Gull y el Mixdemia

Un poco menor que Addison, William Withey Gull (1816-1890) fue otro de los grandes precursores ingleses. Nacido en Colchester (Essex), su padre trabajaba en un muelle con una barcaza de la que era dueño. Gull inició su vida laboral como maestro de escuela en su pueblo natal, pero allí fue descubierto por el mismo Benjamín Harrison que reclutara a Addison, dándole un empleo en el hospital y permitiéndole asistir a clases de medicina, donde con el tiempo terminó siendo conferencista él mismo.

En aquella escuela médica fue progresando hasta los más altos niveles y en 1871 fue llamado a atender al Príncipe de Gales –quien sufría de una fiebre tifoidea- por lo que fue nombrado caballero. Era un gran clínico, con un gran poder de observación, era cauto con la prescripción de medicamentos y de una gran franqueza, se dedicó a aliviar el sufrimiento de sus pacientes pero también a investigar y publicar sobre diferentes enfermedades. Entre los temas que tocó estuvieron el cólera –como sería de suponer, ya que era una de las enfermedades que más morbi-mortalidad causaban en la época- fiebre reumática, teniasis, paraplegia, abceso cerebral y el viernes 24 de octubre de 1873, hizo la descripción por vez primera de un estado cretinoide de las mujeres de edad adulta, logrando un golpe maestro pues esa misma tarde describió la anorexia histérica –ahora nerviosa- caracterizándola como enfermedad mental.

Del bocio habían dicho sus paisanos unas décadas antes de que se trataba de una imperfección del organismo por falta de un poder vital causado por el estado atmosférico. Gull informó dos años después cinco casos de mujeres con hipotiroidismo, y poco después William Ord informó otros cinco casos; la importancia de este último reside en que uno de los pacientes fue autopsiado, observándose abundante material mucinoso en la piel, por lo que sugirió –ahí sí- el término de mixedema. Curiosamente dicho enfermo presentaba atrofiado su tiroides, pero en vez de relacionar esto con el edema duro y los otros hallazgos, se adhirió a las teorías de Faggé, un discípulo de Gull que en su experiencia con varios casos encontró semejanzas entre el cretinismo endémico (con bocio) y el esporádico (sin bocio), sugiriendo que se trataba de la respuesta de la glándula a un factor ambiental, neutralizado por ella. No eran estas las primeras experiencias, ya que otros médicos del Guy’s Hospital como Astley Cooper, estuvieron tiroidectomizando perros después de 1820 y sugirieron que esta glándula formaría un material particular que –cuando pasaba a linfáticos y de allí a la sangre- ejercía una influencia más menos necesaria para la salud del animal.

Años más tarde se empezaría a correlacionar patologías muy conocidas como los cotos, los cretinismos con y sin coto, con los casos de Gull y Ord en los adultos. También síntomas similares a los descritos por Gull se observaban en un porcentaje de pacientes operados; por aquel entonces se aprendieron técnicas para remover la tiroides abultada de los cotudos, particularmente por la observación de dos cirujanos –Reverdin y Kocher- que en forma independiente se dieron cuenta de existía alguna relación causa-efecto.

Volviendo a la anorexia, las primeras informaciones sobre la autoemaciación fueron sin embargo descritas entre los antiguos ascetas religiosos de la Edad Media, quienes la consideraban una enfermedad misteriosa. Numerosos pintores y escultores han reflejado en sus obras mujeres que –por su delgadez- consideraban perfectas según su ideal de belleza, aunque la sociedad muchas veces prefería –al igual que Rubens y Botero- a las mujeres gorditas. Otros famosos galenos de la época también consideraron psicogénica a la anorexia, pero en el siglo XX se diferenció del hipopituitarismo, quizá porque la misma desnutrición favorecía un cuadro de deficiencia hormonal o producía signos que podrían confundirse con el síndrome de Simmonds-Sheehan, como se le llamaba en los años sesenta.

Aunque tres años antes de morir sufrió un severo accidente cerebro-vascular –enfermedad por la que a la postre falleció- logró ganarse la confianza de la reina y de la corte inglesa, que en el último periodo victoriano estuvo en crisis por las comentadas aventuras amorosas del Príncipe de Gales –masón como lo era Gull- y su hijo el Duque de Clarence, llamado con el apodo de “príncipe Eduardito”. La realeza británica –entonces y ahora- se ha visto envuelta en escándalos que además no son exclusivos de ella sino también de muchas cortes reales, lo que periódicamente generaba corrientes republicanas, impopularidad del soberano y movimientos para deponerlos, en ocasiones terminando con su ejecución como ocurrió con Luis XVI y con Carlos I de Inglaterra, apodado el Rey Blanco.

La leyenda de Jack, el Destripador de Londres –una de las más vibrantes historias de detectives que existen- se basó en el asesinato en serie de varias prostitutas que fueron degolladas en 1888. La gran lealtad de Gull hacia la Reina Victoria y su familia, hizo que fuese –mucho después de su muerte y con sentido sensacionalista- incluido por periodistas de Chicago y del Discovery Channel, novelistas como Stephen Knigth y Alan Moore o directores de cine como parte del abanico de sospechosos.

La evidencia actual apunta hacia James Maybrick como el más probable autor de los crímenes; Maybrick era un cincuentón comerciante en algodón de Liverpool, con una linda esposa de veintitrés años, perfecto caballero victoriano rico que llevaba una doble vida, pues visitaba los bajos fondos de Londres y muchos de sus prostíbulos; paranoide, se encontró un diario en donde confesaba los crímenes, y también un reloj que lo sindicaba, aunque algunos dijeron que ambos habían sido falsificados. La novelesca investigación incluyó también al judío polaco Aaron Kominski, un lunático que no era violento y a Frank Tumblety, exitoso tegua americano de la época que viajaba con frecuencia a Europa.

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