La Academia Nacional de Medicina y la Clínica de Marly

Académico Fernando Serpa Flórez(+)*
Miembro de Número de la Academia Nacional de Medicina de Colombia. Presidente de la Comisión de Historia y Humanidades de la Academia. Este fue probablemente el último artículo preparado por el ilustre académico.

En el año 2004 cumplirá un siglo la Clínica de Marly, institución entrañablemente unida a la Academia de Medicina de Colombia, pues cuenta con eminentes miembros de esta corporación científica entre sus fundadores, directores, médicos y cirujanos que en ella han prestado servicios asistenciales.

Desde los profesores Esguerra, sus iniciadores, hasta los profesores Cavelier, que en los últimos setenta años han proseguido la labor de mantener esta institución, como ejemplo de servicio a la comunidad.

La Clínica de Marly sintetiza los esfuerzos que el país cumple para el mejoramiento de la atención hospitalaria, el progreso de la cirugía y la aplicación de nuevos métodos que han logrado una cada vez mejor atención del paciente en Colombia. (Lea también: La Medicina y la Clínica de Marly, Administración del Profesor Jorge E. Cavelier (1954 -1978)

Para comenzar, sea este un homenaje a la familia Esguerra por la que tiene la medicina patria motivos de admiración. Por su consagración a la docencia, preocupación para solucionar graves problemas sociales relacionados con la salud, como ha sido la humanización de la lucha contra la lepra, su dedicación al estudio de las fiebres del Magdalena donde en mortífero clima establecieron la evidencia de brotes de fiebre amarilla y del cólera.

Por su capital colaboración en la creación de las bases de la lucha contra el cáncer, por su labor de iniciadores del empleo de la radiumterapia y de la roentgenterapia, por ser adalides de la enseñanza y aplicación de los rayos X en Colombia, por su esfuerzo para dar el impulso inicial y mantener durante décadas de trabajo constante, un centro hospitalario de excepcionales dimensiones espirituales y científicas como es la Clínica de Marly.

Y como también lo es la Fundación Santafé, el pujante centro hospitalario obra de Alfonso Esguerra Fajardo.

El apellido Esguerra, de etimología vasca, sugiere rasgos de su gente, que en forma atávica se repiten.
Su blasón tiene, en campo de gules, dos lobos puestos en palos.

Recordemos que el arte de la heráldica enseña que gules es el color rojo vivo y que una pieza en forma de rectángulo que desciende desde el jefe a la punta del escudo y representa la lanza del caballero y también la estacada o palenque de los campamentos es el palo, del latín palus.

En cuanto al lobo, por su fiereza y solidaridad, fue escogido como emblema protector o tótem de una tribu o individuo. Roma, la ciudad eterna, se enorgullece de ostentar como símbolo a la legendaria loba que amamantó a sus fundadores.

En el cumplimiento del deber los Esguerra llegan hasta la muerte. La medicina colombiana cuenta entre sus aleccionadoras páginas el sacrificio de Domingo Esguerra Ortíz (Bogotá 1840 – Ambalema 1877), cuya existencia fue truncada cuando prestaba atención médica a un paciente a quien salvó cuando una cuadrilla de guerrilleros trataban de asesinar, entregando, en cambio, su propia vida.

Este estudio de la Clínica de Marly en sus vínculos con la Academia Nacional de Medicina, escrito por quien ha sido Miembro de la Corporación, como Académico Correspondiente desde 1963 (ingresó con el trabajo Vacunación en masa contra la poliomielitis con vacuna oral trivalente, en Bogotá (1960) y Miembro de Número desde 1967 y tuvo su consultorio en Marly por varios lustros, lleva implícito el homenaje a Carlos Esguerra, su fundador, a Jorge E. Cavelier su director y guía por medio siglo y a su hijo, Jorge Cavelier Gaviria, quien en los últimos veinticinco años ha sido digno protector de la herencia espiritual y científica que la medicina colombiana puso en sus manos y a todos los que han trabajado en ella.

Los bosques de Marly

Un propietario francés, Arturo de Cambill, denominó Marly a una casa quinta situada cerca del sector de Barro Colorado, cuya tierra arcillosa servía de materia prima a alfareros y fabricantes de tejas y ladrillos en los tejares conocidos con la voz aborigen y eufónica de chircales …

Allí, cerca de donde hoy se levantan el Hospital Militar Central y el de San Ignacio y las dependencias de la Universidad Javeriana, a comienzos del siglo XX fueron fusilados los autores del frustrado magnicidio contra el presidente de la república don Rafael Reyes, ejecución cumplida en el mismo sitio en que se perpetró el atentado cuando, acompañado por su hija doña Sofía Reyes de Valenzuela, realizaba su acostumbrado paseo por el camino del norte en el landó presidencial tirado por un tronco de ágiles caballos.

¿Por qué el nombre de quinta? Así llamaban los españoles, derivándola de igual voz latina, a la casa de recreo en el campo, cuyos colonos solían pagar por renta la quinta parte de sus frutos. En Santafé las hubo famosas, como las que se construyeron al sur, sobre el río Fucha que, en muisca, significa mujer.

Antonio Nariño por motivos de salud, fue trasladado de la cárcel en el Cuartel de Caballería a su hacienda de Montes y, luego, a la quinta de La Milagrosa, propiedad de su esposa. Allí pasó Bolívar en 1830 cortas temporadas, antes de ausentarse de Bogotá, el 6 de marzo, en su viaje definitivo hacia la muerte.

Luego hablaremos de la quinta de Ninguna Parte, cerca de la Estanzuela, en el camino a Bosa y del Molino de Hortúa.

El francés al bautizar su propiedad, en que plantó árboles y cultivó huerto y jardines, recordó Les Forêts de Marly, el coto de caza construido por Mansart para Luis XIV, más allá del Palacio de Versalles, residencia real y centro de reunión de la Corte.

La memoria de Marly – le – Roi perduró afectuosamente en nuestras alturas andinas, como perdura la Terraza del Abrevadero donde pueden verse las copias de los caballos de Marly, esculturas de tamaño heroico cuyos originales fueron trasladados después de la revolución a la Plaza de la Concordia en París haciendo juego con el obelisco.

En 1896 la quinta de Marly fue comprada por el súbdito inglés Mr. John Vaugham, administrador de cultivos tabacaleros en Ambalema, lo que explica la firma de las escrituras en la floreciente población tolimense. Al agregar lotes vecinos se redondeó una extensión de cuarenta mil varas cuadradas.

Cuando en 1901 adquirió la finca don Guillermo Esguera Gaitán (1864-1927),odontólogo de la Universidad de Filadelfia, los linderos eran: al oriente el camino a Tunja, hoy carrera 7ª y, al occidente, el camino del tranvía.

Obsérvense las favorables vías de comunicación de que gozaba, acrecentadas con el paso la línea del ferrocarril a una cuadra más abajo, en la actual carrera 14. Estaba situada en jurisdicción de la población de Chapinero después englobada como un barrio de la capital de la república.

El país estaba incendiado por las llamas de la revolución. Y la economía, víctima de las circunstancias, en andrajos. Se atravesaba una de las peores crisis económicas al concluir la guerra de los mil días.

En muchas regiones de la patria se presentaban hambrunas. Un sentimiento de pesimismo agobiaba a la gente. Y el establecimiento de una institución de esta naturaleza en que se cobraba por un servicio que antes no existía y que la costumbre centenaria consideraba que debía ser gratuito, no podría decirse que tuviera perspectivas brillantes.

Había que iniciar una gran labor educadora y de persuasión para acostumbrar a las personas a que concurrieran a ella como a su propia casa y disfrutaran de los cuidados especiales prodigados por un personal experto y estudioso, dispuesto a servir eficazmente en todo momento bajo la dirección de los médicos, lo dijo el doctor Ucrós.

¿Se lograría? Un siglo después podemos decir que sí. Pero con cuántos esfuerzos, desvelos y consagración.

Camino del destierro

Don Nicolás Esguerra, ciudadano perfecto de una era de hombres eximios, fue desterrado en 1887 por razones políticas, si razonable o, al menos, racional, puede llamarse el atropello que se cometió contra un hombre probo y ejemplar. Carlos Esguerra lo acompañó con filial devoción.

Tu proverai si come sa di sale lo pane altrui … (Aprenderás cuán salobre es el pan de limosna), dice Dante en su Commedia (Canto XVII de El Paraíso). Y tenía él porqué saberlo. Inician la amarga senda por la hermana república de Venezuela, donde su padre fue acogido con la hospitalidad merecida por su saber, el prestigio de que era acreedor y la injusticia de la pena a que era sometido por don Rafael Núñez.

El injusto destierro de don Nicolás se prolongaba. No era el primer Ashaverus, ni sería el último, errante por caminos ajenos y extraños a su patria. Al evocarla inaccesible, lo reconfortaría saber que tenía la compañía de ese hijo fiel y amable.

Durante el corto lapso en que el general Eliseo Payán fue encargado del gobierno, en 1887, alcanzó a indultar a los expatriados y declarar la libertad de prensa. Pudo regresar así don Nicolás a Colombia, por poco tiempo, pues don Rafael Núñez volvió a encargarse del poder que prefería ejercer desde su retiro en Cartagena, por interpuesta persona.

Los periódicos de la oposición otra vez fueron cerrados, sus directores encarcelados: así El Espectador de don Fidel Cano, El Correo Liberal de Juan de Dios Uricoechea, El Liberal que, cuando su director César Conto fue reducido a prisión, fue reemplazado por don Nicolás cuyo editorial Recojamos la Bandera serviría para que Núñez lo volviera a desterrar.

Esta vez se estableció en Nueva York, para regresar durante el gobierno de Sanclemente quien lo encargó en 1899 de la misión de hallar un arreglo con la Compañía del Nuevo Canal de Panamá.

El fundador de la Clínica de Marly

Carlos Esguerra Gaitán nació en Bogotá en 1862. Estudió el bachillerato en San Bartolomé, se doctoró en la Escuela Nacional de Medicina y Ciencias Naturales en 1884. Ejerció en Honda y Ambalema, puerto de entrada a la capital desde la colonia el primero y, el segundo, centro de cultivo del añil y tabacalero, estanco y alcabala de este cultivo, fuentes de divisas para el país, antes de ser reemplazadas por el café.

Allí observó de manera directa las enfermedades de nuestros climas cálidos y las mortíferas fiebres del Magdalena, siguiendo el ejemplo de su tío Domigo.

Luego de repetir los estudios de rigor volvió a graduarse en Caracas y en París, donde al presentar su estudio sobre las fiebres del Magdalena, el profesor Georges Dieulafoy, su Presidente de Tesis, autor del tratado de patología que era lectura obligada para los estudiantes a fines del siglo XIX y principios del XX, dio su aprobación a ella, observando su desacuerdo con la posibilidad de que en el interior de Colombia se presentara la fiebre amarilla, enfermedad cuya aparición por entonces la academia circunscribía a las ciudades costaneras.

Medio siglo después el descubrimiento de la forma selvática de la fiebre amarilla daría la razón al criterio clínico de Carlos Esguerra.

Algo similar sucedió con su planteamiento sobre la coexistencia en Bogotá de dos enfermedades diferentes, la fiebre tifoidea y el tifo exantemático (o negro), en contradicción con otro notable clínico que sostenía que ambas eran una misma e igual enfermedad. Los estudios de Luis Patiño Camargo confirmaron la razón que tuvo el doctor Esguerra.

Regresó a la patria. Contrajo matrimonio con doña Carlina Gómez, quien fue apoyo decisivo en sus empresas y madre de los después directivos de la Clínica y Miembros de la Academia de Medicina Alfonso y Gonzalo Esguerra y de Paulina, desaparecida en plena juventud, cuya bella sombra tutelar perdura como una leyenda en la Clínica.

Realizó una provechosa labor científica, fue profesor de patología interna y Rector de la Facultad. Ingresó a la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales, fundada en el año 1873, que se convertiría, por la Ley 71 de 1890 en Academia Nacional de Medicina en cuya inauguración, a la que asistió el Presidente de la República don Carlos Holguín, pronunció el discurso de orden titulado Los hechos culminantes de la medicina en los últimos veinte años.

Tomó parte en el 1er Congreso Médico de 1893 y dirigió la Revista Médica de Bogotá, órgano de la Academia, durante cuatro años.

Instaló su consultorio en la casa quinta de Marly y comenzó a cristalizar su idea de fundar una Casa de Salud para dar servicios a pacientes, organizada en forma privada de modo similar a las establecidas en Europa y en Estados Unidos, lo que constituyó una novedad pues la atención médica se prestaba entonces en forma gratuita y como manifestación de caridad en los establecimientos hospitalarios, sin que el beneficiario se responsabilizara ni contribuyera económicamente a este fin.

Dicha idea era revolucionaria. Se trataba de cambiar costumbres centenarias arraigadas en la gente y que si bien eran reflejo de pensamientos altruistas y de impulsos laudables de solidaridad social, no siempre dieron resultados óptimos y la regla fue más bien la de que los hospitales sobrevivían difícilmente al vaivén de altibajos económicos y amargos efugios.

Educar al individuo para que se responsabilizara para cuidar su salud y la de su familia: sobre esta base se fundó la Clínica y esta fue la contribución de Carlos Esguerra

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