El Pene en la Historia del Arte en Colombia

Dr. José Rafael Romero Pinto
Urólogo – Bogotá, D.C:

A lo largo de los diferentes períodos históricos del arte colombiano, el pene ha sido objeto de diversos tratamientos, de acuerdo con las corrientes de pensamiento en cada momento.

Durante el período precolombino, es decir, antes del siglo XVI, el falo, estuvo asociado con un desempeño mítico, envuelto dentro de un ovillo de rituales y cosmología; muestra de ello es el Parque Arqueológico de Moniquirá, en Villa de Leyva donde se encuentran variados monolitos de tamaño colosal, cargados de trascendentes fuerzas y valores espirituales que fueron convertidos en hierofanías, objeto de culto y de ritual por parte de los Muiscas quienes representaron en esos penes tallados en piedra, el valor sacro de la sexualidad humana, símbolo de la fecundidad de sus mujeres y de la tierra. Otro ejemplo de esto lo constituye la región donde nace el Río Magdalena, asiento de una cultura prehispánica que se remonta a épocas ignotas, compuesta inicialmente por hombres de paso que paulatinamente se volvieron sedentarios. Por el nombre del municipio de San Agustín fundado allí después se conoce como arte Agustiniano. Es el único grupo cultural aborigen que ha dejado en territorio colombiano una gran estatuaria. Su conjunto temático se agrupa en dioses, sacerdotes y chamanes, imágenes ancestrales, guerreros, animales sagrados y sarcófagos. Sus formas de tendencia geometrizante se basan en la exageración del tamaño de los ojos, la boca, la nariz y la cabeza que se muestra gigante en relación al resto del cuerpo. Algunas de esas figuras permiten descifrar el género de ellas al examinar sus falos tallados. La cultura Tumaco en la vertiente del pacífico es otra muestra de cerámica de extraordinaria perfección donde se representan figuras en escenas eróticas, acoplamientos, parejas abrazadas y en algunas de ellas como el hombre jaguar el artista exagera los rasgos de la boca, de los colmillos y del pene para demostrar particular fiereza en la figura.

En la primera mitad del siglo XVI se inició la conquista y colonización española. Los pueblos indígenas sufrieron una transformación radical en su religión, organización cultural e idioma. La vida colonial gravitó en la órbita de la religión católica. Las fiestas religiosas se celebraron con gran esplendor. Se establecieron en Santafé familias de pintores que abrieron sus talleres y dieron lugar a la formación de otros artistas. En un comienzo fueron los Figueroa. En su taller se formó Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos (1638-1677), el pintor neogranadino más importante y prolífico. El maestro de esta generación fue Gaspar de Figueroa, autor de numerosos cuadros que aun se conservan en colecciones e iglesias del país. El hijo de Gaspar fue llamado Baltazar de Figueroa. En la tradicional iglesia de las Aguas en Bogotá se encuentra uno de sus óleos: “La virgen de los corazones”; donde aparece la madre de Dios rodeada no solo de santos y del niño Jesús exhibiendo su sacra desnudez, sino de personajes de la época: Fray Cristóbal de Torres, Don Francisco Fernández de Acuña. La imagen del pene permaneció oculta en este tiempo bajo los grandes drapeados de los santos y de las sotanas de los frailes.

En el siglo XX se destacó en Colombia el maestro Luis Alberto Acuña Tapias (1904-1993), escultor e historiador quien además de pintor comprometido en la defensa del mundo aborigen exaltó, sus aspectos gratos y decorativos. Dentro de su extensa producción artística se destaca el óleo “Teogonia de los dioses Chibchas”, óleo sobre madera ubicado en el Hotel Tequendama de Bogotá donde se humaniza el mito de Chiminigagua, ser supremo omnipotente y creador del mundo Chibcha. Divinidad bondadosa y universal, única luz que existía cuando todo era noche. La Biblioteca Luis Angel Arango de Bogotá alberga en su archivo documental una talla en madera conocida como Mítica Familia Indígena del mismo autor. Otra figura cimera, Luis Caballero (1943-1995) nativo de un país latino, religioso, violento y fanático más dibujante que pintor, dominador del trazo y del blanco y negro en contrastes dramáticos de estirpe tenebrista, se dedicó casi por completo al dibujo del cuerpo humano masculino desnudo. El cuerpo humano fue siempre el eje de sus búsquedas, verdad y metáfora. No ocultó su deseo de conmover aludiendo a la representación de la muerte violenta irremediablemente unida a las pasiones humanas. Deseo terminar, citando al artista del siglo XX indisolublemente atado al caribe colombiano, al pintor del lado invisible de las cosas, Alejandro Obregón (1920-1992), quien jugó con el desorden para producir una precisión ordenada; el que dijo la verdad siempre, pero como si fuese mentira; con mucha imaginación. También Obregón pasó a la historia plasmando en un acrílico sobre lienzo “La muerte a la bestia humana” donde se ejemplariza a un ser humano con toda la desnudez de su virilidad, inmerso en la violencia trágica del mundo contemporáneo.

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