Letras: La Personalidad de José Asunción Silva

Por José Francisco Socarrás
Académico Honorario

Rafael Serrano Camargo, Miembro de Número de la Academia Colombiana de Historia, ha escrito esta biografía del eximio poeta José Asunción Silva. Ella nos estaba haciendo falta a los lectores del común.

Se trata de un relato sencillo, muy bien hilvanado y en castellano del bueno, sobre la vida y obra del genial colom biano, sin honduras literarias, ni disertaciones sobre las escuelas que influenciaron su obra y, lo más encomiable, sin disquisiciones a propósito de los trastornos psíquicos que pudieron influir en su existencia, apagada por propia voluntad.

Con lo anterior no pretendo menoscabar la importancia de quienes se han ocupado entre nosotros del poeta y del escritor como tales, ni la de los que han ahondado en su personalidad desconcertante. Entre los primeros se destacan Emilio Cuervo Márquez, Rafael Maya, Nicolás Bayona Posada, Roberto Liévano, Alberto Miramón, Carlos Arturo Caparroso y Héctor H. Orjuela.

Entre los segundos, el propio Miramón, Edmundo Rico y Mauro Torres. Y ahora una síntesis de lo tratado por el académico Serrano Camargo, a lo que agregaré algunas observaciones encaminadas a esclarecer la psicopatología de nuestro admirado compatriota.

De antemano advierto que mi propósito principal es trazar una historia clínica descarnada de la enfermedad que lo empujó al suicidio. (Vea: José Asunción Silva a Través de su Poesía)

Los Ascendientes

La ascendencia del poeta muestra rasgos que paso a destacar. José Asunción fue hijo del afamado escritor costumbrista y hombre de negocios Ricardo Silva y de Vicenta Gómez Diago.

Entre los ascendientes paternos cabe mencionar a Juan Nepomuceno Silva y Ferreira, de San Gil, Santander, quien casó en Bogotá con María Cleofe Fortoul y Santander, parienta del general Francisco de Paula Santander.

Del matrimonio hubo dos hijos varones, Antonio María, quien hizo estudios de medicina, no la ejerció pero enseñó terapéutica en la Universidad Central, y José Asunción, que tuvo un almacén en Bogotá, centro de tertulia muy frecuentado.

Ambos poseían muchos bienes de fortuna y, por.su parentesco con el general Santander, compraron la “Hacienda de Hato Grande” para volverla al patrimonio familiar. En dicho predio sufrieron cruento asalto de forajidos en el que perdió la vida José Asunción y, por razón del cual, Antonio María decidió abandonar la patria para establecerse definitivamente en París.

Solterones empedernidos, los hermanos Silva Fortoul dejaron sólo descendencia ilegítima. Hijos reconocidos fueron Ricardo y Guillermo Silva, respectivamente. La madre del primero, María de Jesús Frade, era dama de sociedad al decir del doctor Serrano Camargo. Por el lado materno había, en buena parte, cepa que venía de Antioquia.

Su madre, doña Vicenta, era hija de Vicente Gómez Restrepo y Mercedes Diago y Suescún, y tuvo como abuelos a Salvador Gómez y García y a Mariana o Bárbara Restrepo Isaza. Don Vicente fue representante al Congreso, muy encomiado por el presidente Mariano Ospina Rodríguez.

Al decir de José Manuel Marroquín, Ricardo Silva era hombre gallardo, muy bien parecido, de talante aristocrático. De su carácter dice mucho el hecho de que habiendo padecido enfermedad molesta, “continuó sosteniendo, contra viento y marea, el lustre y decoro de su hogar”. “Jamás se quejaba y, por el contrario, tenía siempre para todos un gracejo y una frase amable”.

Escritor sobresaliente perteneció al renombrado grupo de “El Mosaico”, que solía reunirse en su casa, y nos dejó “Artículos de Costumbres” con prólogo del señor Marroquín. Consagrado hombre de negocios, tuvo un almacén de artículos suntuosos.

Mantuvo un hogar distinguido, “no sólo por la prestancia social y la indiscutible cultura y belleza de las personas que lo componían, sino también por el lujo y refinamiento casi exagerado o, mejor dicho, por el boato excesivo”.

Repartía su tiempo entre las actividades comerciales, las literarias y la vida social. A propósito de doña Vicenta, Luciano Rivera Garrido escribió que era dama de alcurnia, bellísima y de “rica y combativa energía” (1). Sobre la familia Silva escribió Nicolás Bayona Posada:

“Alma atormentada y extraña … Todo en esos momentos sonríe en torno de José Asunción Silva”. “Y, sin embargo, en el interior de ese espíritu se desarrolla ya una lucha tormentosa”. “José Asunción mismo, tal vez ha investigado la causa muchas veces.

¿Herencia? .. Es posible … En la sociedad de entonces, pacata y gazmoña, su tío abuelo, don Antonio María, fue casi reputado como un demente peligroso.

Tenía gustos contrarios a la época, se complacía con lo exótico, se envolvía con frecuencia en el silencio de una hacienda lejana para mejor oír la voz profunda de su propio yo… y más refinado y extraño fue su abuelo paterno, don José Asunción, enamorado ferviente de la Muerte, amigo como el que más de las mujeres bellas, buen músico, jugador en ocasiones, y quien, en una noche oscura de Hato Grande, había rendido la vida al puñal asesino de unos embozados, acaso enloquecidos por los celos …”.

“Como las leyes de la herencia se cumplen fatalmente, don Ricardo fue un hijo total de su padre. Refinado hasta el extremo, tiene caprichos que desconciertan y aficiones que asustan; se embelesa con lo nuevo y extraño; recibe de continuo las últimas novedades bibliográficas; conoce a fondo numerosos sistemas filosóficos; es tan extravagante que tiene en la ciudad más austera y tradicional del Nuevo Mundo un almacén de artículos de lujo …

La educación y el medio ambiente, con todo, han encerrado su espíritu en jaulas que no puede romper, y, como para comprobar aquello de que cada cual busca lo que le falta, él tan derrochador, tan idealista, tan meditativo, se ha unido en matrimonio con doña Vicenta Gómez, una dama de cepa antioqueña, práctica, económica, brava, un tanto dominante, buscadora de ese elemento que Papini llamó estiércol de Satanás, pero, que como ella lo piensa con gran seso, asegurará mejor el porvenir de la familia que todos los cuadros de costumbres de su marido y que todas las poesías de su hijo”. (2).

Nicolás Bayona Posada fue persona honesta y muy bondadosa. Para escribir lo anterior debió contar con fuentes de información muy respetables. En realidad el episodio de “Hato Grande”, que le costó la vida al abuelo del poeta, se debió a forajidos que pululaban en la época, y el robo fue el motivo más probable en concepto de José María Cordovez Moore.

El manejo de su hijo por parte de doña Vicenta era el típico de las madres antioqueñas hasta no hace mucho tiempo. Centros del hogar y con numerosa descendencia se acostumbraron a tratar a ésta con dureza. A los hombres apenas les alcanzaba el tiempo para conseguir medios de vida, dada la pobreza de las tierras. Varios testimonios concuerdan con lo dicho por el conocido historiador de nuestra literatura.

De labios de un ilustre sobreviviente de esos tiempos, personalidad egregia por muchos aspectos, he conocido anécdotas que corroboran las palabras de Bayona Posada. Don Tomás Rueda Vargas, íntimo de los Silva, le refirió a mi ilustre amigo que, al día siguiente del suicidio del poeta, se presentó muy temprano a visitar a los deudos en compañía de su madre.

Tan temprano, que en ese momento le servían el desayuno a doña Vicenta, quien al verlos les espetó a quemarropa: “Vean ustedes en la situación en que nos ha dejado ese zoquete”.

El doctor Ricardo Hinestrosa Daza, le observaba al mismo personaje, que en el suicidio de Silva había tenido mucho que ver el tratamiento de que era objeto por parte de su madre. Serrano Camargo observa que aquella increpaba a su hijo por dedicarse a escribir en vez de ocuparse de los negocios de la familia.

En los tiempos de la tragedia corrió la especie de que doña Vicenta trató de cobarde al muerto cuando sacaban el cadáver de la casa, lamentándose al tiempo por el abandono en que quedaba la familia.

En “De Sobremesa” Silva anotó varios de sus caracteres hereditarios, entremezclándolos respecto a cada rama, y agregando tendencias que no existieron hasta donde sabemos.

“Por el lado de los Fernández vienen la frialdad pensativa, el hábito de orden, la visión de la vida como desde una altura inaccesible a las tempestades de las pasiones; por el de los Andrade, los deseos intensos, el amor por la acción, el violento vigor físico, la tendencia a dominar a los hombres, el sensualismo gozador.

Hasta qué punto el recuerdo de mi padre, de su figura delicada, de su cuerpo endeble, de su recogimiento silencioso, de su pasión por las ciencias exactas aclara con extraña luz la apariencia de ciertos momentos de mi vida psíquica”.

“La abuelita, la pobre santa, muerta sin que yo le cerrara los ojos, aprendió de aquella familia de ascetas, el desprecio in sexual por las debilidades de la carne”, “¡Ah, sí, pero en los hoyuelos de las mejillas de mi madre reían freseras en flor, su leche tenía el sabor que tiene la de las campesinas vigorosas; el abuelo materno era un jayán potente y rudo que a los setenta años tenía dos queridas y descuajaba a hachazos los troncos de las selvas enmarañadas.

Y allá en las llanuras de mi tierra cuentan todavía la tenebrosa leyenda de estupros, incendios y asesinatos de los cuatro Andrade, los salvajes compañeros de Páez en la campaña de los Llanos … con la locura en el alma, la sangre quemada por el alcohol y la blasfemia en la boca gruesa solicitadora de besos!…”. (3).

Como antecedente importante de Silva, cabe observar que en Antioquia prevalece la enfermedad mental denominada hipomanía depresiva en las formas leves, y manía-melancolía cuando los síntomas se agravan.

Tal prevalencia, como la de otras enfermedades, es argumento notable en favor de la tesis de una migración importante de judíos conversos durante la Conquista y la Colonia a esa región de Colombia. Dichas enfermedades, con factor hereditario reconocido, se dan con frecuencia entre los judíos.

Recordamos que doña Vicenta tenía sangre de los Gómez, Restrepo e Isaza de la montaña, y que las informaciones de Boyana Posada sobre los Silva apuntan hacia la misma perturbación psiquiátrica. Don Ricardo era bastante hiperactivo, no medía sus horas de trabajo y había mucho de manía en el boato de que se rodeaba.

Asimismo téngase presente que Guillermo Silva, primo hermano del poeta, hijo de su tío Antonio María, murió muy joven de un pistoletazo con que se destrozó el cráneo en la “Hacienda de Hato Grande”, y que otro primo, Enrique Villar, hizo otro tanto en México. (4). No sé si hubo más casos de parientes suicidas y que sólo a los mencionados se refiere Carlos Arturo Caparrozo al tratar la cuestión. (5).

Infancia y Adolescencia

Silva no tuvo infancia. De niño y de adolescente anduvo siempre severamente ajustado a un régimen disciplinario. ¿Qué tanto amor recibió de sus padres? Muy poco de su tiempo debió dedicarle don Ricardo, dadas sus ocupaciones comerciales y literarias y su afición por los saraos y otras reuniones de esa laya en las cuales lo acompañaba su esposa.

De parte de doña Vicenta con lo dicho basta y sobra. La siguiente anécdota de Demetrio Paredes, un amigo íntimo de la familia, muestra a las claras como era el poeta de niño. Un día llegó de visita a lacasade los Silva y se topó de primero con el chicuelo con quien trabó el siguiente diálogo:

“Usted no parece un niño -le dijo-; usted se ha hecho un hombre antes de tiempo. Las cosas que usted hace no son propias de su edad. Suba usted a los tejados, trepe a los árboles, busque nidos de pájaros, tire piedras a las palomas, muévales querellas a los perros y a los gatos. De esta manera será usted un niño. Lo que parece hoyes una persona grande”.

“La seriedad del niño tomó el consejo en toda la magnitud de su significado. Pocas horas después le halló su madre en la parte más alta de su casa, empeñado en alzar una piedra de 6 u 8 kilogramos, para descargarla sobre unos gorriones que triscaban inocentemente en el patio de la casa, connaturalizados con la innocuidad del menor de sus habitantes. ¡Era lo que sabía Silva de los juegos de la niñez!”. (6).

No se sabe con seguridad en qué colegio cursó Silva primeras letras, si en el de don Ricardo Carrasquilla o en una escuela mixta. Existe plena seguridad sobre su ingreso posterior al plantel que regentaba don Luis María Cuervo en calidad de semi-interno.

Estuvo también en el Liceo de la Infancia, dirigido por el presbítero Tomás Escobar, donde permaneció poco tiempo. La estampa del poeta, su manera distinguida de vestir y conducirse, su inteligencia y consagración al estudio le atrajeron la animadversión de los condiscípulos, que solían apodarlo el “niño bonito”.

Piénsese en la envidia que nos caracteriza a los colombianos y comprenderemos como debió sufrir el genial Silva la cizaña de compañeros y conocidos durante la infancia y la adolescencia. En el curso de esta última se le apodaba “José Presunción” y “el casto José”. De su aprovechamiento como estudiante nos informan la hermosa letra y la buena redacción de sus primeras composiciones.

A los diez y seis años aproximadamente dejó los estudios y se dedicó a ayudar a su padre en el almacén de éste, donde solían reunirse “los más distinguidos intelectuales de la ciudad para intercambiar información literaria”.

“Pero, en cuanto se cerraba el almacén, íbase derecho a la casa para entregarse de lleno a sus lecturas favoritas”. El doctor Serrano Camargo elogia el comportamiento de Silva con todos aquellos que lo trataban por su sencillez y afabilidad. Al parecer tampoco recibió en esta época el indispensable amor que requería de los suyos. Las reprimendas de doña Vicenta lo habían vuelto muy tímido, aunque aparentaba lo contrario.

y vino el viaje a París. Al fin su tío abuelo Antonio María se acordó de su gente, y lo invitó a pasar una temporada en la capital de Francia. Silva contaba dieciocho años y estuvo en Europa un año largo. Además de Francia conoció a Suiza y visitó a Londres.

¿Peculiaridad más importante de su estadía en el Viejo Mundo? La voracidad para empaparse en la ciencia, la filosofía y la literatura de la época. Quizá por lo mismo se le despertó una cierta petulancia, según cuenta su amigo y contemporáneo Juan Evangelista Manrique, quien estudiaba medicina en la “Ciudad Luz”.

El doctor Manrique destaca el atiborramiento intelectual en que se debatía su compañero. ¿Autores predilectos? Baudelaire, Verlaine, Renán, Maupassant, Barrés, Taine, Bourget, Spencer, Ribot, Wundt, Janet, Schopenhauer, Nietzche. Silva cobró afición particular por la psicología buscando de seguro desentrañar el misterio de su alma atormentada.

“Me encontré con Silva en París allá por los años de 1883 ó 1884 … Fue entonces cuando tuve ocasión de hacer más íntimas mis relaciones con José Asunción y comprender toda la incoherente revolución que había en su portentoso cerebro”.

“Silva, hasta entonces encantador y ameno en su charla, tornó se extraño y casi fastidioso”. “Una tarde me pareció mi amigo dominado por no sé qué de intransigente y de dogmático, que hacía contraste con la habitual ductilidad de su carácter.

Entusiasmado por los descubrimientos de Ramón y Cajal sobre la estructura del sistema nervioso, parecía como fascinado por el maremagnum de teorías materialistas, tendientes a hacer del hombre un ente únicamente destinado a recibir impresiones que la neurona educada debía transformar en actos o sensaciones voluptuosas”.

“El hombre, según la teoría que se esforzaba Silva en esbozar, quedaba reducido a un piano que no puede dar más notas que las que le hizo el fabricante y que, cuando más alcanzaría a darles más o menos fuerza, según el arte de que dispusiera el ejecutante”.

“Me le manifesté irónico y escéptico al apreciar las paradojas de Shopenhauer, a quien Silva llamaba “Maestro … y como corolario obligado de mi idealismo, me descubrí como un alma completamente mística …”.

“¿De dónde has sacado, me dijo al fin, todas esas cosas? ¿Cuándo Beclard, Sappey, Magendie o Claudia Bernard, que son los autores que veo sobre tu mesa, han dicho nada que se parezca a ese revoltillo que tienes en la cabeza?”.

“No, mi amigo, le repliqué, nada de eso puede estar en mis libros porque los autores, especialmente los didácticos, casi siempre redactan sus libros con la preocupación de servir determinados sistemas o determinada teoría …”.

“Desde aquella noche Silva me prometió luchar por atenuar todas sus intransigencias, que él consideraba atávicas, y así debió ser, porque poco tiempo después no hablaba sino de los clásicos antiguos y modernos …”. (7).

Primeras Depresiones

Silva sufrió en París una de sus primeras crisis depresivas, de las que al parecer nunca habló a sus parientes próximos y amigos. El historiador Aníbal Noguera ha publicado en repetidas ocasiones fórmulas médicas que le fueron recetadas al poeta, con las cuales Noguera se topó en una libreta en la cual aquel apuntaba cuestiones de su vida diaria. Tales fórmulas, algunas en francés, firmadas por el doctor Legendre, son las siguientes:

1. Arseniato de estricnina, 1 miligramo; Extracto de belladona, 1 centigramo; Valerianato de Munia, 5 centigramos; Valerianato de zinc, 10 centigramos; Extracto de genciana, 10 centigramos. Hágase una píldora 3 ó 4 por día, tres veces.

2. Mixtura excitante. Agua destilada de Melisa, 200 gramos; Tintura de coca, 30 gramos; Citrato de cafeína, 0.50 centigramos. 4 cucharadas por día- 3. A.P.H.D. Fósforo, 10 centigramos; Extracto de nuez vómica, 1 gramo. Hágase píldoras. 1 antes de cada comida. 4. A.P.H.D. Acido hipofosfórico, 30 gramos; Sulfato de estricnina, 5 centigramos. Diez gotas 3 veces al día antes de las comidas, en una cucharada de café o de extracto fluido de coca.

Según Noguera todos los remedios recetados tenían por objeto combatir una posible impotencia sexual en Silva. La cocaína para tales casos era indicación popular, pero no de la terapéutica científica. Esta la recomendaba para los estados depresivos.

La segunda fórmula corrobora lo anterior. Estricnina, genciana y valeriana se empleaban para las depresiones, igual que la belladona por sus cualidades sedantes. Al fósforo se le concedían propiedades afrodisíacas al tiempo que antidepresivas. Los remedios exclusivamente afrodisíacos eran la tintura de cantáridas y la yohimbina.

Es muy probable que el médico comprendiera que la deficiencia sexual dependía, como es usual, de la entonces llamada neurastenia y quiso aprovechar la doble indicación del fósforo. La Melisa es la misma citronela y las letras A.P.H.D. son indicativas de la voz francesa “aphrodisiaque”. (8).

Los estados depresivos suelen también manifestarse por trastornos digestivos. Ello nos explica la fórmula del doctor Juan Evangelista Manrique, hallada por Germán Arciniega y publicada en “Intimidades”. La receta respectiva, fechada el 11 de mayo de 1896, es como sigue:

1. Tintura de ipeca, 8 gramos; Tintura de belladona, 8 gramos; Tintura de genciana, 8 gramos. Cloroformo puro, XI gotas. Mézclese y fíltrese. R. “Las Gotas”. Media hora después del almuerzo y la comida tomará diez gotas en un pocillo de agua caliente.

2. Salol, 15 gramos; polvo de belladona, 0.30 centigramos. Mézclese y hágase 30 obleas. Al levantarse y al acostarse tomará una oblea.

3. Puede alimentarse con sopas espesas, de consistencia de mazamorra, huevos tibios y carnes blancas frescas y leche. (9).

A pequeñas dosis la ipeca se usaba para activar la digestión y el salol para moderarla en los dispépticos. La belladona y el cloroformo se recetaban como sedantes para las gastralgias. Pueden consultarse los tratados terapéuticos de A. Manquat, O. Martin y Y. Herzen.

Silva regresó a Bogotá muy cambiado, convertido en todo un petimetre o, mejor, un “dandy” en la manera de vestir y comportarse. Respiraba vanidad hasta por los poros. “Especialísima fruición sentía, afirma don Alvaro Holguín y Caro, cuando sacaba su lujosa petaca de plata martillada, repleta de los cigarrillos turcos más exóticos y caros, delante de algunos señores muy respetables, muy ricos y muy prudentes que modestamente fumaban cigarrillos habaneros.

Un gesto de esta clase era para Silva el placer de los dioses “Gustaba mostrar su menosprecio por la gente, como en el caso de Ricardo Acevedo Bernal, según refería Ricardo Hinestrosa Daza.

Al preguntarle el pintor por qué no iba a ver cierto cuadro expuesto en una iglesia, que había gustado al público, el poeta le respondió: “Pero si, precisamente por eso no voy a verlo, Ricardo, temo que como a todo el mundo le ha gustado, a mí no me llegue a agradar . (10).

Se complacía en remedar a personas conocidas para ponerlas en ridículo. Por todo ello, nuestro ilustre compatriota se atrajo la animadversión de la clase social en que solía moverse. Otro muy distinto era su carácter cuando intercambiaba ideas con individuos como Baldomero Sanín Cano, que tanto influyó en su formación. Entonces era el intelectual comprensivo, modesto, aplomado, que dejaba a un lado la sabiduría pretenciosa.

La sexualidad de Silva estuvo muy controvertida. Según don Tomás Rueda Vargas, algunas damas de su tiempo lo consideraban “afectado y afeminado”, de donde el sobrenombre de “Casto José”, que el mismo Silva menciona en “De Sobremesa”.

Por el contrario, Sanín Cano, Ricardo Hinestrosa Daza y Daniel Arias Argaez afirman que el poeta fue muy dado a los galanteos. El último de los nombrados cuenta que con motivo de un incendio en la calle 19 cerca a la carrera 7a los vecinos tumbaron la puerta de un apartamento lujosamente decorado y amoblado, que era la “garconniere” de Silva, donde encontraron recuerdos con los nombres de sus amantes de ocasión. (11).

¿Por qué testimonios tan contradictorios? Silva era muy discreto sobre su vida íntima. Además su sexualidad pasaba por períodos de exaltación y de descenso según las variaciones de su temperamento. ¿Un asexuado? No, como lo muestran las fórmulas afrodisíacas a que antes me he referido. ¿Tuvo Silva algún amor en particular? Don Tomás habla de una dama inteligente, muy cultivada, de belleza tranquila y de carácter firme, que apreció al genio en su justo valor pero prefirió casarse con otro.

La Adultez

A Silva le llegó la adultez antes de tiempo. En efecto el 10. de junio de 1887 murió su padre, y le correspondió hacer sus veces. En carta a don Manuel Uribe Angel escribe:

“Usted comprende que, después del abatimiento de los primeros días, yo he tenido una reacción, toda actividad. Me quedan deberes graves que llenar y me he puesto a la obra con todas mis fuerzas. Si es amargo perder a un padre y a un padre como él, qué puedo hacer mejor que la idea de asumir su modo de ser, sus aspiraciones; que la idea de seguir su camino y de llenar su vacío en la familia, por lo menos hasta donde sea posible”. (12).

Silva trató de buscar consuelo en la religión a cuyas prácticas volvió por algún tiempo. Se le veía en la misa mayor de la Basílica todos los domingos, recibiendo la comunión ante el asombro de quienes conocían las ideas materialistas con que había regresado de Europa.

Nuestro genio capeó la depresión del duelo adoptando un comportamiento agitado. Miramón anota: “Renueva las letras vencidas, pide plazos a los acreedores, consigue descuentos en el monto de las deudas de su padre, en fin va y viene, moviéndose con celeridad asombrosa, con ese primer ardor, impulso enfermizo si se quiere, con que en vida acometió todo, arte, política, idioma, filosofía”.

“Surtió el establecimiento de objetos bellísimos, mas sin demanda en el mercado santafereño”. “Trajo tapices finísimos para una ciudad que alfombraba las casas con esterillas; pianos de cola cuyo transporte desde la Costa hasta la altiplanicie era más costoso que el precio de la mercancía en Europa y cuya venta, sumados los gastos al renglón de ganancias, se hacía imposible”.

En diálogo con Sanín Cano, Silva le anotaba, refiriéndose a alguien que comerciaba baratijas: “Yo a lo sumo vendo uno de mis artículos, muy caros, ciertamente, pero esa ganancia me da unos días de holgura”. (13).

Con motivo del duelo, la familia Silva, según era costumbre, se retiró a vivir a una hacienda cercana. Fue la época en que Silva estrechó lazos afectuosos con los suyos, particularmente con su hermana Elvira, entonces de dieciocho años, que lo comprendía, con quien dialogaba y a quien el poeta admiraba por su belleza esplendorosa.

Era tanta la admiración que cuando iban al teatro, mientras la familia ocupaba un palco; Silva se situaba en la platea para poder contemplar a su hermana desde cierta distancia. A Elvira debieron unirlo también ideas políticas y sociales compartidas. Ella apoyaba las famosas “Sociedades democráticas”, asociaciones de artesanos que influyeron en no pocos aconteceres de nuestra historia del siglo XIX.

Un nuevo duelo se abate sobre Silva. El 6 de enero de 1891 fallece Elvira a consecuencia de una neumonía o de una bronconeumonía. Vale la pena referir la siguiente anécdota que pone fin a la leyenda de posibles relaciones edípicas entre los hermanos.

La madre pregunta a la moribunda si desea ver a su primo Julio y ésta responde por la afirmativa. Se trataba de su pariente y novio Julio Villar Gómez, última visión consoladora para quien a los pocos instantes expiró.

El mismo Julio acompañó a Silva en la cámara mortuoria a ungir el cadáver con perfumes delicados y a cubrirle de flores sienes y manos. La muerte de Elvira hunde a Silva en otra de sus profundas depresiones. Alcides Arguedas anota que se tornó huraño e insociable. La familia se retiró de nuevo al campo. Silva volvió a los sitios recorridos con Elvira y nació el “Nocturno” que lo inmortalizó. Sobre su duelo escribió el poeta a Jorge Isaac:

“Si el descanso viene, bien merecido será después de tan penosa y larga lucha, y mi vida se prolonga así unos años, recompensa única que mi familia ambiciona, ya verá cuanto haremos y Elvira vivirá mientras se oiga de nuestras estrofas el eco”.

“Ella anhelaba mi reposo y alivio, la prosperidad de mis trabajos -que todavía no sabe apreciar este país- y a ella, a su poder de ángel bendito y protector, tengo encomendado el éxito final de mis esfuerzos. Y somos los incrédulos y los ateos … Yo le pagaré, regocijándola, en amor y beneficios a los pobres y desamparados”. (14).

Siguieron años duros. El negocio se vino cuesta abajo y surgió de nuevo el Silva hiperactivo. Acosado por los acreedores, el poeta se defendió incansable. Embargos, ejecuciones fiscales, cobros en todas las formas solicitaban su atención.

A todo ello respondía a su debido tiempo. Además estaba rodeado de un ambiente venenoso, venganza en buena parte del menosprecio con que siempre trató a sus iguales. Basta leer la correspondencia comercial del poeta para darse cuenta de la manera diligente con que enfrentó la pérdida de todos los bienes de la familia.

Doña Vicenta tuvo una buena idea para librarlo de semejante embrollo. Intrigó con don Miguel Antonio Caro, encargado de la Presidencia de la República, para que lo nombrara en un cargo diplomático y fue así como se 1e designó secretario de la Legación de Colombia en Venezuela en 1894.

La estada en Caracas es una de las etapas más felices en la vida de Silva, a pesar de su poco entendimiento con el general Rafael Villa, quien era el Ministro Plenipotenciario. Incansable, atendía los deberes del cargo y multiplicaba sus ocupaciones literarias, metido de lleno en la vida social caraqueña, yendo al teatro, a encuentros con amigos intelectuales y pasando horas y horas en la biblioteca de un doctor Revengo, donde descubrió sus autores franceses preferidos.

En pocas palabras, un Silva muy distinto al que partió de Bogotá, sin perder en el fondo cierta tendencia a la amargura. Pedro Emilio Coll escribió:

“Y hablaba, hablaba, con su voz armoniosa, contrayendo los párpados, entreabriéndose la abundante barba castaña; hablaba febrilmente a ratos, a ratos con desdén; y su inteligencia, asiéndose a la escala metafísica, subía a las altas cumbres del pensamiento, agitándose como un ave trágica en las fronteras del misterio, para caer luego con las alas rotas en una dolorosa ironía”. (15).

Por desavenencias con el general Villa y demoras en el pago de sus honorarios, Silva regresó a Colombia y vive el desastre de L’Amérique. Leamos como Aurelio de Castro (Tableau), quien lo recibió en la playa de Puerto Colombia, se refiere al estado del poeta:

“Le recibí en la calcinada playa batida por vendaval huracanado y por el furioso oleaje de la mar colérica. Estaba demacrado, casi moribundo. El terror, el hambre, la sed, y sobre todo, el dolor que le causaba la pérdida de un baúl que contenía “lo mejor de mi obra”, como él decía, le había quebrantado de modo cruel”.

“Vestía camisa de seda crema sin botones y pantalón de franela blanca a rayas carmelitas. En los pies, desprovistos de calcetines, llevaba pantuflas de tafilete. Tenía el cabello en desorden y la barba galilaica como endurecida por el aire salino que le azotó durante más de sesenta horas de mortales angustias. Traje a los náufragos en tren expreso a Barranquilla”.

“Quiero dormir, decía Silva, para olvidar la espantosa pesadilla que me ha atormentado durante tantas horas insomnes”.

“Durmió, dos noches y un día, sin más interrupciones que las momentáneas en que sus huéspedes le obligaban a tomar algunas tazas de caldo”. (16).

¿Cuál fue la obra perdida en el naufragio? En carta fechada en Caracas y dirigida a Emilio Cuervo Márquez, Silva anota que ha estado trabajando febrilmente en Cuentos Negros y El libro de versos. La gran mayoría de los originales del último había quedado en Bogotá, así que se perdieron muy pocos poemas y las novelas cortas. Emilio Cuervo Márquez, recuerda los títulos de algunas de ellas: Del agua mansa y Un ensayo de perfumería. Unas cuantas fueron total o parcialmente incorporadas a De Sobremesa. (17).

De la depresión profunda que le produjo el naufragio, especialmente por la pérdida de sus escritos, salió Silva con una crisis de hiperactividad como nunca antes había sufrido. Se le dio por fundar una gran empresa con la que había soñado en Caracas.

Se trataba de producir baldosines en Bogotá, cuando en toda Colombia se desconocía el producto. Abrió elegantes oficinas con sucursales, representantes y agentes en medio país. Buscó accionistas y con el dinero de éstos pidió la maquinaria al exterior, importó productos químicos y compró el terreno necesario en las afueras de la ciudad. Hasta allí iba a caballo.

Eso sí, muy bien puesto con zamarros en cuero de león. Al tiempo retornó a una vida social muy activa. Su casa tuvo nuevamente el brillo y la nombradía de los tiempos de su padre. Como era lógico esperar, hubo acoso por parte de los acreedores. Los socios pusieron a marchar la fábrica después de la muerte del poeta.

En su propio hogar “comenzaron las advertencias maternales, los reparos y las recriminaciones”. Como tentativa para salir del paso, Silva buscó de nuevo un cargo diplomático y don Miguel Antonio Caro apenas le ofreció uno de segunda categoría y pésimamente remunerado, que aquel rechazó.

Cuenta Miramón que un amigo que comprendía el estado de postración del poeta, lo instó para que reconstruyera las novelas perdidas en el naufragio, a lo que debemos “De Sobremesa”. Al preguntarle Silva por qué tanto empeño, Hernando Villa le respondió: “Tengo miedo de que el día menos pensado te des un balazo y nos dejes sin nada en prosa tuya, y tu prosa es mejor que tus versos”. (18).

Y así llegó el 23 de mayo de 1896, fecha fatal del suicidio.

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