Principales Enfermedades en los Siglos XVI-XVIII

Hubo dos enfermedades que generaban terror durante el régimen de servidumbre y esclavitud en la colonia: la primera, una enfermedad aguda con visitas cada 20- 25 años y con gran mortalidad, la viruela; y la segunda, una enfermedad crónica deformante y aterradora, la lepra.

A la primera enfermedad la Viruela

Se le respondió desde el siglo XVI con degredos y retenes sobre la población lue­go, con la inoculación desde 1757, esto es, tres años ante de la llegada de Mutis, quien se convirtió en gran promotor de dicho método; a partir de 1803 la viruela fue combatida bajo la técnica de Jenner, con la famosa gran expedición de la vacuna comandada por Balmis y Salvani.

A la segunda enfermedad, la lepra 

Se le res­pondió como siempre: con terror, susto, miedo, con­finamiento y secuestro; todo ello impulsó la creación del Hospital de San Lázaro en Cartagena, a finales del siglo XVI, y la construcción del Lazareto en Caño del Loro, en el siglo XVIII.

La lepra fue un problema, principalmente entre los negros, por varias razones que operaron sinérgicamen­te: alto contagio en sus lugares de origen y durante el transporte transatlántico, además del inmenso estrés por la forzada ruptura familiar y social, la angustia ex­trema ante la incertidumbre vital, y también la mala nutrición.

Entre los esclavizados negros que sobrevivían los dos meses que duraba la travesía oceánica, era muy fre­cuente lo que en esos tiempos se llamó “mal de Loan­da”, que por sus síntomas y respuestas a los tratamien­tos con naranja y limón que administraba siempre a los recién llegados de ese pavoroso viaje el sacerdote jesuita Pedro Claver, correspondía al escorbuto.

Pe­dro Claver se anticipó, por cien años, al médico James Lind en el tratamiento del escorbuto, así lo demuestra su propio registro: “Ayer, 30 de mayo, día de la santísi­ma trinidad, saltaron a tierra un gran navío de negros de los ríos……fuimos allí cargados, con espuertas de naranjas, limones y tabaco”.

El bocio o coto

Otra enfermedad en aquella época, El bocio o coto (voz quechua, que significa punta), aumentó entre las poblaciones que trocaron sus hábitos alimenticios, rompieron sus redes de comercio prehispánico, sufrie­ron malnutrición y consumieron aguas y alimentos pobres en yodo, es decir, los pueblos que habitaron las cordilleras oriental y occidental.

Por otra parte, la malaria, que recibió atención por Mutis y para la que recomendaba -desde 1785- “quina a puñados”, se conocía también como fiebre cuartana y terciaria- y azotó fuertemente a los esclavos negros dedicados a la minería de aluvión. Otra enfermedad, muy disemina­da por el país y de la que se decía “que ennegrece al blanco y blanquea al negro”, fue el carate.

De igual modo, la enfermedad del morbo gálico azotó intensamente a los marineros y militares, tal como re­marca Pedro López de León: “En el Hospital de Car­tagena de las Indias se curan de bubas cada año qui­nientos enfermos, poco más o menos, y a que curo en el 23 años… sustento de ordinario en las camas ochen­ta enfermos… y como aquí acuden tantos baxeles de Guinea y otras partes, siempre está el hospital lleno: demás, que de Panamá y Puerto Belo se vienen a este hospital, y ansi mismo de Santa Fé y de todo el nuevo Reyno; y ansí vienen de Santa Marta, Rio de el Hacha, Caracas, Margarita, y de todas las islas de Barlovento, a fama de las grandes, y estupendas curas que en este hospital se hacen de las enfermedades” (34).

Filariasis por Wuchereria bancrof­ti

Otra enfermedad, la filariasis por Wuchereria bancrof­ti – en su forma de potra- comenzó a ser un problema de salud pública desde el siglo XVI. La enfermedad, propia de los recintos fortificados con aljibes y cister­nas de aguas para el consumo humano, fue conocida como el vómito prieto o negro en la terminología de los españoles -haciendo alusión al color de la hema­temesis-, y posteriormente, fue conocida como fiebre amarilla, haciendo alusión a la ictericia.

Esta enfer­medad se convirtió en una aliada de los defensores de Cartagena. La primera vez hizo que el corsario francés Bernard Desjeans, Barón de Pointis, saliera de la ciu­dad después de un mes de saqueos, el 1 de junio de 1697; y la segunda vez impidió, con la disentería y las fuerzas militares dirigidas por Blas de Lezo, que Cartagena cayera en manos de Almirante Inglés Edward Vernon, después de un formidable sitio entre el 20 de marzo y el 20 de mayo de 1741.

Esta enfermedad es la responsable de que el médico español Juan Joseph Gastelbondo, establecido en Car­tagena desde 1723, publicara en 1755 su libro Tratado del methodo curativo, experimentado, y aprobado de la en­fermedad del vómito negro, epidémico y muy frecuente en los puertos de las Indias Occidentales, por orden del gobierno para que” diese su opinión sobre la penosa enfermedad que afligía a la tripulación de la escuadra del Excelen­tísimo Señor Don Pedro de la Zerda” (35).

(Lea También: Médicos de la Independencia )

Conclusiones

Como la interpretación de los eventos, hechos y situa­ciones ocurridos en el pasado depende de los nuevos conocimientos que están apareciendo de forma perma­nente, es claro que una interpretación de la situación de la Medicina y los médicos en la época en que fuimos una colonia del Imperio Español, hoy resulta diferente de la que se realizaba hace 200, 100, 40 o menos años.

En la actualidad, la teoría miasmática de la enferme­dades infecciosas, que estuvo vigente por miles de años hasta finales de siglo XIX y con la cual se educaron los médicos colombianos hasta prácticamente 1890, está superada en su totalidad gracias a los aportes de la mentalidad etiopatológica, desarrollada a partir de 1860 por Pasteur, de 1880 por Koch, y de 1896 por Ross y Mason.

La teoría humoral galénica, que pre­valeció durante casi 1900 años, fue superada por las mentalidades anatomoclínica y fisiopatológicas; la primera, a finales del siglo XVIII con Morgani y a principios del siglo XIX con Laennec, y la segunda, con Magendie, Bernard y otros desde el segundo cuar­to de siglo del ochocientos.

Hoy, la compresión de la epidemiología, al hablar de la epidemiología de los grupos aislados, nos permite visualizar a la América precolombina como un gran continente aislado de los grandes focos de las enfer­medades infecciosas euroasiáticas, de ahí que se puede entender el encuentro dado a partir de 1492, como una cascada de eventos biológicos adversos para las pobla­ciones amerindias.

Los estudios modernos de ecología señalan a las prác­ticas humanas como unas de las causas de los desas­tres ecológicos.

Piénsese en el efecto de invernadero y su relación con el cambio climático actual, para poder entender lo que significó y significa el extractivismo impuesto por los capitales para beneficiarse al máxi­mo de las minas de oro, y su relación con la malaria e intoxicación con mercurio en tiempos coloniales y actuales.

El sistema de la servidumbre y de la esclavitud, sobre el cual se montó el dominio colonial, creó un discurso sobre la inferioridad del indígena y del africano escla­vizado que justificara el dominio y el control por parte del blanco.

Este planteamiento racista tuvo, hasta la segunda década del siglo pasado, una fuerte influencia en el país y en esta Academia, tal como se evidencia en el discurso de la degeneración de la raza y de la lucha contra la chicha.

Los colombianos tuvimos que esperar hasta la Constitución de 1991 para definirnos como un país pluriétnico y multicultural, y comenzar a ver cómo los discursos “científicos” que desprecien las otras Medicinas, no tienen acogida.

¿Qué hubiera sido de la población mestiza, mulata y de todos los colores, sin los mohanes y curanderas, tan despreciados por la escasa, ruda y poco eficiente Medi­cina europea, en los tiempos coloniales?

Los muchos o pocos médicos españoles y los muy raros médicos portugueses, que llegaron al territorio de lo que hoy es Colombia, estuvieron vinculados con sanidad militar, con las galeras, los presidios o el tráfico negrero.

Alguno que otro hizo el papel de combatiente o de saqueador de las riquezas indígenas, y varios se lucraron, como comerciantes, de los africanos esclavizados sobre quienes colocaban las marcas con hierros candentes.

Sobresalen en la historia de la Medicina, durante los tiempos de la servidumbre y la esclavitud, tres médi­cos: Juan Méndez Nieto, como el primer autor de un libro médico en Colombia; Pedro López de León, re­conocido por los historiadores españoles como el más distinguido cirujano español del siglo XVII; y José Ce­lestino Mutis y Bosio, médico-cirujano, anatomista, matemático, naturalista, gestor y director de la Expedi­ción Botánica, y además, gestor de la primera facultad de Medicina en la Nueva Granada, establecida en el Colegio del Rosario en 1802.

Referencias

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Recibido: 7 de noviembre de 2019
Aceptado: 9 de marzo de 2020

Correspondencia:
Hugo Sotomayor Tribín
husotri@gmail.com

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