In Memoriam: Profesor Enrique Botero Marulanda 1905-2000

Enrique Botero MarulandaNacido en Sonsón, Antioquia, fue bachiller del Colegio de San Ignacio de Medellín, y médico de la Universidad Nacional de Colombia en 1930. Se gradúa en 1932, transladándose a Medellín, en donde es jefe de Clínica Urológica, y en 1934 con la inauguración del Hospital San Vicente de Paul, es nombrado primer médico jefe.

En 1935 se inclina definitivamente por la cirugía ortopédica, y durante 4 años, en Nueva York, en el Hospital For the Special Surgery, hasta 1939 hace su entrenamiento.

Regresa al país, radicándose en Bogotá, y en 1940 es el fundador del Servicio de Ortopedia y Traumatología del Hospital Militar Central y jefe titular, y en la práctica privada se incorpora a la Clínica de Marly, y en esta última, hasta que decide su retiro de la profesión en 1970.

En nuestro medio, la medicina durante los primeros 40 años del siglo XX estaba aferrada inextricablemente a la escuela francesa, y la ortopedia y traumatología seguía fielmente las enseñanzas de la ambulancia francesa durante la guerra de 1914 a 1918, y era ya un estimable avance, que en el Hospital de San Juan de Dios, y en el de San José, al menos, nuestra especialidad se había separado de las denominadas clínicas quirúrgicas, en servicios comunes, y dirigidas siempre por un profesor titular, y éste, un cirujano general. Quizás además de Francia, se acogían en la época a los dictados del profesor Bohler, pero de una manera apenas tangencial.

El profesor Botero Marulanda fue sin duda el primero, y con él, muy pocos especialistas, quienes se atrevieron a separarse de esas escuelas, y líneas de procedimientos. No podían entender dentro de sus mentes que existiendo una demostración incontrovertible de los progresos en todos los campos científicos de la tecnología de los Estados Unidos y Canadá se siguiera aferrados a conceptos de los tratamientos “cerrados” netamente ortopédicos, en una palabra “clínicos” en donde predominaba la observación y de allí, el “juicio sagaz u ojo clínico”, rechazando muchas veces de plano lo que ya el país del norte empezaba a dominar, como era el tratamiento quirúrgico de algunas -por cierto no todas- de las fracturas, con base en estudios muy serios y juiciosos.

No se comprometió el profesor Botero en polémicas ni desavenencias con el medio y emprendió su propio camino, liderando en dos hospitales de Bogotá, el Militar Central y el de la Samaritana, dos escuelas que se apartaron por completo de la tradición allí existente. Llegó la osteosíntesis, el uso de los antibióticos; la recuperación más dinámica del paciente con la rehabilitación. El uso del control estricto por la radiografía; otros tratamientos diferentes al método de Trueta, en las fracturas abiertas, y sobre todo, desterrar el uso existente en el ambiente de curaciones o “esterilizaciones” de heridas colocando polisacáridos.

El temperamento de Botero Marulanda no era para esperar aprobaciones o lo contrario, ni mucho menos con el interés de asumir liderazgos, y el hecho es que con el viaje de especialización a Norte América de todo un grupo de brillantísimos cirujanos ortopedistas que llegaron a ser maestros después, se implantó definitivamente entre nosotros la escuela del norte y de Inglaterra, que se ha seguido y sigue hoy casi en su totalidad por nuestros especialistas en ortopedia.

Esto es ya motivo de deuda imperecedera e implacable para con el profesor Botero. Fue además, el primer profesor de Ortopedia de la Facultad de Medicina de la Pontificia Universidad Javeriana, cátedra que regentó con el pragmatismo que le era innato, con lo preciso, hasta que por mala fortuna, así yo lo considero, se nos retiró del todo a una edad, en la cual por su vastísima experiencia se podría esperar mucho más aún de su ejemplo y enseñanza.

Tuvo una extraordinaria clientela privada, enseñándonos a sus discípulos sobre la intranquilidad del médico, y en sus propias palabras “jamás permitir el manoseo por parte del paciente o de sus familiares, por importantes que se consideren”.

Nos dio el ejemplo que las conductas y decisiones eran exclusivas en los tratamientos del médico, que para ello tenía que ser completamente autónomo, y sin intromisiones indebidas. Igualmente fue un permanente precursor de que los honorarios para el trabajo del médico deberían ser dignos y justos, y jamás tasados con cicatería, como es hoy la costumbre por terceros que han subestimado a niveles preocupantes el trabajo y esfuerzo del médico.

Nos enseñó que nada se logra hablando mal de un colega ni criticando una mal tratamiento por parte de éste, porque dentro de los avatares de la vida, sería de nosotros de quienes en el día de mañana se hablaría peor, porque nadie está exento del error y, fue fundamentalmente un ejemplo de rectitud y honestidad siendo vertical en todas sus actuaciones o contubernios.

Fue colateralmente fundador y el primer presidente de la Sociedad Colombiana de Cirugía Ortopédica, teniendo siempre en su pensamiento, que sus propias ideas no deberían perdurar para siempre, y que otros también, muy calificados, pudieran bien acceder a tan altas dignidades.

Sus opiniones, su carácter y pensamiento de la vida diaria, podían hacerlo aparecer duro, adusto, severo. Por el contrario: cuando se procedía de acuerdo a las normas, uno se ganaba su amistad y afecto, y él llegaba a constituirse en un desinteresado y mejor consejero.

Recordamos muchas de sus comparaciones, a veces con hilaridad. Eran vertidas por él con sencillez y por ello, muy reales y precisas.

En 1943 contrajo matrimonio con la muy distinguida dama, la señora Ema Iriarte de Botero. Un matrimonio feliz y la bendición de ocho hijos que siguen su ejemplo y sus normas estrictas ante la vida, todos ellos muy destacados en el mundo de los negocios, de la administración, de la ingeniería y uno de ellos, nuestro muy distinguido colega y amigo el Dr. Pedro Manuel Botero Iriarte.

Su larga y admirable vida finalizó a los 95 años de edad con el don inestimable de una mente clara y sana que lo acompañó siempre. Paz para su tumba, y el mejor de los recuerdos a su obra, que precisamente por su manera de ser tan discreta, no trascendió en las nuevas generaciones de ortopedistas como bien y merecidamente fuera debido, y para ejemplo de ellos, quienes apenas tangencialmente o de oídas supieron de sus enormes realizaciones y merecimientos. Considero que nuestra SCCOT debe instituir y muy pronto, premios o distinciones que lleven el muy preclaro nombre del profesor Botero Marulanda.

Dr. Diego Soto Jiménez

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