Editorial: Paradigmas y Dilemas de la Medicina, Ley 30 de 1992 y Educación Médica

Otro aspecto de preocupación principal para la Academia Nacional de Medicina es el de la educación médica.

La “teoría médica formal” y la dimensión del conocimiento médico, son las dos fuerzas que tradicionalmente han determinado los patrones de la práctica profesional, y el conocimiento médico se refleja en la organización de la atención de la salud. Ahora, cuando una rígida teoría económica produce cambios profundos en los patrones de la práctica profesional, la carencia por parte de los médicos de conocimientos en economía de la salud, administración y gerencia, ha resultado en que tales cambios se impongan desde fuera del sector médico, por planificadores y administradores que están muy distantes de la dimensión social y científica de la medicina, y todavía más de su compromiso humanitario. Urge introducir modificaciones sustanciales en los planes de estudio de las facultades de medicina, orientados a ampliar el conocimiento médico con un nuevo gran componente de economía, administración y gerencia, y así lo plantea el modelo de currículo médico que estudia la Comisión de Educación.

La medicina es una profesión, una actividad intelectual, no un oficio. La educación médica es verdadera educación, y no simple capacitación, o, como se dice en el lenguaje común, “entrenamiento”. Hay que establecer una distinción muy clara entre educación y capacitación. La educación, que es proceso formativo del intelecto y de la personalidad, sólo es posible en un ambiente de erudición, de investigación y de creación del conocimiento. La capacitación es adiestramiento, adquisición de habilidades especiales, es aprendizaje vocacional para el desempeño de un oficio. Por medio de la educación se forman profesionales, que son personas cultivadas, ciudadanos integrales. La capacitación aporta habilidades para el desempeño de tareas y oficios específicos.

Urge retener los valores esenciales preconizados por Abraham Flexner, creando un proceso en el cual el humanismo sea el producto de la educación médica y no simplemente una cualidad que se halle accidentalmente en algunos de los graduados (Kelly 1997; Patiño 1993b, 1998b).

Se propone una mayor universalización de la educación médica mediante la ampliación del conocimiento, con una base más extensa y profunda de humanidades, bioética y de las ciencias sociales relativas a economía, administración y gerencia, a través de un nuevo curriculum, de gran flexibilidad, que represente una verdadera reforma de la facultad de medicina, y que permita al estudiante realizar la carrera en un tiempo más corto y en forma más acorde con sus intereses y capacidades.

Finalmente, se hace énfasis en la responsabilidad social de la facultad de medicina en términos de su capacidad y obligación de rendir cuentas ante la sociedad.

El surgimiento de una “tercera cultura”, entendida como la adquisición de conocimientos por la población general, es en gran parte el resultado de la revolución y el avance de las tecnologías de la comunicación y la información (Alonso 1996), lo cual permite hoy una difusión más formal del conocimiento y la educación a distancia, la tele-educación.

Con todas sus ventajas y su creciente inserción social, la informática, utilizada para tele-educación (o educación a distancia, lo que algunos llaman la “universidad virtual”) no suplanta a los grandes centros de erudición, ni a las universidades como instituciones creadoras de conocimiento y formadoras de personas cultivadas, ni a los docentes íntegros con su ejemplo de vida.

La “universidad virtual” no es una universidad. Es un instrumento, el de la “educación a distancia”, para transmitir conocimiento. El estudiante virtual, o sea el que no tiene presencia física en el campus, nunca recibirá el beneficio de la vivencia física y espiritual en ese medio académico y de investigación científica que debe ser un centro de investigación y de erudición.

La masificación de la educación y la “desregulación” que estableció la Ley 30 de diciembre 28 de 1992, añaden razones de preocupación por la calidad de la educación médica. A las reconocidas deficiencias con que llega el estudiante que accede a la educación superior y, específicamente, a la educación médica, se suma el que hoy el estudiante mira la educación como un producto que debe adquirir a un elevado costo, pero al cual tiene un derecho innato. El estudiante desarrolla una actitud de consumidor y busca tal producto no tanto como oportunidad de erudición y superación intelectual, sino como el medio para mejores oportunidades de empleo y ascenso social.

En Colombia el número de facultades de medicina es excesivo y, en general, de baja calidad, y ahora el número de aspirantes a la carrera disminuye, lo cual se traduce en admisión indiscriminada. En el pasado ingresar a la carrera médica era difícil y sólo los mejores estudiantes lo lograban; ahora muchas de las nuevas facultades de medicina son de puertas abiertas. La Academia Nacional de Medicina apoya y aplaude la importante labor que desarrollan el Ministerio de Educación y la Asociación Colombiana de Facultades de Medicina en pro de la superación de los planes de estudio y el mantenimiento de la excelencia académica, y ha colaborado activamente con el Consejo Nacional de Acreditación en el importante proceso de evaluación y acreditación de las facultades de medicina de Colombia.

La Comisión de Educación de la Academia adelanta un trabajo sistemático de estudio del impacto de la Ley 30 de 1992 sobre la educación superior y la educación médica en particular.

Falla muy grave del SGSSS es su visión de túnel, su preocupación exclusiva por la contención de costos y las máximas ganancias. Aun para los más caracterizados exégetas del sistema, para quienes creen que las fuerzas del mercado resolverán los problemas de la atención de la salud, a la cual consideran un producto comercial dentro de su conceptualización de la salud como una industria, no ha sido motivo de preocupación la calidad del mismo. Calidad en medicina y en atención de la salud es una condición que sólo se garantiza con profesionalismo, con idoneidad. Y éstos a su vez dependen del capital intelectual de la medicina, de la solidez del conocimiento médico, que a su vez es producto de una educación médica de excelencia. Es lastimoso registrar el gran despilfarro de cuantiosos recursos en gastos y utilidades corporativas por parte de los intermediarios, públicos y privados, sin que ello cause mayor aspaviento, y al mismo tiempo comprobar que los hospitales carecen de bibliotecas y de los más mínimos recursos de documentación científica, que en su interior no se realiza investigación, que no hay recursos para capacitación ni para educación continuada.

En esta época de profundos cambios estructurales de la medicina, ocasionados principalmente por el poder de los grandes compradores de servicios, por el continuado avance de la tecnología, por las tenues diferencias entre salud y medicina y por la ética del control de la biología y la genética (Morrison & Smith 1994), corresponde a la Academia defender los valores fundamentales y el capital intelectual de la medicina, no con un criterio gremial, sino como una obligación moral y porque estos son los factores determinantes de la calidad de la atención.

Papel de la Academia Nacional de Medicina

La Academia Nacional de Medicina entiende plenamente su papel y reconoce la enorme responsabilidad que posee, y por ello convoca la colaboración de todos para enfrentar con energía una batalla que se perfila dura y revestida de injusticia, pero que, con el apoyo de la sociedad a la cual se debe, se habrá de librar con éxito.

Al tiempo que reconoce la necesidad de acelerar cambios que hagan más eficiente y adecuada la estructura de los servicios de salud frente a las realidades sociales y económicas, no puede aceptar el reemplazo de los valores profesionales por los valores del mercado ni la conversión de la atención de la salud en un negocio.

La Academia se compromete, porque tal es su mandato, a defender los valores de la medicina como profesión y como ciencia sobre una maltratada pero aun no extinta ética centrada en el paciente.

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