Doctor Luis Zea Uribe
El doctor Zea Uribe nació en Titiribí, Antioquia, el 29 de agosto de 1872.
Fue primogénito en el hogar formado por don Aureliano Zea Arango y doña Paulina Uribe Toro, del cual nacieron veintidós hijos y sobrevivieron solamente nueve.
Al igual que el doctor Emilio Robledo, sus primeros años transcurrieron en el campo, en su tierra natal. Y guardó de ellos amables recuerdos que puso en palabras de la siguiente manera: “Pero el hecho es que nací en una mina. Entre oro, jaguas, piritas, socavones, frentes y respaldos.
Me fueron familiares desde la primera infancia los tecnicismos de la geología, escuchados ellos de labios de mineros prácticos venidos de Europa a las empresas del señor Felipe Augusto Adolfo, conde de Ghaisne y de Bourmont. Parte de las cuales estuvo por largo tiempo a cargo de mi padre. Y a los nueve años de edad yo era un hombrecillo capaz de señalar sobre el terreno la dirección aproximada que tenían los profundos filones metalíferos de la mina de “El Zancudo”. Porque yo mismo me metía en las profundas galerías provisto del decámetro y de la brújula. Para resolver precozmente esos, al parecer arduos problemas, que hacían arrugar el entrecejo a los trabajadores veteranos.
Pasando por la natural gradación que sigue en tal clase llegué a ser carretero con cinco reales de jornada y a los once años de edad. Cuando aun no me había puesto los primeros zapatos, dejé para siempre esas empresas. Pero ya el oficio mío había cambiado. Pues me estaba ganando como cortador de oro en el molino del Creso, en los afamados Chorros, la para mí enorme cantidad de doce reales por día…..
Esa vida de entonces, que guardo con hondo cariño dentro de mi propio ser, determinó mi afición por todo lo que se refiere al estudio de la corteza terrestre y de los problemas que con ellos se tocan.
Y el afán de buscar la verdad en todas direcciones, que ha sido el hilo de fuerza de mi oscura y combativa existencia”. (L. Zea Uribe. Cit. por Germán Zea, “Selección de Discursos y escritos varios”. 1987).
Quizás estas aficiones del doctor Zea Uribe se vieron estimuladas también por el hecho de que su tío tatarabuelo, don Francisco Antonio Zea, había sido como insigne naturalista, director del Jardín Botánico de Madrid, y había sido escogido después por don José Celestino Mutis para reemplazar al doctor Eloy Valenzuela y ser su segundo en la dirección de la Expedición Botánica. Cuando ésta, por determinación del Virrey Ezpeleta. Había pasado de su sede de Mariquita a la ciudad de Santafé. Testimonio de ese interés siempre vivo de Zea Uribe por las ciencias naturales son los abundantes libros sobre geología, botánica y zoología, que estudió y señaló con notas al margen, algunos de los cuales forman parte en la actualidad de mi biblioteca particular.
En esos tiempos, el Estado Soberano de Antioquia al que pertenecía Titiribí, estaba gobernado por el general Pedro Justo Berrío y era, por lo tanto, un Estado conservador, católico, apostólico y romano. En 1877, como consecuencia de haber perdido la guerra civil contra las autoridades nacionales, el Estado de Antioquia había sido radicalizado por completo y en 1885 intervino junto con otros Estados Soberanos contra el Gobierno de Rafael Núñez. La derrota les llevó a “ser testigos impotentes de la Reforma Política con base en la Constitución de 1886”, como lo señala el historiador Humberto Cáceres en un estudio inédito sobre la familia de Zea Uribe.
Inició el doctor Zea sus estudios de bachillerato en el colegio estatal de Medellín:
Incorporado por entonces a la Universidad de Antioquia y los terminó en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario de Bogotá que comenzaba a dirigir Monseñor Rafael María Carrasquilla. Siendo acudiente suyo uno de sus cercanos parientes por el lado materno, don Francisco José de Toro.
Ingresó luego, en 1882, a la Facultad de Medicina, regentada por el doctor Liborio Zerda, en la cual fue discípulo de algunos de los más importantes médicos de la época. Tales como Juan David Herrrera, Liborio Zerda, Carlos Esguerra, José María Lombana Barreneche, Josué Gómez, Abraham Aparicio, Leoncio Barreto, Luis Cuervo Márquez y José María Buendía. Entre sus cientonoventa condiscípulos de la Facultad de Medicina, sobresalieron personalidades de la talla de Pompilio Martínez, Zoilo Cuéllar Durán, Rafael Ucrós, Julio Manrique, Roberto Franco, Jorge Vargas Suárez y Miguel Jiménez López, para mencionar sólo unos cuantos.
Fue un estudiante brillante dotado de excelente memoria, buena capacidad de crítica y expresión fluida tanto en la palabra hablada como en la escrita. Constante en sus propósitos y consagrado por igual a sus estudios médicos y al de las ciencias naturales en los cuales predominaba por entonces la influencia francesa, como lo hemos señalado anteriormente.
Quiso hacer su tesis de grado sobre el Hipnotismo, por “el deseo que teníamos de exponer y tratar hechos sobre los cuales acumula la ignorancia las más extrañas explicaciones”. Pero surgieron inesperados inconvenientes que le llevaron más bien a escribir su trabajo de tesis del año de 1897 sobre “El Bacilo de Eberth y el serodiagnóstico de la fiebre tifoidea”. Cuyo mérito residía. Entre otros, en el hecho de ser la primera vez en Sur América que se intentaba hacer el serodiagnóstico de esa enfermedad.
Su tesis fue dedicada a dos excelsas figuras del liberalismo colombiano:
El doctor José María Lombana Barreneche y don Fidel Cano, porque ya para entonces Zea Uribe mostraba alguna inclinación por militar en la política en las filas del partido liberal.
En el prólogo de su tesis, relata, con el estilo que siempre le fue característico, las dificultades que existían para ese tipo de trabajos de investigación en la siguiente forma: “Escribir no es difícil. Y tomar ocho o diez autores. Para comparar y entresacar lo que dicen sobre determinada entidad mórbida, acuñando después esos párrafos, tampoco es cosa que demande graves meditaciones.
Pero eso de irse á comprar alcohol por mayor para encender lamparillas que han de dar cierta cantidad de calor á una estufa inventada aquí. En la cual hace uno sus cultivos. Eso de ponerse noches y días á vigilar la temperatura que varía según la longitud de la llama. El estado del aire y del cielo, etc.. Eso de ir uno en persona á punzar un bazo para hacer siembras, y luego aguardar que se desarrollen cultivos. Eso, nos parece que si no tiene tres bemoles, sí tiene dos por lo menos, aquí en Bogotá”. (L. Zea Uribe. Tesis de grado. 1897).
Agradece en el prólogo a los profesores que lo estimularon a estudiar ese tema y le facilitaron libros y revistas. Y también, con sus nombres. A cada uno de los condiscípulos que le ayudaron a elaborar la tesis, a quienes se refiere diciendo: “Todos ellos viven, se pasean por las calles y son gentes que no pasarán entre el tumulto de la presente generación como holladas aristas de paja”. Y evidentemente, muchos de ellos sobresalieron como brillantes exponentes de la medicina de su generación y como ciudadanos de honor y de valía.
Dos días después de su grado contrajo matrimonio con doña Clorinda Hernández Ospina y emprendió un viaje a Francia con el objeto de perfeccionar y ampliar sus estudios médicos.
Allí fue nombrado Oficial de Instrucción de la Academia de Medicina de París.
Regresó de Europa cuatro años más tarde, en plena guerra de los mil días, y comenzó a dictar la cátedra de Histología a la que renunció casi apenas nombrado por no compartir los criterios del ministro de educación que obligaba a los profesores de medicina a hacer profesión de fe católica, como se relató anteriormente.
El Ministro Casas fundamentaba su orden con varios argumentos: el contenido del artículo 41 de la Constitución de 1886 que decía: “La educación pública será organizada y dirigida en concordancia con la religión católica”. El final del artículo 13 del Concordato con la Santa Sede de 1887 en el que se expresa: “El gobierno impedirá que en las asignaturas literarias, científicas y en general en todos los ramos de la instrucción se propaguen ideas contrarias al dogma católico y al respeto y veneración debidos a la Iglesia”. Y finalmente, en las disposiciones del Concilio plenario celebrado en Roma a las que se hizo referencia anteriormente.
Zea Uribe regresó a formar parte del personal docente de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional en 1904. Cuando fue nombrado profesor de bacteriología y parasitología, lo que lo constituye en uno de los iniciadores de los estudios universitarios adecuados en esas áreas.
En el campo médico, se dedicó Zea Uribe tanto al ejercicio de la profesión como a la docencia y la investigación, lo que lo llevó a estudiar el hematozoario de Laverán, agente productor del Paludismo, que su colega y coterráneo Montoya y Flórez no consideraba como único factor etiológico de las fiebres palúdicas. La demostración clara de Zea Uribe, apoyada por el propio Laverán. Le permitió ocupar un sillón de la Academia Nacional de Medicina.
Publicó numerosas investigaciones sobre temas médicos de interés nacional como:
“La defensa de la Raza”, “La Anquilostomiasis”, “La Fiebre amarilla” y “El tratamiento de la Sífilis”, además de estudios sobre técnicas y procedimientos quirúrgicos, algunos de los cuales, como la hemorroidectomía, fue el primero en realizar en el país, al igual que la nefrectomía llevada a cabo en 1900 en compañía del doctor Luis María Rivas Merizalde. Fue Director Nacional de Higiene, cargo en el cual hizo grandes esfuerzos para defender a sus conciudadanos de la Anemia Tropical y del Alcoholismo.
Los escritos médicos y sanitarios de esa época fructífera de su vida, serán analizados con más detalle en la biografía del doctor Zea Uribe que estoy preparando en la actualidad.
Uno de sus mayores intereses científicos fue la astronomía. Con un excelente telescopio Bouillite, que trajo de París, hizo un estudio sobre la constelación de la Cruz del Sur, por medio del cual, en 1909 ingresó a la Sociedad Astronómica de Francia, presidida por su amigo el célebre astrónomo y escritor espiritualista Camilo Flammarion, quien también lo hizo miembro de la Sociedad Metapsíquica, presidida por el fisiólogo Carlos Richet, cuyo Instituto, dirigido por profesor Gustavo Geley, era el centro de los estudios sobre el Espiritismo que en esos días se llevaban a cabo en París.
El 15 de octubre de 1914, asistió médicamente al general Rafael Uribe Uribe, primo segundo suyo, y escribió el opúsculo titulado “Los últimos momentos del general Uribe Uribe”, en excelente y emocionada prosa, en el cual se describen con detalle las heridas sufridas por el general en el atentado que le costó la vida, y la imposibilidad de la ciencia médica de ese entonces para salvarlo. Es quizás uno de sus más bellos y dolorosos escritos.
Varios años después fue presidente del Concejo de Bogotá y Representante a la Cámara en varias legislaturas:
En una de las cuales hizo la defensa del subsuelo nacional con sólidos argumentos geológicos, para derrotar una propuesta inaceptable presentada en el sentido de vender el subsuelo a naciones extranjeras. Su interés por la política, y en especial por el partido liberal, le llevaron a fundar la Casa Liberal y el Centro Liberal Doctrinario, que presidió hasta su muerte, en donde se estudiaban los postulados liberales de la filosofía y la política. En relación a la política, hacía suyas las palabras de don Francisco Antonio Zea, quien solía decir: “No me interesa gobernar a los hombres pero sí aspiro a tomar parte en la empresa de hacer que se gobiernen bien”.
En el año de 1921, Zea Uribe viajó a Europa con el propósito de publicar su libro “Mirando al Misterio”. Tomó allí parte en las investigaciones que en esa época se realizaban en el Instituto Metapsíquico de París. Bajo la dirección del profesor Geley, sobre la mediumnidad. Los sueños premonitorios, el desdoblamiento de la personalidad y fenómenos análogos, observados y estudiados por científicos y filósofos de todos los credos.
Era Zea Uribe profundamente espiritualista y convencido de la existencia del más allá, y de la posibilidad de comunicarse con los espíritus de personas ya fallecidas. Su libro, francamente revolucionario desde el punto de vista intelectual. Suscitó amplias controversias en Bogotá y el rechazo de la jerarquía eclesiástica que lo hizo inscribir en el Indice de libros cuya lectura estaba prohibida a los católicos.
Se trata de una obra de carácter experimental sobre el tema:
Al estilo de las publicadas en ese entonces por Arturo Conan Doyle en Inglaterra, célebre por su creación de Sherlock Holmes. Y por Gabriel Delanne en Francia. El libro está precedido por un amplio análisis de los escritos de investigadores anteriores sobre esos temas de tanto interés en todos los tiempos. Temas que hoy en día caen en los dominios de la parapsicología y para algunos de los cuales no existían, ni aún hoy existen, explicaciones científicas satisfactorias.
En ese entonces apenas comenzaban a conocerse los estudios de Freud sobre la estructura del psiquismo que todavía no se habían divulgado del todo en la América Latina. Sometida preferentemente a la influencia de Francia en donde las doctrinas freudianas no habían alcanzado la aceptación de los científicos de ese país.
Al llegar a Cartagena de regreso de Francia, dictó una conferencia sobre las Teorías de la Relatividad que Einstein había desarrollado en los años 1905 y 1915. La conferencia del doctor Zea Uribe, sin embargo, estuvo más relacionada con los temas astronómicos que conocía bastante bien, que con las matemáticas implícitas en las teorías expuestas por el sabio alemán y que habían sido rápidamente aceptadas por la comunidad científica.
De allí surgió la idea equivocada y ampliamente extendida de que Zea Uribe era uno de los pocos cerebros que en el mundo de la ciencia entendían la Relatividad. Pretensión que él nunca tuvo, porque no fue ni matemático ni físico y ante la cual, pienso yo, que debió sonreírse socarronamente.
En 1925, después de un viaje a Washington en donde representó al Congreso Nacional en la Reunión Interparlamentaria que tuvo lugar en esa capital:
Pronunció en la Cámara de Representantes una ilustrada conferencia sobre “La Libertad de la Conciencia Religiosa”. Quizás la más importante de cuantas dictó en su vida, por la profundidad de los conceptos filosóficos emitidos y por la impecable forma de expresarse.
Se trataba de interpelar al Ministro de Gobierno sobre unas medidas represivas dictadas por el Gobernador de Antioquia para impedir la reunión del Congreso Protestante en la ciudad de Medellín.
En su conferencia decía Zea Uribe: “Estas discusiones sobre cuestiones que atañen al sentimiento religioso son y han sido siempre particularmente delicadas en todo el mundo. Pero para tranquilidad vuestra. Honorables Representantes, yo os aseguro, por mi parte, que al abordar el asunto no pretendo hacer un debate religioso, ni mucho menos.
Aquí no se viene a comparar religiones, ni a discutir dogmas, ni a desconocer u ofender autoridad eclesiástica alguna. Pues bastante os he repetido en este recinto cuánto es mi respeto por la religión que predomina en el país. Y por el sentimiento religioso que existe en todos vosotros. De modo que os invito de la manera más cordial y amistosa. Para que dilucidemos la cuestión sin palabras gruesas. Sin expresiones de odio, ya que la Cámara necesita, ante todo, serenidad para llevar a cabo una labor imparcial y útil en todos los campos de la administración pública.
Por mi parte, os digo también, que si en el curso de este debate. Se lanzan palabras de agresión que puedan ofenderme. Esas palabras no solamente no las contestaré. Sino que serán recibidas por mí con la más glacial indiferencia”. (L. Zea Uribe. “Producciones Escogidas”. 1936).
“Muy duro debió de ser para el doctor Zea Uribe, señala su hija Elvira:
Que los incidentes que dieron lugar a su discurso sobre la libertad de la conciencia religiosa tuvieran lugar en el departamento de Antioquia.
Porque si de algo se enorgulleció este hombre modestísimo, fue de haber abierto los ojos en esa tierra de hombres tenaces, laboriosos, sabios y heroicos. De Antioquia, nos decía, salió la mayor parte del oro que necesitó Bolívar para la epopeya libertadora. Y la sangre de los antioqueños fue regada generosamente desde el Bárbula hasta Ayacucho.
Cuando Santander escribía a Bolívar que a la Provincia de Antioquia no se le podía pedir más porque lo había dado todo, no sabía que Córdoba. En una operación relámpago para esa época, pacificaba a Antioquia, conquistaba a Cartagena. Y en un gesto admirable de audacia, atravesaba el Istmo de Panamá para presentarse con hombres, pertrechos y oro a dar en Pichincha la libertad al Ecuador”. (E. Zea de Samper. “Luis Zea Uribe”, 1964).
El profundo sentimiento religioso que trasluce su conferencia sobre la libertad de la conciencia y sobre el cual se extendió con admirable brillo. Se aprecia también palpablemente en muchos otros de sus escritos. En los cuales solía mezclar sus ideas y sentimientos re-ligiosos con sus conocimientos científicos. Tal como puede observarse en su discurso pronunciado en el sepelio del médico doctor José del Carmen Cárdenas. En el cual dijo: “…Cuando el sol parecía brillar para él en lo más alto del cenit, se vio asediado por la muerte.
La vio llegar con serenidad, con impavidez estoica, porque comprendía que los médicos están obligados, más que los otros hombres, a saber morir. La vida está constituida por equilibrios atómicos inestables que hacen de nuestro cuerpo una arquitectura transitoria y fugaz.
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Los equilibrios estables de las moléculas y de los átomos se encuentran en la muerte:
Morir es lo natural, vivir es el milagro…”. (L. Zea Uribe. “El doctor José del Carmen Cárdenas”. 1920). Quizás se inspiraba en Demócrito al escribir este admirable párrafo.
En 1920 presentó en la Academia Nacional de Medicina una conferencia sobre el tema de “La Personalidad Humana”. En la cual expuso sus ideas psicológicas haciendo referencia a las tres evoluciones del ser humano, la moral, la científica y la estética, que en su opinión, no siempre se presentan armónicamente.
En 1928, recibió la presidencia de la Academia de manos de su colega y condiscípulo el doctor Pompilio Martínez. Y le correspondió en su calidad de presidente de la Corporación recibir la visita del profesor Claude Regaud y dictar otra de sus excelentes conferencias, esta vez sobre el Radium.
Fruto de la visita del profesor Ragaud fue la expedición de la ley 81 de 1928, por medio de la cual se ordenó la creación del Instituto Nacional de Radium. Precursor del actual Instituto Nacional de Cancerologia, hoy en día dirigido con acierto por uno de los nietos del doctor Zea Uribe, el doctor Juan Manuel Zea Gutiérrez.
Más tarde, en 1932, en el Centro de Estudios de Bogotá, habló sobre el problema de “Las Drogas Heroicas”. En una conferencia sobre la historia, la clínica, el hábito y los peligros del opio, la morfina, la cocaína y la heroína, anticipándose en años a vislumbrar los problemas que vivimos en el momento actual.
“En nuestro país, decía, el uso del opio, no como droga benéfica y sedante:
Sino como veneno social, ha entrado con pie firme”, y señala que “en Barranquilla, uno de nuestros más hermosos puertos del litoral atlántico, se emplea la palabra marihuana para designar un producto tóxico, ya en boga entre ciertas gentes de aquella nobilísima ciudad”. (L. Zea Uribe, ibid).
Al concluir su período en la presidencia de la Academia de Medicina, la dejó en manos de otro de sus condiscípulos, el doctor Zoilo Cuéllar Durán. Considerado el padre de la Urología colombiana, y se dedicó a iniciar la redacción de su “Introducción a un Tratado de Biología”. Obra que quedaría inconclusa. Años después, en 1994, su retrato al óleo fue colocado en la galería de antiguos presidentes de la Corporación. En ceremonia solemne en la cual me correspondió el honor de hablar sobre las “Ideas de Vida y Muerte en culturas orientales”. Como homenaje a quien tanto se había preocupado por el estudio de temas tan interesantes de reflexión y de análisis. Como son la inmortalidad y la evolución espiritual en vidas sucesivas, y cuya firme creencia en Dios y en el más allá habían sido los pilares de su existencia terrena.
Ya desde el 12 de diciembre de 1924 había presentado el doctor Zea los primeros síntomas de la afección coronaria que habría de llevarlo a la tumba el 24 de abril de 1934 a las once de la noche.
La noticia de su fallecimiento cundió rápidamente por la ciudad y se produjo un duelo nacional. Se le rindieron honores por instituciones oficiales y entidades privadas y en sus funerales hubo profusión de discursos, de flores y de lágrimas.
El editorialista de El Tiempo:
Posiblemente el doctor Eduardo Santos, dijo lo siguiente: “Con la muerte de Luis Zea Uribe se extingue una de las inteligencias más luminosas que haya producido en todos los tiempos la tierra colombiana. Porque Zea Uribe fue eso sobre todo: una inteligencia, una sublimación de todas las cualidades superiores del espíritu, una mentalidad que apenas hacía caso de la humana envoltura.
Si hubo hombres superiores, ejemplares que se elevan a mucha altura sobre el nivel de los mortales, Luis Zea Uribe fue uno de ellos. Por sus cualidades intelectuales, por sus prendas morales, por su bondad infinita y su tolerancia. Por la ausencia total de egoísmo, Zea Uribe se acercaba más a los dioses que a los hombres…..Asimiló Luis Zea Uribe en su privilegiado cerebro un acervo de conocimientos enorme. No a la manera intuitiva y desordenada que es común entre nosotros, sino con firme basamento científico.
De él puede decirse que lo supo todo. Y por conocer cuanto sobre la tierra existe, exploró también el trasmundo. Creía en el más allá. Era un espiritualista convencido, no por la imaginación sino por el razonamiento…..”. (“El Tiempo”, abril, 1934).
El editorial de El Espectador, a su vez señaló: “Con la muerte de Luis Zea Uribe pierde la República uno de sus más brillantes sabios y abnegados valores… Fue Luis Zea Uribe un hombre de ciencia. Persistente investigador de los fenómenos de la carne y del espíritu, y en su doble calidad de psicólogo creyente y de médico experimentado. Supo vincular las relaciones y leyes de la materia con los influjos sin forma que provienen de un mundo inquietante. El mismo al cual penetró hoy su espíritu descubriendo por fin los enigmas ocultos detrás de las negras colgaduras mortales…..”.(“El Espectador”, abril, 1934).
Dos años despues de su muerte, al publicarse una selección de sus escritos, dijo sobre él, en su prólogo:
El admirable escritor boyacense Armando Solano: “Luis Zea Uribe unía al encanto de los generosos ímpetus, de la comunicativa elocuencia y de cierta frondosidad lírica. Propios de la raza indoamericana, la ponderación, la mesura, el equilibrio, el reposo y la tenacidad indagadora de la vieja cultura europea….Fruto de su extraordinario cultivo mental y de su bondad innata. Era la constante disposición para las grandes síntesis y para encontrar las sorprendentes coincidencias que funden los opuestos puntos de vista y suman en fecundos acuerdos las tesis aparentemente irreconciliables.
Su apostolado de la solidaridad y de la transigencia no era, pues, una actitud artificial. Era la emanación natural y sencilla de toda la labor de su inteligencia, siempre renovada por el estudio y siempre humanizada por el sentimiento”. (L. Zea Uribe, ibid).
Fue el doctor Zea Uribe médico e investigador de altos quilates. Incursionó por diversos campos de la medicina. La cirugía y la salud pública, a tiempo que su espíritu inquieto exploraba sin tregua otros campos humanísticos de inmensa amplitud.
A ello agregó el cultivo amoroso de los cariños familiares y dejó en la multiplicidad de las gentes que le conocieron y trataron un recuerdo afectuoso que hoy. Más de cincuenta años después de su fallecimiento. Perdura imborrable en las mentes de muchos de los que se beneficiaron de sus acciones médicas y humanas.
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