Las Vacunas Sintéticas

Desde la época de Eduardo Jenner, quien en el siglo XVIII desarrolló la primera vacuna de la viruela, estos preparados siempre han tenido origen biológico. El virus detoxificado de algún terrible flagelo se administra al paciente, para que sus macrófagos lo incorporen a su citoplasma, lo identifiquen y lo expresen en su membrana. El linfocito B se encarga entonces de producir un anticuerpo-la inmunoglobulina M-para la respuesta primaria.

Y una vez instauradas las clonas especializadas de linfocitos B, estos producirán en forma permanente anticuerpos del tipo inmunoglobulina G, las que impedirán por muchos años-o incluso de por vida-la aparición de la enfermedad causada por el agente infeccioso-llámese virus, bacteria o parásito- siempre y cuando este no mute, es decir, que adaptándose a la nueva situación, transforme algunas de sus proteínas que ya habían sido identificadas, para retomar su virulencia anterior. En la figura se puede observar gente trabajando en la fabricación de vacunas de origen biológico, como es tradicional.

Esa es la naturaleza, y por eso desarrollamos con frecuencia resistencia a los antibióticos. Los gérmenes hospitalarios, ya “toreados”en varias plazas, desarrollan enzimas como las betalactamasas, que hacen inocuos los antibióticos tradicionales. Sale la industria farmacéutica con nuevas y potentes moléculas, o combinaciones de ellas, y aparecen nuevos gérmenes dispuestos a enfrentárseles. Para el siglo XXI deberemos entonces volver a contar fundamentalmente con nuestro sistema inmunitario Un nuevo método de inmunizar con vacunas sintéticas o de origen químico lo ha desarrollado el profesor Patarroyo; prestigiosas publicaciones como Nature o Lancet se han ocupado de sus experiencias: se trata de identificar los péptidos de cuánto virus, bacteria o parásito haya y sintetizarlos con las correspondientes modificaciones para hacerlo más efectivo y seguro, y preparar permanentemente nuevos péptidos que se hagan cargo de las eventuales mutaciones. Las enfermedades infecciosas matan 17 millones de personas al año y como es lógico, resulta peor librado el mundo en vía de desarrollo, como consecuencia de la desnutrición, hacinamiento, falta de educación e insuficientes medidas sanitarias. Para nombrar sólo algunas tenemos la diarrea, la tuberculosis, la malaria, la leishmania…. De alguna forma estos gérmenes son más patógenos en territorios como el continente africano. Por ejemplo el Plasmodium falciparum causa un caso de Malaria por cada 10 personas en un año en Colombia, mientras que el Paludismo ataca en el África a una persona al año, en las zonas estacionales o de lluvias, en períodos que van de agosto a diciembre.

Las vacunas tradicionales protegen contra conocidos virus que usualmente tienen pocas proteínas, por ejemplo el virus de la Poliomielitis tiene tres. Hay vacunas contra las proteínas de la cápsula del Haemophilus influenzae o del Pneumococo; pero a medida de que las proteínas se multiplican hasta llegar a mas de 600,la producción de vacunas se hace más difícil. Patarroyo trabaja con más de ciento cincuenta científicos en las nuevas instalaciones del Instituto de Inmunologìa, muchos de los cuales han realizados estudios de post-grado en sitios como la Scripp Clinic en la Jolla, California, en Barcelona y en otras partes. Antiguos colaboradores del Instituto de Inmunología trabajan en otros centros científicos del país como la Universidad de Antioquia o la UIS, en un esfuerzo conjunto para desarrollar vacunas sintéticas.

El cómodo y refaccionado edificio –que alguna vez fuese el Instituto de Asuntos Nucleares- alberga costosos equipos de tecnología de punta que incluyen sintetizadores de proteínas, otros aparatos y programas de computación. Lo único lamentable es que en la antigua sede de La Hortùa se quedaron tres equipos de resonancia magnética, cuyo costo supera los quince mil millones de pesos, y que se están deteriorando pues no se les ha podido dar el mantenimiento adecuado. De todas maneras, en el Instituto de Inmunologìa –ahora una fundación particular sin ánimo de lucro, pero que tiene apoyo estatal- la biología molecular deja de ser teoría o ciencia-ficción para convertirse en una bella realidad. Más de 16.000 péptidos han sido aislados ya, los que se guardan en frasquitos con un valor de 800 dólares cada uno. Habrá entonces vacunas sintéticas de origen químico, no ya contra la malaria como la famosa y combatida Spf66-en mala hora defectuosamente producida en el exterior para generar pobres resultados-,sino contra la tuberculosis, la Klebsiella, la lepra, la Leishmania, la hepatitis C, producidas por este cruzado colombiano que con su equipo de colaboradores espera impaciente que el siglo XXI le permita darle jaque mate a los flagelos infecciosos tradicionales y a los nuevos que vendrán. No pretendemos en este artículo adentrarnos en las teorías de las vacunas ni en las complejas interacciones de las zonas hipervariables de los anticuerpos con los antígenos, o en las citoquinas de los linfocitos T que combaten el cáncer o mejoran la trombocitopenia inducida por las enfermedades y la quimioterapia.

Esta nota aspira a informar que hay una luz al final del túnel, buscada afanosamente por un inmunólogo muy nuestro, en sus inicios apoyado por el gobierno alemán y la Fundación Rockefeller y ahora básicamente por el estado colombiano. También por su majestad la Reina Sofía, que colabora con recursos económicos y humanos en el desarrollo de un nuevo centro para la investigación de la Malaria en Mozambique. Mientras nada espectacular suceda tenemos que continuar con los toldillos, los insecticidas, el control biológico y la prevención quimioteràpica.

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