La Plaga Antonina

Historia de la Medicina

Alejandro Ruiz-Patiño1

 Resumen

Galeno, médico de la línea hipocrática, nacido en Pérgamo en el siglo II después de Cristo, narraría en su estancia a Roma los casos de una enfermedad exantemática asociada a diarrea y fiebre que tomaría la vida de millones de ciudadanos del imperio romano.

Esta enfermedad se diseminó por medio de los legionarios que, posteriormente a la campaña contra los Partos en oriente medio, marcharon de vuelta a la capital imperial para ver como una ola de muerte seguía su paso. El ímpetu de conquista militar perduraría en el espíritu de los emperadores, corregentes de ese entonces, llevando las tropas a la frontera germana y situando nuevamente a Galeno en el frente contra la plaga.

En su regreso a Roma, posterior a la muerte del emperador Lucio Vero a manos de la enfermedad, Galeno se encargó de ser curador de la salud del hijo del emperador Marco Aurelio durante varios años, lo que le permitió continuar con sus estudios y su escritura, correspondiendo con su periodo de mayor productividad.

La plaga Antonina, como se le conoció a este suceso, perduró por 23 años, tiempo durante el que se presentó en picos reincidentes y llevó el nombre de la dinastía de emperadores que vivieron durante su apogeo. Su impacto fue masivo en todas las áreas de la sociedad romana, con desenlaces fatales, debilitando la estructura misma del imperio y sembrando las bases para su colapso décadas más tarde.

Palabras clave: Pandemias; Enfermedades Transmisibles; Antropología cultural.

The Antonine Plague

Abstract

Galen, a doctor of the Hippocratic line, born in Pergamum in the 2nd century AD, would nar­rate in his stay in Rome the cases of an exanthematous disease associated with diarrhea and fever that would take the lives of millions of citizens of the Roman Empire.

This disease spread through the legionaries, who after the campaign against the Parthians in the Middle East marched back to the imperial capital to see how a wave of death that followed.

The impetus for military conquest would last in the spirit of the emperors, coregents of the time, taking the troops to the German border and placing Galen again at the forefront against the plague.

On his return to Rome, after the death of the emperor Lucio Vero at the hands of the latter, Galen was in charge of curating the health of the son of the emperor Marco Aurelio for several years, allowing him to continue his studies and writing, corresponding to his period of highest pro­ductivity.

The Antonine plague, as this event was known, would last for 23 years, appearing in recurring peaks in this time period and named after the dynasty of emperors who lived during its heyday. Its impact was massive in all areas of Roman society, with fatal outcomes, weaken­ing the empire’s very structure and laying the groundwork for its collapse decades later.

Keywords: Pandemics; Communicable Diseases; Cultural anthropology.

A comienzo de la década de 160 d.C. bajo el mandato del emperador romano Antonio Pio, los pueblos veci­nos al imperio, especialmente en Bretaña, Germania y Recia en Europa, así como Partia en las fronteras orientales, se encontraban a la espera de su falleci­miento con intención de dirigir campañas militares en su contra (1), valiéndose del momento de debilidad de Roma en el periodo de transición de regentes.

El 7 de marzo del año 161 d.C., la tragedia golpea al imperio cumpliendo el deseo de sus enemigos y viendo a Mar­co Aurelio, hijo legítimo del Pio, ser nombrado por el senado como regente imperial de Roma.

La biografía de Marco Aurelio narra que, en los últimos años de la vida de su padre, él no se había preparado en los escenarios bélicos ni en las provincias como era de costumbre en los herederos del trono, sino que pasó sus primeros años al lado de su padre en Roma, cau­sando que en el momento de la ascensión al trono éste se encontrara poco preparado (2,3).

Adicionalmente, Marco Aurelio era un individuo que tenía preferencia por la vida filosófica, era estoico en su formación y ca­recía de interés por la vida política, por lo que asumió su cargo por un llamado al deber más que por deseo de regir (2).

Marco Aurelio no gobernó solo.

Lucio Vero, hijo ma­yor de Lucio Aelio César, hijo adoptivo de Adriano, fue aceptado en la familia real y cultivó una estrecha relación con Marco Aurelio, a tal punto de que cuan­do éste fue nombrado por el senado como emperador, dijo que rechazaría el cargo si Lucio Vero no era nom­brado como corregente, suceso que correspondió a la primera vez que el imperio romano era regido por dos emperadores (4).

Estos eventos fueron aprovechados por los enemigos de la nación romana. Vologases IV, rey de reyes del Imperio de Partia, vio este momento como la oportunidad de debilitar la presencia romana en el oriente medio, por lo que en el verano de 161 d.C. invadió el reino de Armenia, que se encontraba bajo la protección de Roma, y expulsó a su regente e instauró a uno de los suyos (1).

(Lea También: La Plaga de Justiniano)

La respuesta imperial no se hizo esperar.

Marco Seda­tio Severano, gobernador de Capadocia, región fronte­riza a Armenia, vio la oportunidad de traer gloria a sí mismo a condición de derrotar a las fuerzas partas en batalla.

A cargo de la IX legión (Hispana) marchó a Armenia; sin embargo, al tercer día de su campaña, fue rodeado por tropas partas en Elegia, donde fue derrota­do y, al darse cuenta de su fracaso, cometió suicidio (2).

Las derrotas en Oriente llegaron al imperio e instaura­ron una respuesta de emergencia; se movilizaron la X legión desde Viena, la I desde Bonn, la II desde Aquin­cum y la V desde Troesmis (2). Esto, indudablemente, debilitó las fronteras del norte del imperio, sirviendo de escalón para los eventos venideros.

En el invierno, en­tre 161 y 162 d.C., una rebelión en Siria llevó a que el senado decidiera enviar a Lucio a comandar en perso­na la campaña contra Partia. Las campañas a cargo del emperador fueron exitosas y llevaron a la recaptura de Armenia.

A pesar de estas victorias, el ejército parto in­tervino en Osroena -un Estado semiautónomo a cargo de Roma, localizado en Mesopotamia al este de Siria- y logró conquistar su capital Edessa.

La campaña de recaptura, liderada por Martio Vero y al mando de la V legión, favoreció la invasión de Mesopo­tamia, la recaptura de Edessa y el posicionamiento de las tropas a lo largo del río Éufrates en 165 d.C. (4).

Con los legionarios en esta región, se narra que un soldado irrumpió en el templo de Apolo, ubicado en la ciudad de Seleucia, donde rompió una arqueta de la cual ema­nó una nube miasmática que originó una enfermedad, la cual se esparció por la tierra de Partia y siguió a las tropas romanas de vuelta a la península itálica (5).

Otras fuentes de la época establecen el origen de esta epide­mia en Egipto o en Etiopía, consideradas regiones pro­pensas a originar plagas, debido a que el calor de la zona propiciaba la proliferación de un gran número de insec­tos (6).

Autores contemporáneos, así como también el historiador Cassio Dio, plantean que para el año 164 d.C., la enfermedad se encontraba presente en Armenia (7) y fue el asedio de Seleucia por parte de las legiones romanas, lo que causó que ésta entrara en contacto con las tropas itálicas (8).

Para la mitad del año 165 d.C., la peste se había propa­gado por la región, sometiendo las tropas itálicas a la evacuación de Mesopotamia. Ello forzó un armisticio con los ejércitos Partos, así como el retorno a territorio romano (4), con lo que la peste se diseminó por los te­rritorios cercanos de manera acelerada.

Para 166 d.C., Egipto había sido alcanzada por la peste, la cual en el siguiente quinquenio iba a ser responsable de la muerte de casi la mitad de sus habitantes (9). Después de la re­tirada de las fronteras orientales, Lucio Vero emprendió su regreso a Roma.

Paralelo a su avance por los mo­dernos caminos en su marcha triunfal, los soldados pre­senciaban las muertes que su paso ocasionaba por las provincias hasta culminar en Roma misma. El honor ganado por Lucio en esta campaña sería opacado por su responsabilidad en la propagación de la peste.

Aelio Galeno, también conocido como Galeno de Pér­gamo, considerado acaso el más importante de los in­vestigadores en las ciencias médicas de antaño, habría nacido en el año de 129 d.C. en la ciudad de Pérgamo, en la actual Turquía.

Sus travesías por el Mediterráneo fueron responsables de muchas de sus descripciones de dolencias y, además, le permitieron observar y es­tudiar a los individuos afligidos.

Sus viajes lo llevaron a Roma en el año 162 d.C., ciudad donde se asentó e inició la práctica de la Medicina. Al retorno de Lucio, Galeno se encontraba en la ciudad y fue testigo de la llegada de la enfermedad a la capital (10).

La semiolo­gía descrita por él, es una de las pocas evidencias con las que se cuenta sobre el cuadro clínico de esta enfer­medad. Es pertinente mencionar que las descripciones no son claras, por lo que la ausencia en las narraciones de ciertos síntomas no garantiza que estos no estuvieran presentes.

El primer hallazgo reportado es un exantema que se presenta en toda la superficie corporal. El tratamiento se enfocaba en administrar agentes secantes con el fin de acelerar el proceso de cicatrización. Este brote causaba la aparición de vesículas que evolucionaban a úlceras de fondo seco, y se obtenía un color negro debido a su fondo hemorrágico y necrótico. Una vez la úlcera cica­trizaba, el tejido circundante permanecía sano, con el desarrollo de cicatrices a los dos días de haber cerrado.

En cuanto a la fiebre, los pacientes no parecían cursar con elevación de temperatura al tacto, sino que presen­taban un fenómeno que Galeno describe como fiebre interna, similar a las descripciones de Tucídides en su caracterización de los síntomas de la plaga ateniense del siglo IV a.C.

Otro hallazgo cardinal era el compromiso gastrointestinal, en el que las melenas estaban presen­tes en todos los pacientes, ya fuera que fallecieran o se curaran de la enfermedad. Inicialmente, se presentaba diarrea que empezaba de un tono castaño e iba virando en color, pasando por amarillo y rojo hasta culminar en negro.

La diarrea estaba presente en todos los casos. Los síntomas respiratorios incluían la tos y el catarro, y la primera llegaba a ser severa, lo que resultaba en la hemoptisis y la expectoración de costras, tal como es referido por Galeno.

En cuanto al tiempo de evolución, se describe una duración aproximada de 9 a 12 días (11). Entre las evidencias anecdóticas de su tratamien­to, descritas por el mismo Galeno, se incluye la leche proveniente de Stabiae, cerca de Pompeya en adición a la tierra de Armenia, así como la orina de niño.

Varios académicos han buscado la identificación etio­lógica de tales descripciones sobre la enfermedad. Los estudios contemporáneos de enfermedades prevalentes descritas previamente a este episodio, del que no tenían recolección de casos similares, sugieren que la enferme­dad fue un evento irruptivo donde un patógeno, desco­nocido para las poblaciones mediterráneas, fue intro­ducido en ese entonces.

Esta hipótesis es planteada por William H. McNeill quien al recopilar descripciones de médicos, tanto griegos como romanos y estudios de momias del antiguo Egipto, no pudo identificar descrip­ciones que pudieran corresponder con brotes exantemá­ticos, ni siquiera en población infantil (12).

Otra posibilidad que plantea la explicación de la ele­vada mortalidad de esta entidad se puede extrapolar de los brotes de viruela, posterior a su importación por parte de exploradores y colonos europeos en las Amé­ricas, y que llevó a la muerte de millones de nativos americanos en un corto periodo de tiempo.

Su veloci­dad, así como su letalidad, explican en cierta medida el efecto de un nuevo patógeno sobre una población que nunca había tenido contacto y, por ende, inmu­nidad contra tal agente biológico.

Si le sumamos las interpretaciones de las descripciones de Galeno, esta hipótesis se vuelve robusta. Otro de los candidatos es el virus del sarampión, caracterizado por las lesiones exantemáticas y la tos, congruentes con las descrip­ciones.

Sin embargo, recientemente se propuso que la evolución filogenética sitúa la aparición de este pa­tógeno alrededor del siglo X d.C. (13), de ahí que se sugiera a la viruela como el responsable de la misma.

Desde el año 161 d.C., las tribus bárbaras asentadas al norte de los ríos Rin y Danubio, aprovechando la re­ducción en el número de tropas romanas estacionadas en las fronteras, decidieron invadir el territorio roma­no e iniciaron la primera guerra marcomana. El éxito de los germanos fue inicialmente escaso y solo hasta el año 167 lograrían una victoria decisiva al invadir Da­cia. Marco Aurelio, con la plaga afectando Roma y el imperio, se vio en necesidad de posponer su campaña contra los germanos hasta el año siguiente.

Para el año 168, Galeno había abandonado Roma y retornado a Asia menor, cuando habría de ser convo­cado por los emperadores Marco Aurelio y Lucio Vero (14).

En la planeación de la campaña militar, los empe­radores requerían de su presencia; sin embargo, no se conoce si fue solicitado para ser el médico personal de los regentes o médico de la legión.

El campamento de las legiones fue establecido en Aquilea, desde donde se lanzaron varias campañas exitosas a cargo de las legio­nes II y III itálicas. Durante el invierno de este mismo año, las tropas retornaron a la ciudad con el fin de res­guardarse del frío alpino, el que coincidió con la llega­da de Galeno.

Coincidentemente, éste arribó cuando la plaga había descendido sobre la ciudad. Sus escritos narran la huida de los dos emperadores hacia Roma, abandonando a los legionarios en Aquilea, no solo a perecer por cuenta de la enfermedad, sino también por las duras condiciones climáticas. En el camino de re­greso a la capital, Lucio Vero fallecería posiblemente a causa de la plaga. Sin motivos para permanecer en las tierras fronterizas, Galeno buscaría retornar a Roma con el fin de asentarse y continuar con sus observacio­nes. En este punto de su carrera ya había ganado bas­tante reputación entre la corte romana.

Es porte esto que Marco Aurelio, no habiéndose retractado de con­tinuar su campaña militar expansionista sobre la fron­tera germana, le ordena acompañarlo en su conquista como el médico personal del emperador. Con motivos de eludir esta obligación, Galeno inventó un sueño en el cual Asclepio, hijo de Apolo y dios de la Medicina, le había prohibido que se embarcara en dicho viaje.

A raíz de esto, Galeno fue enviado a Roma donde ve­laría por la salud del heredero imperial, Cómodo.

En este punto, el médico se retiraría de la vida pública a fin de disfrutar de tiempo de ocio y enfocarse en sus observaciones, investigaciones y escrituras. Este perio­do correspondería a los 17 años que tardaría la campa­ña de Marco Antonio hasta su regreso a Roma. Poste­rior a este periodo de tiempo, Galeno y el emperador se verían esporádicamente. Como se ha dicho, al haber sido responsable de la buena salud de Cómodo, el mé­dico continuaría ganando prestigio en la corte imperial romana (15).

A pesar de la disminución de los casos, especialmente en la capital, nuevos brotes en los años venideros lle­varían a Galeno a nombrar esta enfermedad como la “larga plaga” y posteriormente la “muy larga plaga” (15).

Determinar la mortalidad de esta entidad ha sido motivo de debate y controversia, especialmente entre autores contemporáneos. Muchos factores vuelven di­fícil dicha determinación, especialmente por la poca solidez de los relatos romanos y la tendencia a exagerar las cifras, al generalizar el impacto, y la extrapolación de datos de una ciudad como Roma. Actualmente, se sabe que incluso entre rutas de contagio, el impacto de esta enfermedad varía ampliamente entre poblaciones y asentamientos.

Es esperable entonces que la morta­lidad fuera mayor en las ciudades, dados determinan­tes sociales como el hacinamiento, la proximidad con individuos afectados, las condiciones sanitarias y las estrategias de respuesta de las mismas (11).

De los casos de picos reincidentes, el más notable fue en el año 189 d.C., cuando se reporta que en Roma causó aproximadamente 2.000 muertes al día, lo que afectó a un cuarto de la población de la ciudad.

La extensión estimada de la plaga en el territorio romano se limitó hasta las fronteras del Rin y Galia, sin encon­trar evidencia de su expansión por Bretaña, Hispania o el norte de África. Si bien los esfuerzos bélicos conti­nuaron durante los brotes, la escasez de soldados llevó al reclutamiento de ciudadanos itálicos que se habían asentado en Hispania (6).

A lo largo de la historia, las tasas de mortalidad para la viruela, considerada sospechosa de la etiología de dicha plaga, han varia­do ampliamente, desde cerca del 10% hasta un 20%. Tomando en cuenta el brote inicial, desde el año 165 hasta el 168, se estiman hasta 5 millones de muertes. Sin embargo, brotes subsecuentes, como el observado en el año 189, continuarían por un total de 23 años y elevarían los estimados hasta 10 millones de fallecidos (11).

Para entonces, rutas marítimas romanas que se habían adentrado en el océano índico permitiendo el comercio con naciones del sudeste asiático, se vieron permanentemente afectadas.

Por otro lado, y en coin­cidencia cronológica con brotes de plagas en el impe­rio Han del Este en los años 151, 161, 161, 173, 179 182 y 185, se estima que estuvieran relacionadas con los viajes de emisarios romanos o que, por otro lado, fueran responsables de haber llevado inicialmente la plaga al imperio (16).

La plaga Antonina recibe entonces su nombre de la dinastía a la cual pertenecía Marco Aurelio, así como su abuelo, su padre y su hijo.

Se recuerda a este em­perador por ser considerado por Maquiavelo como el último de los cinco buenos emperadores y el último re­gente de la Pax Romana, periodo en donde el imperio gozó de tranquilidad en sus fronteras, logró su mayor expansión territorial, así como el pico en sus números poblacionales (17).

Con el debilitamiento de las fron­teras por las campañas en Medio Oriente, la alta mor­talidad de habitantes del imperio, especialmente solda­dos, -que produjo el incremento de ataques por parte de las tribus barbáricas y gestó la crisis del siglo terce­ro-, y también con el nombramiento de Cómodo como emperador de Roma, se selló el destino y la caída del imperio romano.

La plaga Antonina fue, posiblemente entonces, un cataclismo nacido en un imperio que por su gran extensión con modernas ciudades cosmopoli­tas y su compleja red de caminos que permitían a los soldados romanos desplazarse rápidamente, puso en jaque a la sociedad romana, pues la plaga atacó a po­bres y ricos por igual, e incluso se insinúa que el propio emperador sucumbiría a la enfermedad sobre el año 180 (18).

Es por medio de la crónica de los eventos narrados por Galeno, contribuyente a la Medicina socrática, que te­nemos entendimiento de los sucesos de ese entonces.

Adicionalmente, estos hechos sirven de modelo para evidenciar cómo una civilización -que se considera­ba la más avanzada en esa época- fue, gracias a sus políticas y haciendo un paralelo con las condiciones modernas globales, un paradigma similar respecto a la pandemia que nos aflige actualmente.

Es imposible no tomar el ejemplo histórico de la plaga Antonina para darnos cuenta que muchas de las condiciones que pro­piciaron la expansión de una pandemia en pleno siglo XXI, también constituyen elementos de la moderni­dad y aunque no contamos con soldados los cuales regresan marchando de un frente lejano, tenemos la posibilidad de viajar más lejos que nunca en nuestra historia.

En ausencia de tratamientos efectivos durante dicha peste, los romanos solamente contaban con la superstición para hacer frente a la pandemia, algo que tristemente se ha mantenido en nuestros tiempos.

En conclusión, como todo modelo de estudio histó­rico, el aprendizaje que se puede derivar de las expe­riencias del penúltimo emperador Antonino nos per­miten plantear cómo las sociedades, por modernas y sólidas que sean, siempre serán susceptibles de eventos catastróficos, cuyas consecuencias perdurarán muchos siglos después de ser superadas, ya sea para el enten­dimiento de las problemáticas que los causaron y fo­mento de su mejora o para el debilitamiento de sus estructuras y el cambio de sus cimientos. (Ver: Historia de la Medicina: Un Acercamiento Antropológico Psicoanalítico al Estudio de las Momias)

Referencias

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Bibliografía

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  • 18 Sáez A. La peste Antonina: una peste global en el siglo II d.C. Rev chil infectol. 2016 Apr; 33(2): 218–21.

Recibido: 5 de junio de 2020
Aceptado: 20 de junio de 2020

Correspondencia:
Alejandro Ruiz-Patiño
Alejandro.ruiz.pat@gmail.com

Autor

1 Alejandro Ruiz-Patiño. Médico cirujano. Fundación para la Investigación Clínica y aplicada del Cáncer (FICMAC). Grupo de investigación en Oncología Molecular y Biología de Sistemas (FOX-G), Universidad el Bosque. Bogotá, Colombia.

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