El Problema de la Verdad y la Mentira
El problema de la verdad y la mentira (o de la falsedad):
Tan estudiado e investigado, está en íntima relación con el del conocimiento, y éste con la metodología, la epistemología y el psicoanálisis.
Al aplicar nuestros modelos psicoanalíticos a los mitos cosmogónicos de diferentes pueblos, podemos encontrar en ellos un cierto sentido de relación entre el amor y la procreación, el temor a la mujer, a la castración, al abandono de la madre y del padre, a la diferenciación y a la misma confusión de los sexos.
No sólo habría el temor al incesto, sino que primitivamente existiría el pánico a la separación, a la individuación y al conocimiento de sí mismo.
De ahí procederían la confusión y la simbiosis con las que el hombre se protege. El hombre (falo-feto-vida-continuidad-contenido) busca lo que ha perdido (útero-continente-espacio). Teme perder el Yo el objeto necesitado y amado, el pene, y quedarse así pasivo e indiferenciado.
La mujer (vagina-útero-feto-vida-continente), por su parte, teme perder (y anhela a la vez poseer) el seno-pene-feto, el control y posesión del tiempo y el espacio. En esa dualidad de simbiosis-confusión e individualización-diferenciación-separación existe la ambivalencia (pasivo-activo, femenino-masculino, continente-contenido, recibir-dar, sumisión-rebeldía, espacio-tiempo, etc.), que “trata de resolverse con el conocimiento” del amor y la genitalidad, que consiste en la participación de los dos para la unión, re-unión, fusión interna y creación pasando por la ya mencionada individuación y diferenciación y con ello la propia identidad lo que implica con su propio “self” (mismidad).
Por otra parte, la mentira y la negación también están presentes en los mitos.
El mismo mito es una construcción fantástica y ficticia (no real) que, si bien conlleva una verdad, trata también de escaparse de esta que le causa frustración, dolor y muerte (aunque no sin antes pasar por ellas).
La misma racionalidad ha traído las revoluciones tecnológica y social, el deseo de la revolución económica y aun el encuentro de la irracionalidad psíquica con la intuición (con la cual cuenta el hombre para descubrir, descubrirse a sí mismo y redescubrir sus verdades subjetivas y objetivas) verdad y mentira, negación y afirmación “el sí y el no” aceptación y rechazo, placer y displacer se conjugan en el “ser y no ser”.
Freud, en su trabajo “Dos mentiras infantiles” (1913), demuestra cómo las mentiras están constituidas por la negación y el temor al castigo y al rechazo de los seres queridos, a causa de los sentimientos de culpa por los deseos incestuosos ocultos. La “verdad” aparece, según Freud, cuando los deseos inconscientes pueden mover la censura sin recurrir a la negación y desenmascarar las deformaciones, las antítesis, las condensaciones y otros mecanismos inconscientes que protegen al Yo negando, mintiendo o afirmando.
Conocemos cómo en los trastornos psicóticos se deforma la realidad con otra realidad construida, que es la verdad interna (delirio-mentira que emerge a la conciencia y al mundo externo). El paciente se defiende así de la realidad externa, pero con la consecuencia de que la interna provoca una destrucción completa tanto del mundo externo como del interno, dando rienda suelta a las tendencias y a la realización irrestricta de los deseos.
(Lea También: El Temor a la Verdad. El Nirvana. Las Máscaras)
Falsos reconocimientos de relatos en el tratamiento psicoanalítico
Desde el punto de vista psicoanalítico, se refiere Freud en su artículo “Falsos reconocimientos de relatos en el tratamiento psicoanalítico” (1914) a cómo los pacientes durante el transcurso del análisis efectúan una negación de los recuerdos infantiles. Frecuentemente “los analizados recuerdan lo que han reprimido (aunque de manera deformada) a través de las asociaciones. Lo que así rememoran no es el hecho o los hechos de su historia, sino detalles relacionados con ellos (alusiones).
La reconstrucción de esa historia mental resurge de lo reprimido y se realiza venciendo en el proceso analítico las resistencias en la transferencia. Ahora bien, de la misma manera en que el sujeto individual se defiende de su verdad histórica, el hombre genérico lo hace colectivamente en su historia social, en la cual podríamos incluir los mitos”.
El psicoanalista, por su parte, se enfrenta a diario a la distinción entre verdad y mentira. Sin embargo, aunque para nosotros la mentira es otra verdad del inconsciente, no descartamos las mentiras intencionales de los analizados, así como las equivocaciones, los errores y las fallas de la memoria del acontecer del sujeto.
El psicoanalista se ocupa del problema de la mentira, en un sentido práctico, como un síntoma más o como estructura psicológica resistencial del Yo. Es Bion quien más se refiere a “las mentiras y el pensador en el análisis”, en su obra “Atención e interpretación” (1974). El autor ubica una serie de categorías en dos coordenadas: una de ellas la reserva para aquellas “formulaciones conocidas como falsas…, pero mantenidas como una barrera contra las afirmaciones que producen un trastorno psicológico”, que no serían otra cosa que las mentiras. El paciente sabe que la afirmación no es verdad, pero la mantiene porque de lo contrario se perturba. Este mecanismo es provechoso para él, pero perjudicial para otros.
El mentiroso se oculta dentro de sí, de tal forma que el mismo analista muchas veces cae en el engaño sin quererlo.
El analizado, por ejemplo, cambia actitudes, tiempos, espacios, objetos o vínculos, dando múltiples razones, o bien crea toda una fantasía o un mito alrededor de su historia y del acontecer de su cotidianidad tanto dentro del proceso psicoanalítico como fuera de él. El hecho es que la verdad no le interesa, porque no puede manejarla y lo angustia. Si no hay intencionalidad por verse, el mentiroso elige a creer en sus propias mentiras.
El “informe mentiroso puede ser evocativo o provocativo, acusatorio o defensivo”. “El trastorno emocional – continúa Bion – contra el cual se moviliza la mentira es idéntico al cambio catastrófico… con un sistema moral violado”. Como se expone en otra parte, el psicoanálisis tiene como meta central el encuentro de verdades: ése es el objetivo del analista, mientras que el del analizado es mantener sus defensas y que el analista le acepte “sus verdades-mentiras”. Al analista le toca trabajar con esa fluctuación, en un espacio entre fantasía y realidad, entre mentira y verdad. Ahora bien, esto no significa que la fantasía no sea otra realidad y verdad interna (331).
Con respecto a los mentirosos, Bion (1974) escribe cómo ellos “dieron muestras de coraje y revolución en su oposición a los científicos, quienes con sus perniciosas doctrinas prometieron despojar a los incautos de todo rastro de autopercepción, dejándolos desprovistos de la protección natural necesaria para la preservación de su salud mental, defendiéndola del impacto de la verdad.
Algunos… dedicaron… sus vidas a la afirmación de mentiras de modo tal que los débiles y los vacilantes resultaran convencidos hasta de las manifestaciones más absurdas. No es exagerado decir que la raza humana debe su salvación a una pequeña banda de mentirosos geniales que, aun frente a luchas indudables, estaban preparados para mantener la veracidad de sus falsedades.”
Bion sugiere que en un momento “los científicos intentaban una y otra vez sustentar sus hipótesis, ayudaban a los mentirosos a demostrar la vacuidad de las pretensiones de los advenedizos y a demorar de ese modo, si no evitar, la difusión de doctrinas, cuyo efecto sólo podría haber sido la creación de una sensación de desamparo… para los mentirosos y sus beneficiarios”.
El mentiroso requiere de otra persona que le crea su mentira, aunque sea creada en sus propias fantasías. Para el mismo Bion, “La mentira requiere que un pensador que la piense.
La verdad, o el pensamiento verdadero, no requiere un pensador…”, pero sí de un reflexionador. En otras palabras, las mentiras requieren del sujeto mentiroso que las construya, pero la verdad no. Las verdades, pues, tendrían una connotación de pensamientos sin pensador El mentiroso no sólo crea la mentira, sino que induce y seduce al otro para que “crea” y caiga en la mentira y aún el mentiroso llega a creer en sus mentiras volviéndolas verdades de sí mismo; esto ocurre cuando se identifica masivamente con la falsedad y así construye o se establece un falso “self” (sí mismo). Si hay creyentes, si todos creen, puede llegar el momento en que la mentira se vuelve una pseudo-verdad, porque el todo, la unidad, se da o está ahí, (332).
Parecería que cuando nos referimos a los descubrimientos de verdades y de hechos es porque tales verdades y hechos son y están ahí.
El hombre los encuentra, los descubre mediante su observación, estudio, investigación y conocimiento. Además, los pensamientos se instauran inicialmente en la fantasía con la imaginación y la construcción de otra realidad, con lo cual se supera la frustración.
De ahí nacen, en parte, el pensamiento y la capacidad para imaginar y pensar.
Al crearse algo no presente, real, objetivo y externo (es decir, repitámoslo, una mentira que protege de la frustración y del dolor) nace el pensador que va a descubrir la verdad, la que no se tolera en toda su dimensión y a la vez es atacada con envidia, celos, rivalidad, odio, posesividad y codicia.
Lo que tiene éxito en ocasiones es la verdad disfrazada, porque ella alivia, y más aún cuando existen connotaciones estéticas de distracción y recreación.
Por su parte, y de modo contradictorio, la verdad atrae y seduce, pero con temor. La verdad, al fin y al cabo, nos lleva al principio y al fin del ser humano y de su mundo, es una realidad del hombre, del ser en su hacer y tener.
Ahora bien, el pensador puede tener pensamientos con mentiras y verdades con significados y significantes especiales que le dan sentido al ser.
Los problemas surgen también con la originalidad del pensamiento que quiere construir o descubrir otra verdad. La emoción, el afecto del hombre, ataca esas construcciones y originalidades porque prefiere ignorar, pues además le es más fácil no pensar, sino ver, percibir y actuar.
Comúnmente los creadores de pensamientos producen heridas muy dolorosas al narcisismo, al amor propio, y más cuando “el sujeto impotente para aceptar y pensar tiene que confesar que no entiende y no sabe”.
Una manera de entender los orígenes psicodinámicos de la mentira es estudiar cómo el “sí-mismo” (“self”) crea con sus proyecciones un espacio (“pantalla proyectiva”) necesario y defensivo para la conservación de su propia estructura. (Esto es también un intento de no reconocer el propio fracaso en el manejo de los instintos y el posible caos del mundo interno.)
El sí-mismo se expresa y emerge al exterior a través del lenguaje, cualquiera que éste sea. Encontramos, entre otros, el lenguaje del arte, el de los mitos y especialmente el del discurso escrito. Se dice que el papel soporta todo, pero que son los hechos los que al final hablan y dicen la verdad. Sin embargo, éstos trascienden con el tiempo en los escritos o en las obras que sintetizan las ideas, los conceptos y el conocimiento, los cuales son utilizados como fuentes de poder.
331 Algo análogo puede ocurrir en la confesión religiosa: el confesor busca encontrar la verdad (aprender) y el confesado no solamente confiesa su culpa y busca el perdón, sino liberarse de una falsedad y ansiedad que le atrapa.
Mentira y falsedad no son la misma cosa, la última es intencional y la mentira es más procedente del mecanismo de la represión; otros piensan lo contrario, como A. de Francisco y K. Popper, quienes “no se refieren a mentiras sino a falsedades”.
Cuando nos referimos al mecanismo de la represión en la mentira, lo hacemos a un acto no voluntario y por lo tanto no intencional consciente.
332 Esto se ha observado a través de la historia de la cultura y de la política en el manejo de las masas quienes a veces creen en “su líder” todo lo cual ha ocasionado nefastas consecuencias cuando el poder narcisístico es el que impera.
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