Mito de la prohibición del conocimiento: Narciso, Eco y “Ser y no Ser”

DR. GUILLERMO SÁNCHEZ MEDINA

§ Mitos de Narciso, Eco y “ser y no ser”

Se han publicado diferentes trabajos sobre el mito de Narciso, especialmente desde la metodología psicoanalítica. Más aún, el mito en cuestión tiene diferentes versiones, entre las que se destaca la de Publio Ovidio Nasón en las Metamorfosis. (Esta versión, procedente de la región de Beocia, es la que más se utiliza para las interpretaciones psicoanalíticas.) También son bien conocidas la versión de Pausanias y la interpretación de Plotino en las Enéadas. Distintos psicoanalistas han contribuido a este tema, y entre ellos encontramos a R. Cahn, A. Green, P. Jeammet, E. Kestemberg, J. Kristeva, R. Misés & G. Rosalato y A. Rojas (325).

Transcripción del mito de Narciso, según las Metamorfosis de Ovidio:

Narciso, Hijo de la ninfa Liríope y del dios-río Cefiso (versos 339-355). “Tiresias, muy célebre por la fama a través de las ciudades de Beocia, daba sus respuestas infalibles al pueblo que se lo pedía. La primera que dio prueba de la veracidad de sus oráculos fue Liríope, de cabellos azules, a la que un día el Cefiso la estrechó en su curso sinuoso y, aprisionándola en sus aguas, la violó. La bellí­sima ninfa dio a luz un niño, que ya entonces podría ser amado, y le llamó Narciso. Al consultar sobre él, si viviría largos años de una vejez avanzada, el adivino del destino (Tiresias) dijo: ‘si él no llega a conocerse’. Por mucho tiempo se consideró vana la respuesta del adivino; y su testimonio lo comprueba el suceso, la clase de muerte y su extraño delirio. Pues ya a los quince años, el hijo de Cefiso había añadido uno y podría parecer niño y hombre; muchos jóvenes y muchas ninfas le desearon; pero (hubo en su tierno cuerpo una tan dura soberbia) ningún joven ni ninguna doncella pudieron tocarle” (ésta y las siguientes negrillas son mías).

Narciso y Eco (versos 356-510).

La ninfa Eco, de voz sonora, que no sabe callar cuando alguno habla, ni aprendió a hablar la primera, Eco, que repite los sonidos. En aquel entonces, Eco tenía cuerpo, todavía no era sólo una voz; y, aunque parlanchina, no tenía otro uso de su boca distinto del que tiene ahora, para poder volver a decir las últimas palabras de todo lo que se le decía. Esto lo había hecho Hera (Juno para los romanos), porque, cuando había podido sorprender a las ninfas que, a menudo, en los montes, se abandonaban a las caricias de su esposo Júpiter, ella retenía con astucia a la diosa con su larga conversación mientras huían las ninfas.

“Cuando la hija de Saturno se dio cuenta de ello, dijo: ‘Se te concederá un uso muy limitado de esta lengua por la que he sido burlada; un brevísimo uso de la palabra’. Confirma sus amenazas con la realidad; sin embargo, ella dobla las voces emitidas al final y repite las palabras oídas”.

… Por lo tanto, cuando vio a Narciso, que iba vagando a través de las campiñas solitarias, se inflamó de pasión por él, siguiendo a escondidas sus pasos. Y cuanto más le sigue, más se acerca al fuego que la abrasa,… ¡Oh, cuántas veces quiso acercársele con tiernas palabras y dirigirle dulces súplicas!…

Por casualidad, el joven separado del grupo de sus fieles compañeros, había dicho:

‘¿Hay alguien aquí?’, y Eco había respondido: ‘Alguien aquí’. Aquél se asombra y dirige la mirada a todas partes y grita a todo pulmón: ‘Ven’; ella llama al que la llama. Mira y, como no viene nadie, dice: ‘¿Por qué me huyes?’ Ella recoge cuantas palabras ha pronunciado. Se queda inmóvil y, engañado por la voz que le responde, dice: ‘Aquí unámonos’; y Eco, que jamás había de contestar con más agrado a sonido alguno, contestó: “Unámonos”; complácese ella de lo dicho y, saliendo del bosque, iba para arrojar sus brazos alrededor de cuello tan esperado. Él huye y, al huir, dice: ‘Retira esos brazos que me enlazan; antes moriré que entregarme a ti’. Ella no repite sino ‘entregarme a ti’. Despreciada, se oculta en la selva y cubre con el follaje su rostro avergonzado, y desde entonces vive en antros solitarios.

…Tan sólo quedan la voz y los huesos: la voz permanece, pero se dice que sus huesos han tomado la forma de piedras. Desde entonces está oculta en los bosques y no se la ve en monte alguno, pero todos la oyen; hay un sonido que vive en ella.

Así como Narciso se había burlado de ésta, así se había burlado antes de otras ninfas nacidas en las aguas o en los montes y de otra multitud de jóvenes mancebos.

Por esto, alguno de los despre­ciados, levantando al cielo sus manos, dijo: ‘Que llegue a amar de este modo y que jamás goce de ser amado’. La diosa de Ramnusia (Venus) accedió a estas justas súplicas. Había un cristalino manantial, cuyas aguas brillaban como la plata, al que jamás se habían acercado ni los pastores, ni las cabras que pacen en las montañas, ni ninguna clase de ganado, al que no había turbado la presencia de pájaro alguno, ni bestia salvaje, ni rama alguna de árbol había turbado su pureza.

Aquí el joven, agotado por el esfuerzo de la caza y el calor, se tumbó en el suelo, atraído por el aspecto del lugar y la frescura del manantial. Y al desear calmar la sed, creció en él la otra sed; mientras bebe, sorprendido por la imagen de la belleza que contempla, ama una esperanza sin cuerpo; cree que es un cuerpo lo que es agua. Se extasía de sí mismo; queda inmóvil, el rostro im­pasible, semejante a una estatua tallada en mármol de Paros. Tendido en el suelo, contempla sus ojos, dos luceros; sus cabellos, dignos de Baco y Apolo; sus lisas mejillas; su cuello de marfil; su gracioso rostro, en que se entremezclan el rojo y la blancura de la nieve, y admira todo lo que en él resulta admirable.

Con imprudencia se desea a sí mismo, y el mismo que alaba es alabado. Y mientras persigue es perseguido, y al mismo tiempo que enciende se abrasa.

¡Cuántas veces besó en vano a esta fuente engañosa! ¡Cuántas veces sumergió en el agua sus brazos, que cogían el cuello que había visto y no se cogió en ellas! No sabe qué ve; pero lo que ve le consume y el mismo error que le engaña le excita. Crédulo, ¿por qué tratas de coger en vano la fugaz imagen? No existe en ningún lugar lo que buscas; apártate, lo que amas lo perderás. Ésta que ves es la sombra de tu imagen reflejada. Nada de sí misma tiene esa figura; viene y se va contigo; contigo se marchará, si puedes mar­charte326. Ni la inquietud de Ceres, ni la del descanso puede alejarle de allí; sino, que, extendido sobre la espesa hierba, contempla la engañosa imagen con una mirada insaciable, víctima de sus propios ojos; levantándose un poco, extiende los brazos a los árboles que tiene alrededor y dice: ‘¿Por ventura, ¡oh selvas!, alguno ha amado con más triste crueldad?’

Dijo esto y, fuera de sí, se volvió hacia su misma imagen y con sus lágrimas enturbió las aguas y, al removerse el estanque, se oscureció la imagen reflejada.

Y habiendo visto que se marchaba, exclamó: ‘¿Adónde huyes?; quédate y no me abandones, cruel, porque te amo; séame permiti­do contemplar lo que no puedo tocar y alimentar a mi desdichado delirio’, y mientras se dolía, arrancó la parte alta de su vestidura y con sus manos, blancas como el mármol, golpeó su desnudo pecho. Con sus golpes, éste adquirió el rojo de la rosa, del mismo modo que los frutos, que por un lado son blancos y por otro están teñidos de rojo, o como la uva suele hallarse diversa en los ra­cimos todavía no maduros, tomando un color de púrpura. Y tan pronto como vio esto, una vez que de nuevo se aquietó el agua, no pudo soportarlo más; sino que, como suele deshacerse la amarilla cera con un leve claro y las escarchas matinales cuando el sol calienta, así, consumido por el amor, se funde y poco a poco se ve devorado por el fuego secreto y ya no tiene el color donde se mezclan el blanco y el rojo, ni el vigor, ni las fuerzas, ni lo que antes complacía en ser contemplado, ni que­daba el cuerpo que en otro tiempo había amado Eco. Y cuando ésta le vio, aunque encolerizada y no olvidadiza, se condolió y cuantas veces el desventurado joven había dicho ‘¡Ay!’, la voz de la ninfa le había respondido: ‘¡Ay!’. Y cuando con sus manos golpeaba sus brazos, ella le devolvía el sonido de sus golpes.

Las últimas palabras al mirarse como de costumbre en las aguas fueron éstas:

¡Ay, joven amado en vano!’, y esas mismas palabras las devolvió el lugar; y al decir ‘adiós’, también lo dijo Eco, ‘adiós’. Dejó abatir su lánguida cabeza sobre el verde césped; la muerte cerró los ojos que admiraban la belleza de su dueño. Incluso también entonces, cuando fue recibido en la morada del infierno, se contemplaba en las aguas estigias. Sus hermanas, las ninfas, le lloraban y, cortados sus cabellos, los ofrendaron a su hermano; las Dríadas también le lloraron; Eco hace resonar sus lamentos. Y ya se preparaban la pira, las vacilantes antorchas y el féretro, pero el cuerpo no aparece por sitio alguno; en vez de su cuerpo encuentran una flor de color de azafrán, cuyo centro está rodeado de blancos pétalos.” (Grimal P., 1981).

Algunos comentarios sobre el mito de Eco y Narciso:

“Otras veces, sin embargo, se dice que Narciso cedió al deseo de su enamorada, pero que la aban­donó pronto en vista de que no podía escuchar de su boca más que el eco de sus propias palabras. Existe, por último, una versión totalmente distinta de la leyenda de Eco, según la cual el dios Pan se enamoró de la ninfa y, al no ser correspondido por ella, ordenó a unos pastores que la despedazaran y que esparcieran su cuerpo por toda la tierra; desde entonces, la voz de Eco se escucha en todas las montañas” (Falcón Martínez et al., 1983, página 194).

“El mito de Narciso ha llegado hasta nosotros con algunas variantes. Según una leyenda beocia, era un hermoso joven que vivía cerca del monte Helicón y del cual se había enamorado otro mucha­cho, Aminias. Narciso despreciaba el amor y, disgustado con los deseos de Aminias, le envió como regalo una espada, con la orden implícita de que se diera muerte. El amante obedeció, pero antes de morir maldijo al amado; y, en efecto, al pasar junto a una fuente y ver su propia imagen reflejada sobre las aguas, Narciso se enamoró de sí mismo tan perdidamente que acabó por suicidarse ante la imposibilidad de satisfacer su pasión” (Falcón Martínez et al., 1983, página 445).

Otra versión del mito dice que Narciso había tenido una hermana gemela con la que siempre iba de caza y de la cual estaba enamorado. Al morir su hermana pasaba los días con­templándose en las aguas, puesto que su rostro le recordaba el de ella. Fue así como terminó la vida de Narciso en el estanque.

Escribe Ovidio como se consigna en otra parte, que Tiresias había vaticinado el triste fin de Narciso a la madre de éste: Narciso viviría si no llegaba a conocerse a sí mismo.

Narciso despertó el amor de hombres y mujeres, pero no correspondió a nadie. Una de sus enamo­radas fue la ninfa Eco, quien, debido al castigo que le había impuesto Hera (Juno), no podía comunicar a Narciso sus sentimientos, ya que era incapaz de hablar la primera y sólo le estaba permitido repetir los sonidos que oía. Fue rechazada por Narciso, que finalmente atrajo sobre sí el castigo divino. Se enamoró de sí mismo y, desesperado al no poder alcanzar el objeto de su amor ni satisfacer su pasión, se consumió en el arroyo. Se decía que su cuerpo se había convertido a la orilla del agua en la flor llamada narciso (Falcón Martínez et al., 1983). En el mito de Narciso se incluye el de Eco la cual responde repitiendo lo que oye de Narciso, es decir es la imagen visual y acústica que se reproduce y quedan Narciso y Eco solos en “su ser y no ser” en un “auto-erotismo”, “el Yo con Yo” el “ser” y, el “no ser” en el vacío, la nada, la muerte. (327)

En cuanto a la patología del narcisismo, ésta no solamente se refiere a la homosexuali­dad, sino también a la hipocondría, la megalomanía y lo que Freud denominó parafrenia (la misma esquizofrenia de Bleuler).

Ciertas vivencias traumáticas pueden movilizar frágiles núcleos narcisistas que llevan a la omnipotencia primitiva, asociada al pensamiento mágico. (Todo esto hay que entenderlo como otra defensa más). A estas patologías se le suma las que se refieren a los estados confusionales y delirantes, y a los casos “border line” o fronterizos, en los que el narcisismo es evidente a más de los caracteres narcisísticos con su polaridades de “self grandioso” y el “self idealizado” y el “gemelar”, los cuales configuran para la teoría de Kohut los trastornos narcisísticos de la personalidad. Los trastornos los clasificó en siete tipos de personalidades y alteraciones del self, sin desaparecer la clasificación de las enfer­medades mentales. Sin embargo, Kohut denominó “el desorden narcisista” (1980 y 1986) y consideró que las neurosis no serían sino la consecuencia de alteraciones narcisistas. Esta temática está desarrollada en las obras: “Modelos psicoanalíticos”, (2002) y “Ciencia mitos y dioses”, (2004), de los cuales se traen aquí algunos textos.

Al hacer una síntesis, y realizar el psicoanálisis aplicado del mito de Narciso (según Ovidio) podemos encontrar las variables del rechazo, la muerte, el suicidio, la violación y la maduración al llegar a conocerse.

En el relato de Pausanias en su Descripción de Grecia se observan aspectos como “lo dual en uno”, el “doble Yo”, “lo gemelar”, “la bisexualidad”, “la relación incestuosa”, “la muerte”, “el duelo” y la posibilidad de Narciso de recoger su imagen reflejada (Rojas, U. A., 2002). También puede decirse que en las diferentes versiones del mito de Narciso aparecen constantemente los problemas de la imagen de sí mismo, el amor o la libido en el Yo, el objeto del self, el doble y el paralelo del Yo, la diferenciación de sí mismo y, en consecuencia, el encuentro del conocimiento de “sí mismo” y del otro (el objeto externo).

Ahora bien, a lo largo de todo este proceso surge una pregunta: ¿por qué y para qué ter­mina el mito con el hecho de la muerte de Narciso? La respuesta puede plantearse desde el punto de vista instintivo: al “mirarse a sí mismo”, Narciso hace una regresión profunda en que se incluye el Yo dentro del objeto del self, donde es absorbido, aniquilado y anulado como una implosión. De ahí que en el narcisismo predomine el instinto de destrucción (tanático) y no del libidinal, el cual permitiría la diferenciación con el afuera, con el otro, con el objeto amado.

Otra interpretación que se puede hacer es que en el mito, Narciso es atractivo por lo bello, lo armónico y por lo tanto es objeto que llama la atención de hombres y mujeres, los que actúan como “voyeuristas” (Eco); es decir, si hay un atractor (exhibicionista implícito) existe un atraído; de tal forma, narcisismo y voyeurismo (Narciso y Eco) están paralelos; a la vez, que existen el narcisismo, también está presente la envidia por lo bello que se ve; de ahí que el narcisismo se conecte con la envidia y el voyeurismo que despierta Narciso, el cual conlleva el exhibicionismo.

A la vez habría que considerar cómo funciona la identificación proyectiva en el narcisismo primario y secundario y en los dos interrelacionados, si «Narciso» queda contemplándose y autosatisfaciéndose a sí mismo, con y por medio de la identificación proyectiva de su propio objeto del “self”, se queda vacío y solo puede subsistir en tanto y en cuanto se relaciona con él mismo en su proyección; aquí vendría otra pregunta ¿acaso no proyectamos nuestros propios objetos para identificarnos con nosotros mismos después de asimilarlos dentro del Yo y el “self”?; si la respuesta adecuada es positiva, surgiría entonces la conclusión de que siempre opera la identificación proyectiva como un aspecto del narcisismo; sin embargo es diferente el desarrollo patológico de las identificaciones, como lo plantea Kohut las transferencias en grandiosas, especulares y gemelares (Kohut, H., 1971).

También se podría concluir que para existir Narciso se requería de un Eco o viceversa. Podría decirse también que Narciso y Eco son complementarios y lo que busca el ser humano es encontrarse consigo mismo y con el otro para una relación vincular armónica.

Cabría aquí plantear hasta qué punto el narcisismo también forma la base psicopatológica de muchos trastornos de la personalidad y entre ellas la perversión del amor. Quizás vale la pena de transcribir un poema de Paul Valery en el cual observamos cómo Narciso encuentra la muerte y no la vida y el amor:

Narciso

¿Mirarse en un espejo no es, acaso pensar en la muerte?
¿No se ve allí, acaso, lo pasajero y perecedero de cada Quien?
El inmortal ve allí su mortal
Un espejo nos hace salir de nuestra piel, de nuestro rostro,
Nada resiste su doble.
Repetid tres veces una palabra.

De tal suerte no es el amor el que conduce a Narciso, es la muerte la que busca, la que ve y encuentra pues así en la carrera de verse a sí mismo no halla sino su réplica, en parte su sombra, y fracasa en el conocimiento de sí mismo; aquí también su destino en donde se conjugan el determinismo y el azar. Al perseguir la belleza, en su amor propio cae en la fuente de la nada y queriendo conocer su verdad, hallar la vida, se encuentra con la muerte. He ahí también su destino en donde se conjugan el determinismo y el azar.

En psicoanálisis se diferencia el “narcisismo primario del secundario”; el primero, es un estado precoz en el que el niño carga su libido sobre sí mismo y el segundo es la vuelta de la libido sobre el Yo después de retirar las catexis objetales. El concepto de Narcisismo primario experimenta variaciones extremas de uno a otro autor (Laplache, J. y Pontalis, J.B., 1971); esto se debe a las divergencias entre las descripciones de la libido infantil, la situación cronológica y aún la pregunta de si existe esa tendencia primaria antes de elegir objetos exteriores en la omnipotencia del pensamiento o el protopensamiento del bebé. Cuando lo ubicamos al narcisismo dentro de una fase de autoerotismo primitivo, obviamente lo localizamos también con las relaciones objetales y las relaciones sujeto-objeto.

(Lea También: El Problema de la Verdad y la Mentira)

En la elaboración de la segunda tópica de Freud designa la noción de narcisismo primario a un primer estado de vida incluso anterior a la constitución de un Yo, y cuyo arquetipo sería la vida intrauterina (Freud, S., 1914).

Aquí entonces desaparece la distinción entre autoerotismo y narcisismo. Al Narcisismo, desde el punto de vista objetal tendríamos que llamarlo “auto-objetal o indiferenciado”, en donde no hay diferencia entre sujeto y el mundo exterior; sin embargo, es difícil entender un narcisismo sin la relación de objeto, a no ser, que lo entendamos como las relaciones de proto-objetos, protoyos o esbozos del Yo.

La patología del narcisismo no solamente se refiere al autismo, a la homosexualidad sino a la hipocondría, la megalomanía, a lo que se denominó parafrenia que es lo homólogo a la angustia de las neurosis transferenciales. Ciertas vivencias traumáticas pueden movilizar núcleos frágiles narcisísticos que llevan a la omnipotencia primitiva asociada al pensamiento mágico; todo esto como otra defensa más.

Múltiples son los trabajos psicoanalíticos referidos al narcisismo como causa determi­nantes de patologías psíquicas, es decir, el mismo trastorno narcisístico de la personalidad sería el origen de ciertas patologías mentales. El académico Alfonso Sánchez Medina (328) en el prólogo de la obra del Académico Gustavo Restrepo (329) “Shakespeare, la salud y sus personajes”, se refiere a cómo en el narcisismo existe una “búsqueda de poder por su gran debilidad que le acompaña”. “Freud se refirió a que Shakespeare, Goethe y Dostovesky se aproximaron a las verdades psicoanalíticas en la acción de sus personajes”; y según Harold Bloom: “Shakespeare llevó la vida a la mente para hacernos conscientes de lo que no podría­mos encontrar sin él”, (330).

A su vez el Académico Gustavo Restrepo en su obra se refiere a cómo Hamlet “es la tragedia humana de la verdad y la venganza que también aparece en los mitos griegos”. Aquí podemos preguntarnos ¿qué es la verdad? La respuesta reside en lo que está dentro de nuestra mente y está conforme en forma inmutable y permanente.

Esta temática está desarrollada más adelante. El comentador citado (A. Sánchez Medina) trae la frase de Sófocles en Edipo: “conócete a ti mismo, lo que no podía hacer Narciso y lo que Edipo al conocer su verdad sobre el incesto y el parricidio terminó condenado”; sin embargo, Edipo dice: “fui yo el pecador? Pegar mal por mal no es un pecado, aún habién­dolo hecho sin saber lo que estaba haciendo, pues así fue. Yo no sabía el rumbo que estaba tomando.

Ellos si lo sabían, ellos sabían que yo iba a perecer” (Steiner J., 1997), pues antes de nacer, el oráculo de Apolo en Delfos (el destino) había anunciado a Layo su padre, que el hijo nacido de su esposa Yocasta estaba destinado a matarlo y para evitarlo lo entregó a uno de sus pastores con la orden de exponerlo (abandonarlo) en el monte a la muerte.

En todo esto nos encontramos nuevamente como parecería que la memoria ocupara un papel fundamental.

Por un lado es necesario olvidar el presente y recordar el pasado para aprender la lección de la experiencia y salir del conflicto; al mismo tiempo, hay que pensar en los dolores del pasado para compararlos con los de hoy en día; y, el hombre en cambio tiene que refugiarse, defenderse de sus propios errores, mediante complejas organizaciones psíquicas, distorsionando las representaciones de la realidad y volviéndose cómplice de sí mismo para justificarse; es así también como se presenta la compulsión a la repetición más cuando el sujeto no se ha liberado de todo lo heredado. Es así como se pervierte la verdad, se miente, se confunde y se deja lo escondido como algo oculto y desconocido y después viene la tragedia acompañada de culpa y castigo de los problemas o conflictos provenientes de los hechos ocultos o lo que podríamos decir “verdades ocultas que se revelan en los mitos o en la producción literaria” a través de los tiempos. Sin embargo, el hombre sigue buscando su verdad.

El comentador citado arriba Alfonso Sánchez Medina dice:

“El inconsciente de Hamlet es el de la humanidad; alucina a su padre, pide venganza y al mismo acusa, busca la verdad, pero de una u otra manera se niega y encuentra la mentira y al desenterrar la verdad se siente herido, y a mayor narcisismo menor tolerancia de la verdad y mas se ahoga en su propia imagen”. Más adelante cita a Harold Bloom quien escribe: “la noche no es más que del mundo, el mal es la noche del alma y la oscuridad es producida por la perfidia y la menti­ra”. A la vez trae las ideas de W. Bion en la siguiente forma: “el crecimiento mental depende de la verdad y como órgano vivo depende de este alimento. El alimento de la mente es la verdad. La mentira es la destrucción”.

Finalmente termina su exposición con las frases de Hamlet ya citada, ¡ser o no ser, es la cuestión!”, la traída por el Académico Gustavo Restrepo: “se es o no se es” original de Uribe White y la de él mismo (A. Sánchez Medina) que dice: “se es veraz o se miente”, (he ahí el conflicto). Aquí “encontramos la verdad literaria, la verdad psicológica y la última la verdad psicoanalítica”, (Op. cit.). En muchas obras literarias encontramos ese universo humano, trágico-cómico en que paradójicamente se busca la verdad al mismo tiempo que se huye de ella en la mentira como una máscara y disfraz en que se protege aparentemente de la tragedia.

El conflicto entre verdad y mentira es también entre la necesidad y el deseo instintual en que se enfrentan el eros y el tánatos; o vivo o muero, o vive el otro o vivo yo, o soy culpable o es el otro culpable; cualquier que asuma esa responsabilidad está expuesto al castigo y con ello al rechazo, al abandono y a la muerte en cualquiera de sus modalidades.

En resumen, los orígenes del narcisismo (como los del propio Narciso) podrían situarse en un acto de violación. La venganza se realiza en el rechazo a los demás y solamente, ter­mina en el encuentro con la muerte. Sin embargo, el narcisista tiene sus propios ciclos y es­tructuras de personalidad específicas. En el desarrollo de su sexualidad, y de su personalidad intervienen las identificaciones, la identidad (con sus connotaciones positivas y negativas), el paulatino alejamiento de la realidad y finalmente el fracaso en el proceso de la vida en relación con el otro, fracaso que acarrea la muerte de la relación sujeto-objeto por el descono­cimiento del otro y de sus necesidades.

No podemos tampoco afirmar que el narcisismo sea propio de la niñez o de la juventud, puesto que el amor a sí mismo, aun en la ancianidad, termina con la muerte. El amor a la vida debe estar siempre presente y en lugar de negar el paso del tiempo, valorar en la vejez cada instante sintiéndonos útiles, productivos y creativos. Podríamos decir aquí, que en la vejez se presenta un narcisismo distinto, que se construye con la experiencia de los años, sin renunciar con ello a aprender algo nuevo cada día, y poder reír y sonreír positivamente en el acontecer cotidiano pero sabiendo renunciar a sí mismo por los otros, la sociedad y/o la comunidad para ser, estar, hacer y tener en el mundo. ¿Será que podría denominarse a ese narcisismo como el terciario? Dejo a los avezados especialistas esa posibilidad nominativa.


325 En el año 1952 inicié mi pensamiento con respecto al “narcisismo” desde el punto de vista psicoanalítico tratando de rastrear información sobre el tema.

En el año 2002 me encontré con un magnífico trabajo del doctor Alejandro Rojas Urrego, “El adolescente y el otro en el mito de Narciso”, publicado en la revista de la Sociedad Colombiana de Psicoanálisis. El doctor Rojas me facilitó amablemente algunos de los textos que había consultado. Además del doctor Rojas, varios psicoanalistas colombianos han hecho referencia al tema. Entre ellos están: G. Arcila (1999), G. Ballesteros, E. Gómez, J.J. Gutiérrez (1984); S. Brainsky (1997); E. Gómez (1998, 2000); E. Laverde (1991, 1996); y L. Yamín (1982); S. Freud, 1914. “Introducción al narci­sismo”.

326 La negrilla es mía

327 Freud toma el mito de Narciso y lo aplica a la explicación de la elección de objeto homosexual. Luego hace referencia a él en el caso Schreber (1911) y en Tótem y tabú (1913). Freud afirma haber tomado este término de P. Näcke (1899), quien lo había utilizado para describir una perversión. Sin embargo, en Tres ensayos sobre la teoría sexual (1905) afirma que el creador del término sería H. Ellis. Laplanche y Pontalis observan que en 1898 Ellis hizo referencia a Näcke en su escrito sobre “Autoerotismo”, un estudio psicológico en que se describió por primera vez una conducta perversa que se podía relacionar con el mito de Narciso.

328 Diciembre 17 del 2009, Academia Nacional de Medicina de Colombia

329 “Shakespeare, la salud y sus personajes”, 2011 en prensa

330 Bloom H., (1999).” Shakespeare: The Invention of the Human”. New York. §

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