Puesto de Combate: Un Viaje sin Fin

Puesto de combate
Milciades Arévalo
Narrador colombiano

Uno de los indicadores más dicientes del desarrollo intelectual de una nación lo constituyen las revistas culturales que produce. Enunciar, por consiguiente, una revista, de igual modo una novela, un libro de cuentos o un poemario, es también explicar y comprender el contexto social y cultural como parte de la producción intelectual de la sociedad.

En Colombia resulta significativa la contribución de las revistas literarias al desarrollo de nuestra identidad cultural.

Los escritores colombianos, casi todos, desde Silva, el “Tuerto” López, Tomás Carrasquilla, pasando por García Márquez hasta llegar a los novísimos autores, empezaron su carrera literaria en las páginas de alguna revista, dirigida la mayoría de las veces, por un anónimo creyente de la literatura por venir.

Difundir la palabra en nuestro país es algo más que una odisea. Quien lo hace a través de una revista cultural tiene algo que lo diferencia del común de los mortales, la terquedad del que está convencido de que trabajar con la palabra, lograr que la palabra se difunda es más importante que los sinsabores que cotidianamente produce el ajetreo con lo inútil.

En esta patria nuestra, convulsionada en batallas de supervivencia, encontrar el truco que sirva de trampa provocadora del lector de revistas es; quizás, una hazaña más de la habilidad que nos permite ser distinguidos en el orbe.

En otros países, el apoyo a estos medios alternativos de comunicación y difusión se ha incorporado al presupuesto del Ministerio de la Cultura y; en forma indirecta y provechosa benefician a todas las revistas que les permiten llegar al público lector.

El tiempo, esa palabra pronunciada en todas las lenguas de la tierra; es un rotundo axioma que no tolera el devaneo dialéctico, cuando lo referimos al valor del tiempo en una revista literaria.

Hace 25 años nos embarcamos un grupo de muchachos en el proyecto de editar Puesto de combate. Camus era nuestro escritor de cabecera, habíamos recorrido el país buscando amaneceres; pero también nos gustaba el mar, la poesía, la libertad, los sueños compartidos y las palabras.

Del Caribe nos llegaban los aires cálidos de la revolución cubana; del Cono Sur subía el aliento cavernario de los dictadores de turno, y en Colombia todavía andábamos con el Estado de Sitio a la espalda.

No de otro modo se explica que hayamos optado por un nombre contestatario como el nuestro: Puesto de combate. Con una mentalidad abierta y pluralista –no populista-, con el imperativo meridiano de situar en sus páginas a todos nuestros escritores y poetas.

Como revista de creación y no de grupo determinado, todo presente de poesía o de narrativa honesta y buena; es para nosotros motivo de fe en la literatura por venir, en la poesía y en la vida. A cambio de sectarismos y grupos enclaustrados en suficiencias más que dudosas; convencidos de que para formar un público lector era necesaria una gran dosis de terquedad, salimos a navegar por el mundo en 1973.

Testimonio real de este viaje lo puede dar la simple lectura de los autores que han intervenido en las 53 entregas que hasta la fecha hemos podido editar. Y aunque muchos digan que esto no es ninguna gracia en un país sacudido diariamente por la muerte, el miedo y el asombro; Puesto de combate nos ha permitido participar durante 25 años, en el desarrollo de la cultura de nuestro país, propiciando la comunicación, divulgando a nuestros escritores y poetas, dando a conocer el pensamiento colombiano, formando lectores y creyendo vitalmente en nuestra literatura.

Desierto de La Candelaria, mayo 5 de 1998

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VER 1 comentario

  1. Nicolás Contreras dice:

    CENIZA SALOBRE: ALVARO SUESCÚN REDESCUBRE A IBARRA MERLANO

    Mi tercer libro recomendado para degustar en esta semana santa, se titula Ceniza Salobre, una de las más valiosas contribuciones a la historia crítica bien contada, de la historia de la literatura colombiana, ofrenda del esfuerzo titánico de Álvaro Suescún Toledo, uno de los más preclaros intelectuales fundadores del Parlamento de Escritores en donde tiene cabida otro de nuestros grandes historiadores eruditos de las letras: Roberto Montes Mathieu. Ya Álvaro Suescún Toledo nos había regalado dos trabajos biográficos hechos con el escrúpulo de un preciosista de la palabra, al historiar sobre el más grande poeta de América en su momento: Jorge Artel, nuestro Agapito De Arco Coneo en “De la Vida que pasa”, una suerte de díptico que se complementa con la biografía del gran amor de Artel, la cantante Ester Forero, nombrada siempre con mucho cariño “Estercita”.

    Ceniza Salobre sintáctica y estructuralmente, es una biografía novedosa montada en un bien manejado formato de entrevista, género tratado con adobos exquisitos de crónica, pero sin perder la esencia de lo que una muy buena entrevista debe ser, en la cual Suescún Toledo nos descubre al más desconocido, profundo y fundamentado poeta de Colombia, quien además fue maestro, mentor y tutor en la formación de sus contemporáneos de mayor edad (caso de Jorge Artel) y de quienes eran un tanto menor que él, como Héctor Rojas Herazo y Gabriel García Márquez, ni más ni menos, que dos de los más grandes escritores que revolucionaron la narrativa y la lírica en lengua castellana, a través de sus obras En noviembre llega el arzobispo y Cien años de soledad, respectivamente.

    Basado en varias sesiones de entrevistas desarrolladas, unas en Bogotá, otras en Cartagena, Álvaro Suescún logra con base en un riguroso trabajo de preparación y estudios previos y sobre todo con la seriedad que lo caracteriza, hacer que en una especie de catarsis y exorcismo de sus demonios, Gustavo Ibarra Merlano revele las claves que lo motivaron a realizar un verdadero ministerio de formación con sus amigos Artel, García Márquez y Rojas Herazo, a quienes puso en contacto con la lectura de los grandes clásicos de la literatura anglosajona de América y por supuesto los griegos, refutando de paso a los biógrafos norteamericanos como Gerald Martin, quienes en varias obras como las selecciones editadas por la Fundación Nuevo Periodismo, llegan a afirmar que en La hojarasca Gabo había empleado las técnicas de Sófocles o Esquilo, para manejar la trama narrativa y la expiación de la culpa como parte del leitmotiv estructural de su obra.

    Otra de las refutaciones y aseveraciones de esta maravillosa obra de Álvaro Suescún Toledo, que también demuele el mito del Grupo de Barranquilla como el responsable de la formación del joven escritor de Aracataca, tiene que ver con la forma como Gustavo Ibarra Merlano se convierte no sólo en el primer gran especialista literario y teórico del análisis cinematográfico, sino cómo logra enseñarle las bases de este oficio al joven García Márquez, develando otros nombres que influyeron notablemente en el autor de Cien Años de Soledad, como Celemente Manuel Zabala, Anibal Esquivia Vásquez y todo ese mundo intelectual que se forjó a la sombra del Diario El Universal de Cartagena, con sus áreas de Bohemia de la Calle del Arsenal y San Diego en la Cartagena de los años 40.

    Pero entre las más importantes revelaciones que por elipsis esta gran obra literaria nos regala, como por ejemplo las intrigas literarias que lograron enfrentar los intereses de sus amigos y pupilos, este Gustavo Ibarra Merlano que nos presenta Álvaro Suescún Toledo, nos hace muchos aportes de la vida e instantáneas de Artel, Rojas Herazo y García Márquez, revelando la seriedad del maestro de sus amigos, que no duda en desmontar los mitos que por generosidad ellos – por ejemplo García Márquez- crearon con relación a la forma como Ibarra Merlano los ayudó a alcanzar las bases sólidas que hicieron de estos tres mosqueteros de las letras colombiana (cuatro como los de Alexandre Dumas), los grandes protagonistas de la narrativa mundial y de las letras en legua castellana, como ubicuidad más precisa.

    Por este venero de claves se facilita entender a tres grandes de la historia de la literatura colombiana en el mundo, que Álvaro Suescún nos revela como una referencia obligada junto al grupo de Roberto Montes Mathieu, al momento de narrar con seriedad y rigor no sólo los acontecimientos de estos grandes protagonistas de la literatura como oficio, sino la hermenéutica que nos ayuda a entender sin mitomanías o distorsiones, el porqué en las creaciones de estos tres gigantes literaterarios que gravitaron en torno a este discretísimo escritor, un extraordinario ser humano que practicó sin hacer alardes y con mucho éxito, una obra portentosa en áreas conexas o muy disimiles como el derecho aduanero, la crítica cinematográfica como elaboración teórica, la poesía, el periodismo y sobre todo, el testimonio de un gran católico practicante que nunca renunció a su calidad de librepensador, capaz de demostrar el amor al prójimo adoptando niños de la calle, a quienes les dio el mismo amor, el mismo apellido y sobre todo, el mismo amor que le dispensó a sus hijos biológicos: este es el maravilloso escritor y ser humano que fue Gustavo Ibarra Merlano y que Álvaro Suescún Toledo, devela en sus claves para la historia.

    Quienes estén interesados en hacerse a esta maravillosa obra, pueden comunicarse directamente con Álvaro Suescún Toledo, a través del número de celular 3116511316 o a su correo electrónico alvarosuescun@telecom.com.co. Me atrevo a decir que Ceniza Salobre es una obra imprescindible para poder entender la creación de cuatro de nuestros más grandes escritores, sobre cómo Gustavo Ibarra Merlano logró proyectar como un maestro a sus tres grandes amigos Artel, Rojas Herazo y García Márquez, quienes pudieron introyectar las lectoras sugeridas sobre Paul Claudel o Soren Kierkgaard; o los grandes clásicos de la literatura anglosajona de Norteamérica: William Faulkner o Nathaniel Hawthorne, entre otros. Cierro esta nota, con un extracto de la exquisita poesía de Gustavo Ibarra Merlano: “Corazón, meditando en tus andanzas/ hay un esquema que lo explica todo/ A cada golpe de la vida mezclas/ un poco de la muerte, en tal manera/ que al final de los días navegados/ habrás sumado con igual medida/ las mismas cantidades de la muerte/a los instantes que tuviste vida […]”