La Edad Media

ADOLFO DE FRANCISCO ZEA, M.D

En la Europa occidental y durante el largo período de mil años conocido como Edad Media:

La ciencia de la época hacía parte integral de una perspectiva filosófica, a diferencia de la ciencia actual que frecuentemente se coloca en un lugar opuesto a la filosofía.

Esa visión filosófica de la ciencia en ese periodo, tuvo su campo de acción definido inicialmente por Aristóteles, pero matizado después por las creencias religiosas del Islamismo, del Judaísmo y sobre todo del Cristianismo.

El ámbito de la filosofía medieval era bastante amplio y comprendía todo lo que podía ser conocido especulativamente sobre el universo sólo por la razón, no asistida por una revelación particular.

En esa forma, la teología no se incluía dentro del campo de la filosofía. Al igual que las artes prácticas y disciplinas tales como la gramática, la mecánica y la medicina.

Algunos de los primitivos Padres de la Iglesia fueron abiertamente hostiles a la filosofía del helenismo: “Qué tiene que ver Atenas con Jerusalén?”. Se preguntaba frecuentemente Tertuliano.

Otros, sin embargo, consideraron que el Cristianismo podía dar respuesta a muchas inquietudes de la filosofía griega y que el pensamiento de Platón era el más cercano a la sabiduría cristiana.

San Agustín, obispo de Hipona, que había sido entrenado en retórica y había leído textos platónicos, se convenció de la existencia de una realidad espiritual al descubrir la naturaleza del mal como una privación y no como algo positivo en sí. Y al mostrar que el mal no excluía la creación del mundo por un Dios que es todo bondad.

Para San Agustin existe un universo de verdades eternas que el alma, iluminada por Dios, está en capacidad de conocer para poder juzgar todas las cosas mediante su luz; esas verdades eternas, presentes en la mente de Dios. A través de un proceso de iluminación ejercen su acción reguladora sobre la mente del hombre. Platón fue el primero de los filósofos griegos cuyas ideas entraron en la corriente del pensamiento medieval bajo el patronazgo de San Agustín.

Boecio, en el siglo V, fue una personalidad interesante que se coloca entre la cultura antigua y el Escolasticismo del siglo XII y XIII.

Boecio se nos presenta como el máximo pionero en la transmisión del pensamiento filosófico griego al mundo cristiano medieval; por ello fue conocido como el “último de los romanos y el primero de los escolásticos”.

Como filósofo, reintrodujo en el pensamiento medieval las artes liberales, el trivium y el quatrivium; se propuso traducir al latín los escritos de Platón y Aristóteles, intentando demostrar el acuerdo básico de estos pensadores en materias filosóficas.

Algunos de sus discípulos fomentaron el cultivo de las ciencias profanas; otros, como San Benito, orientaron la religiosidad monacal europea y señalaron las obligaciones del cristiano con los desvalidos y enfermos; algunos mas como San Isidoro de Sevilla, el gran intelectual de la Europa de esos tiempos. Al considerar a la medicina como “filosofía segunda” se constituyó en una figura decisiva en las estimaciones medievales del arte de curar.

La consideración más genuina del enfermo, desde el punto de vista del Cristianismo, hizo su aparición con las enseñanzas de San Benito.

En la regla benedictina se dice: “El cuidado de los enfermos debe ser ante todo practicado como si dispensándosele a ellos, al mismo Cristo se le dispensase”.

El mayordomo, añade San Benito, “tratará a los enfermos con toda solicitud, como un padre, y el procurar que así sea constituye para el abad una de sus más importantes obligaciones”. (San Benito. “Regla para los Monasterios”. Versión inglesa. Capítulo 36).

El mundo en el que se ejerce el tipo de atención hospitalaria preconizado por la regla benedictina es el mundo medieval, organizado en tres estamentos:

El de los hombres que hacen la guerra y mandan; el de los hombres que rezan representados por los clérigos; y el de los que trabajan o siervos. Este tipo de ordenación en tres niveles, fue considerado como un orden natural establecido por la naturaleza y a la postre por Dios y por lo tanto ineludible e intocable.

Es un mundo en el que prevalece la “mentalidad ordálica” y en el cual se alterna entre el oficio de curar y el milagro sanador. (R. Foissier. “La Sociedad Medieval”. 1996). La medicina bajo esas condiciones se redujo a la indicación empírica de prescripciones dietéticas y de medicamentos de origen vegetal y a la ejecución de sencillas intervenciones quirúrgicas como flebotomías, incisiones de abscesos o reducción de algunas fracturas.

Hacia el siglo XII, obras de Aristóteles desconocidas hasta entonces fueron traducidas al latín junto con comentarios y tratados de pensadores árabes y judíos. Con lo cual comenzó a desarrollarse el Escolasticismo temprano de Pedro Abelardo y San Anselmo, en París y en Chartres. Y se preparó el camino para el florecimiento del Escolasticismo de la Edad de Oro en las Universidades de París y Oxford en el siglo siguiente.

Una de las personalidades más importantes de la Edad Media fue indudablemente San Alberto Magno, quien fue el primero en comprender que la mejor manera como la ciencia grecoarábica podía servir a la fe cristiana era concediéndole su autonomía propia. San Alberto no dudaba en dar a San Agustin la primacía en materias de fe y de moral, pero en medicina prefería seguir a Galeno o Hipócrates y en física a Aristóteles o cualquiera otro “experto” en asuntos de la naturaleza.

Santo Tomás de Aquino, célebre discípulo de San Alberto y mejor conocido por sus innovaciones metafísicas y teológicas, fue considerado en su tiempo como un excelente lógico y filósofo de la naturaleza. Sus comentarios a las obras de Aristóteles sobre física, meteorología, astronomía y biología, son aceptados hoy como algunos de los mejores producidos en la época medieval.

Para el estudio científico del mundo, Santo Tomás, si-guiendo a Aristóteles, separó la física de la metafísica y de las matemáticas y tomó en cuenta algunas ciencias intermedias como la óptica y la astronomía. Se apartó de la doctrina agustiniana de la iluminación divina y consideró que ningún conocimiento podía llegar a la mente humana sin haberse originado primero en los sentidos.

Al nacer, la mente, para Santo Tomás, es una especie de “tabula rasa” en la cual se van imprimiendo, por así decirlo, las primeras sensaciones aportadas por los sentidos. Idea que posteriormente hizo suya el filósofo empirista inglés John Locke.

El problema clave para el filósofo de la naturaleza, en opinión de Santo Tomas, era entender el movimiento en función de sus causas, tomando el movimiento de la manera más amplia posible para significar cualquier cambio perceptible por la experiencia de los sentidos.

A partir de esas inquietudes desarrolló una amplia doctrina sobre las Causas, que condujo a los pensadores medievales a formularse preguntas de este orden: Qué causa el movimiento continuo de un proyectil cuando ha salido de la mano del que lo lanza?, qué causa la caída de los cuerpos celestiales?, qué causa el enfriamiento del agua caliente cuando se la deja en reposo?.

Santo Tomas rechazó la doctrina de los átomos de Demócrito y consideró que las sustancias materiales eran continuas, no compuestas por átomos separados por espacios vacíos como lo había pensado el sabio griego.

Este tipo de inquietudes científicas eran abordadas con gran confianza ya que el conocimiento griego parecía apoyado en la fe cristiana. Y además por la creencia de que un Dios omnisapiente llamaba al hombre a descubrir lo racional e inteligible de su creación material.

La influencia del pensamiento islámico en la Europa del siglo XII fue especialmente ejercida por Averroes, médico y filósofo ya mencionado quien, siguiendo a Aristóteles literalmente, sostenía que los cielos, el movimiento, el tiempo y la materia, no habían tenido un comienzo temporal ni tendrían un final, de manera que no habían sido creados ni dejarían de existir.

Los averroistas latinos enseñaron la unidad del intelecto para todos los hombres, la eternidad del universo y de todas sus especies. La mortalidad del alma humana, la negación de la libertad y providencia de Dios y la influencia necesaria de los cuerpos celestiales en el mundo sublunar.

Alarmadas por el crecimiento del racionalismo naturalista, las autoridades eclesiásticas de París decidieron condenar las tesis averroistas y detener además el pensamiento aristotélico heterodoxo. Lo que se tradujo en profundas consecuencias para el desarrollo de la filosofía natural en los tiempos siguientes y para las relaciones entre el pensamiento filosófico y el teológico.

Nuevas doctrinas filosóficas de la Edad Media tardía, representadas entre otras muchas por las sostenidas por los franciscanos John Duns Scotus y Guillermo de Ockham, hicieron que para finales del siglo XIV existiera un cuerpo de conocimientos nuevos que eran en su origen básicamente aristotélicos, enriquecidos, sin embargo, por conceptos matemáticos y dinámicos, que al decir del historiador de la Filosofía de la Ciencia William A. Wallace, muestran considerable afinidad con los de la ciencia moderna.

Paulatinamente se fue estableciendo un cierto grado de eclectisismo y los comentaristas comenzaron a escoger aquellas tesis que fueran más favorables a sus propósitos y parecieran más consistentes con sus propias experiencias.

Las ideas discutidas desde San Agustín hasta Nicolás Oresme mil años más tarde, originadas en los escritos de Platón y Aristóteles, constituyeron la llamada ciencia medieval que es en realidad idéntica a la filosofía de la naturaleza o ciencia de la naturaleza.

Indica Wallace como digno de mencionarse, que la mayor parte de los problemas de la filosofía natural, particularmente los formulados por Aristóteles, no tienen aún soluciones definitivas en el momento actual y que en su mayor parte han pasado al terreno de una nueva disciplina conocida como filosofía de la ciencia. En la cual, realistas y nominalistas o positivistas todavía continúan discutiendo los temas básicos. (W. A. Wallace. “The Philosophical setting of Medieval Science”. 1978).

En ese sentido, la Edad Media no puede ser considerada por los historiadores de la ciencia como una edad oscura sino más bien como un período de gradual esclarecimiento que habría de culminar en el siglo XIV. Época en la cual se establecieron los fundamentos reconocibles de la era científica moderna.

Durante el largo período de mil años que duró la Edad Media, la medicina fue una ciencia esencialmente débil; su desarrollo fue mínimo si se le compara con el extraordinario esfuerzo intelectual y los altos grados de energía que se emplearon en lograrlo.

Los historiadores de la ciencia piensan que la debilidad de la medicina medieval se debió, no tanto a que se hubiera sustentado en ideas heredadas del pasado sino más bien a las interpretaciones discordantes que se tuvieron sobre ellas.

Había demasiadas autoridades que discrepaban entre sí y los conflictos que se suscitaron entre sus seguidores distrajeron a las mentes de la real tarea de lograr una síntesis que fuera aceptable y tuviera credibilidad para todos. En realidad no se establecieron nuevos paradigmas que hubieran modificado el curso de la ciencia médica.

La medicina de la Edad Media europea careció de figuras importantes que le hubieron dado el relieve que tuvo la profesión en Grecia, Roma y el mundo árabe.

En ese milenio, no se trataba meramente del problema de la medicina versus la filosofía, o de Galeno versus Aristóteles o inclusive de Avicena versus Averroes. Sino sobre qué clase de filosofía y qué clase de medicina eran las adecuadas para la época y los tiempos subsiguientes.

Desde sus comienzos, tanto en Alexandría como en Ravena, se perpetuó la idea de que el médico era un artesano y que en razón de ello sus conocimientos debían adquirirse por medio de la práctica. Las Enciclopedias de la época, como las “Lecciones de Heliodoro” y la “Sabiduría del arte médico”, hacían énfasis en la práctica de la sangría, la uroscopia y la dieta, y estaban orientadas, no a las clases profesionales sino a las populares.

En los monasterios, el saber médico de los libros, escritos por monjes y clérigos para monjes y clérigos, se difundía de un establecimiento a otro conservando siempre su carácter de literatura médica más popular que científica.

Los monasterios no solamente fueron los poseedores de la literatura médica; en ellos comenzó a dispensarse el cuidado médico a los enfermos y los monjes fueron los primeros “profesionales” de la medicina de la época medieval.

Se hicieron expertos en el uso de medicamentos vegetales y establecieron bien diseñados jardines y huertos de hierbas medicinales, similares en todos los establecimientos religiosos, algunos de los cuales con el correr del tiempo fueron imitados con pocas variaciones en nuestra América.

Hacia el año 1000 un musulmán converso, Constantino el Africano, inició en el monasterio de Monte Casino, en el sur de Italia, la traducción de obras médicas producidas por los árabes.

Sin embargo, sus libros chocaron con las ideas eminentemente prácticas de la naciente escuela de Salerno que no se preocupaba por los conocimientos médicos teóricos de la profesión.

Solamente dos siglos después, con el nacimiento de las Universidades de Bolonia y París, las traducciones de Constantino el Africano de algunas obras de Aristóteles, de Galeno y de los médicos árabes. Ejercieron su buena influencia en medio de una atmósfera universitaria propicia de enseñanza, aprendizaje y estudio.

La medicina era considerada como subordinada de la psicología, que se estudiaba principalmente en el tratado “Del Alma” de Aristóteles.

Los estudiantes de medicina, entrenados inicialmente en las disciplinas de la filosofía, al enfrentarse a los nuevos textos médicos abordaron la ciencia médica con un enfoque más filosófico que médico y tuvieron mayor confianza en la dialéctica y la argumentación que en la observación y la experiencia práctica.

Esa visión de la medicina comenzó a modificarse con la introducción en el curriculum del Canon de Avicena, en el cual se sostenía que la filosofía estaba situada en terrenos más firmes que la medicina porque no tenía que ver con el conocimiento engañoso suministrado por los sentidos sino con principios inmutables que no se podían contradecir; más tarde, Avicena había afirmado que la medicina era una ciencia, pero que cuando se encontrara en desacuerdo con la filosofía. Debían preferirse los postulados de ésta a los hallazgos de la medicina.

En el siglo XIII, Pedro de Abano afirmó también que la medicina era una ciencia que por haber surgido mucho antes que otras ciencias especulativas debía considerarse como la primera entre ellas.

Esta postulación suscitó en París agrias controversias en las cuales sus detractores sostuvieron que la medicina era apenas una especie de adivinación sometida “a la influencia de cuatro planetas, Escorpión, Marte, Tauro y Venus” y que los médicos, como sujetos de moral licenciosa, no podían aspirar a codearse con los filósofos.

Pedro de Abano compiló, en su obra “Conciliador”, más de doscientas discusiones sostenidas sobre el tema en París en esos años.

(Lea También: El Renacimiento)

Las discusiones constituían un sistema esencial de entrenamiento en las distintas facultades universitarias de la Edad Media.

Se hacían en general después de las conferencias y en algunas ocasiones se llevaban a los lugares públicos en donde eran celebradas las proezas gimnásticas mentales de los contendores.

Este tipo de contiendas intelectuales se prolongó en muchas ciudades hasta el siglo pasado.

Se discutió, por ejemplo, durante mucho tiempo, la dosificación de los medicamentos pero se pensó que los aspectos teóricos de la discusión eran de poca importancia frente a la necesidad de ensayar los medicamentos primero en pájaros, después en animales mayores, luego en enfermos hospitalarios y finalmente en Frailes Menores como lo consejaba Bernardo de Gordon, de Montpellier.

En tanto que filósofos y médicos disputaban acremente sobre sus respectivas profesiones, la verdadera medicina práctica se llevaba a cabo en los hospitales que inicialmente se habían establecido como hospicios para atender a los enfermos, los ancianos y los indigentes.

Establecimientos de esa naturaleza fueron apareciendo en las rutas de los peregrinos que se extendían por Francia y España hacia Santiago de Compostela; en los agrestes caminos que de los Alpes conducían a las llanuras de Lombardía y en los puertos en donde peregrinos y cruzados se embarcaban en dirección a Tierra Santa.

Se construyeron edificios destinados a esos fines en toda Europa, hechos a semejanza de los grandes monasterios Benedictinos y Cistercienses y la medicina fue desarrollando en ellos su labor eminentemente práctica.

La cirugía se desarrolló a partir de las simples sangrías y fue especialmente útil en el tratamiento de las hemorroides y fístulas del ano de los caballeros feudales que permanecían largas horas del día cabalgando.

Los cirujanos de los hospitales estaban también a cargo de labores menos gratas. Como amputar la manos de los ladrones y cercenar la nariz de los adúlteros, razón por la cual comenzaron a llamarse carniceros.

La lepra fue considerada como la más temible de las enfermedades contagiosas, razón por la cual se aislaba a los leprosos y se les trataba con gran severidad; era la única de las enfermedades en las que el mundo medieval tenía clara conciencia de la existencia del contagio.

Los leprosos eran considerados como “muertos civiles” y en ese sentido se les firmaba en vida sus actas de defunción con lo cual se establecía que habían dejado de existir.

No se pensaba de igual manera en relación a la peste. Cuando aparecieron las grandes epidemias de peste bubónica y especialmente la Muerte Negra. Se pensó que la enfermedad era ocasionada por la conjunción de planetas maléficos.

Las ideas medievales sobre la influencia de la astrología en el origen de las enfermedades del tipo de la peste fueron sostenidas por intelectuales de la talla de Roger Bacon y Pedro de Abano, e inclusive se enseñaron como cursos regulares en las escuelas médicas.

Según pensaban los astrólogos médicos, la conjunción de Júpiter y Saturno envenenaba las capas altas de la atmósfera; los vapores envenenados penetraban a través de los poros en los cuerpos de los hombres. Lo que ocasionaba una alteración en el equilibrio de los humores que conducía a la inflamación de los ganglios de la ingle y de la axila; por esas razones. Contraindicaban en el tratamiento los baños calientes que abrían los poros y los medicamentos que pudieran tener el mismo efecto.

Casi la mitad de los libros de medicina publicados en España a finales del medioevo trataban sobre la peste.

La medicina medieval, muy afianzada en las ideas de Galeno e Hipócrates y en los diferentes comentarios que se escribieron sobre las obras de estos célebres médicos de la antigüedad tuvo, como se señaló anteriormente, desarrollos muy precarios durante ese largo período de tiempo.

Se necesitó que una figura de la mayor importancia en la historia de la medicina, Teophrastus Bombastus von Hohenheim, llamado Paracelso, en los albores del Renacimiento, intentara establecer mediante nuevos paradigmas. Un enfoque diferente de la medicina y que para simbolizar sus ansias de progreso hubiera arrojado a las llamas como inservibles las obras de Galeno y Avicena en el día de San Juan del año de 1527.

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