Elección Como Sumo Pontífice

El jueves 2 de marzo de 1939 a las 5:27 de la tarde, el humo blanco anunció la elección del Cardenal Secretario de Estado, Eugenio Pacelli:

Quien tomó el nombre de Pío XII. En la plaza la muchedumbre exulta. Han transcurrido apenas tres semanas desde la muerte de Pío XI.

“Será un Papa magnífico”, había pronosticado Pío XI que, con ocasión de un consistorio, declaró a los cardenales presentes: entre vosotros se halla quien no conocéis”. Palabras que en aquel momento eran cibilinas y muchos comprendieron después.

Pío XI había preparado minuciosamente para esa pesada carga a su Secretario de Estado. “Le hago a usted viajar para que conozca el mundo y el mundo le conozca”, le había dicho un día.

Es verdad que después de haber pasado doce años en Alemania como nuncio, primero en Munich y luego en Berlín, negoció con el gobierno prusiano un concordato firmado en 1929, que ejerció al mismo tiempo una gran influencia sobre el clero y los fieles católicos de ese país.

En 1933, siendo ya Secretario de Estado, firmará otro concordato con el Reich nacional–socialista, concordato que retrasará, ya que no pudo impedirlas, las persecuciones contra los católicos.

En Munich lo llamaban “el ángel”, lo cual justificó, a los ojos de algunos el que le apodaran “Pastor Angelicus”, como la profecía de Malaquías.

En 1934, Pío XI lo envió también a Buenos Aires y luego, obligado a aceptar una invitación, a los Estados Unidos; estuvo en Washington con el Presidente Roosevelt, con quien iba a trabar una amistad tan franca, que éste empezará siempre sus cartas con esta fórmula poco protocolaria hacia un Papa: “A Vos, a quien tengo el privilegio de llamar mi viejo y buen amigo”.

En 1937, Pío XI lo enviará como legado a Lisieux, a donde él mismo había pensado ir en persona por devoción a Santa Teresa del Niño Jesús a la que atribuía la prolongación casi milagrosa de su vida.

En Lisieux, Monseñor Pacelli celebró la misa en la exigua celda donde la carmelita murió. Después Pacelli irá a Paris, donde pronunciara en Notre–Dame un discurso célebre sobre la vocación de Francia.

En realidad, su aprendizaje, se remota más lejos aún en los primeros años de su carrera. Pues, antes de ser secretario de Pío XI, recibió el encargo del expediente, entonces muy delicado, de la Iglesia de Francia.

Benedicto XV lo envió también al emperador de Austria y al Kaiser para buscar con ellos la posibilidad de detener la Primera Guerra Mundial. Va igualmente a Londres, donde, con ocasión de la coronación de Jorge V, se reúne con Winston Churchill.

A Pacelli, que le pregunta a Pío XI si no lamenta haberle nombrado secretario de Estado, el Papa le responde: “Considero como la mayor gracia de mi vida tenerle a usted a mi lado. Si el Papa muriese, habría otro mañana, pues la Iglesia continúa.

Pero si el Cardenal Pacelli muriese, sería una desgracia mucho mayor, pues no hay más que uno. Ruego a Dios cada día que haga crecer otro en algún seminario, pero hasta ese día, no hay más que uno en el mundo”.

Esta confidencia la hizo Pío XI a su secretario de Estado, en su onomástico, el día de San Eugenio, acompañándola de un regalo: una miniatura que representaba a Cristo entregando las llaves a San Pedro. (Lea También: Foro Nacional “Reforma Integral a la Justicia”: Javier Henao Hidrón)

Su Legado:

Delgado y ascético de apariencia, la personalidad de Pío XII irradiaba nobleza, servicio, bondad, sacrificio, entrega y santidad.

Siempre se le veía cordial con todos, preocupado más en las necesidades de los demás que en las propias, dando abundantes muestras de caridad concreta, especialmente para con quienes sufrieron por la guerra.

Su testimonio de caridad y de santidad, sin duda fue el origen de numerosas conversiones de las cuales la más famosa sería la del Gran Rabino de Roma, quien al bautizarse tomaría su nombre: Eugenio Zolli.

El, impresionado por esa caridad y cuando todavía era el Gran Rabino de Roma, recibió de Pío XII cuanto oro faltaba para reunir los cincuenta kilogramos que la comunidad Israelita había de entregar a las fuerzas alemanas de ocupación en un lapso de 24 horas, so pena de ser reportados sus principales miembros.

Asimismo, fue testigo de cómo, una vez desencadenada la persecución en Roma, Su Santidad suspendía de modo extraordinario las severas prescripciones del Derecho Canónico, de modo que se albergasen a las familias judías en la más estrecha clausura.

Muchos y magníficos ejemplos de esta extraordinaria caridad cristiana fueron recogidos por Zolli en su obra ANTISEMITISMO.

Por su grandeza de espíritu, y su gran sencillez y humildad, entregó su vida al servicio de la Iglesia, mostrando una gran capacidad de trabajo y sacrificio, como un verdadero “siervo de los siervos de Dios”.

“Pío XII ha entrado en la historia de la Iglesia sobre todo como hombre que se consumió en holocausto, en aras del servicio de Dios, a la Iglesia y a todos los hombres.

Sacrificarse hasta el fin era para Pío XII lógico y natural. “Dios me ha encomendado este ministerio y debo corresponderle con todas mis energías. Un Papa no tiene derecho a pensar en sí”.

Esta fue su convicción íntima, y obraba en consecuencia”. (Sor Pacalina Lehnert: Servicio de Pío XII, Bac, pág. 104).

Su capacidad de trabajo, de sacrificio y de entrega por los demás y por la Iglesia, sin duda fue enorme, llegando al grado de la heroicidad.

Nos resta la esperanza de que avance sin tropiezos el proceso de Beatificación del Siervo de Dios.

Su Santidad Pío XII, verdaderamente el Pastor Angélico, Luz de la Iglesia, indiscutible precursor del Concilio Vaticano II, el Pontífice de la Paz como su propugnador heroico, en uno de los períodos más difíciles de la historia de la Iglesia y de la humanidad.

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