La Otra Mala Praxis
Por FRANCISCO SOLANO MONCADA M.D.
Miembro del Comité Editorial del Heraldo Médico.
“El médico funcionario apenas atiende la enfermedad, no a quien la padece”
Piulachs
En otras latitudes los médicos se resisten a las malas condiciones en las que en algún momento se ven abocados a trabajar.
Consientes del respeto que merecen, erigen verdaderos pies de fuerza a la hora de negociar contextos dignos para laborar y debo hacer una aclaración: no me refiero solo a beneficios económicos.
En nuestro caso colombiano parece que todo quedó solucionado con la aparición de la ley 100.
Si un médico dejó de recibir en su consultorio el grueso de pacientes al que antes estaba acostumbrado, no hay más que decir, es culpa de la ley 100.
Si los pacientes están descontentos, seguro que la ley 100 tiene que ver. Aumentan las demandas: ley 100.
Así las cosas, un paciente incauto podría pensar que de no ser por la ley 100, el médico le habría hecho una buena anamnesis o por lo menos lo habría mirado a la cara durante el tiempo de la consulta médica.
Tumbar la ley 100 ¿ayudaría en realidad? ¿Sería suficiente para recuperar la confianza de la gente en el médico?
Difícilmente bastaría.
En días pasados repasaba algunos textos interesantes, uno de ellos publicado en el número anterior del Heraldo, el Dr. Guzmán Mora hace un interesante recorrido por la Europa del siglo XVII y cita las características del médico de la época.
Los ensayos del Dr. Fernando Sánchez Torres sobre los ideales del médico contemporáneo coinciden en algunos puntos, y de ellos surge una reflexión.
Cuando se revisan las condiciones en las que se ejerce la medicina en Colombia uno no sabe si la culpa es de las instancias competentes (las que dictan estos requisitos mínimos), de los médicos (que los aceptan y hasta los aplauden) o de los pacientes (que se someten).
La Real Academia de la Lengua define a la medicina como arte y ciencia…y en verdad ningún arte y ciencia pueden partir de un encuentro de quince minutos.
La abrumadora llegada del postmodernismo le legó a la ciencia muchas responsabilidades, algunas de ellas relacionadas con las postrimerías y es la medicina, tal vez, la más común de las aproximaciones de la población general a la “ciencia”.
En nuestro país, tamaña responsabilidad quedó grande en manos de muchos médicos:
La esperanza busca otros lugares comunes, las terapias alternativas (unas mas serias que otras) ofrecen más confianza a los enfermos, que por encima de los lineamientos absolutos de la medicina tradicional se aventuran a lo novedoso, obvian el paso por el frío de los consultorios médicos y se refugian en las tibias pseudo-ciencias.
A la luz de nuestra formación la débil evidencia que soporta la terapia con jugos, piedras, velas y otros debería ser suficiente para recobrar la fe.
El médico de hoy tiene entre sus ancestros hombres (y mujeres) que ganaron el respeto que aun ostenta la profesión con su mano siempre atenta, su vasta cultura, sus oídos abiertos, su actitud humilde ante el enfermo.
Ante las condiciones del contexto la medicina debe entenderse como una ejercicio social y no como el oficio técnico que pronto será.
Las variables determinantes de la enfermedad pasan de largo frente al atareado médico postmoderno, basta con ir a una consulta médica para darse cuenta, si uno no dice que es medico no importa, después de todo la probabilidad de que el tratante pregunte a qué se dedica uno es muy pequeña.
Los pacientes buscan en el consultorio espacios de catarsis que de ser llevadas a cabo con éxito no solo darían muy buenas pistas etiológicas si no que producirían efectos terapéuticos mas pronto.
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La confianza entre un médico (suspicaz) y su paciente facilita la prevención de la enfermedad y abre campo para educar.
Es por eso que a estas alturas me atrevo a decir que nadie le quitó al médico sus pacientes, simplemente ellos buscaron alternativas mas humanas.
Es posible que el espacio mas apropiado para defender la medicina sea el menos pensado, el encuentro médico-paciente.
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