La altillanura nos está esperando
Tres expertos brasileros hablan de las posibilidades que esta extensa región del oriente colombiano ofrece para la producción de maíz y soya.
JOAO CELSO, CLAUDIO BRAGA, JAIME LIÉVANO, HERNANDO APARICIO Y CARLOS MAGNO CAMPOS,
DE IZQUIERDA A DERECHA, PRESIDIERON LA MESA REDONDA ALREDEDOR DEL TEMA DE MATERIAS PRIMAS.
Un evento de especial significación en el marco del XI Congreso Avícola Colombiano fue el foro que alrededor del crucial tema de las materias primas concitó la atención de un porcentaje muy representativo de los productores presentes en Cartagena. Fenavi invitó a los expertos brasileños Carlos Magno Campos da Rocha, director de Cerrados de la Empresa Brasilera de Investigación Agropecuaria, Embrapa, y a los agrónomos Claudio Braga y Joao Celso, vinculados a la producción de soya y a la asistencia técnica, para dialogar con los avicultores colombianos sobre la experiencia de su país en la incorporación a la producción agrícola de una región muy semejante a la altillanura, y ver cómo esa experiencia se puede replicar entre nosotros.
Campos da Rocha llama la atención acerca de un punto para él muy importante: el de que la agricultura, por tratarse de un sistema biológico, es el único que no se puede exportar de un país a otro por la modalidad de “llave en mano”. Advierte que a la luz de esa consideración se debe tener cuidado, pues aunque entre el cerrado y la altillanura hay similitudes, los dos sistemas no son exactos; de ahí que, por ejemplo, un material vegetal en Colombia puede tener enemigos o enfrentar problemas y en Brasil no.
Destaca el que en Colombia el trabajo en la altillanura se ha iniciado con un nivel tecnológico alto, al tiempo que subraya cómo la investigación agropecuaria es una condición sine qua non, lo que hace necesario garantizar su sustento financiero, incluso mediante aportes de los productores, tal como ocurre hoy en su país, donde operan organizaciones como la Fundación Cerrados, especializada en la multiplicación de semillas, cuyos integrantes, grupos de productores o gremios aportan dinero a Embrapa, la institución equivalente al ICA. A cambio de esa contribución reciben de ella autorización para explotar comercialmente las semillas básicas durante varios años (cinco a ocho). Esa sinergia corresponde a la tendencia mundial cada vez más marcada de que una considerable proporción de los recursos para la investigación se obtenga en el sector privado.
El funcionario de Embrapa anota que ya es hora de sepultar la perniciosa característica latinoamericana según la cual el destino de los conocimientos son los anaqueles de las bibliotecas, o, lo que es peor, no deben salir de la cabeza de los investigadores, privando con ello a los productores de la transferencia tecnológica de la que están ávidos. En el mundo de hoy, subraya, las instituciones de investigación agropecuaria tienen que ir en busca de los empresarios y romper el mito y el tabú de que hacerlo equivale a prostituirse. Embrapa ha derribado esos prejuicios y hoy ve a los empresarios agrícolas como sus clientes preferenciales. Y Campos da Rocha va más allá al calificar como necesario que a los empresarios se les invite a formar parte de los consejos de los institutos de investigación, como mecanismo para que estos aterricen, pues “algunos parece haberse quedado estudiando el sexo de los ángeles”, esto es, temas de una inutilidad práctica total.
Recomienda que para incorporar la altillanura a la frontera agrícola se empiece sembrando soya, a la que califica “el cebú de la sabana”, o lo que es lo mismo, el cultivo perfecto para construir o reconstruir la fertilidad del suelo. Aunque arroz podría ser una buena opción, el problema en el primer año es la rentabilidad. El aspecto en el que este investigador hace especial énfasis es el de la rotación, que puede hacerse con maíz, trigo, cebada, quizás con centeno, como actividad clave para que poco a poco la altillanura vaya mejorando.
¡Sembrar, ya!
Claudio Braga es un veterano ingeniero agrónomo y productor de semillas que se autocalifica como un apasionado de la sabana. Su finca, en Minas Gerais, donde llueve abundantemente entre octubre y abril y después no cae una sola gota, tuvo el año pasado un rendimiento promedio, por hectárea, de 7.060 kilogramos en maíz, y 3.600 en soya.
De su mano, hace tres años dieciocho avicultores y agricultores colombianos, encabezados por Jaime Liévano Camargo, presidente de Avidesa MacPollo, tuvieron la oportunidad de conocer in situ los resultados de la aplicación de la investigación de Embrapa y el trabajo mismo que llevan a cabo este y otros centros especializados; a finales del 2001, otro grupo permaneció allá una semana en época de siembra de soya.
No duda de que en la altillanura existen todas las posibilidades para sembrar y lograr grandes resultados, y asegura que lo único que se necesita es la decisión de hacerlo; “lo contrario significa seguir siendo dependientes de la soya brasilera, boliviana, argentina o norteamericana, pagando el precio que quieran los agricultores o los gobiernos de esos países”.
CLAUDIO BRAGA
Buscando convencer a los colombianos de que sí es posible, como lo ha probado su país, revela que en Brasil cada vez se va a cultivar más soya, a un ritmo tal que le permitirá en cinco años, o quizás menos, superar la producción de Estados Unidos; en nuestro vecino, en el 2001 se cultivaron 13 millones de hectáreas, y un año después el área creció a 17.5 millones. En cuanto a producción, se estima que en el 2003 llegará a 48 millones de toneladas, frente a 72 millones de los estadounidenses; y es que Brasil libera un promedio anual de veinte variedades, mientras Estados Unidos no entrega más de dos o tres.
Otro argumento de Claudio Braga para impulsar a los colombianos es que por la temperatura y la luminosidad de la altillanura, la soya que se produzca allí puede ser más rica en proteína que la de Brasil y la de Estados Unidos.
Hace nueve años utiliza el sistema de siembra directa, pues la mejora del suelo que se obtiene es extraordinaria. El es testigo de primera mano, pues ha visto crecer la productividad de sus cultivos entre 3 y 4% al año. La considera de una importancia vital porque permite conservar la materia orgánica, proteger el suelo de la acción del sol, disminuir la incidencia de enfermedades y de plagas y elevar la productividad del cultivo que se plante a continuación. Asegura que mientras que en Brasil necesitaron quince años para producir alrededor de 70% de maíz y soya con siembra directa, en la altillanura Jaime Liévano, quien hoy cultiva 300 hectáreas de maíz, tardó sólo dos meses para conseguir lo mismo con siembra directa. “¿Cuánto ha ganado en esos días?”.
Además de la semilla, que contiene toda la tecnología de Embrapa, también este equipo de asesores pone a disposición de los colombianos la “pata de gallina” una planta que como cobertura es excelente porque proporciona un volumen muy importante de materia verde; además, es tan económica que con cerca de un kilogramo de semilla se pueden sembrar entre 40 y 50 hectáreas.
CARLOS MAGNO CAMPOS
Todo este panorama tan positivo y las perspectivas esperanzadoras que de él pueden desprenderse se enfrentan a una situación propia del desequilibrio entre las tesorerías de países ricos y pobres, que Claudio Braga describe así: “Hoy, Estados Unidos produce el saco de soya de 70 kilogramos a US$8; nosotros (Brasil), a US$6.5, dentro de la finca, porque fuera de ella los norteamericanos nos ganan, ya que tienen un flete barato, un subsidio que es un ‘robo’ para nosotros y todo el mundo”. Subraya que Japón, Unión Europea y Estados Unidos otorgan cada día a sus agricultores subsidios del orden de US$1.000 millones. Brasil no me da un centavo y no quiero que me subsidie, sólo aspiro a que para producir me dé condiciones, en investigación, comercio, negocios, que ayude a solucionar muchos de los problemas que tenemos, como altos impuestos, falta de crédito, deficiencias de infraestructura en transporte y almacenamiento. ¿Cómo vamos a competir con ellos? Como agricultor no le tengo miedo a ningún productor norteamericano, así tenga mayor tecnología; el promedio de producción de los soyeros norteamericanos es de 2.900 kilogramos, y en Brasil ya está en 3 mil, y aumentando año tras año (él de su finca es de 3.600).
¿Qué hacer y cómo?
Su experiencia como cultivador y agrónomo le autoriza para recomendar que después de tres a cuatro años de sembrar soya se puede cultivar maíz, cuya productividad aumenta de 1.000 a 1.500 kilogramos por hectárea, debido a la materia orgánica y al nitrógeno que la soya fija en el suelo. Esto representa una importante rebaja en los costos de fertilización; otro aspecto positivo de la rotación de estos dos cultivos es la reducción de las enfermedades en ambos.
JOAO CELSO.
Invita a que se aprovechen algunas de las experiencias acumuladas en Brasil; refiere cómo durante un tiempo prolongado en el primer año sembraron arroz porque aún no se habían desarrollado las variedades de soya apropiadas para ese momento. Recomienda que nunca esa primera siembra sea de maíz porque sus costos son muy altos y la cosecha muy pequeña.
Cuando se le plantea que a nuestro modo de ver el tema no se resuelve sólo con la decisión de sembrar porque se supone que primero hay que corregir problemas, deficiencias del suelo, y otros, responde que la necesidad de hacer correcciones existe en todos los países porque no hay suelos perfectos y que lo verdaderamente clave es que “si no se empieza hoy a sembrar, se llegará muy tarde (a ser competitivos). Lo que está haciendo Jaime Liévano es un trabajo de pionero y si otros no siguen su ejemplo, no habrá tiempo, Colombia no tendrá pollo ni huevo, ni caro ni barato, sencillamente no va a tener porque no va a poder enfrentar la competencia de Brasil y Estados Unidos”.
Preocupación por el equilibrio
El también ingeniero agrónomo Joao Celso trabaja hace veinte años prestando asesoría técnica a tres empresarios rurales propietarios de 10 mil hectáreas de soya, maíz, fríjol, sorgo y de materiales para producir la cobertura de la siembra directa. Aunque reconoce que existe mucha semejanza entre los suelos del cerrado y los de la altillanura, dice tener absoluta claridad acerca de la necesidad de desarrollar una tecnología propia para cada región específica de los llanos. Le preocupa que cuando se habla de paquetes tecnológicos, muchos pasan por alto advertir que no pueden ser aplicados de la misma forma, incluso en una y otra fincas de la misma región. Para que se diseñen sobre la base de las características de cada zona y sean adecuadamente transferidos a los productores, sugiere que la Corporación Colombiana de Investigación Agropecuaria, Corpoica, capacite a agrónomos y otros profesionales de la región porque la sanidad de los cultivos está directamente ligada al manejo que se les dé a los sistemas de producción, a la rotación de cultivos y a la resistencia genética de los materiales vegetales.
EN LA ALTILLANURA NO SE PUEDEN DESCUIDAR
LA CORRECCIÓN NI LA FERTILIDAD DEL SUELO.
Bajo esta óptica, considera básico respetar las diferencias medioambientales; en el caso que nos ocupa, recuerda que, por ejemplo, la altillanura tiene cerca de cuatro grados más de temperatura que el cerrado. Otro factor que influye en la aplicación de esos paquetes es la luminosidad, que aquí es más homogénea que en Brasil, y las horas de sol son menores que las de ese país. Recomienda tener en cuenta para un proceso productivo aspectos de especial importancia como la precipitación, pues así como en algunas zonas llueve algo así como 1.500 milímetros al año, en la altillanura alcanza hasta 2.300, lo que la convierte en una región más húmeda y más cálida, a la que hay que darle un tratamiento específico, pues estas condiciones favorecen la aparición de mayor número de enfermedades.
Otro tema que le preocupa es el de los insectos, cuya incidencia sobre los resultados es muy alta. Si se respeta la cadena alimentaria de los insectos se podrá convivir con muchas especies de ellos, sin que se conviertan necesariamente en plagas. Y como según su opinión las enfermedades y los insectos van de la mano, debe buscarse un equilibrio entre ellos, y la ciencia dice cómo hacerlo. Un manejo errado puede desencadenar un drástico desequilibrio de un ambiente, surgir una plaga de difícil control o a un costo extremamente exagerado; lo mismo puede ocurrir con las enfermedades. Sugiere, entonces, que la investigación “extienda sus brazos” dentro de las fincas donde se vaya a llevar a cabo un proceso productivo.
Para despejar toda duda sobre esos temas aconseja que los agricultores trabajen conjuntamente con organismos de investigación para que los cultivos no se expongan a casos extremos de ataques de enfermedades o de plagas.
En el poco tiempo que dice haber estado en Colombia ha percibido que se presentan diferencias muy grandes, muy marcadas, entre el primero y el segundo semestres, circunstancia que deben tener muy clara los agricultores porque no se puede pensar que la tecnología aplicable pueda ser la misma en una y otra épocas del año.
La corrección y la fertilidad de los suelos son, a su juicio, aspectos que no se pueden descuidar, y dada la semejanza entre el cerrado y la altillanura no ve ninguna dificultad en utilizar aquí los datos recogidos en la región brasileña. Hay que tener muy claro, sí, que los fertilizantes tienen que ser muy eficientes porque provienen de fuentes agotables y por consiguiente son muy costosos; de ahí que sea fundamental buscar la eficiencia agronómica, esto es, que por cada kilogramo de estos productos que se aplique debe obtenerse determinada cantidad de kilogramos de cultivo; si ello no se logra el sistema es inviable porque no se paga.
Una última recomendación tiene que ver con el que considera un elemento clave para la agricultura, la materia orgánica, cuyo manejo es fruto de la acción de la mano humana. “Si uno aplica en forma errada ese elemento en el suelo podemos desequilibrar un medio porque estamos trabajando con suelos muy frágiles, lo que obliga a ejercer una acción enérgica para no perder esa materia orgánica. Para ello, tenemos la tecnología suficiente, y la básica para la producción de masa vegetal que se debe adicionar al suelo en cantidad suficiente para ganar materia orgánica”. Para esa cobertura se están utilizando socas de millo, de maíz, de braquiaria u otros materiales, que necesitan entre tres y cuatro años para transformarse en materia orgánica. Cada kilogramo de soca o residuo que se aplique sobre el suelo se convierte en 250 gramos de materia orgánica. En Colombia, con temperatura mayor, alta humedad e intensidad solar, la descomposición es más rápida que en el cerrado. Una vez que se ha conseguido aumentar la materia orgánica presente en el suelo, los fertilizantes van a ser más eficientes.
Joao Celso remata sus recomendaciones a los interesados en vincularse a la producción agrícola en la altillanura tener siempre presente que los llamados paquetes tecnológicos no pueden ser transplantados de un sitio a otro sin antes verificar su viabilidad, a la luz de las diferencias de uno y otro.
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