El Nuevo Rol del Médico y del Sector Salud

Como ya lo planteé anteriormente, nuestro caso particular refleja también el fenómeno universal de rápidos cambios en la profesión médica. Las sociedades evolucionan cada día con mayor rapidez, y a su interior tiene que transformarse la forma en que se practica la medicina. Por ejemplo, recientemente escuchaba al Ministro de Salud de Francia plantear la necesidad de reflexionar sobre un sector salud y su práctica médica sin hospitales. Al menos, sin hospitales bajo esa férrea concepción mental que de ellos tenemos hoy como organizaciones.

Por eso, comparto los planteamientos de distintos autores cuando afirman que se requiere avanzar hacia un nuevo contrato de la profesión médica con la sociedad. Y al interior de la profesión, debemos evolucionar en el credo médico (E. Friedman, The American Journal of Medicine, Vol. 99, diciembre de 1995).

Primero, nuestro credo debe mantener y reafirmar como primer pilar el compromiso y la responsabilidad de los médico y la profesión para con el paciente. Este compromiso, esencia del Juramento Hipocrático, debe ser rescatado en tantas discusiones que a diario se dan en el país sobre modelos e instrumentos del sistema general de seguridad social en salud. Los medios no deben reemplazar el fin. El paciente –su buen trato y la búsqueda de su bienestar– debe prevalecer como la razón de ser del sector.

Pero, hoy en día, reconocer exclusivamente el compromiso de la práctica médica con el paciente que llega al consultorio o al hospital no es suficiente. Al credo le debemos sumar nuevos elementos, que reconocen la evolución en las expectativas, ideales y limitaciones de las sociedades modernas. Por ello, hoy debemos como médicos:

• Tener conciencia de los recursos que manejamos y ordenamos. Es el médico, con sus decisiones, el principal ejecutor del gasto en salud. Y este gasto corresponde, a su vez, a una fracción de esos recursos limitados en un país con múltiples necesidades. La conciencia en el acto médico sobre los costos debe necesariamente ir acompañada de un desarrollo acorde en el marco legal y en la interpretación jurídica en torno al derecho a la atención en salud en Colombia, que entienda y defienda el papel social del médico y genere un consenso social al respecto. También debe ir acompañado de un cambio en nuestra formación. Debemos conocer y aprender a manejar conceptos y herramientas de otras disciplinas y ciencias que inevitablemente nos acompañan y afectan en el día a día: por ejemplo, la administración, la economía y la comunicación.

• Ser capaces de reconocer el contexto epidemiológico, demográfico, económico y social del país, marcadamente heterogéneo.

• Por último, no olvidar los individuos, familias y poblaciones que permanecen marginadas de toda posibilidad de acceder a los servicios de salud.

Una ampliación en tal sentido en el credo médico facilitará la inserción de la práctica profesional en el nuevo contexto. Y, más importante aún, contribuirá a preservar la autonomía y el profesionalismo de los médicos, defendiendo lo que le es vital (su interés genuino por el paciente, su responsabilidad frente a éste y la valoración permanente de su conocimiento) pero evolucionando en características accesorias o secundarias, que para nada definen lo esencial para la medicina pero que tanta resistencia al cambio generan. Tenemos que ser capaces de cambiar para preservar lo fundamental.
Quiero concluir estas reflexiones sobre el sector salud y sobre el país.

La Ley 100 de 1993 aún no existe en Colombia. El sector se encuentra en medio de una transición incompleta, insuficientemente estudiada, mal documentada, en donde se mezclan sin claridad incentivos contradictorios de distintos modelos que facilitan el aprovechamiento particular en contra del beneficio general. Esta situación es a todas luces inconveniente y debe resolverse pronto.

¿Qué hacer? Debemos evolucionar como sector. Pero no cambiar para que nada cambie, como muchos grupos de interés particular quisieran. Esto dejaría el camino para que otros nos cambien.

Para ello debemos superar un obstáculo natural, humano, que se acrecienta en épocas de crisis: el individualismo y su consecuente vacío de liderazgo. Es la teoría del almendrón de Hernando Gómez Buendía. De cerca de 330 propuestas de solución a la crisis del sector que recogió el Ministerio de Salud a comienzos de este año, más del 95% reflejaban intereses particulares (sindicatos defendiendo sus prebendas, médicos buscando incrementos salariales, aseguradores defendiendo sus negocios). Fue muy raro encontrar una propuesta sistémica, integral, que mira por encima del hombro de cada quien.

Un sector salud que no es viable para todos no será viable para alguno. Lo mismo debe decirse del país.

Si seguimos en el facilismo con el que hemos guiado este debate (debate por cierto de naturaleza compleja y difícil aquí y en cualquier lugar del mundo), reduciremos el análisis a reiteradas expresiones de emotividad y de pasión sobre la suerte de una única variable: la continuidad o no de la Ley 100 de 1993. Más grave aún: sobre una única variable que en gran medida poco o nada tiene que ver con muchos de los problemas sectoriales.

Hagan, siquiera por un instante, una composición de lugar: la Ley 100 de 1993 desaparece, suprimida una mañana cualquiera mediante otro acto legislativo. Entonces, en Colombia:
¿Se detendría la interferencia política sobre las nóminas de las EPSs públicas en el país? ¿De los hospitales? ¿Dejarían, en consecuencia, algunos hospitales de favorecer los gastos fijos de funcionamiento para preocuparse, ahora si, de verdad, por la calidad de la atención efectiva a sus pacientes?

¿Se fortalecería la capacidad y responsabilidad institucional, pública y privada, para beneficio del desarrollo de Colombia?

¿Se entendería en su real dimensión e implicaciones el proceso de descentralización político y administrativo del país? ¿Entonces, sería la salud prioridad para todos los alcaldes y gobernadores?

¿Se acabaría la mentalidad de oportunismo de algunos grupos de interés? ¿O, al menos, expondrían sobre la mesa sus verdaderas agendas (sus temores y preocupaciones frente al cambio, sus intereses personales) para facilitar la búsqueda de las mejores soluciones para todos?

Por decreto, ¿nos libraríamos de la corrupción en el sector?

Por último, ¿volveríamos a tener en el centro de los esfuerzos al paciente y su bienestar? ¿Al respeto por su libertad de elegir con información, de premiar con sus decisiones la calidad y calidez de los servicios, de participar en la definición y desarrollo del sector que debe velar por su salud?

Mucho me temo que una modificación normativa (una más) no habrá solucionado lo anterior.

La medicina clínica le debe muchos de sus más significativos avances a la observación de casos y a los esfuerzos de investigación que de ellos se desprenden. Les propongo que hagamos lo mismo en el sector. Tenemos al frente casos exitosos de instituciones prestadoras públicas y privadas, de aseguradores, municipios e incluso de departamentos, que han logrado mejorar su desempeño gracias al nuevo modelo propuesto; y tenemos, al lado de éstos, muchos otros casos en los cuales ha ocurrido lo contrario y se ha exacerbado el deterioro histórico en los servicios. ¿Qué hace que un modelo sea bueno para unos y malo para otros?

¿Estará el problema en el modelo?… o, más bien ¿será la profunda debilidad institucional del país y el predominio de los intereses particulares de algunos grupos de poder, agravada en los últimos años por factores coyunturales, lo que impide el desarrollo en equilibrio del sector, independientemente del modelo planteado?

Colombia debe repensar rápidamente su sector salud, evitando soluciones simplistas y fragmentadas. Y sobre consensos mínimos, debemos como médicos fomentar y, porque no, asumir un liderazgo colectivo que no sólo nos permita progresar como sector, sino también contribuir a la reconstrucción del país.

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