Principios Básicos de la Educación

DR. GUILLERMO SÁNCHEZ MEDINA

I. Premios, castigos, estímulos y disciplina en el aprendizaje

Cuando pensamos en los términos “estímulos y castigos”, se nos plantea una serie de interrogantes, por ejemplo, qué se entiende por uno y otro, a qué se refieren, cómo, para qué y cuándo debemos aplicarlos. Por lo tanto antes de referirnos a ellos, es necesario definir estos términos y ponernos de acuerdo en su significación.

En primer lugar, estímulo no es lo mismo que premio, y castigo no es igual a disciplina. En segundo lugar llamamos estímulo al impulso positivo o negativo que causa una reacción o un cambio físico, químico, biológico, social o psíquico.

En la educación se puede estimular con el premio o con el castigo; uno y otro son estímulos. El primero significa aceptación, aprobación y reconocimiento. Se premia lo bueno dando algo que se considera bueno y se hace con los impulsos amorosos.

Se premia para responder a una acción en forma positiva y constructiva estimulando, con el fin de conseguir y proseguir el bien. El premio, podríamos decir, es el pago de la buena acción.

¿Por qué premiamos? La respuesta reside en que es necesario estimular positivamente para obtener mayor beneficio, productividad y progreso, ¿Cómo se premia? Se puede premiar con una sonrisa, dando un objeto concreto, un valor u omitiendo una norma. Cuando se premia con un objeto, éste es sólo un símbolo.

El castigo, al contrario de los estímulos, es el representante de la hostilidad y significa censura, reprobación, reproche y rechazo de lo malo y va desde la censura pre-verbal hasta la acción física destructora. El castigo controla, frena o anula una tendencia pero también puede estimularla.

Premios y castigos pueden ser realizados por omisión u omisión de las dos tendencias básicas: amor y odio.

Se puede castigar con fines amorosos utilizando las fuerzas del odio; por ejemplo, se pega un golpe a un hijo como castigo al hurto cometido por éste, con el fin de obtener del hijo que no incurra nuevamente en el error; o bien un premio puede utilizarse con estas mismas tendencias destructivas con el mismo fin del primero; así se puede permitir darle golpes a un balón en un juego, o romper la tranquilidad de un grupo de clase con gritos, lo cual produce supresión transitoria de la norma del silencio.

Pueden también ocurrir que se castigue lo bueno y se premie lo malo, como sería en un grupo de delincuentes castigar al delator del delito ante la justicia y premiar el acto más violento y cruel que indica “valentía” para ese grupo; o puede ocurrir que un acto amoroso lleve expresiones de odio, es decir, que el odio se camufle con actos aparentemente amorosos y así expresarse a través de un premio.

Así la madre que teniendo un hijo no deseado y rechazado inconscientemente le fuerza a comer, le sobreprotege, y al rechazo del niño a la comida lo premia cuando acepta el plato rechazado permitiéndole que no se tome la leche necesaria y además le da un beso.

Las recompensas actúan directa y positivamente sobre el aprendizaje; el castigo lo debilita; no obstante, el castigo puede actuar indirectamente estimulando al sujeto cuanti y cualitativamente, por el temor a perder la recompensa, la cual a su vez puede estar representada en cualquier forma, desde un objeto material hasta una aceptación inmaterial, pasando por una sonrisa emocional.

Es necesario ser consciente en la aplicación de estos estímulos y tener en cuenta no crear círculos viciosos.

Muchos adultos castigan sintiendo el odio de lo que no toleran dentro de ellos mismos, es decir, castigan sus propias tendencias y fantasías o premian aquello que no les fue premiado, haciéndolo con la fantasía de lo que no recibieron en su infancia.

En otras palabras, el daño que sentimos fue hecho en el pasado, no debe repetirse o repararse en nuestros hijos. Por ejemplo, si fuimos castigados por no haber comido, no debemos premiar que nuestros hijos coman abundantemente, o si de niños deseamos ser premiados con un juguete específico, no por eso debemos darlo como premio.

Así también podemos negar el castigo o exagerar el premio o viceversa. Es realmente muy difícil ser buenos jueces de la conducta infantil aplicando el estímulo adecuado al sujeto, en el momento y situación precisos, porque nos enfrentamos a nuestros mismos conflictos y tendencias, las cuales pueden ser de diferente orden, calidad y cantidad.

Sabemos que existen tendencias hostiles y sexuales que tratamos de educar, así como las de competencia, lucha, construcción, investigación, curiosidad, unión, que sabiéndolas canalizar y manejar pueden sernos útiles, de lo contrario, se vuelven nocivas e incontrolables.

Para manejar, canalizar, controlar y ordenar tendencias y fantasías, se necesita primero conocer cuáles son y aprender a hacer buen uso de ellas, porque el niño nace sin controles, sin saber manejar sus impulsos y por eso necesita aprender.

El niño al nacer trae consigo una serie de impulsos, los cuales pasan por una sucesión de vicisitudes y fases. Los impulsos se dirigen hacía el mundo externo, poniendo en relación al sujeto con el medio ambiente.

Uno de los primeros impulsos es el de comer. En este impulso hay dos tendencias, las de chupar y comer con placer y la de devorar destruyendo.

El niño se chupa el dedo y se lleva toda clase de objetos a la boca, mordiéndolos y encontrando cierto grado de satisfacción en esa conducta; más tarde, la mente del niño fija su atención en lo que sale de él y las tendencias se dejan ver en el retener, expulsar y entregar; todo esto, vivido con placer, temor o dolor. Lo que sale de él está representado físicamente por sus materias fecales, orina, mucosidades nasales, etc., y psíquicamente por sus palabras y fantasías conscientes. Tanto en la retención  como en la expulsión, se puede destruir. El niño juega con sus excrementos, su orina y con todo lo que sale de él, sin considerar todo esto como algo malo, dañino, sucio, o peligroso. Más adelante se preocupa por aquellas partes más ocultas que son sus genitales: el niño por su miembro viril y la niña por su vagina.

Unos y otros hacen juegos masturbatorios o los correspondientes a su edad y a su sexo; por ejemplo, juega a los pistoleros, indios, ladrones y policías, y las niñas juegan a cocinar, al costurero, a la escuela, a las muñecas, etc.

En la niña hay una vaguedad en el conocimiento de lo que “tienen” o “es” por dentro de su cuerpo, y más concretamente en la región genital; para ella hay una cavidad en esa región (ano y vagina se confunden como una cloaca), la cual tratan de explorar y conocer. Niños y niñas expresan también aquí sus tendencias (destructivas y constructivas).

Es más adelante cuando el sujeto adquiere la madurez en el dar y recibir, poseer y ser poseído. Es de esta manera como se van expresando los impulsos, mezclándose tendencias por medio de conductas competitivas, constructoras, investigativas, etc.

Al niño hay que permitirle que viva y pase por esas fases instintivas y adquiera su madurez.

Si el adulto castiga, por ejemplo las tendencias a chupar el dedo, el niño tendrá que reprimir su tendencia creyéndola mala o reprochable; luego podrá generalizar esa reprobación a otros actos o buscará otra manera de satisfacción, o bien se fijará en esa etapa que no ha podido sobrepasar. Ocurre que el exceso de satisfacción fija al niño a las etapas donde consigue satisfacciones.

Es por eso necesario saber darle al niño la oportunidad suficiente de satisfacción y frustrar sus tendencias en forma medida y adecuada para que pueda progresar; esto por cierto muy difícil de conocer con exactitud; sin embargo, es la educación, el aprendizaje, en su totalidad, el que debe aplicarse. Los hábitos de comida, aseo, orden hay que enseñarlos poco a poco de acuerdo con la edad, lo mismo que la vida sexual y hostil.

Es de malas consecuencias inculcar al niño el hábito de aseo hasta no controlar sus esfínteres, pero también es perjudicial hacerlo con retraso, así como también lo es reprobar o castigar fuertemente la masturbación o las conductas hostiles por creerlas anormales; esto no quiere decir que debamos estimular estas dos tendencias o conductas, lo que debemos hacer es educarlas o canalizarlas.

Para seguir adelante hay que contemplar el fin propuesto en la aplicación del premio, del castigo, del estímulo, de que se trate.

La meta es aprender. Aprender es organizar, discernir, comprender, ordenar, conectar situaciones, encontrar respuestas. En el aprendizaje hay modificación de la conducta en forma productiva. El proceso del aprendizaje tiene sus leyes o principios y condiciones que lo rigen, así como también intervienen una serie de factores. Entre las leyes más importantes están las del “efecto y ejercicio”. La primera se refiere a que una respuesta se fortalece o se debilita de acuerdo con el grado de satisfacción o de la molestia que acompañe su ejercicio.

La fuerza de conexión aumenta o disminuye según el uso o desuso del ejercicio. En otras palabras, cuanto más se ejercite la conexión, mayor será el producto del aprendizaje; por lo tanto, los efectos del ejercicio son directamente proporcionales uno de otros. Queda entendido, pues, que el niño aprende mejor aquello que le resulta satisfactorio.

Los psicólogos han descubierto que el aprendizaje no es tan eficaz cuando se producen molestias o dolor, como cuando hay satisfacción o placer. Así la recompensa es más efectiva que la omisión o eliminación. Unas y otras funcionan como estímulos. Se ha probado, por otro lado, que el cerebro reacciona, conecta u organiza mejor, cuando los estímulos son más intensos. Es decir, se aprende más cuando hay un aumento en la intensidad del estímulo.

La explicación podría encontrarse en la teoría mnémica de HYDEM, quien explica cómo los estímulos cambian las estructuras moleculares de una substancia llamada ácido ribonucleico. Es decir, se podría explicar el aprendizaje por medio de la psico-neuro-electro-química.

El estímulo, por su parte, puede ser interno o externo y está íntimamente relacionado con la motivación, la cual a su vez es una condición fundamental en el aprendizaje.

La motivación se refiere al motivo o causa que produce la acción y por eso hablamos de incentivos, los cuales están determinados por el medio ambiente y sirven para estimular o producir un motivo. Hay dos clases de motivos, unos intrínsecos y otros extrínsecos; en los primeros el individuo hace o aprende algo, incitado por la misma actividad que efectúa o aprende.

Así el niño aprende a nadar mejor por el placer que logra con dicha actividad, pero si el fin es conseguir prestigio como buen nadador, la motivación entonces es intrínseca. Las motivaciones intrínsecas también están íntimamente relacionadas con las aptitudes heredadas o adquiridas.

La eficacia de un buen padre de familia o de un maestro reside en la habilidad para posibilitar actividades que determinen aprendizaje deseable.

Se entiende que una condición esencial es saber provocar los motivos apropiados del alumno. Existen varios modos de estimular el aprendizaje y hasta donde sea posible deben usarse todos. Hay que tener en cuenta la edad del niño en el uso de los métodos de estimulación o motivación. Los estímulos internos se relacionan con los intereses y significación que tiene el aprendizaje.

El interés es el impulso interno o inclinación del sujeto por una actividad elegida con toda libertad y que agrada; por su parte se relaciona íntimamente con las capacidades, pero no todos los intereses tienen que ver con las capacidades; por ejemplo, un niño pueden tener capacidades para el dibujo pero no interesarse, y otros intereses por la música y no tener capacidad para ejecutarla; sin embargo, puede existir las dos a las vez: la capacidad y el interés.

Las capacidades hay que descubrirlas y los intereses estimularlos. El concepto de interés es un de los más importantes de la educación contemporánea. Con el aumento de las capacidades se aumenta el interés y éste estimula el desarrollo de las mismas.

(Lea También: Las Edades y el Aprendizaje)

Es sólo en la adolescencia cuando los intereses se vuelven estables; es por eso por lo que el adolescente desea hacer aquello que hace bien.

Hay condiciones y factores que influyen en el desarrollo de los intereses, tales como la imitación, la admiración y el respeto, la satisfacción, las presiones y expectativas del grupo social. Hay sí que diferenciar la imitación de la identificación. El niño puede imitar gestos del adulto y no ser como él.

En la identificación el niño se vuelve como el adulto, pero para que esto suceda, los padres deben facilitar la posibilidad de que los hijos puedan imitar, respetar y admirar con satisfacción las figuras que ellos ven como ideales y que son los padres o sus representantes.

Cuando tocamos el punto sobre incentivos dijimos que el medio ambiente producía motivos para aprender. Los ideales son unos de los motivos más importantes. Las metas o fines que nos proponemos son otros motivos y están relacionados con los valores, ya sean éticos, estéticos, económicos, biológicos o sociales. Estos valores tienen que ver con la sensibilidad y las aptitudes.

Hay personas más aptas para reaccionar ante un principio o norma social, otras ante la belleza y otras ante el dinero y con lo que con él pueden conseguirse (prestigio, poder, etc.). O bien, un sujeto será más apto para sentir, ver y actuar de acuerdo con la vida y la naturaleza. Así pues hay que facilitar tanto el desarrollo de las capacidades como el de los valores e ideales. Son los padres los modelos de ellos.

Antes se mencionó cómo había que motivar al niño para aprender. Entre las maneras más ventajosas para ello están los premios, el sentido de competencia, el conocimiento del resultado de lo que se aprende, el encontrar el beneficio de la actividad y aprendizaje, la valoración del mismo, es decir, que el sujeto debe conocer el valor de lo aprendido creando el sentido de comparación.

Todos estos son estímulos positivos; algunos de ellos no se pueden aplicar a todos los niños; por ejemplo, los niños de poca edad no pueden valorar el resultado del aprendizaje ya que necesitan tener metas inmediatas en lugar de objetos remotos. En estos casos el padre de familia debe estimular los motivos fundamentales que se encuentran en casi todos los seres humanos como son: las necesidades de seguridad, aprobación social, aceptación y reconocimiento, que son cualidades del aceptar, querer y amar.

Además de los factores ya enumerados que intervienen en el aprendizaje, están los de la inteligencia, los métodos pedagógicos, el contexto o contenido por aprender, el material con que se enseña  (audio-visual, gráfico, etc.), los agentes que intervienen (padres de familia, maestros, adultos), la edad, el medio familiar, social, escolar, y por último los factores emocionales.

Si todo esto lo tenemos en cuenta  en la educación, cabe aplicar la siguiente frase de Stevenson; “ningún hombre puede hacer más de lo que hace, pero no tiene derecho de hacer menos”.

Para resumir, hay una serie de elementos que se interrelacionan unos con otros y pueden verse en la gráfica elaborada con el fin de denotar los diferentes factores que intervienen en el aprendizaje, en el cambio de la conducta y en la producción de la misma; estos factores tienen su funcionalidad dentro de una movilidad en el aparato mental.

Todos estos factores expuestos y aparecidos en la gráfica intervienen y participan, de una manera u otra, con una proporcionalidad operativa funcionarte, la que puede ser positiva o negativa, que a la vez puede estimular, mover y aumentar el aprendizaje, o bien inhibirlo, frenarlo o anularlo.

Sucede que cuando uno de los factores está participando inadecuadamente o insuficientemente, o aún hay una carencia o mal funcionamiento o intervención, otro u otros factores tratan de compensar el “déficit” con el objeto de sustituir la falla o carencia; en estas ocasiones se observa que estas compensaciones no son siempre beneficiosas; por ejemplo, mejorando el método, la forma o cantidad del contenido o el material, no por esto el alumno, cualquiera que éste sea, va a poder suplir la falta de interés, de disciplina, o las capacidades propias.

De la misma manera sucede inversamente; por más que existan aptitudes, intereses, estímulos y un medio ambiente excelentes, no se puede aprender si no hay o no se aplica un método adecuado.

De esto se deduce que cada factor debe estar presente, además tratar de que estén dispuestos en cantidad y calidad, de acuerdo con una proporcionalidad operativa y funcionante positiva, para que se produzca el buen aprendizaje; es decir todos estos factores tendrán que estar presentes y participar en una proporción de acuerdo con el momento (tiempo) en que se aprende, con lo que se trata de aprender en una situación dada. No se trata de crear o pensar que siempre todo y todos pueden aprender igualmente. Niño escribe inglés en la pizarra del colegio

El aprendizaje, por su parte, como es bien sabido, es individual, pertenece a la persona de acuerdo con toda esa serie de factores y elementos enunciados; toca si tenerlos en cuenta para la enseñanza, pensando a la vez que cada mundo interno del sujeto es diferente, así cómo cada momento de aprendizaje lo es.

Hay niños en que su edad cronológica no corresponde a la edad del aprendizaje, o a la edad mental o a la social, o a la biológica, o a la genética o a su cociente intelectual; en estos niños, por ejemplo, aunque pueden comprender muy bien lo que estudia, el mundo de sus intereses es distinto; por eso es cuestión de tener en cuenta en que edad (de las siete que podemos describir) se encuentra y saber esperar a que haya balance o una coincidencia o un funcionamiento en ellas para que el sujeto pueda aprender bien.

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