en importantes hombres de empresa.

¿Síntomas primarios de los estados depresivos? Humor triste, inhibición de las actividades mentales y físicas, dolor moral y vivencia de la caída del ánimo. Tales estados presentan numerosas variedades. Imposible clasificarlas todavía con precisión según sus causas.

Es indiscutible el origen endógeno de la manía-melancolía, cuyos factores hereditarios están más que demostrados. La depresión de involución en la vejez se relaciona asimismo con causas orgánicas. En las denominadas neuróticas, la depresión surge de un momento a otro sin motivos aparentes o mínimos.

El factor importante radica en la personalidad premórbida originada en la infancia. En cambio, existen depresiones producidas por factores externos como el estrés, el duelo provocado por un insuceso, la muerte de un ser querido o la pérdida de bienes de fortuna. La intensidad y duración tienen que ver con la constitución del individuo.

El estado melancólico suele establecerse con lentitud. El sujeto permanece acostado o sentado, la cara pálida cubierta por la máscara de una tristeza profunda, rasgos caídos, ojos muy abiertos, mirada fija, entrecejo fruncido.

El enfermo sumido en gran abatimiento, no habla sino que gime o llora. Hay inercia e inhibición psíquica total, dolor moral, sentimientos embotados o, mejor, anestesia afectiva, culpabilidad e indignidad, autoacusaciones, hipocondría, búsqueda obstinada de la muerte con rechazo de los alimentos, tentativa de suicidio, a veces “raptus suicida”.

Se denomina así la impulsión brutal y súbita que precipita a la muerte. El melancólico se dispara un tiro, se arroja por una ventana, o se clava un cuchillo en pleno corazón. En otras ocasiones, tomada la decisión del suicidio, el individuo permanece tranquilo como si con ella pusiera término a la angustia.

Desde el punto de vista orgánico son constante s los trastornos digestivos. Hay pérdida del apetito, náuseas, mal funcionamiento de estómago e intestinos, estreñimiento, crisis diarréicas, lo que antiguamente se llamaba dispepsia.

Así mismo perturbaciones del pulso y de la tensión arterial. Existen dos formas e melancolía, según que prevalezca la atonía o la ansiedad. También, la melancolía simple con tendencia a la inacción, sensación de fatiga, impotencia e improductividad intelectual.

En la melancolía estuporosa el sujeto permanece absolutamente inmóvil, no come, no hace ningún gesto. Mantiene la vista fija y su rostro expresa dolor y desesperación. En la forma ansiosa prevalece el miedo y en la delirante puede haber ideas de culpabilidad, ruina, desgracia, dominación, posesión y negación. Se da, por último, una forma hipocondríaca con sensaciones de vacío corporal, de congelamiento del corazón y otras más.

Las depresiones neuróticas sobrevienen con o sin previas experiencias frustrantes, duelos, decepciones, abandono. Se trata de “frustración del amor que se espera, como del amor que se da”. Existe en consecuencia una personalidad depresiva básica, que se remontaría a privaciones e inseguridad durante la infancia.

A este respecto Spitz ha descrito la depresión analítica en los niños. El deprimido neurótico es ansioso, necesitado de apoyo, se hace acusaciones como el melancólico. Los síntomas presentan un máximo al despertar y especialmente con el atardecer.

Son notorias la lentitud psicomotora, la expresión dramática de las quejas y el complejo de inferioridad. Puede haber las ideas obsesivas. No olvidar las depresiones reactivas por agotamiento. La depresión puede volverse crónica o presentarse como síntoma de perturbaciones mentales, como la esquizofrenia. También las hay sintomáticas de afecciones orgánicas. Por ejemplo, en enfermedades cardíacas, arteroesclerosis, neoplasias, intervenciones quirúrgicas graves, encefalitis epidémica.

En la manía-melancolía los estados se alternan. Se ha sostenido con toda razón que la primera implica un tono de ánimo que se defiende de la segunda. La hiperactividad y la excitación alegre se contraponen a la inercia y la amargura.

El antiguo consejo médico antidepresivo, “actúe”, “múevase”, “trabaje”, “haga gimnasia”, se basa en el hecho psicológico anotado. Cuando hablamos de que las crisis maníaco-depresivas son alternantes, no quiere ello decir que se sigan siempre las unas a las otras.

De pronto la manía no aparece sino después de varios períodos melancólicos cortos o largos, e inversamente. A veces los síntomas se mezclan con prevalencia de los unos o de los otros. Son los estados mixtos de Kraepelin.

La manía-depresión tiene grados que van desde la simple personalidad ciclotímica leve hasta los casos en que alguno de esos estados llega a la locura total, o pasos intermedios como la hipomanía y la depresión melancólica, también alternantes o imbricadas.

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