Destino, Libertad y Vida

Destino, Libertad y Vida(529)

DR. GUILLERMO SÁNCHEZ MEDINA

Para desarrollar el tema de libertad y vida debemos definir los términos.

La palabra liber­tad viene del latín “libertas”. El término libertad según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, consigna doce acepciones. En la primera se define como la facultad que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra.

Existen varias clases de libertades: con­dicional y provisional, psicológica, de conciencia, de culto, de espíritu, de política, social y cultural individual y colectiva; todas ellas se refieren a la autodeterminación o autocausalidad que tiene; de todas maneras está implícito un límite, y, a la vez, una necesidad que se funda en el ser interno para decidir y determinar o elegir una posibilidad de acción. Como se observa la libertad es limitada y condicionada y por lo tanto finita.

Cuando nos referimos a la libertad absoluta incondicional:

Lo hacemos refiriéndonos a nuestro propio “ser” en nuestra consciencia y nuestra fantasía del mundo interno; esta con­cepción fue analizada por Aristóteles y el concepto oscila entre la libertad finita y la infi­nita puesto que el ser siempre está supeditado al límite que lo origina el entorno, el medio ambiente, el otro o el afuera.

Si observamos cuidadosamente no existe libertad infinita, por que la decisión tiene sus límites, así mismo como la voluntad, lo cual delimita también a la libertad, puesto que siempre está “el sí y el no” en las decisiones del ser, estar, hacer y tener. Sin embargo, la consciencia nos abre en el interior de sí mismo la respuesta a la libertad con el tamiz de la razón. Al mismo tiempo existen momentos en que somos más libres, y, cuan­do reparamos los conflictos que nos esclavizan, nos volvemos más libres.

Téngase presente que no todo está dado para siempre como la libertad; y, tampoco no todo debe y puede ser rechazado. Aquí vale la pena traer el pensamiento de Einstein quien dijo: “por dolorosa ex­periencia, hemos aprendido que la razón no basta para resolver los problemas de nuestra vida social. La penetrante investigación y el sutil trabajo científico han aportado a menudo trágicas complicaciones a la humanidad”, (530).

Por su parte las sociedades humanas no son lo mismo a la de los animales irracionales:

Esto es obvio, más cuando en las últimas no se construyen revoluciones o menos la libertad para crear nor­mas sociales evolucionadas; seamos conscientes que en el ser humano se conjugan los procesos de hominización (biológicos) y de humanización (cultural) confluyendo en la autoconsciencia.

Téngase en cuenta que se es libre cuando se conoce o se puede decidir y hacer lo que se desea o necesita; es así como a la vez la libertad se siente cuando se conoce la posibilidad de la existencia de ella. Todo esto opera con los límites del as leyes naturales; por lo tanto, la libertad no es siempre igual para todos.

La libertad puede consistir no solo en tener en sí la posibilidad de los propios movimientos, sino ser ella la misma causa que nos permite actuar. La actuación puede dirigirse hacia den­tro de nosotros mismos o hacia fuera; en el primer caso, lo hacemos en nuestra propia mente con nuestras capacidades representativas y de la fantasía consciente e inconsciente sin que el otro (s) el afuera participe directamente.

He ahí el concepto del libre albedrío como un me­canismo psíquico y sociológico, que si bien depende de nosotros depende del entorno so­cial. Por ejemplo, podemos pensar mal o bien y desear lo mismo para los otros pero tene­mos ciertos parámetros para comunicar estos deseos y obviamente para actuarlos puesto que dependemos de nuestra consciencia moral, que incluye la consciencia social, la cual se cons­truye en la cultura y la sociedad a través de la historia.

Lo factible es encontrarnos con fan­tasías, deseos y voluntades inconscientes, determinantes de ciertas acciones que se manifiestan indirecta o directamente en el afuera, a la vez que de manera deformada. Aquí debe incluirse las acciones internas manifestadas en nuestro ser interno, en nuestro yo psíquico y corporal.

Cuando revisamos la literatura sobre este tema, desde siglos discutido, más por los filósofos que por los científicos y más cantado por los poetas y políticos que por los psicólogos y sociólo­gos, debemos hacer hincapié, a qué libertad nos estamos refiriendo.

Hay libertad para pensar, sen­tir y amar, libertad sexual, libertad social, religiosa, libertad de expresión, libertad de conciencia, libertad de pensamiento, libertad de saber, libertad personal, libertad de acción, etc.; todas estas libertades humanas han diferido no solo según el momento histórico sino de acuerdo con el lugar en que se contemplen.

Por eso es muy diferente la libertad dé hace diez siglos a la de nuestros días, lo mismo que lo es la de Nueva York o la de Tierra del Fuego, la de Oriente o la de Occidente, la del judío, el cristiano, el musulmán o budista, pese a que en la actualidad hay una tendencia a unificar la libertad para el derecho de saber, de aprender y de vivir; pero nadie en todo momento es libre completamente, ni lo ha sido; las libertades también son cambiables y modificables. El sujeto siempre se ve obligado a someterse, a limitarse en su libertad y a ensanchar el campo de sus posibilidades.

No hay nada que pueda considerarse inevitable y perdurablemente libre; lo que importa es buscar el camino de las posibilidades y como lo expone Karl Jasper en su obra “Origen y meta de la historia”: “En nosotros está lo que llega a ser, y en definitiva en cada individuo, aunque ningún individuo decide el curso de la historia es el sentido de la libertad lo que debe valer como el ver­dadero ser y el verdadero hacer del hombre” (Jasper, K., 1953a).

Para el mismo autor en su obra “Balance y perspectiva”, libertad es “pensar por sí mismo, actuar por propia convicción, y por tanto, conducir la vida con la continuidad y consecuencia del propio ser… La vida cotidiana parece enseñarnos que muchos’ hombres no saben lo que quieren si no se lo dicen, La mayoría no parece vivir desde sí mismos, sino de imitaciones, del placer momentáneo, de costumbres inexplicadas y llevados de sugestiones.

Es como si, por así decir, encontraran dentro de sí mismos un abismo vacío ante el cual huyeran hacia el exterior, bien haciéndose valer ante otros mediante gestos y organizacio­nes, bien en una obediencia de cualquier clase cuando no pueden hacer más que obedecer, con la conciencia de ser parte de una fuerza irresistible. La libertad significa para ellos la violencia, en la que participan sufriéndola y haciéndola sufrir a otros”. (Jasper, K., 1953b)

Solo cuando se nos priva de libertad es cuando más nos damos cuenta del valor de la mis­ma; así ocurre con la vida, con el amor o con situaciones que las integramos a la costumbre y cotidianidad; es así que cuando nos falta algo es que protestamos.

La libertad se asocia al pensamiento y al conocimiento de la verdad531; esta última debe buscarse dentro de sí mismo y comunicarse sin la pretensión omnipotente de conocer la ver­dad absoluta de sí mismo y del hombre en general.

La libertad no se puede ignorar porque si esto ocurre sobreviene la tiranía y la que más daña es la tiranía interior; el sujeto arrogante narcisista y endiosado omnipotentemente crea sus ideales dañinos que le anulan su libertad. La libertad interna existe en tanto en cuanto existe la libre comunicación intra y extrapsíquica con confianza en el ser humano en el “tu” para llegar al “nosotros” y así fundirse en la liber­tad social en la libertad humana.

Si el hombre es tirano consigo mismo, vuelve tiranos a los demás, o si no se da libertad tampoco la podrá dar y menos podrá confiar en los demás porqué estará regido por la desconfianza en su misma posibilidad y en su libertad. Esto ocurre cuando el ser humano se ignora a sí mismo, se niega la verdad interna y lucha contra sí mismo.

La verdad interna no se consigue en la soledad interna sino en la comunicación con el “tu”, con el otro, y citando nuevamente a Jasper podemos agregar aquí: “Nadie puede ser verdadera­mente libre si no son libres todos los demás”, y también los demás no pueden ser libres si uno, el individuo no adquiere la libertad; de tal suerte que la libertad no es del individuo sino de éste en su colectividad; y, la libertad misma es la verdad interna y sus posibilidades en el mundo interno y en el externo.

Quien no cree en el hombre como persona producto del amor está colaborando al aniquilamiento del mismo. Todo esto constituye un determinismo en la libertad del hombre. (Sánchez Medina G., 1969; Jaspers K., 1953b)

En realidad puede que no haya libertad para el hombre pero la hay para la naturaleza, en su deter­minismo, y también la hay para el hombre en su misma naturaleza determinada y en su posibilidad de su pensamiento.

Quizás es el pensamiento el que hace más libres a los hombres que su misma capacidad modificadora de la realidad externa. Se dice que el hombre se hace libre, “por qué él puede introducir en cualquier nexo un principio que luego se desarrolla causalmente”, y la libertad interior no es tampoco la simple libertad psicológica; el hombre, se dice, es determinado para los demás y libre para “sí mismo”; así también se escribe que la libertad no es “de”, sino que hay “libertad para”. “La libertad existe en tanto que actuamos como somos y en tanto, que nuestros actos contribuyen a hacernos”.

Sóren Kierkegaard, en su obra “El concepto de la angustia”, escribe: “El contenido de la libertad, considerado intelectualmente, es la verdad, y la verdad hace al hombre libre. Por eso precisamente es también la verdad el acto de la libertad, en cuanto que ésta, ‘en efecto, produce continuamente la verdad… La necesidad del pensamiento es también su libertad, y precisamente por esto, cuando se habla de la libertad del pensamiento solo se habla del mo­vimiento inmanente del pensamiento eterno […] la verdad solo existe para él individuo cuando el mismo la produce actuando”. (Kierkegaard, S., 1943)

Pero la verdad es amor y el amor se hace con verdad; uno y otra, se alimentan para hacer de ella la creencia; la creencia a la vez da seguridad; si se cree en alguien, en algo, quiere decir que se ama, que se está seguro de que se tiene la verdad de sí mismo, y que se puede dar sin temor.

La verdad de si mismo es la verdad interna de la consciencia; si esto se logra, se puede sentir que se está lleno productivo y no estéril y vacío. La esterilidad es la muerte dentro, es la negación de la vida interna, y esta negación solo es la protección contra el temor a la destrucción y a la muerte.

Pero la verdad no es una y no solo hay que buscarla sino lucharla, sin caer en lo ritual, en lo mágico, sin inventar ídolos que sólo alimenten la ignorancia; por lo tanto, hay que buscar la verdad no solo en el silencio o en la compañía del “otro”, del “tu”, sino también hay que trabajar para descubrirla con prudencia y con humildad integrándola en la verdad de todos, sin caer en el delirio que a veces acompaña a los grupos humanos.

Ya sabemos que la inmensa mayoría de los actos humanos no son libres en el sentido ple­no de la palabra”, escribió López Ibor en el artículo publicado en las Actas Luso Españolas y cuyo título es “Estructura de la neurosis y libertad”, si por acto libre entendemos aquel que resulta de una deliberación consciente, eligiendo entre varios posibles motivos de una acción.

Esa es la forma poética de la libertad, la que se ofrece en el plano superior de la vida humana. Más adelante el mismo autor se refiere al determinismo y lo conecta con la libertad, argumen­tando que lo determinado no es libre, diferenciando la libertad consciente de la inconsciente o como forma inconsciente de libertad. Con respecto a la salud mental, podríamos decir que aquella consiste en la libertad del hombre frente a su identidad.

El enfermo mental en verdad carece de libertad porque está determinado por el trastorno; mas aun el neurótico, la persona inmadura no es libre y no ha adquirido su identidad, su independencia y su valoración. (López I., 1956).

La libertad psíquica es de la vida intra-psíquica en su esencia y en su trascendencia; la actividad intrapsíquica está sometida a las pulsiones; a lo heredado biológica o psicológica­mente se considera como un determinismo, de suerte que el hombre está determinado ya a una acción y limitado por esto en la misma; le queda al ser enfrentarse a esta limitación, a su historia, a sus cualidades y potenciales y decidir; es aquí en donde nace la libertad; de esa forma el ser humano puede proyectarse, cambiar y renunciar.

La vida psíquica, por lo tanto, también está determinada y se complica porque el mundo de la fantasía inconsciente no per­mite la viabilidad y la movilidad de la acción consciente.

En otras palabras si lo psíquico tiene sentido y significado consciente o inconsciente, si además tiene su trascendencia y su deter­minismo, el sujeto está impedido para actuar con toda libertad.

Aparentemente la fantasía nos da libertad, pero esto solo en el sentido de lo consciente porque lo inconsciente, aunque aparece con libertad, está determinado por su misma función; es solo en la consciencia en donde se localiza la libertad, y únicamente siendo conscientes podremos ‘adquirir la libertad y la independencia y satisfacer la necesidad para encontrar la tranquilidad, la paz interna que le da el conocimiento de sí mismo y con el “tu”, y más allá con el “nosotros”.

Encontrando lo bueno, y lo bello, pudiéndolo juntar con lo malo y lo feo, para hacer del hombre una persona integrada e íntegra en su esencia, en sus valores y en su historia, pudiéndose proyectar y pro­gramar en el futuro. Aquí podríamos repetir el pensamiento de Amiel, citado por Peter Demp­sey en su obra sobre “Freud, psicoanálisis, catolicismo”, “El hombre es aquello que llega a ser, pero solo llega a ser lo que es”. (Dempsey, T., 1961).

Aquí una pregunta: ¿acaso nuestra esencia está construida con libertad desde el nacimiento? La respuesta es negativa porque aquella, la libertad es limitada por la misma naturaleza, la circunstancia y el entorno; además no todo está dado por o para siempre y tampoco puede y debe rechazarse.

Lo que ocurre es que la consciencia nos ayuda a ser libres en el interior (“self”- sí mismo) con el filtro de la razón y aprendizaje, dependiendo de nuestro mundo inconsciente, aceptando que la libertad es cambiante, de acuerdo con el mundo de nuestras posibilidades.

De otra parte para Hegel (1967) la libertad no es sino aquella autoactividad formal que llevada al plano de la voluntad la cual está determinada y es arbitraria, ya por la propia biolo­gía, por la historia y por la misma naturaleza. De todas maneras no habrá nadie que no se crea en cierta forma libre y carente de libertad; es decir, nuevamente nos planteamos el mundo de las limitaciones.

Kitaro Nishida, en su obra “Ensayo sobre el bien”, escribe refiriéndose a las limitaciones de la libertad: “Aquí se originan las ideas de responsabilidad, irresponsabilidad, confianza en sí mismo, arrepentimiento, alabanza, crítica, etc. … Determinemos ahora con más precisión los límites de la libertad lo que pertenece a la libertad del Yo es el modo de analizar y sintetizar las ideas… No se es libre porque obra sin razón, sino porque conoce la razón de obrar” (Nishida, D., 1963).

Paul Matussek (1953), en su obra “Fundamentos doctrinales de psicoterapia”, escribe: “El mundo témporo-espacial hace aparecer a la libertad como irreal, pero cuando el hombre toma conciencia de la ¡trascendencia!, la vivencia como realidad viva”.

La concienciación y la vivenciación de sí mismo, de sus limitaciones, de sus posibilidades nos dan la libertad para decidir por nuestra voluntad, pero nos encontramos con que el hombre tiene miedo a enfrentarse a sí mismo, a lo desconocido que hay dentro de sí y miedo a descubrir su propia libertad; el hombre no ha sido entrenado para ser libre y menos para encontrarse; en verdad existe una antítesis entre libertad e inconsciencia.

Por su parte el ser inconsciente no es libre ni lo puede ser. El sujeto no nace libre sino llega a serlo.

El psicoanálisis ayuda a despejar las incógnitas inconscientes y a darle más libertad al hombre haciéndolo consciente responsable, seguro y crítico ante sus posibilidades. ¿Puede acaso conseguir alguna libertad el ser humano? Quizás podríamos decir que depende de sus mismas posibilidades de conocerse y de realizarse pero nos queda la incógnita de si se puede ser libre con el odio acumulado y destructor; la conclusión es que no se puede ser libre si se odia. El odio y la muerte no dan libertad, pues si algo nos quita libertad es la misma muerte.

Si el hombre vive muriendo le queda la solución de prolongarse, de proyectarse en la vida y de crear uniéndose a sí mismo y a su grupo, cualquiera que éste sea, y finalmente encontrando su identidad. “Pero se crea –escribe Mary Choisy en su libro “Psicoanálisis y catolicismo” (1952)- continuamente, desde la vida intrauterina hasta la muerte… El determinismo freudia­no es la libertad de crear a partir de los mecanismos conocidos y aceptados”. De suerte que el conocimiento del hombre .ayuda a encontrar su libertad y sus posibilidades. La razón y el pensamiento nos dan la posibilidad de conocer y de “adquirir cierta libertad intrapsíquica”; “el animal no se posee a sí mismo, no es dueño de sí y, por ende, tampoco tiene conciencia de sí”, escribe Max Scheler en su obra “El puesto del hombre en el cosmos”, (1934).

La libertad angustia y la angustia nos quita libertad; el hombre se angustia ante su libertad porque ésta significa liberación del mundo interno desconocido y de la muerte; en el fondo se angustia no por la vida sino por la posibilidad de la muerte; por eso un paciente dice: “tengo miedo de vivir porque tengo miedo de morir”.

La angustia aparece cuando se da libertad y se ponen de manifiesto las tendencias y las fantasías tanáticas, pero al mismo tiempo la libertad da la posibilidad de vivir y de liberarse de la muerte, que angustia. La angustia es el grito frustrado de la vida. La muerte emerge en medio y en el fondo de la vida.

Desde el punto de vista del conocimiento, el ser humano quiere saber en el fondo el porqué de la vida y con ello se encuentra con la incógnita de la muerte. La esperanza no está en la muerte sino en la vida, en la bondad, en la belleza del ser humano, de la naturaleza, en el proyectarse en el tiempo y en el desplazarse en el espacio para sentir la libertad en el movimiento; cabe aquí agregar las frases de Nietzsche, “El hombre es el animal que puede prometer”, para sentir su libertad y, al final, “al llegar a la cumbre del monte el asceta y el bandido oran por lo mismo”.

El odio nos quita no solo la posibilidad de vivir, de gozar, de obtener placer, de amar, de crear, sino la posibilidad de ser libres. La libertad comienza con la posibilidad de la vida y acaba con la muerte, y somos libres en tanto en cuanto nos demos la posibilidad de amar y de vivir.

La libertad de morir no es sino el reflejo de la posibilidad de decidir la vida; sin embargo, la toma de esta decisión aunque pertenece al individuo este último debe contar con los demás lo cual significa la participación de las necesidades grupales, puesto que el hombre nació social; es por esto como no somos libres para morir porque pertenecemos a todo un conglomerado social.

El sujeto enfermo no es libre; es el amor en general, el que hace libre a las personas y el odio el que las esclaviza.

Todo este escrito puede sugerir que se desea hacer una apología del amor y en fondo del bien y de la creación, creyéndose que con ellos se puede evitar toda enfermedad, todo dolor y todo sufrimiento, porque entendemos que el amor da vida y placer, a la vez que repara y cura las heridas hechas por la destrucción, el odio y la muerte; sin em­bargo, el dolor, el displacer, la enfermedad, el odio, el mal y la muerte, no se pueden separar, anular y desaparecer de la naturaleza y del ser humano; inclusive son indispensables y nece­sarios para la misma vida; de suerte que sin la contradicción amor-odio (bien-mal, bello-feo, vida-muerte) no podrían existir el hombre.

En verdad el psicoanálisis usa y pone en función las fuerzas vitales, naturales del amor, para prevenir que el odio deforme, desvíe y pervierta el amor, conduciendo al hombre a la esclavitud, a la enfermedad, al dolor, a la angustia, a la avidez, a la voracidad, a los celos, a la envidia, a la desesperación y a la muerte, todas ellas condiciones inherentes a la propia naturaleza humana, “Amor, odio y perversión”, (1969).

El psicoanálisis da la posibilidad no solo de descubrir el mundo incógnito, confuso y a veces caótico del inconsciente, sino también de conocerlo para manejarlo sin magia, sin nega­ción, sin omnipotencia, sin división del ser, todo lo cual lo somete a vivir no su ser profundo y su realización sino dependiendo de su propio temor del mundo interno puesto en el exterior.

En realidad, repitámoslo, es el amor el que da la posibilidad de crear, permite la continuidad de la vida, de la bondad, de la belleza y de libertad, y el odio el que conduce a la maldad, a la enfermedad, a la perversión, a la esclavitud y a la muerte. De suerte que solo el hombre y su naturaleza pueden ayudar a aliviar los dolores producidos por la pérdida de su posibilidad vital.

No es el hombre contra sí mismo sino ante sí mismo, ante sus tendencias, su mundo in­terno y externo y ante sus capacidades y posibilidades de cambiar por medio de la acción y la voluntad de decisión y la capacidad de responder (responsabilidad), lo que más interesa.

Aquí nos encontramos con otra premisa y ésta es la posibilidad del ser humano. La posibi­lidad de cambiar una cosa por otra, de renunciar, de adquirir y de conservar, lo cual permite al ser humano una cierta movilidad en el campo de la acción. En cualquier campo en que hablemos es, en último término, un movimiento, ya se hable de ideas, de imágenes, de objetos concretos, etc.; es esta posibilidad la que nos permite cambiar, decidir, ser como se es, tener, estar, vivir y existir; sin embargo, en todos estos términos relacionados con el ser humano hay otro que no es menos importante y que se refiere al desear y al querer.

El hombre realmente desea y quiere lo que necesita, y dentro de esta área está la de tener todo un mundo de posi­bilidades. Si este mundo se ve impedido, si se malogra, si se trastorna, y en últimas si llega a su fin, podemos hablar de que el sujeto no tiene libertad, que enferma y, por último muere. Es la vida misma y su posibilidad la que permite al hombre su existencia. Cuando comienza a perderse la posibilidad, se inicia la muerte, y cuando se acaba la posibilidad, viene la nada.

El ser humano gracias a su misma condición, a su pensamiento mágico, a su fantasía, y al juego de la misma encuentra los caminos de las posibilidades cuando éstas en la realidad se acaban.

El sujeto no renuncia a la vida cuando ésta termina, así observamos las fantasías de los suicidas o de los santos que en el más allá siguen en el mundo de sus posibilidades. Si al hombre le quitáramos esta cualidad, esta fantasía y esta magia quizás encontraríamos un hombre máquina estático cosificado sin posibilidades y sin libertad.

Platón hizo un intento de mostrar cómo nace la tiranía y la esclavitud mediante una liber­tad restringida; recuérdese que Platón fue esclavo y la esclavitud se pierde en la noche de los tiempos, cuando el hombre se sometió a la tiranía del poderoso teniendo que realizar actos en contra de su voluntad y obviamente de su libertad. Aquí es importante mencionar cómo a tra­vés de la historia de la humanidad ha existido la esclavitud en forma evidente y los últimos si­glos en forma soslayada, deformada, aparente, pues el sujeto ha tenido que someterse a perder su libertad en beneficio de su subsistencia.

He ahí también el camino defensivo, escapándose en la vida psíquica, espiritual y de la fantasía para romper las cadenas de esclavitud del medio ambiente a través de la contemplación, la meditación, la creación artística en sus diferentes (modalidades, música, baile, canto, escritura, poesía, pintura, escultura, arquitectura, etc.)

(Lea También: Pulsiones de Vida y Muerte)

A todas estas, el ser humano está sujeto a sus propias capacidades de derivar sus frustra­ciones por caminos sustitutos, o sublimando su inconformidad a través de acciones aparente­mente libres mediante el amor intelectual, artístico o espiritual.

Las mismas leyes que se han creado para proteger al hombre, a la mayoría a la comunidad limitan la libertad y los derechos, puesto que ellos deben estar sujetos al equilibrio con los debe­res y los poderes dentro de una realidad en la sociedad es determinada y manejada por el Estado; de ahí también la fórmula: “puedo porque debo y debo porque tengo derecho” o porque me lo manda la ley del Estado.

He ahí también por ejemplo cómo no se puede dejar de tener hambre o sed cuando se necesita comer y beber; esa necesidad es primaria y pertenece a la naturaleza y a la vida; a la vez obedece a estas leyes, y, las leyes sociales protegen y se dictan de acuerdo a esas necesidades naturales. De ahí también que la necesidad está determinada y tiene su pragmatismo, su trascendencia, su proyección, su consciencia, su principio de causalidad inherente a sí misma y así también una realidad. De todo esto concluimos que la realidad también es relativa y de ahí que se píense que la libertad es una posibilidad de elección que la naturaleza determina.

Los filósofos consideran que “el determinismo consiste en considerar universal y al alcance el principio de causalidad en su forma empírica, y, por lo tanto en negar la causalidad autónoma”; de tal manera, la libertad estaría determinada por factores universales. (Abbagnano, N., 1997)

Encontramos cómo puede haber libertad para el hombre, aunque no la haya para la naturaleza determinada, en la cual se construye el propio destino, por ejemplo, los nacidos en una época de la historia, o en un área geográfica específica están determinados a una vida de consecuencia con su principio de causalidad; es por esto por lo que el nacido en el siglo XIX fue diferente al del XX y ahora al del siglo XXI y no digamos a siglos anteriores puesto que el sujeto estaba determi­nando su vida y su libertad por parámetros fijos histórico-genéticos-culturales-sociales-étnicos-religiosos y políticos. “La libertad no debe estar ni más acá ni mas allá de la conciencia sino en ella misma” (Ferrater Mora J., 1951).

Aquí surge una pregunta ¿qué tiene que ver la libertad con el destino? La respuesta ya está planteada en el capítulo anterior, especialmente cuando nos referimos al “libre albedrío” y a toda la temática del destino si abstraemos y sintetizamos el concepto de destino en el ser humano, po­demos reducirlo a que es el viaje que el ser hace en la vida en su existencia. Y, ¿qué es la vida?

El diccionario de la Real Academia de la Lengua (1992) define a la vida:

En su primera acep­ción como la fuerza o actividad interna sustancial, mediante la cual obra en el ser que la posee; en la segunda: es el estado de actividad de los seres orgánicos; tercera: es la unión del alma psíquica y del cuerpo; cuarta: es el espacio y el tiempo que transcurre desde el nacimiento de un animal o un vegetal hasta su muerte; quinta: es la duración de las cosas; sexta: es el modo de vivir en lo tocante a la fortuna o desgracia de una persona o a las comunidades o incomodidades en la que vive; séptima: es el modo de vivir en orden a la profesión, empleo, oficio u ocupación; octava: es el alimento necesario para vivir o mantener la existencia; novena: es conducta o método de vivir con relación a las acciones de los seres racionales.

Estas, más doce referencias, hacen alusión a la vida; de una u otra manera, cada definición tiene sus referentes especiales, desde lo orgánico a lo mental.

Ahora veamos la definición de muerte: el mismo diccionario tiene 19 acepciones; la primera se refiere a la cesación o término de la vida; la segunda, en el pensamiento tradicional, a la separación del cuerpo y del alma; en la octava acepción se hace alusión a la destrucción, aniqui­lamiento y ruina. Observemos que el diccionario en su primera acepción con respecto a la muerte se refiere a la vida, al término de ésta. Sin embargo, pensemos un poco más allá de qué es la vida y cómo se hizo la vida.

Desde el punto de vista del pensamiento filosófico y científico, es más fácil concebir que la vida parte de un todo o de un punto cero y que termina en el mismo a través de ciclos de organi­zación biológica, en los cuales intervienen desde las partículas sub atómicas con sus potenciales de energía, para llegar a los átomos, moléculas, miscelas, células, organización y diferenciación de las mismas, con sus funciones para construir el ser vivo.
Dentro de éste, al ser humano, lo di­ferencia del animal por la presencia de la psiquis o mente, que comprende la sensopercepción, in­formación, pensamiento, memoria, voluntad, afecto, emociones, instinto y conducta controlados, con patrones estructuras y sistemas organizados y autorregulados para el conocimiento; a la vez en la vida opera la conciencia y el ser conscientes de que estamos vivos y podemos conocer con la experiencia y vivencia, al mismo tiempo que desconocer múltiples hechos del universo, pues nos asiste las limitaciones, no solo de cada cual sino la que acompaña todo ser humano.

En realidad es difícil definir el concepto de vida humana pues éste además no solo pertenece a las funciones biológicas sino a las psíquicas y sociales en las cuales participa no solo el orden y desorden interno y externo, sino el azar-determinista y el pensamiento para luego decidir sus ac­tos; por lo tanto, cuando se impide la libertad no hay decisión libre del ser humano en su sí mismo para actuar. (Sánchez Torres, F., 1997).

Si bien ya nos referimos al principio vital, debemos hacer mención a que, éste se inicia con la organización de las partículas cuánticas para configurar átomos, moléculas, células, neuronas, centros, áreas, órganos, sistemas y funciones, todo con una organización físico-químico-eléctrica de la materia-energía que se manifiesta según el predominio de ellas con un orden.

De ahí que los estudiosos de esta temática, como la de los sistemas, podrán encontrar que todo se interrelaciona o interactúa: la mente y el cuerpo, el sistema nervioso y el inmunológico, así como el cognitivo, en un diálogo continuo. De tal manera, la psicología profunda es a la biología lo que, ésta al medio ambiente social económico y de comunicaciones; es así como todo se interrelaciona.


529 Algunos textos fueron presentado en el Primer Foro: “Secuestro y Salud”, 19 de Septiembre del 2009, Academia Nacional de Medicina.

530En “Un mensaje a los intelectuales”, publicado el 29 de agosto de 1948, reflexionando sobre el lado oscuro de la historia de la ciencia.

531 Einstein decía en 1933: “El respeto irreflexivo por cualquier autoridad es el mejor enemigo de la verdad”, y “el sentido común es el conjunto de prejuicios acumulados a través de los siglos. El imperio de la verdad no cabe en ninguna autoridad humana”. Dukas, Helen & Hoffmann, Banesh (1981), Albert Einstein: el lado humano, Princeton University Press,

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