La Plaga de Justiniano (541-542)

Historia de la Medicina

Robin Germán Prieto Ortiz1

“En aquel tiempo, se declaró una epidemia que
de poco no acaba con todo el género humano”
Procopio de Cesarea (500–560)

Resumen

A lo largo de la historia de la humanidad, las epidemias, plagas o pandemias. Han diezmado a las civilizaciones, y han sido causantes de grandes cambios políticos y socioeconómicos.

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Plaga de Justiniano (541-542) es la cuarta pandemia que más muertes ha causado (30-50 millones). Después de la Peste Negra 1347-1351 (200 millones de muertos), la Viruela 1520 (56 millones de víctimas) y la Gripe Española 1918-1919 (40-50 millones de decesos).

Hace cerca de quince siglos, el imperio Romano de Oriente (Bizantino) se vio azolado por una plaga que probablemente empezó en Asia, pero que, de acuerdo con los historiadores y escritores de la época, de quienes se conservan sus registros, empezó en África en el año 541, pasó a Constantinopla en el año 542, y se extendió posteriormente a toda Europa.

La peste se presentó en oleadas, que ocurrieron en número de 20 durante los dos siglos siguientes. Se ha identificado a la bacteria Yersinia Pestis como el agente causal, probablemente transmitido por las pulgas a partir de las ratas, y se ha relacionado incluso con cambios climáticos documentados para la época. A partir de documentos históricos y de investigaciones contemporáneas en diferentes ámbitos, se presenta una revisión de “La Plaga de Justiniano”, y del comportamiento actual de la peste.

Palabras clave: Pandemia; plaga; peste; bubones; Justiniano; Imperio Bizantino.

The Plague of Justinian (541-542)

“At that time, an epidemic was declared
that soon ended with all mankind”
Procopius of Caesarea (500–560)

Abstract

Throughout the history of humanity, epidemics, plagues or pandemics have decimated civi­lizations, causing great political and socioeconomic changes. According to the World Health Organization (WHO) The Justinian Plague (541-542) is the fourth pandemic that has caused the most deaths (30-50 million) after the Black Death 1347-1351 (200 million deaths), Small­pox 1520 (56 million victims) and Spanish flu 1918-1919 (40-50 million deaths).

About fifteen centuries ago, the Eastern Roman (Byzantine) empire was devastated by a plague that probably began in Asia, but which, according to the historians and writers of the time, whose records are preserved, began in Africa in the year 541 and passed to Constan­tinople in the year 542, later spreading to all of Europe. The plague came in waves, which numbered 20 over the next two centuries. The bacterium Yersinia Pestis has been identified as the causative agent, probably transmitted by fleas from rats, and has even been linked to documented climatic changes at the time. Based on historical documents and contemporary research in different areas, a review of “The Plague of Justinian” and the current behavior of the plague is presented.

Keywords: Pandemic; plague; buboes; Justinian; Byzantine Empire.

Introducción

La iglesia del profeta Elías, se encuentra en la ciudad de Zora, en el mediterráneo oriental. En su interior, se observa esta inscripción que data del siglo VI: πóτμoςβ oνβῶνoς κα μάλῃς”, que se traduce como “maldición mortal en la ingle y las axilas”, y hace referencia a la llamada “Plaga de Justiniano”. La inscripción deja en claro que, se carecía de un término exacto, para deno­minar el desastre que diezmó al mundo, alrededor del año 541 (1).

Históricamente, se reconocen tres pandemias de la peste.

La primera empezó en el siglo VI, se extendió hasta el siglo VIII, y afectó especialmente las zonas circundantes al mar Mediterráneo. Esta peste generó entre 30 y 50 millones de muertes (2), aunque otros historiadores mencionan hasta 100 millones de muer­tos (3). La segunda pandemia de la Peste Negra, afec­tó además la Europa continental, se extendió hasta Escandinavia y Moscú, y dejó entre 17 y 28 millones de europeos muertos. La tercera pandemia estalló en Hong Kong, en 1894, comprometió todo el planeta, excepto Australia y los polos, y causó alrededor de 12 millones de muertes (4-6).

Esta enfermedad se distingue de otras epidemias in­fecciosas, por la inflamación característica de uno o varios ganglios linfáticos superficiales, acompañada de un intenso dolor. Por lo cual, desde aquellos tiempos se denominó como Peste Bubónica (4,5). Los historia­dores modernos, le han dado el nombre de la Plaga de Justiniano, en honor a Justiniano I, emperador roma­no durante el brote inicial, quien además contrajo la enfermedad, pero sobrevivió (2).

Se ha identificado a la Yersinia pestis, como el agen­te causante de estas tres pandemias, que provocaron millones de muertes e influyeron en el desarrollo de la civilización, de forma dramática (7). Igualmente, la peste contribuyó al fin del imperio romano, que mar­caría la transición del período clásico al medieval (8).

Contexto Histórico

La Sociedad Bizantina

Petrus Sabbatius (481-565), nació en Tauresio (Macedo­nia). De origen humilde, fue llevado a Bizancio por su tío Justino, donde estudió jurisprudencia, historia, y teología, y fue proclamado emperador en el año 527, cargo para el que tomó el nombre de “Justiniano”. Durante su reinado, que duró hasta el año de su muerte, logró la reunificación del imperio romano de occidente, reconquistó vastos terri­torios (Figura 1). Impulsó reformas legales y legislativas, ordenó la construcción de numerosos edificios, y favoreció la consolidación de la religión cristiana (9,10).

Imperio Bizantino en la época de Justiniano

Para la época, los nuevos valores comenzaban a afir­marse y, aunque persistían elementos de la cultura pagana como la oniromancia y la creencia en supers­ticiones. Éstos fueron remplazados de forma gradual por la cultura judeocristiana, que creó una especie de sincretismo donde la religión cristiana. Al recuperar al­gunas características de la tradición pagana a las que la gente no quería renunciar, favorecieron una estrategia para la expansión del cristianismo (10).

La legislación romana del imperio tenía políticas en salubridad pública, y las ciudades contaban con gran­des letrinas de múltiples asientos, instalaciones de la­vado de cuerpo y manos, sistemas de alcantarillado, acueductos y fuentes de agua potable, de carácter pú­blico (11).

La Medicina

Con la consolidación del cristianismo en Constanti­nopla, las prácticas médicas de la sociedad bizantina debieron adaptarse a unos cambios, que interrelacio­naban los saberes técnicos con las creencias mágico-paganas y la fe cristiana.

Según los relatos de los tratadistas en materia médica bizantina, que generalmente fueron médicos experi­mentados pertenecientes a la nobleza imperial. Se sabe que el cristianismo incidió de manera favorable en la Medicina secular o técnica. Al favorecer la creación de las “casas para la atención de los enfermos”, que pue­den considerarse las antecesoras de los hospitales, y de las que para el año 500 había tres en Constantinopla.

En estos lugares, se les brindaba hospedaje, alimenta­ción y cuidados médicos a los extranjeros inmigrantes y a los enfermos pobres. Los médicos eran contratados por un salario equivalente o menor, al salario mínimo de otros trabajadores de la época. Pero a cambio, la práctica médica les permitía ganar prestigio. Y, por lo tanto, obtener mejores ganancias en su práctica pri­vada. Los médicos y los profesores, estaban exentos de cargas tributarias y pertenecían a una clase social privilegiada (12).

(Lea También: Plaga de Justiniano, Investigaciones Contemporáneas)

Documentación Histórica Acerca de la Enfermedad

La plaga

Aunque se encuentran varios autores como Gregorio da Tours, Paolo Diacono, o Evagrius Scholasticus, que describen la plaga de Justiniano, son dos a quie­nes se les consideran los mejores referentes del tema: en primer lugar, Juan de Éfeso (507-558), quien en su principal obra llamada “Historia eclesiástica”, describe muchas de las características de la plaga; y, en segundo lugar, Procopio de Cesarea (500-560), asesor de Beli­sario, el principal general de Justiniano, quien escribió tres libros, y en “Sobre las Guerras”, libro dedicado al registro de las conquistas militares de Justiniano, des­cribe de forma muy explícita la plaga que vivió en per­sona, en Constantinopla.

“La plaga comenzó en la ciudad egipcia de Pelusium y posteriormente se propagó hacia Alejandría y el resto de Egipto. Y, por otro lado, hasta la región palestina, desde donde se es­parció por toda la tierra”, cuenta Procopio en el capítulo 22 de su libro II “Sobre las guerras” (13). Además, describe cómo la enfermedad empezaba en la costa y luego se dirigía al inte­rior de las regiones, al mencionar que:

“Ni isla, ni cueva, ni montaña habitada no se liberaron del mal. Si se daba la casualidad que pasaba de largo de algún lugar, sin atacar los que vivían, o afectándoles superficialmente, volvía más adelante a manifestarse, sin hacer ningún daño a los que vivían en los alrede­dores, a los que había afligido antes con más agresividad, y no desaparecía de aquel lugar sin haber hecho el número justo y exacto de víctimas que coincidía del todo con la cifra de muertos que antes había habido por los alrede­dores” (13).

Más adelante, describe los síntomas iniciales que aparecían en algunas personas:

“Comenzó de la siguiente manera: muchos vieron unos fantasmas con formas humanas de aspecto diverso, y todos los que se les encontra­ban creían recibir golpes en cualquier punto del cuerpo, causados por aquella figura humana. Luego que habían visto la aparición eran ataca­dos por la enfermedad. Pues bien, al principio, quienes se habían topado con las apariciones intentaban alejárselas repitiendo los nombres más sagrados y conjurándose de la manera que cada uno buenamente sabía. Pero no conseguían nada de nada, porque mucha gente que se había refugiado a los templos también mo­ría” (13).

Por su parte, Juan de Éfeso nos relata que la enferme­dad consistía en la aparición de bubones, ojos sangui­nolentos, fiebre y pústulas, y que las personas después de un largo periodo de confusión mental, solían morir rápidamente, en dos o tres días. El contagio ocurría de forma rápida en los sitios públicos como iglesias y mercados, pues era allí donde había más muertos, y algunas personas que conseguían recobrarse, solían morir por infecciones posteriores (14).

Quizás, la mejor descripción semiológica de la enfer­medad queda registrada en el siguiente párrafo de Pro­copio, en el que describe que las personas:

“De repente, tenían fiebre, unos, justo en des­pertarse, otros, mientras paseaban y, otras, en medio de cualquier otra actividad. El cuerpo ni cambiaba de color ni estaba caliente, como cuando la fiebre es alta, ni tampoco se produ­cía ninguna inflamación, sino que la fiebre era tan débil, desde que comenzaba hasta el atar­decer, que ni los enfermos ni el médico que les tocaba tenían la impresión de ningún peligro. Efectivamente, ninguno de los que habían to­mado aquella plaga no se pensó que llegaría a morir. Algunos, sin embargo, ese día mismo, otros al día siguiente, y otros no mucho más tarde, veían que les salía un tumor bubónico, no solamente en esta parte del cuerpo que se encuentra bajo el abdomen, la ingle, sino tam­bién a la axila, y otros incluso en la oreja y en varias partes de los muslos.” (13).

A lo largo del texto, se observa cómo el hallazgo co­mún en las personas, era la presencia de los “bubo­nes”, pues, por lo demás, se presentaban variaciones, especialmente en el compromiso del sensorio, que Pro­copio describe en los siguientes párrafos:

“Unos entraban en un coma profundo, otros en un delirio agudo, y todos sufrían los efectos de la enfermedad. Quienes entraban en coma, olvidaban de todo lo que les era familiar y pa­recía que durmieran siempre. Si alguien tenía cuidado, comían en pleno sueño, pero quienes no tenían nadie que los cuidara, morían por falta de alimento. En cambio, los que eran pre­sos del delirio, sufrían un insomnio terrible y muchas alucinaciones, creían que los atacaba gente que los iba a matar, se alarmaban y gri­taban enloquecidos, intentando huir”… “Los enfermos, si encontraban agua a su paso, se querían meter, no tanto por las ganas de beber (porque muchos se arrojaban al mar), sino de­bido a su estado mental trastornado”… “Es de suponer que a todos les pasaba lo mismo, pero como no todos eran conscientes de sí mismos, no podían experimentar el dolor, porque la lo­cura les privaba de los sentidos” (13).

En cuanto a la evolución y a otros signos y síntomas, describe que:

“Algunos tenían el cuerpo cubierto de pústulas negras, grandes como una lenteja y no sobre­vivían ni un día, sino que morían a continua­ción. Otros vomitaban sangre espontáneamen­te” (13). “los médicos más célebres predijeron que morirían muchas personas que, inespera­damente, se curaron al poco, y aseguraron que se salvarían muchas que habrían de morir muy pronto. O sea que no había ninguna causa de la enfermedad que pudiera comprender la lógica humana, ya que en todos los casos, la recupe­ración se producía de una manera casi siempre inexplicable” (13).

“En los casos en que el tumor se inflamaba y crecía supurando, los pacientes se salían y se curaban, porque era evidente que la gravedad del carbunco remitía y, la mayoría de veces, era señal de que la salud se recuperaba. Ahora bien, cuando el tumor mantenía su aspecto, en­tonces sobrevenían los procesos malignos que he explicado. A veces, también se secaban los muslos y aunque inflamara el tumor, no había supuración. A otros que sobrevivieron, les que­dó dañada la lengua y continuaron vivos, pero tartamudos o hablando sin que se les pudiera entender.” (13).

Desde aquella época, la curiosidad médica y el espíri­tu investigativo se observaban en el personal médico, como lo describe el historiador, al explicar que: “Lo cierto es que algunos médicos, que no sabían qué ha­cer por desconocimiento de los síntomas y creían que la clave de la enfermedad eran los tumores, decidieron examinar los cadáveres de los difuntos. Después de abrir algunos tumores, detectaron que en el interior se había generado un extraño carbunco.” (13).

En relación con las medidas sanitarias, relata que

“Cuando se llegó al punto de que todas las tumbas exis­tentes estaban llenas de cadáveres, cavaron todos los rincones alrededor de la ciudad, uno por uno, e iban poniendo los que morían, tal como le era posible a cada uno, y luego se alejaban. Al final, los que cavaban ya no daban abasto para la cantidad de difuntos, por lo que subieron a las torres de las murallas de Sicas y allí hundieron las azoteas, y amontonaron de cualquier manera y sin ningún orden los cuerpos, y cuando las torres estuvieran apretadas de cadáveres, las volvieron a tapar con las azoteas” (13).

En cuanto al compromiso poblacional, Procopio cuen­ta que la enfermedad atacó Bizancio durante 4 meses, y fueron los últimos tres los más virulentos, pues lle­garon a causar la muerte por día de hasta cinco mil, diez mil o incluso más personas. El capítulo culmina mencionando que la peste se extendió más allá de Bi­zancio y el resto del mundo romano, pues llegó incluso al territorio persa y a los pueblos bárbaros (13).

De acuerdo con el relato de Juan de Éfeso, “las perso­nas morían en las calles, en las iglesias, en los porches y en las esquinas, y uno de los principales inconve­nientes fue el manejo de los cadáveres, que se llegaron a contar entre 5.000 y 7.000 por día. La peste dejó, asoladas y sin habitantes, diversas partes del Imperio, atacó por igual a ricos y pobres, y dejó villas, pueblos y ciudades sin habitantes” (14). (Figura 2).

Nicolás Poussin. La peste de Azoth, lienzo del siglo XVII

Esta, como muchas de las plagas, se presentó en olea­das y estuvo presente hasta el siglo VIII. En algunas publicaciones, se han descrito las diferentes oleadas atribuidas a la peste desde el episodio inicial en 541, hasta el último episodio, atestiguado en Nápoles en el año 767. En este lapso de 226 años, se han identificado más de 20 brotes epidémicos en países de la costa me­diterránea, Europa, norte de África y Medio Oriente (10,15).

Efectos Económicos y Sociales

Los ingresos del imperio, dependían en su mayoría de los impuestos a las tierras y a las personas, no de otra manera podría explicarse la riqueza del mismo. La cantidad de muertos, especialmente en la zona ru­ral, impidió la continuidad de las labores agrícolas, lo que sin duda afectó las finanzas del Estado. Los gober­nantes se vieron obligados a disminuir los impuestos como lo cuenta el mismo Procopio y el imperio sufrió un periodo de inestabilidad económica, caracterizado además por la escasez de alimentos, la falta de pago de salarios a las tropas del ejército y la necesidad de acuñar monedas de oro de menor calidad (1).

La plaga, causó cambios en el aspecto religioso, es­pecialmente en el surgimiento del culto a la Virgen María, la iconolatría y la sacralización del emperador, quien en el año 542, cambió el festival de la presen­tación del Señor por un festival en honor a la Virgen María, como una medida para aliviar la plaga (1).

Autor

1 Robin Germán Prieto Ortiz. MD. Especialista en Cirugía General. Especialista en Gastroenterología y Endoscopia Digestiva. Hospital Central de la Policía HOCEN. Centro de Enfermedades Hepáticas y Digestivas CEHYD SAS. Bogotá, Colombia.

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