La Época Post-Renacentista Parte I

ADOLFO DE FRANCISCO ZEA, M.D

Los inmensos cambios de todo orden que trajo el Renacimiento en los seres humanos y en la sociedad de su época, que he reseñado someramente en párrafos anteriores, tuvieron necesariamente que reflejarse en el desarrollo de la medicina de esos siglos admirables y en los que les sucedieron hasta la Ilustración, y habrían de tener también un inmenso influjo en la medicina tecnológica y socializada de las épocas siguientes, consideradas éstas, históricamente, como la modernidad y la postmodernidad en la que vivimos.

Uno de los factores más importantes en el desarrollo del espíritu humano en general y en el de la medicina en particular fue indudablemente la aparición de la imprenta y su rápida difusión por todo el continente europeo.

La impresión de libros médicos europeos se inició en España en 1475 y 125 años después. Al finalizar el siglo XVI. Se contaba ya con 541 títulos, de los cuales 350 correspondían a primeras ediciones, en su mayor parte debidas a profesionales españoles.

Una cuarta parte de los libros médicos editados en esos 125 años no tenían relación con el quehacer médico y quirúrgico. Existía una preocupación evidente por intereses de muy diversa índole. Desde los puramente literarios en prosa y verso, hasta la explicación de pensamientos políticos, especulaciones filosóficas generales o bien expresiones de duda o de crisis en las creencias religiosas.

Médicos humanistas españoles de mentalidad abierta, publicaron libros sobre poesía, crónicas de viajes y aventuras diversas. Pero entre ellos sobresalieron ante todo los que escribieron sobre la condición humana.

Juan Sánchez Valdés de Plata

Por ejemplo, utilizó un enfoque antropológico en su “Crónica e historia general del Hombre”; Blas Alvarez de Miramal. Tituló su obra “La conservación de la salud del cuerpo y del alma”, en la que en se refirió al hombre como “el más perfecto de los mixtos en quien concuerdan y se juntan en paz y armonía quantas cosas ay criadas en el universo”.

Huarte de San Juan escribió “El exámen de los ingenios para las ciencias”, obra eminentemente psicológica, y Cristóbal Pérez de Herrera mostró su preocupación por mejorar la realidad social española en su libro “Discursos del amparo de los legítimos pobres”. (L. Granjel. “La Medicina Española Renacentista”. 1980).

Los intereses humanísticos de los médicos renacentistas españoles en la época del Emperador Carlos V, se modificaron después radicalmente cuando Felipe II, preocupado por la desviación religiosa que empezaba a atisbarse en la península con la penetración del “erasmismo”, cortó de un tajo las relaciones de España en el campo intelectual con el resto de Europa, con lo cual, si bien es cierto que defendía la religión católica. Iniciaba también en esa forma la decadencia española de los siglos siguientes.

Los sucesores de esos humanistas, los profesionales médicos del reinado de Felipe II, se cuidaron muy bien en adelante de expresar sus ideas sobre temas que no fueran puramente de índole médica, y al entrar de lleno en su profesión. Produjeron avances importantes en la medicina de su tiempo acordes con el pensamiento oficial del monarca y que no despertaran sospechas de herejía para los funcionarios de la Inquisición.

La “Scienza Nuova”, que tuvo su iniciación en Europa durante el Renacimiento, está basada en una concepción mecanicista del universo.

En el campo de la medicina, tres son en mi concepto las figuras más sobresalientes de esa Nueva Ciencia, a las cuales pasaré brevemente a referirme.

La primera de ellas es indudablemente Vesalio. Belga de nacimiento y educado en Lovaina y París. Hizo sus estudios anatómicos en la Universidad de Padua, de donde fue llamado después a Bruselas por Carlos V y luego a Madrid por Felipe II, como médico de la Corte.

Murió antes de cumplir cincuenta años en un naufragio al regresar de una peregrinación a Tierra Santa.

Como profesor de anatomía y a diferencia de los que le habían precedido, Vesalio no permanecía sentado en su alta silla o “cathedra” profesional mientras el cirujano-barbero extraía los órganos del cadáver con manos ensangrentadas.

El propio Vesalio manipulaba el cuerpo y disecaba los órganos. Su obra máxima “De humani corporis fabrica”, publicada en 1543. Es grandiosa no sólo por su contenido sino por la hermosura de sus dibujos y la excelencia artística de la edición.

Vesalio corrigió las doctrinas anatómicas de Galeno, no discutidas por 15 siglos, y enriqueció el saber anatómico con multitud de descubrimientos personales.

Varias de las ilustraciones de su libro fueron hechas por Juan Esteban de Calcar, discípulo holandés de Tiziano, quien había dibujado anteriormente los proyectos de las “Seis tablas anatómicas”, uno de sus primeros escritos; los dibujos de la Fábrica de Vesalio. Tienen un asombroso parecido con los esquemas de Leonardo de Vinci.

A su obra, Vesalio agregaba un glosario, que contenía la lista alfabética de todos los nombres de las partes del cuerpo en griego, latín, árabe y hebreo.

Vesalio fue un típico ejemplo del sabio del Renacimiento en quien se mezclaron el deseo de emulación y superación de los antiguos, con sus logros personales siempre novedosos a la par que tradicionalistas en el campo de los estudios anatómicos.

A partir de Vesalio, surgió una legión de exploradores del cadáver humano, movidos a la vez por el espíritu de la época y por la poderosa incitación que lleva consigo la Fabrica vesaliana. Hasta cuando en el siglo XIX se llegó al final de las posibilidades de exploración macroscópica del cuerpo humano, y cuando, gracias a los desarrollos del microscopio y otros avances tecnológicos, se buscaron nuevos sistemas para explorarlo y describirlo.

La segunda figura descollante es la del francés Jean Fernel, nacido en 1497, quien rechazó la idea galénica de los humores y señaló que el verdadero elemento del cuerpo humano no es el humor sino la fibra.

Seguido muy de cerca por Fallopio, Fernel demostró que las fibras elementales se unen en el sentido longitudinal para formar cordones, que a su vez se entrecruzan formando en el campo bidimensional la urdimbre de los tejidos, y en el tridimensional la masa sólida como término final.

Los incipientes fisiólogos de la época, como Fabrizio d´Acquapendente, aplicaron este modo de pensar a la fisiología mecánica del músculo, y filósofos como Descartes. En su tratado “De Homine” lo consideraron concepto básico de su antropología, como elemento fundamental de la “res extensa” del hombre; en forma análoga se ha expresado en este siglo el filósofo francés Maurice Merleau Ponty.

De estas ideas derivaron los conceptos sobre la antropogenia o ciencia del origen del hombre, la filogenia o formación de la especie humana y la embriología o génesis de cada uno de sus individuos.

A partir de Fernel, el término fisiología perdió su significación antigua para indicar tan sólo el estudio científico de los movimientos y las funciones de los seres vivientes.

Surgió entonces la figura brillante de William Harvey, descubridor de los mecanismos de la circulación de la sangre. Harvey fue precedido por Michel Servet, médico de profesión, que en el fondo de su alma se sentía antes que todo reformador religioso.

La lectura de la Biblia había llevado a Servet al convencimiento de que la sangre es la parte del cuerpo por la que más directamente se comunica Dios con la naturaleza humana.

Esto le llevó a pensar en el movimiento de la sangre en el cuerpo, y al recordar las disecciones anatómicas que había presenciado en París, con su condiscípulo Vesalio, postuló la idea de la circulación pulmonar o circulación menor, idea que consignó en veinte páginas de su libro teológico “Christianismi Restitutio”, que junto con otra de sus obras, titulada “De Trinitatis Erroribus”. Habrían de acompañarle en la hoguera en 1553, en la ciudad de Ginebra por orden de Calvino.

El suplicio de Servet fue llevado magistralmente al arte por Diego Rivera, en un mural del antiguo Instituto de Cardiología de México.

Hay quienes piensan que Calvino tenía plena justificación de sacrificar a Servet, ya que estaba convencido de que era mejor condenar a la hoguera a un hereje que permitir que cientos o miles de personas se condenaran al suplicio eterno del infierno si seguían las doctrinas del médicoteólogo.

William Harvey es una de las máximas figuras de la historia universal del saber médico y biológico y el que abrió la vía regia de la nueva fisiología.

Nació en Folkstone, Inglaterra, y estudió en Cambridge y en Padua bajo la dirección de Fabrizio d´Acquapendente. En cuyo foro anatómico, iluminado por candelabros, trescientos estudiantes podían observar simultáneamente el proceso de la disección anatómica.

Poco después de su llegada a Londres, Harvey ingresó a los altos círculos universitarios y adquirió una rica y aristocrática clientela. Entre sus amistades se incluían el filósofo y científico Francis Bacon, el rozacruz Robert Fludd, el abogado John Selder y el filósofo Thomas Hobbes.

Puede decirse que sus intereses intelectuales abarcaban el universo entero.

Su libro “Excercitatio anatomica de motu cordis et sanguinis in animalibus”, publicado en 1628, es una obra maestra de la medicina experimental.

La trascendental importancia de su descubrimiento se nos muestra todavía más notable cuando se estudia la forma magistral como el sabio empleó el método científico para demostrar la verdad de su hipótesis.

Harvey es el fisiólogo “moderno” a cuyo lado las ideas de Galeno y de Aristóteles pierden importancia.

(Lea También: La Época Post-Renacentista Parte II)

Al igual que Servet

Fue atraído al tema de la sangre por motivos religiosos y después de publicada su obra, fiel a la filosofía de Aristóteles. Siguió admitiendo la noción de sustancia según la cual es la sangre la que comunica su calor al corazón e incita sus contracciones; en ella tendría su asiento orgánico la fuerza divina de la especie, entidad metafísica y sacra que constituye el agente invisible mediante el cual Dios comunica la especificidad de su forma a los animales superiores.

Al descubrir que el corazón actuaba como una bomba y que la sangre impelida fluía de él para alimentar los órganos. Logró entender por fin la circulación de la sangre, cuando ya estaba “tentado a pensar, como Fracastoro, que sólo Dios podía comprender el movimiento del corazón”.

Harvey intentó ser hombre de ciencia “a la moderna” y metafísico “a la antigua”, lo que le condujo, al igual que a los hipocráticos y a Aristóteles, a admitir la teleología de la naturaleza: “Nada hace en vano la naturaleza”, dice, y agrega: “He pensado que estudiando los animales podríamos alcanzar también cierta imagen del Divino Creador”.

La Europa de los tiempos de Harvey comenzaba a hablar el lenguaje de las máquinas, analizando la experiencia mediante los modernos principios de las mediciones.

Se había desarrollado ya el termómetro, que vino a reemplazar los antiguos termoscopios, y Santorio había calculado las mezclas posibles de humores que conducían de la combinación correcta, “eucrasia” o salud, a las mezclas equivocadas o “discracias” que llevaban a la enfermedad y a la muerte.

El método cuantitativo de Santorio, quien por otra parte no comprendió el significado de los importantes descubrimientos de Harvey. Contribuyó en grado importante a que las ideas de Galeno fueran paulatinamente quedándose atrás en la bruma de los tiempos pasados.


Las ideas anatómicas de Vesalio

Las tisulares de Fernel y la fisiología de Harvey. Influyeron en las concepciones de filósofos y médicos de los siglos XVII y XVIII y en especial en las ideas de René Descartes.

Tal como lo señala Laín Entralgo, “para Descartes. El mundo creado está compuesto por dos realidades, el espíritu o “res cogitans” y la materia o “res extensa”, una y otra armoniosamente unidas en el ser del hombre.

Todo lo material es mecánico, aunque a su actividad la llamemos vida vegetal o vida animal; y el comportamiento mecánico de la materia podría ser íntegramente explicado mediante sólo tres conceptos, la extensión, la figura y el movimiento”. (P. Laín Entralgo, ibid). Solamente el hombre. Según Descartes, posee la res cogitans, es decir, el espíritu inmaterial.

Fue a partir de las ideas anteriores como se originó la fisiología cartesiana mecanicista que habría de influir en el pensamiento médico mundial de los siguientes tres siglos.

Cincuenta años después de Descartes, uno de sus seguidores, Julien de la Mettrie. Escribió un célebre libro, “El Hombre Máquina”, en el cual expuso una antropología crasamente materialista que atribuye a la materia, en contra del dualismo de su maestro. La propiedad de sentir, y humanamente organizada, hasta la de pensar.

De la Mettrie

Se constituye así en uno de los primeros en esbozar la idea de los órganos artificiales que habría de culminar en el siglo pasado, cuando Le Gallois en 1813 publicó su obra “Experimentos sobre los Principios de la Vida y en especial sobre el Principio que regula los movimientos del corazón y en donde está asentado”, libro de medicina fundamentalmente experimental, con el que se adelantó 150 años a los primeros trabajos exitosos en el desarrollo del corazón artificial y otros órganos creados por el hombre.

De igual manera, De la Mettrie es en cierta forma el precursor de los científicos que en la actualidad estudian la inteligencia artificial y la relacionan exclusivamente con las propiedades de la materia.

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