El poder del huevo

Día mundial del huevo
10 de Octubre

VICENTE VERDÚ

EN TODA LA NATURALEZA, ACASO NO HAY UNA FORMACIÓN tan compleja y enigmática como el huevo. Se puede contemplar un huevo durante un tiempo prolongado y no hallar nunca término a su amenidad. No es el caso, por ejemplo, de la esfera que nos despide con su obsecuencia monótona, ni es un cubo que se calca y se repite en su tenaz tartamudez.

El huevo es, por el contrario, elocuente, distintivo y elegante. No revela nunca su misterio y se complace en los designios de su pulida ambigüedad. El huevo es como la simiente del universo.

También, por supuesto, de la vida sin descifrar y cuya formidable eclosión, él produce en silencio, interiormente, sin dar cuentas a nadie; sin dar cuentas a nadie del portento que se realiza dentro de sí como en una alquimia inescrutable y sustraído a toda observación.

El huevo es más que real. Es superreal. Es tan surrealista como para constituirse en la pasión de los sueños de Dalí, de Gris o de Miró, para acompañar la pintura de Velázquez o de Zurbarán y para ser, como escultura, la más tenaz obsesión abstracta de Brancusi.

avicultores9002-25En todos los casos su atracción es a la vez tan fuerte como impenetrable. Posee, en realidad, la seducción propia del objeto perfecto. Del objeto perfecto que se ama a sí mismo con tal perfección que excluye la posibilidad de ser perfeccionado por cualquier adición forastera.

El huevo es así superior y sagrado. Su consistencia y volumen despide una majestad que el puño siente cuando lo apresa y de cuyo contacto la mano recibe siempre la invitación a seguir acariciándolo más. Los males de ojo se resolvían en contacto con el huevo porque de sus efluvios podía esperarse la conversión de lo aciago en benefactor, de lo avieso en metáforas del oro. Todo es en él, desde su enigmático hermetismo, una provisión de beneficencia.

Y nuestra vida cotidiana se hace amorosa y entrañable gracias a las mil presencias de su alimento. Cualquier hogar es impensable sin la relación entre la figura materna y la preparación de las tortillas con patatas, los huevos fritos, revueltos, escalfados o pasados por agua; o sin los inolvidables postres que tienen al huevo en el trono de su pasta y su sabor.

No hay enfermedad a la que no se la haya visto una prometedora superación gracias a la energía de la yema, tan nutricia como un manjar directamente destilado de los secretos de la vida. Dentro de la yema está Dios, el sol, el mapa condensado de la noble existencia primitiva.

Sobre el mantel del cuadro se ve brillar la concordia cuando luce el bodegón de un plato ocupado por un arreglo de huevos. Por ese camino más doméstico, el huevo hermético en su apariencia exterior, se vuelve sin embargo muy vecino.

Un vecino tan cercano o tan íntimo que podemos relacionarnos con él como la franca representación de la que nacemos y, así, cuando lo absorbemos, resucitamos.

Energizante, bueno para la protección de la vista, bueno para el metabolismo del cerebro, propicio para la hidratación de la piel, apropiado para combatir el estrés, aconsejado para aumentar la potencia sexual, el huevo es la cápsula de la vida.

De toda la vida que entendemos y amamos. Contemplándolo cerrado nos suscita la mágica pregunta de nuestro posible origen divino, y no en vano algunos se cuecen entre el rezo de una salve, pero al comerlo obtenemos la respuesta de una comunión con el impulso común de la vida.

Satanizado un tiempo por su aporte de colesterol, la ciencia ha vuelto, al fin de este siglo, a liberar al huevo de su condición amenazante. Supuesta amenaza que, en definitiva, no era acaso otra cosa que la encubierta manifestación de un temor a lo que es sustantivo.

En las postrimerías del siglo XX, sin embargo, el huevo ha recobrado, con las investigaciones científicas de hace unos meses, una nueva y merecida credencial. No sólo vuelve a ser apreciado en la dietología.

Es también importante en nuestra semiología social. Exactamente en unos tiempos donde es abundante la pérdida de referentes y sentidos, la recuperación del valor del huevo es el símbolo de una reconquista que nos permite volver a ganar el disfrute de lo complejo, de lo enigmático y de lo que, al fin y al cabo, es sustancial.

El Día Mundial del Huevo

Para ser completo, al huevo le faltaba tener su día, como lo tienen el amor y la amistad, el árbol, la raza; sólo que es una fecha cuya celebración traspasa nuestras fronteras y que cobra importancia con el correr del tiempo: se trata del Día Mundial del Huevo, cuyo propósito central consiste en que el segundo viernes de octubre, en todos los países, las organizaciones relacionadas con este producto, llamen la atención sobre el papel tan la importante que esta “joya proteica” puede jugar en la salud de los consumidores de todas las edades. Pues sí, el 11 del pasado mes tuvo lugar el Día Mundial del Huevo, creado hace tres años por la Comisión Internacional del Huevo, con sede en Londres, a cuya celebración, obviamente, se unió la Federación, a través del Programa Nacional de Huevo, con distintos actos que se llevaron a cabo en Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla, Santa Marta, Pereira y Bucaramanga (ver registro en las siguientes dos páginas).

 

 

 

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