Editorial: Doctor Carlos Lleras Restrepo

-Sesión del día 14 de abril de 1988-

Oración institucional pronunciada por el expresidente de la República doctor Carlos Lleras Restrepo.

Esta Academia me ha conferido el honor de pronunciar hoy, cuando el doctor Jorge Cavelier Gaviria toma posesión del cargo de presidente, la “Oración institucional” que tradicionalmente acompaña el relevo en la dirección de esta institución ilustre.

Llega a la presidencia de la Academia el doctor Cavelier con méritos que justifican ampliamente esa designación.

Sus estudios en el campo de la urología, con la introducción de nuevas técnicas quirúrgicas, y los referentes al cáncer de la próstata han mostrado su capacidad de investigador y de su consagración y competencia en la organización de la asistencia médica ha dado pruebas como jefe de servicio y luego director científico del hospital de “La Samaritana”, en cuya creación participó de manera decisiva su ilustre padre, como miembro de la directiva del Fondo Nacional Hospitalario y como director de la Clínica Marly, desde hace varios años.

No puedo menos de recordar con emoción que entre quienes han precedido al doctor Cavelier Gaviria en la presidencia de esta Academia figura Federico Lleras Acosta.

El 3 de septiembre de 1936, día en que el presidente Alfonso López Pumarejo condecoró con la Cruz de Boyacá a esta Corporación, mi padre sucedió en su presidencia al doctor Rafael Ucrós, al completar 26 años de haber participado en sus trabajos como muy activo miembro.

Las memorias dirigidas a ella sobre la inspección de las carnes, el carbón sintomático, la fiebre puerperal, la tuberculosis, el agua en Bogotá, la fiebre bubónica y las investigaciones sobre lepra en las cuales trabajaba entonces, con heroica tenacidad, merecieron de parte del presidente López Pumarejo palabras de reconocimiento que para mí son inolvidables.

El doctor Jorge E. Cavelier fue designado por esta Academia para llevar la palabra en las exequias de Federico Lleras y a lo que fue la vida de éste se han referido en discursos que en estos días he releído, con la emoción que cabe suponer, los académicos doctores Miguel Jiménez López, Juan N. Corpas y Guillermo Rueda Montaña.

Fue el doctor Jorge E. Cavelier fidelísimo amigo de mi padre. Como a muchos otros ilustres profesionales de la medicina lo conocí en el laboratorio y pude ver cómo, en diferentes ocasiones, prestó su ayuda para aliviar la dura tarea cotidiana. (Lea: Revista de Medicina: Comité Editor, Volumen 19)

Pienso que el recuerdo de estos viejos vínculos ha influido en el ánimo de quienes me han designado para el honroso encargo de disertar sobre un tema académico, en la misma sesión en que su hijo asciende a la presidencia de la Corporación. Reciban ellos la expresión de mi gratitud, la más sincera.

Hay en el hombre una tendencia innata a indagar la naturaleza de las cosas, comenzando por la de sí mismo, por la de su cuerpo y su alma, y a transmitir a otros la idea que sobre ella se ha formado. Es lo que movió a Platón, vendido como esclavo, tras su estancia en Sicilia, felizmente rescatado y de regreso a Atenas, a fundar allí una escuela de filosofía, la Academia.

Durante cuarenta años, en jardines situados a las puertas de Atenas, se desarrollaron los Diálogos, que escritos luego con soberana maestría son hoy por todos considerados como una obra inmortal. El que a lo largo de siglos el nombre de “Academia” haya conservado tanto prestigio se debe al recuerdo de lo que fue la prodigíosa actividad intelectual de Platón, adelantada con discípulos tan ilustres como Aristóteles, Xénocratas, y Eudoxio de Cnide.

Maurice Croiset nos dice cómo, en un medio de esa naturaleza, la actividad intelectual tenía que ser muy viva. A las exposiciones de los maestros seguían necesariamente discusiones de donde brotaban ideas nuevas.

Las materias difíciles se volvían a discutir a menudo en entrevistas múltiples y prolongadas. Añade Croiset que si los Diálogos compuestos entonces por Platón no nos dan de esas discusiones una imagen absolutamente exacta, lo que era imposible, pueden al menos ayudarnos a imaginar lo que debieron ser las reuniones de la “Academia”.

Entre los Diálogos de Platón los que tocaron temas relativos al conocimiento del cuerpo humano y de la medicina son principalmente “El Timeo” y “Critias”. Ambos tuvieron en la formación del pensamiento occidental un influjo notable.

Albert Rivaud, quien ha restituido el texto y lo ha comentado con singular presentación, nos dice que en lo que toca a la parte biológica y médica del “Timeo” hay numerosos puntos de contacto entre las doctrinas expuestas por Platón y las que encontramos no solamente en Alcmeón sino también en las partes más antiguas de la colección hipocrática. Vn ejemplo de ello es lo que Platón dice respecto a los órganos de los sentidos.

“El Timeo” y “Critias” son obras extrañas y fascinadoras. Es en ellas que hallamos la descripción de la desaparecida Atlántida. Si existió o no esa tierra es cosa que aún se discute. De las ideas sobre” el alma del mundo” pasa el filósofo al estudio de los cuerpos vivientes y es en éstas páginas donde encontramos las discusiones sobre la anatomía, la fisiología, los grandes vasos sanguíneos, la respiración, la nutrición, el mecanismo de la respiración y de la digestión.

Con ideas falsas, y que, sin embargo, constituyen un esbozo de teorías que resulta interesante comparar con otras contemporáneas y con la evolución posterior. Rivaud nos advierte que toda esa anatomía y toda esa fisiología son diferentes de las que encontramos en las colecciones hipocráticas yen Aristóteles.

De una manera general, añade, los conocimientos anatómicos de Platón aparecen muy imperfectos, mucho menos exactos y precisos que los de los médicos, sus contemporáneos, y de otros que lo habían precedido.

No se orientaron la anatomía, la fisiología ni el arte de cuidar por las enseñanzas de Platón. Hipócrates separó la medicina de la filosofía y de la tutela sacerdotal, como nos lo recuerda Dumesníl en un hermoso libro.

Practicó aquella disciplina en Grecia y en otras regiones del mundo antiguo y dejó una extraordinaria cantidad de escritos. “La vida es breve, el arte es largo, la ocasión fugitiva, la experiencia incierta, el juicio difícil” es el aforismo que encierra toda su doctrina. Su juramento sobre los deberes del médico tiene una severa belleza.

Entre el inmenso caudal que son los escritos de Aristóteles, se encuentran los pequeños tratados de Historia Natural donde se plantean las relaciones entre el médico y el naturalista. No debió ser extraño a esa concepción el hecho de que nuestra Academia de Medicina se denominara primeramente y de hecho lo fuera Academia de Medicina y Ciencias Naturales, que siguió la ruta trazada por Mutis, médico y naturalista.

Los temas que planteó Aristóteles en sus pequeños tratados muestran hasta qué punto ahondó él en la indagación sobre el ser humano: “De la memoria y de la reminiscencia”, “Del sueño y de la vigilia”, de” Los sueños”, de” La adivinación en el sueño”, de quien dice el filósofo que no es fácil ni desdeñarla ni creer en ella; “De la longevidad y de la brevedad de la vida”, “De la juventud y de la vejez” y “De la vida y la muerte y la respiración”.

Los pequeños tratados terminan con una reafirmación de lo enunciado al principio para justificarlos. “En cuanto a la salud y a la enfermedad, corresponde no solamente al médico sino también al naturalista explicar sus causas hasta un  cierto punto.

En qué se diferencian y cómo se observan las diferencias, es lo que no debe dejarse pasar inadvertido, porque los hechos prueban que estos estudios son limítrofes: entre los médicos, todos los que son distinguidos y laboriosos hablan de la naturaleza y juzgan bueno sacar de ella sus principios, al paso que entre los que se ocupan de la naturaleza, los más instruidos llegan casi a los principios de la medicina”.

Por un tiempo largo, desaparecida la Academia, la ciencia médica no gozó de las ventajas que suele traer consigo la discusión colectiva, la crítica, el trabajo en común. Tal vez fue la ausencia de Academias lo que facilitó la deformación por musulmanes y cristianos de la obra monumental de Aristóteles.

Pero no faltaron maestros continuadores de Hipócrates que fundaron escuelas cuya benéfica tarea recuerdan los historiadores. Erasistrato y Hérophilo fueron considerados como los verdaderos continuadores de Hipócrates.

El periodo alejandrino, en el cual ya se registra la práctica de audaces operaciones quirúrgicas, fruto de los avances en el estudio de la anatomía, es seguido por un periodo de decadencia Es la época de la superstición, del ocultismo, de la magia Sólo unos pocos nombres, como el de Soranus, y luego el de Ce1socon su “Arte Médica” que ha dejado preciosas informaciones sobre la farmacología grecorromana, escapan a ese ambiente.

Viene después el largo dominio de las teorías y prácticas de Galeno, maestro de la ciencia médica hasta el siglo XVIII, a pesar de que, como anota Dumesnil, sus métodos reposaban sobre una fisiología y una patología puramente imaginarias.

Después de Galeno la medicina antigua entra en una etapa de decadencia y de superstición. No registra la historia ni la existencia de escuelas organizadas ni la actividad de Academias. La historia de la medicina árabe, que tiene innegable interés, tampoco permite hablar de la cooperación de sus maestros para un trabajo colectivo que buscara la conservación de la salubridad pública o para emitir juicio sobre los logros individuales de los más estudiosos.

El nacimiento de verdaderas escuelas médicas sí llevaría con el tiempo a la creación de Academias. Bien sabido es la gran actividad de la llamada “Escuela de Salerno”, cercana a Monte Casino y no es lógico pensar que la convivencia en Salerno no diera lugar a una cierta especie de investigación y de trabajo colectivo, aunque Dumesnil no advierta que había más verdad en los consejos que se daban los salernitanos para su conducta interior que en los terapéuticos prescritos a sus pacientes.

No sé si los métodos propios de la Academia, los Diálogos platónicos, se perpetuaron en las Escuelas de Medicina. La más importante, durante muchos siglos fue la de Montpellier, cuyo influjo se hizo sentir incluso en nuestro país, a comienzos del presente siglo.

El alojamiento de los estudiantes en colegios fue práctica que de Montpellier, donde se hizo célebre el Colegio de los Doce Médicos, se extendió a París, Oxford, Cambridge, Bolonia.  El influjo de la medicina árabe se hizo sentir también en esas universidades.

Pero no es mi propósito el de detenerme sobre la historia de la ciencia médica ni sobre las instituciones y los nombres que se relacionan con ellas. Simplemente he querido reseñar el papel fructífero de la asociación, del trabajo conjunto y de la confrontación de concepciones y experiencias que se cumple en las Academias.

Un acontecimiento memorable en la historia de la medicina, en momentos en que el espíritu de observación y la experimentación florecían y marcaban avances considerables, fue la creación, en 1635,  por Guy de la Brosse, médico de Luis XIII, del Jardín del Rey. Dumesníl nos dice que fue allí donde se fortificó en Francia la observación y el estudio de las ciencias naturales, de la anatomía comparada y de la botánica, tan indispensables a la medicina.

En 1666 Colbert funda la Academia de Ciencias y los médicos y cirujanos hallan allí puesto, aliado de otros sabios “cuya vecindad no es inútil al desarrollo de su arte”. Puede decirse, pienso yo, que la “Academia” como institución impulsadora de la ciencia médica, nació con los Diálogos inmortales de Platón y resurgió en el Jardín del Rey. De allí salió la publicación efímera del “Diario de los nuevos descubrimientos sobre todas las partes de la medicina” del cirujano del Rey, Nicolás de Blégny.

Pero fue en realidad Chirac, médico de Luis XV, quien se detuvo más concretamente sobre el proyecto de fundar una Academia de Medicina cuyo papel habría de ser el de reunir las observaciones recogidas en todos los hospitales de la provincia y permitir así a los médicos sacar enseñanzas provechosas para el avance de la ciencia. Chirac no alcanzó a realizar su proyecto que vendría a ejecutarse más tarde.

Retrocediendo en el tiempo hay que recordar que se dio el nombre de Academia al Museo de Alejandría, fundado a comienzos del siglo III antes de Jesucristo. Los más famosos hombres de Grecia y del Oriente se reunían allí y fue ese el núcleo de la famosa biblioteca.

La idea de Chirac se transformó con el tiempo. Funcionaron en Francia la Academia Real de Cirugía y la Sociedad Real de Medicina que en 1820 se transformaron en la Academia de Medicina. En Austria y Alemania nacieron desde los siglos XVII y XVIII Academias de Medicina. No es el caso de que me detenga a recitar la historia de su fundación y sus transformaciones.

Hay una circunstancia ciertamente afortunada en la historia de la medicina en Colombia: la de que el Sabio José Celestino Mutis fuera a la vez médico y naturalista. Como Aristóteles que destinó muchas páginas de sus Tratados de Historia Natural a estudiar y describir el desarrollo de los vegetales, el papel del corazón en los animales y otros temas semejantes.

Mutis, el médico, relacionaba en el adelanto de sus trabajos la descripción del medio con su influjo sobre el hombre, lo que la naturaleza ofrecía de aprovechable para el bienestar y la salud de éste y lo que le era nocivo. Bajo el influjo de Mutis, el sabio Caldas escribió su famosa memoria: “El influjo del clima sobre los seres organizados”.

La formación del herbario fue empresa que demandó trabajo abrumador y conocimientos botánicos de excepción. No es extraño, pues, que se llamara’ ‘Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales” la que se creó en enero de 1873. El cambio de ese nombre por  el de “Academia Nacional de Medicina”, que se cumplió por la aplicación de la Ley 71 de 1890, no rompió la tradición naturalista.

Son numerosos los estudios que se han recibido en esta Academia sobre la patología propia de diversos climas y regiones, sobre enfermedades cuya transmisión se ve favorecida por las condiciones peculiares de ciertos medios.

Pero me parece inútil repetir cosas que ha expuesto en su discurso, con conocimiento minucioso el doctor Pablo Gómez Martínez. Por razón de la participación que en algunas de ellas tuvo mi padre, como en la lucha contra la fiebre bubónica, el problema de las aguas de Bogotá y otras, supe lo que significó el papel de la Academia.

La necesidad de luchar contra la enfermedad de Carrión, que el señor doctor Gómez ha mencionado, hizo posible, con fundamento en el estudio de un ilustre colombiano, el doctor Luis Patiño Camargo, impulsar el mejoramiento de la vivienda rural.

El que una gran mayoría de los que puedo calificar como mis mejores amigos sean precisamente médicos, me ha permitido adquirir una relativa familiaridad con los problemas de la asistencia médica y los del saneamiento ambiental, y puedo apreciar lo que ha significado la acción de la Academia y lo que ella puede seguir haciendo como entidad consultora del Gobierno.

Un ejemplo que debería tenerse siempre presente lo dio el doctor Alfonso López Pumarejo cuando iba a iniciarse su primera administración. Pidió él a la Academia que realizara un estudio sobre lo que debería hacerse en el campo de la higiene y la asistencia médica. Fue ejemplar entonces la actuación de este cuerpo que se apresuró a nombrar comisiones de indiscutible competencia para cumplir con lo que de ella se solicitaba.

Dichas comisiones trabajaron con celeridad y rindieron informes parciales. El de conjunto presentó planes y recomendaciones en cuya realización el país ha venido avanzando pero donde todavía resta mucho por hacer. Me parece que reviste interés el que nos detengamos siquiera sobre algunos puntos.

Con acierto indiscutible esta Academia pidió la expedición de leyes sobre paternidad responsable y el cuidado de la mujer embarazada. Ustedes saben, señores académicos, cuánto se ha trabajado no sólo en la expedición de normas sino en la tarea, mucho más compleja, de darles efectiva vigencia.

Ahora mismo se estudian posibles modificaciones a la legislación vigente, y el país ha hecho esfuerzos importantes sobre todo en tres campos: el de la vacunación masiva de la población infantil, el del mejoramiento de la dieta alimentaria para las madres lactantes y los niños en edad pre-escolar y escolar, y el voluntario control sobre el crecimiento demográfico.

La cooperación de la comunidad resulta en todo caso irremplazable y quienes hemos seguido con cuidado el éxito de las campañas de vacunación, la actividad de Profamilia y la del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, vemos que hay ya rutas trazadas acordes con las preocupaciones que desde 1934 expresó la Academia y con otros problemas surgidos de la evolución del país.

Una de esas preocupaciones, que ha sido también la mía desde hace muchos años, es la relacionada con las condiciones de la habitación tanto en el campo como en la ciudad. Se la señaló como la necesidad de impedir la propagación de la enfermedad de Carrión y fue, repito, una de las actividades del Instituto de Crédito Territorial en su primera etapa.

La Academia, anteriormente, en su informe para el presidente López había llamado la atención principalmente sobre la propagación del tifo.  El problema del mejoramiento de las viviendas sigue vivo tanto para la parte rural como para la urbana del país.

En el campo está ligado a difíciles cuestiones de asentamiento de la población dispersa que apenas comenzaron a estudiarse en la primera etapa de actividades del Instituto Colombiano de la Reforma Agraria.

En las ciudades se registra un crecimiento desordenado al cual no se le ha hecho frente con una verdadera política urbanística que se trató de implantar en el pasado y que ahora se quiere reviviro las fallas de tipo urbanístico se traducen, naturalmente, en dificultad para la prestación de los servicios públicos, tan estrechamente ligados a los problemas de higiene que esta Academia señaló con vigor, como recordé hace pocos minutos.

Los anales de la Academia registran muchas actividades suyas en relación con la dotación de agua potable y la disposición de las aguas negras. Algún estudio de mi padre sobre el agua para Bogotá reposa en los archivos de esta Corporación, y recuerdo cuánto tuvo que luchar él para la introducción del cloro en el tratamiento del agua.

Yo lamento que la organización inicial del Fondo de Fomento Municipal se hubiera deformado y he recibido con esperanza las providencias oficiales, todavía incompletas, sobre el papel del Gobierno Central y el de las municipalidades en la construcción o ampliación de acueductos y alcantarillados.

La falta de agua potable, incluso en ciudades cercanas a nuestros grandes ríos, y la contaminación fluvial figuran hoy entre los grandes problemas de la higiene en Colombia. La falta de una razonable política urbana los multiplica, al paso que la construcción de acueductos rurales aparece cada vez más imperiosa.

He pasado a la ligera sobre los grandes problemas de sanidad y prevención con respecto a los cuales la Academia puede y debe ser el mejor consejero de los Gobiernos nacional,  departamentales y municipales. Podrían citarse otros que ameritan una cuidadosa investigación.

Por ejemplo, el de las vicisitudes que ha tenido la campaña antimalárica. Pero yo no soy más que un profano a quien su carrera pública, por una parte, y por otra la de haber crecido y vivido literalmente rodeado de médicos, le llevaron a ocuparse de buscar solución a los problemas de salubridad pública y también a ‘los de asistencia médica sobre los cuales haré hoy algunas consideraciones.

Resulta casi inútil subrayar la importancia que concedo a la Academia Nacional de Medicina en la tarea de consolidar y mejorar las medidas que constituyen en su conjunto una verdadera política de higiene, como cuestión central, hallado de la política de asistencia médica y hospitalaria, de la gran política social que Colombia necesita.

He abrigado esta convicción desde hace mucho tiempo y quiero dar gracias a la Academia por haberme ofrecido la oportunidad de expresarla ante quienes representan de manera tan destacada a la ciencia y la práctica médica en Colombia.

Si pasamos del campo de la higiene y salubridad en el cual la Academia, como entidad consultiva del Gobierno ha jugado y tiene que seguir jugando un papel de la mayor importancia, nos encontramos con que también a ella se le ha demandado consejo sobre cuestiones atinentes al seguro social y a la asistencia pública. En ambos campos se presentan, halIado de lo relacionado con los costos lo atinente a la organización del servicio.

El país ha hecho un prolongado esfuerzo para dotar a sus diversas regiones de hospitales y puestos de salud. La creación del Fondo Nacional Hospitalario representó un paso importante en el aspecto financiero en cuanto a las construcciones y la dotación.

Luego las normas dictadas sobre Servicio Nacional de Salud buscaron mejorar la atención médica y hospitalaria, hacerla más accesible a la población y aprovechar de la mejor manera los recursos materiales y humanos existentes.

La asistencia pública, tal como la entiende nuestra Constitución, es función del Estado. La seguridad social en cuanto a accidentes y enfermedades profesionales, y en cuanto a enfermedades, invalidez, vejez y muerte, debe costearse por los empleadores, los asalariados y el Estado.

Este no ha cumplido con la entrega de todos los aportes a que está obligado; pero el hecho de que una gran porción de las reservas se haya invertido en bonos de valor constante, que cuentan con el respaldo del Estado, tiene para la situación financiera del Instituto de los Seguros Sociales una importancia trascendental.

Hace algún tiempo emprendimos en la “Fundación para la Educación Superior y el Desarrollo” un estudio de los aspectos actuariales y financieros del Instituto de Seguros Sociales. En esa tarea contamos con la cooperación del Banco de la República y, naturalmente, con la del personal del Seguro Social.

No pude seguir de cerca el avance del estudio ni cómo se ha reflejado en la política financiera del Instituto de Seguros Sociales. En cuanto  al aspecto de la manera como el Seguro presta el servicio directamente o por medio de contratos con clínicas particulares, se han registrado muchas controversias.

En el funcionamiento de la relación paciente-médico, sobre todo en los casos de atención ambulatoria, el Seguro Social, hasta donde yo sé, no ha podido llegar a soluciones satisfactorias. Falta mucho por hacer también para armonizar la prestación de servicios del Seguro con el funcionamiento del Sistema Nacional de Salud.

El Seguro Social en Colombia contemplará en el futuro, sin duda alguna, problemas financieros y de organización de servicios, como está sucediendo en muchos países. Por fortuna, el seguro organizado por empresas privadas, que tienen o no móvil económico, está ofreciendo efectiva ayuda adicional.

Algunos aspectos del Seguro Social podrían ganar mucho al utilizar la cooperación de la Academia; el campo donde hoy se presentan los mayores problemas es el de la asistencia pública, función del Estado, como dije antes.

La escasez de los recursos que se destinan a los hospitales denominados, con un anacronismo, “de caridad”, es objeto de constantes protestas. Creo que se justifica una gran encuesta nacional, para cuyo adelanto la Academia podría prestar su colaboración al Gobierno Central, con el objeto de que se conozcan bien las deficiencias y se busque la manera de que Nación, Departamentos y Municipios contribuyan adecuadamente a prestar la asistencia que nuestra Constitución señala ser función del Estado.

El cumplimiento satisfactorio de mandato constitucional es, tiene que ser, otra de las características de la gran política social que el país quiere ver en ejecución acelerada.

Me doy buena cuenta, y los antecedentes históricos que cité al comienzo de esta disertación, me confirman en ello, de que el fomento de la investigación científica es, pese a la urgencia que tienen otros deberes de esta entidad consultiva del Gobierno, y tiene que seguir siendo, como lo ha sido en el pasado, su principal preocupación.

Aquí han enviado sus trabajos y rendido sus informes, a lo largo de muchos años, los miembros de nuestro cuerpo médico, y como ocurría en la Academia de Platón, de la meditación y de los diálogos han surgido conclusiones valederas, aportes a la cultura científica de consecuencias prácticas.

Hoy se han multiplicado, es verdad, los congresos médicos, unos que cubren amplia gama de cuestiones científicas, otros enderezados a  familiarizar a nuestro cuerpo médico con ciertos problemas específicos y con avances técnicos.

Nunca como ahora el cuerpo médico colombiano ha tenido más facilidad de acceso al conocimiento de los avances que se realizan en otros países y al rico tesoro de sus bibliotecas. Los resultados que a todos nos enorgullecen están a la vista.

Pero la Academia donde los filósofos se interrogaban sobre el cuerpo y el alma e iban forjando lentamente sus teorías y destapando velos o formulando hipótesis debería seguir siendo el gran motor del avance científico. Por lo menos, el centro a donde los investigadores hagan llegar el resultado de sus laboriosas tareas.

Señor presidente de la Academia Nacional de Medicina: por su digno conducto quiero expresar conmovidos agradecimientos a quienes me han brindado el grande honor de hablar ante ella. Veo aquí los rostros de muchos amigos, algunos de los cuales han pasado con honra por la Presidencia y reciben hoy el símbolo que acredita sus actividades.

En los momentos en que se abre la etapa final de una existencia de donde nunca estuvieron ausentes las preocupaciones a que me he referido hoy, se me ha dado una gran oportunidad con la cual no soñé nunca. Y esa oportunidad está doblada por la satisfacción de ver cómo se reconocen los méritos de personas cuyos vínculos con el académico Federico Lleras Acosta nacieron hace muchos años.

Señor doctor Cavelier, señores académicos: para bien de Colombia deseo que esta Academia Nacional de Medicina siga trabajando con el empeño de sus mejores horas.

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