Otros Accidentes: Ejemplos de Azar Determinista

DR. GUILLERMO SÁNCHEZ MEDINA

Uno de los ejemplos no fatales, en que participa el azar determinista:

son aquellos casos en que la persona se salva de morir en accidentes debido a lo que se conoce como destino. En la historia del Siglo XX nos encontramos con una multiplicidad de casos con personas que en distintas circunstancias han salvado la vida; uno de los ejemplos lo encontramos en el caso de una pasajera que viajando de Nueva York a los Ángeles, el avión hace una parada para reco­ger pasajeros en una ciudad intermedia; los pasajeros se bajan, toman algún refresco, caminan y uno de ellos decide no seguir el viaje en el avión, puesto que presiente que algo malo va a ocurrir y luego relata que era como “una voz interna” que le decía no continuar el vuelo, por lo que decide quedarse en tierra; el avión levanta vuelo y luego se estrella y todos mueren.

En el año 1952 en un viaje que hacíamos por Europa con mi hermano Mario:

Estando en Roma se nos ocurrió ir al espectáculo de la ópera Aída que presentaban en las Termas de Caracalla, para ello averiguamos las boletas y resultó que había solamente para tres días si­guientes en que ya no estábamos en Roma.

Un amigo el doctor Arbeláez quien trabajaba en la FAO en Roma, al conocer de nuestra intención nos propuso, en una cena a la que nos invitó la noche anterior, que él tenía dos boletas para el día siguiente que él nos la cedía y nosotros le dábamos las otras, lo cual hicimos.

Asistimos al espectáculo pomposo con camellos, dro­medarios y elefantes en el escenario y regresamos al hotel a descansar pues al día siguiente salíamos para Nápoles, Sorrento y Capri. Una semana después supimos el accidente ocurrido en las tarimas de las Termas de Caracalla; lo que ocurrió fue que una de las tarimas se había roto precisamente en la fila de la boletería que habíamos cambiado con nuestro amigo mu­riendo el doctor Arbeláez.

¿Casualidad o coincidencia? La realidad es que los dos puestos que nos tocaron sufrieron el accidente, la señora sufrió fracturas pero se salvó.

El caso que voy a contar fue relatado por un pariente muy allegado:

Quien en un viaje hacia Buenaventura uno de sus hijos pequeños en ese entonces, se enfermó y fue atendido por un pediatra quien en conversación con él, le sugirió que fuera a una isla con unas playas muy bellas frente a Juanchaco pero que tendrían que tomar una avioneta para llegar allá, lo cual hizo.

Una semana más tarde apareció en el periódico como la misma avioneta en la que se había trasladado su familia y mi familiar, se había accidentado muriendo el médico pediatra con toda su familia.

El lector podrá hacer memoria de innumerables accidentes diferentes, iguales, semejantes o parecidos en que se salva alguna persona (una, dos o más) o mueren to­das.

La pregunta sería ¿por qué tal o cual se salvaron o por qué todas murieron? Para obtener una respuesta, había que hacer una serie de análisis con innumerables variables y de todas maneras llegamos a distintos principios de causalidad o de la imposibilidad de garantizar en forma satisfactoria, el motivo de causalidad.

(Lea También: Formas Absurdas de Morir en que Participa la Imprudencia y/o el Azar Determinista)

En el año 2009 en el vuelo de la Air France:

Salió de Rio de Janeiro en vuelo a París, uno de los pasajeros estaba en la lista y fue borrado de ella, porque le habían dado el cupo a otra persona que insistía y rogaba ir en ese vuelo; el primer pasajero al darse cuenta que le habían quitado su cupo protestó muy enojadamente, y argumentando no solamente sus dere­chos sino las consecuencias jurídico económicas de violarlo; el pasajero fue enviado por otra ruta a París, y el otro pasajero que insistió ir a París en ese vuelo pereció con los demás, pues el avión cayó en el mar Atlántico conociéndose la causa del accidente, muchos meses más tarde cuando se encontraron las cajas negras se supo que existieron fallas mecánicas.

¿Estaba determinado que el pasajero que le quitaran su cupo pudiera llegar a Paris, en cambio el otro muriera en el accidente? o ¿fue pura casualidad y del azar? Aquí cualquier persona podría decir: “ese es el destino”, “uno se salva y otro muere” y “esto está determinado por la volun­tad divina o de la providencia”.

En este mismo vuelo ocurrió que un pasajero turista lo dejó el avión a París, un día des­pués tomó el vuelo, y en Europa alquiló un automóvil viajando por Italia y Austria en donde 8 días después murió en un accidente de tráfico. Aquí la pregunta: ¿estaba predeterminado su muerte, si no moría en un lado moría en el otro?

Traigo a continuación dos cortos comentarios del Académico Adolfo De Francisco con respecto a la interpretación de los hechos:

En la cultura occidental el aspecto religioso incluye en la interpretación de los hechos: los predestinados a salvarse eran 144.000, según el evangelio de San Juan; lo sostuvo Cal­vino y muchos de sus seguidores. ¿Influye eso en el pensamiento de otras culturas de corte cristiano? En oriente, es simplemente el destino inexorable, el Karma”.
La dotación genética a través de miles de generaciones que impregnan de ‘temor o te­rror religioso’, los hechos que se suceden. Algo similar debieron sentir nuestros antepasados desde que se originó la especie H. sapiens sapiens, los temores a través de los seres humano, son inherentes a ellos y despiertan ocasionalmente en circunstancias especiales. Después el temor a ‘la ira de Dios’”.

Otro de los casos es el de una mujer que toma un avión, este se detiene en una ciudad y la pasajera se baja coincidiendo con que su novio está en ese aeropuerto; ella le comunica que va de viaje y se pueden encontrar días después en otra ciudad; finalmente ella decide no irse, dejando su equipaje en el avión, el cual más tarde en vuelo se estrella muriendo todos los pasajeros; ella es investigada por sospechosa de haber dejado el avión y podía ser una terrorista que puso una bomba; la investigación se realiza muy detalladamente y encuentran que había sido una falla mecánica.

Así como existen accidentes de aviación también existen de automotores pequeños y grandes, así como trenes, metros en ferrovías muy transitadas en que se salva el bebé, la mujer o el hombre que cae en la vía, o los numerosos accidentes auto­movilísticos que ocurren especialmente en días festivos, yendo o volviendo de vacaciones.

No quiero traer aquí esa multitud de casos y solo traigo a colación el accidente ocurrido en el año 2003 cuando una máquina retroexcavadora que iba lentamente por una vía superior cuando se desequilibró el peso y cayó precisamente en el momento que pasaba un bus escolar matando a 21 niños y el chofer de un automóvil.

Otro suceso que involucra distintas personas conocidas, unas perecieron y otras se sal­varon. El siete de febrero del 2003; ese día invité a un querido colega con su señora a tomar té.

Minutos después de las ocho de la noche nuestros amigos se despidieron y el chofer se disponía a llevarlos a su residencia; dieron la vuelta, pasaron por la carrera séptima con la calle 77 y 78 y cuando pasaban el semáforo, sintieron un gran estallido, el automóvil bailaba en la calzada; habían transcurrido sólo 3 segundos de pasar frente al Club en donde estalló la fatídica noche y para que hubiesen perecido, pues la bomba destruyó el Club El Nogal a 50 metros de mi residencia; ese mismo día y hora, mi hermano mayor pasaba exactamente por ese lugar en dirección opuesta, en esa noche del viernes terrorista; obviamente la onda explo­siva también afectó mi residencia (en la cual todo también vibró) destruyéndose ventanales, afortunadamente fueron aquellos en los que no estábamos cerca.

A mi hermano, mis amigos y a nosotros sólo pasamos por la sensación de terror.

Todos estos casos y múltiples más, por lo general las personas dicen: “me salvó Dios, no era la voluntad de Dios, gracias a Dios no ocurrió, no era el momento de morir, ese es mi destino, o era el destino de aquel que pereció”.

Lo que yo propongo es reflexionar sobre esa voluntad, ese destino y abrirnos al análisis de la causalidad en otras dimensiones ya expuestas en esta obra.

Obviamente habrá crédulos y otros incrédulos u otros que se afianzan en sus creencias de marras y las que han heredado de sus ancestros o simplemente se llega a la frase, “es por la simple casualidad” y “lo que tiene que suceder sucede”, puesto que “no se mueve ninguna hoja de los árboles sin la voluntad de la Providencia”. Aquí llegamos a la aceptación y al silencio sin ninguna otra pregunta.

Variedad de sucesos a los que he preguntado por sus experiencias de esta índole han hecho distintos relatos en donde se presenta la “coincidencia” positiva o negativa que nos lleva a pensar en el azar determinista y en el destino.

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