Tratamiento de Cáncer de Próstata Localizado, Funcionalidad emocional

Funcionalidad emocional

Esta fue una de las áreas más afectadas en comparación con las otras áreas evaluadas. Se encontró que la mayoría de los pacientes (78%), sintieron que su funcionalidad emocional se había afectado después del tratamiento en alguna propor­ción. Los pacientes presentaron diferentes estados de nerviosismo (42%), preocupación (64%), irritabilidad (56%) y depresión (40%).

Solo el 22% de toda la población dijo no ha­ber sentido cambio alguno en esta área de la calidad de vida después del tratamiento. Esto concuerda con los planteamientos de (Palmero y Fernández, 1998) quienes afirman que los cambios experimentados cuando hay cáncer de próstata, desencadenan en los pacientes a nivel emocional sentimientos de inutilidad o de carga familiar, pérdida de la capacidad para disfrutar, tendencias al aislamiento y sentimientos de ira o irritabilidad.

Analizando los resultados de la función emocional en relación con la presencia de efectos secundarios de los tratamientos, se encontró que los síntomas que afectaron sig­nificativamente esta área de la calidad de vida fueron: los problemas urinarios cuando éstos limitaban la realización de actividades coti­dianas de los pacientes.

Este aspecto también tuvo una gran incidencia en los pacientes que se sentían deprimidos y nerviosos, “la incon­tinencia lo afecta a uno como persona, con la pareja y socialmente”; “tengo sentimientos de frustración, culpa, temo”, “lo más terrible es la incontinencia, lo acompleja a uno”. Comunic­ación de los pacientes, 5-12-2002).

Por otro lado, los síntomas sexuales como son, la disminución de los niveles de agradabilidad en el sexo y los problemas de eyaculación, afectaron sustancialmente el área emocional.

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Cáncer de próstata

Los resultados encontrados, están acordes con los planteamientos de Ptacek, Pier­ce, Ptacek y Nogel (1999) en donde afirman que los hombres que tienen esta enfermedad y se someten a estos tratamientos, experi­mentan una serie de eventos generadores de angustia, que los dejan en riesgo potencial de desajuste emocional; además afirman que uno de los principales temores de los hombres con cáncer de próstata es el cambio en la actividad sexual lo que llega a deteriorar su bienestar físico y psicológico.

Adicional a lo anterior, algunos pacientes manifestaron haberse sentido preocupados cuando no obtenían los resultados que espe­raban después de los tratamientos y expresaron que los médicos habían asegurado que todas las funciones se recuperaban rápidamente; esto generaba en el paciente sentimientos de frustración, cuando ocurría lo contrario.

Varios pacientes consideraron debilidades en el manejo de la información que los médicos suministran, pues muchos sintieron que no habían sido informados lo suficiente sobre las reales implicaciones de dichos tratamien­tos (duración, magnitud). De esta forma se evidenció que este aspecto incidió de forma negativa en el estado emocional de los hom­bres, generando una carga adicional para el paciente y experimentando gran confusión, ya que las predicciones de los médicos no se habían cumplido.

Funcionalidad cognoscitiva: Se encontró que la mayoría de los pacientes (66%), expre­saron que su función cognoscitiva se había afectado en el tiempo transcurrido después del tratamiento. Un 34% de la población dijo no haberse afectado en absoluto.

Palmero y Fernández

El aspecto que más se vio afectado, fue la capacidad de los pacientes para recordar cosas y la concentración. Lo anterior se relaciona con lo explicado por Palmero y Fernández (1998), quienes afirman que las demandas personales tanto psicológicas como físicas pueden llegar a ocasionar dificultades cognoscitivas, agota­miento y cansancio general.

Se vio que los síntomas ocasionados por los tratamientos que afectaron de manera significativa esta área de la calidad de vida fueron: La presencia de calores corporales y los problemas urinarios cuando impedían la realización de actividades. En cuanto a los síntomas sexuales, se vio que fue la falta de agrado obtenida de la relación sexual. Los efectos mencionados afectaron la capacidad de concentración de los pacientes para reali­zar tareas específicas como leer o ver televi­sión y también su memoria.

Funcionalidad social: Se pudo observar que el área social de la calidad de vida tuvo una afectación importante en los pacientes, ya que el 64% percibieron algún cambio después del tratamiento. El 36% de toda la población dijo no haberse afectado.

Estos resultados coinciden con lo planteado por Litwin y cols (1999); la función social es una de las áreas de la calidad de vida que más se afecta después de los tratamientos antineoplásicos para el cáncer de próstata, debido a las limitaciones físicas y psicológi­cas que pueden llegar a afectar las actividades sociales que se realizan normalmente.

Relacio­nado a lo anterior, Helgeson y Lepor (1997) argumentan que la persona puede generar cierto tipo de desinterés en el establecimiento de las relaciones con las personas que lo ro­dean, incrementando tendencias que lo lleven al aislamiento social.

Síntomas secundarios

Se pudo observar que varios de los síntomas secundarios afectaron significativamente la fun­cionalidad social; dentro de éstos se encontró que los síntomas urinarios como la necesidad de levantarse frecuentemente en las noches a orinar, afectó directamente la función social, podría pensarse que lo anterior, al interferir en el descanso de las personas, producía desaliento y esto impedía hasta cierto punto el desempeño normal de las actividades sociales.

Así mismo, la urgencia urinaria fue otro aspecto que afectó la función social, ya que los pacientes reporta­ron que la necesidad de estar constantemente cerca a un baño les impedía involucrarse de la misma forma en actividades sociales después del tratamiento.

La incontinencia urinaria también se relacionó significativamente con esta función, pues se vio que los pacientes con funcionalidad social más baja, fueron aquellos que presentaron mayores problemas de incon­tinencia y quienes utilizaban alguna ayuda para ésta, ellos reportaron que lo anterior generaba grandes incomodidades y más aún al estar en grupos sociales.

Se encontró que los síntomas intestinales también afectaron de manera significativa esta área de la calidad de vida. Podría pensarse que el escape involuntario de materia fecal fuera de ser un hecho molesto para el hombre, como lo informaron, genera en algunos casos ver­güenza. Por esta razón, es posible que el pa­ciente tienda a alejarse de su vínculo social.

El síntoma de la inflamación de las piernas o los tobillos afecto también la función social de los pacientes, posiblemente debido a las molestias que esto produce al estar demasiado tiempo parado o sentado, de esta manera la asistencia a eventos sociales disminuye.

Integridad psicológica y física

Teniendo en cuanta todo lo anterior, los pacientes pueden perder el interés en el establecimiento y mantenimiento de vínculos sa­tisfactorios con quienes lo rodean. Este punto es importante y hay que tenerlo en cuenta, ya que como lo menciona Rodríguez (1995), la red de apoyo social representa una pauta de lazos continuos e intermitentes que juegan un papel significativo en la integridad psicológica y física de las personas a lo largo del tiempo, debido a que proporciona intimidad, define competencias mutuas, proporciona elementos de referencia, permite compartir problemas comunes y ofrece asistencia en las crisis.

Así, cuando las relaciones sociales del paciente se ven alteradas, el proceso de afrontamiento puede disminuir, desencadenando una mala adaptación a los cambios generados por los tratamientos.

En general la hipótesis planteada acerca de la posible relación entre los síntomas secundarios de los tratamientos y la calidad de vida se acepta, si se tienen en cuenta las corre­laciones antes analizadas; se vio por un lado que los síntomas asociados al funcionamiento sexual de los pacientes tuvieron un impacto negativo en diferentes áreas de la calidad de vida, como en el estado general de salud, la funcionalidad de rol y sobre todo el área emo­cional, ya que se evidenció que los problemas para eyacular, la disfunción eréctil, la dismi­nución del deseo sexual y la incomodidad en la intimidad, fueron aspectos que produjeron en los pacientes altos niveles de preocupación, irritabilidad y nerviosismo.

Por otra parte los síntomas urinarios afectaron significativamente la funcionalidad física, de rol, emocional y especialmente en la funcionalidad social de los pacientes. Así mismo los síntomas intestinales tuvieron una afectación directa en la funcionalidad física y social.

Resultados del ajuste marital (DAS):

Consenso: se encontró que sólo un 18% de la población, evidenció tener niveles muy altos en esta área. Un 50% se encontró en un nivel bueno, 20% manifestó tener niveles bajos y 12% informó tener un nivel de consenso pésimo.

Los pacientes reportaron tener altos ni­veles de acuerdo en la toma de decisiones importantes, lo cual refleja como lo dice Cá­ceres (1996), un intercambio de información y preferencias adecuado. Este mismo nivel de acuerdo se presentó en el manejo del dinero, las cuestiones religiosas, las amistades, la fi­losofía de la vida, los convencionalismos, los objetivos, fines y valores y en la realización de las tareas domésticas.

Así, se evidenció que después del tratamiento seguía habiendo un buen manejo de los factores instrumentales; esto es un asunto importante y positivo ya que como lo dice Weiss (1978) citado por Buela-Ca­sal, Caballo y Sierra (1996), hace parte de las categorías que influyen en el mantenimiento del ajuste de la pareja.

Sin embargo, otros aspectos del consenso (diversiones, cantidad de tiempo a pasar jun­tos y manejo del tiempo libre) se relacionaron con algunos de los efectos secundarios de los tratamientos. Se vio que los pacientes que se encontraron en niveles pésimos o bajos “de acuerdo” en los asuntos mencionados, eran quienes presentaban alta sintomatología.

La polaquiuria y las ayudas para la in­continencia se asociaron con el acuerdo que tiene el paciente frente a las actividades de diversión que comparte con su pareja. Tal vez el hecho de tener que orinar constantemente durante el día, esté entorpeciendo de alguna forma estas actividades.

Este es un aspecto de suma importancia, ya que como lo afirma Weiss (1978) citado por Buela-Casal, Caballo y Sierra (1996), las actividades en pareja man­tienen y aumentan el grado de satisfacción de la misma. Cuando esto no se da, genera como lo sugieren Palmero y Fernández (1998), una pérdida de la capacidad para disfrutar. En este caso las emociones negativas se incrementan, sea por las presiones del medio o del mismo individuo y generan tensión en la pareja.

Se observó también que entre menos agra­dable es el sexo para el paciente y hay mayor incomodidad al estar en intimidad sexual, hay mayores desacuerdos en cuanto al tiempo que pasan juntos. Al parecer, el hecho de compartir más tiempo en pareja existen mayores proba­bilidades de encuentros sexuales, en los cuales el paciente no se va a sentir bien y así prefiere evitarlos, generando así el desacuerdo entre los miembros.

Satisfacción: respecto a esta área se con­cluyen varias cosas. Primer lugar, los pa­cientes que manifiestan que el sexo es poco sa­tisfactorio, y que hay grandes incomodidades en la intimidad sexual, son los mismos que informan que las cosas con la pareja después del tratamiento nunca o raramente van bien (8%).

En este caso, si para el hombre la agra­dabilidad en el sexo es un factor determinante en su relación de pareja y los síntomas sexua­les abolieron o disminuyeron éste, entonces la evaluación de la satisfacción marital suele ser negativa.

Tal sentido, los planteamientos de Bornstein y P, Bornstein (1986) sobre las ex­pectativas o creencias de las personas acerca de que “el nivel sexual, nunca debe decaer”, acarrea frustraciones personales que de no ma­nejarse adecuadamente en la pareja, facilitan el deterioro de la relación. De esta manera, se da un choque de expectativas con lo que quiere o espera el paciente y la realidad.

Otra de las correlaciones que se encontró, fue que las personas que discutían con más frecuencia (16%), eran quienes presentaban mayor sintomatología de nocturia. Es impor­tante recordar que la nocturia interrumpe el sueño; entre más frecuente sea este fenómeno, más dificultades habrán para dormir.

De esta manera puede ser que la persona no tenga un sueño reparador, y así se de origen a un cansancio físico crónico, que tal vez lleve al paciente a sentirse irritable y la posibilidad de discutir aumente. Este es un aspecto el cual merece atención, ya que como lo men­ciona Rodríguez (1885, cuando hay discordia mantenida en la relación, es posible que se presenten conductas que llevan a la ansiedad y a la depresión, disminuyendo así la satis­facción de pareja.

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Expresión de afecto: Los resultados encon­trados mostraron que el 60% de la población se encontraba satisfecha con este aspecto de su relación de pareja, demostrando que no se ha­bían presentado cambios después de haberse sometido a los tratamientos y el 40% estaban insatisfechos al respecto.

En cuanto a la relación de los síntomas se­cundarios de los tratamientos y los resultados de esta área se encontró que síntomas sexuales como las dificultades para eyacular, la falta de agrado en el sexo, la disfunción eréctil, y la incomodidad para estar en intimidad sexual, afectaron significativamente esta área, especial­mente en lo que se refiere a las demostraciones afectivas en la pareja y a los problemas ocasio­nados como consecuencia del cansancio y la no disposición que manifiesta el paciente para hacer el amor.

En cuanto a la eyaculación, es menester recalcar que los hombres que se han realizado la prostatectomía radical no pueden volverlo a hacer, y los pacientes que recibieron otro tipo de tratamientos, puede dificultárse­les, sin embargo, ésta se asocio con ansiedad psicológica, a pesar de las explicaciones acerca de que el placer puede sentirse sin eyacular.

Haciendo referencia a la incomodidad que siente el paciente estando en intimidad sexual, Palmero (1995) afirma que si el paciente evita al máximo tener momentos de intimidad y de privacidad, el contacto físico y las caricias en la pareja empiezan a perder valor.

Si los contactos no tienen valor, es como si estuvieran ausentes. Este es un aspecto que hay que tratar con el paciente ya que como lo sugieren Weihs y cols (2002), las necesidades de contacto físico, y las relaciones sexuales se deben satisfacer por los miembros de la pareja para que se de un pro­ceso de adaptación adecuado, de lo contrario, se desencadenan conflictos.

Al parecer, la incidencia de los síntomas sexuales en la expresión de afecto, se asocian con una disminución en el valor personal percibido en aquellos aspectos relacionados con qué tan atractivos resultan para sus parejas.

Por otra parte, el escape de deposición se relacionó directamente con la ausencia de de­mostraciones afectivas en la pareja. Lo mismo sucedió con el hecho de ganar peso después del tratamiento.

Cohesión: Se encontró que el 65% obtuvo un nivel muy alto de cohesión, un 26% obtuvo nivel bajo de cohesión y un 14% se encontró en un nivel pésimo. El aspecto que más se afectó en esta área, fue el intercambio de ideas estimulantes, 14% presentó un intercambio bajo y 22% pésimo. Solo un 24% mostró un intercambio alto, cuestión importante para mantener altos los niveles de armonía entre la pareja.

Se encontró que a mayor disminu­ción de la percepción de masculinidad, menos intercambio de ideas estimulantes. Respecto de la sensación de sentirse menos masculino, Helgeson y Lepor (1997), argumentan que el funcionamiento sexual es un aspecto funda­mental en la constitución de la masculinidad y es posible que la incontinencia y la impotencia pueden generar en los hombres sentimientos y sensaciones que afecten la manera en que el hombre se ve a si mismo.

El hecho que la masculinidad se vea afectada puede deberse también a la creencia que un hombre llega a ser tal si desarrolla ciertos atributos; como el hecho de satisfacer siempre a la mujer en el acto sexual (Corsi, 1999). Según este autor, en nuestra cultura, se enseña a los hombres un ‘modelo de sexo de fantasía’, un conjunto de expectativas irreales, idealistas, que se traducen en intensas presiones con respecto a su rendimiento.

De esta forma, es posible que el hombre que presenta dificultades en su función sexual, se sienta incómodo y ten­ga temor a enfrentarse a tales creencias que incrementan sus sentimientos de frustración. Es posible que algunos hombres en esta situa­ción activen como lo menciona Corsi (1999), el mecanismo de “farsa sexual” en la cual evita por diferentes medios que las personas que lo rodean dentro de éstas la pareja, se enteren de su problema sexual; este aspecto genera un déficit en el autoestima del individuo y en la credibilidad de sí mismo.

Además produce en el hombre un tipo particular de estrés que puede aumentar los niveles de ansiedad. Si el hombre se siente menos masculino, y por tanto considera que su atractivo pudo haber disminuido e incluso haberse perdido, puede desencadenarse una desmotivación respecto a la interacción que tiene con la pareja y esto hace que el nivel de intercambio de ideas estimulantes disminuya o incluso se ausente y como bien concluyen Llavona y Carrasco (1997), “si no hay un intercambio de refuerzos positivos entre los miembros de la pareja, la relación no será satisfactoria”.

Ajuste total: Hay que tener en cuenta que el ajuste total es la sumatoria de todas las áreas de interacción, las cuales fueron evaluadas en­fatizando en el tiempo transcurrido después del tratamiento. Al respecto se observó que ningún paciente puntuó dentro de la categoría de parejas armoniosa, es decir ninguna obtuvo altos niveles de ajuste total, 8% fueron parejas ajustadas, 72% fueron parejas desajustadas y 20% fueron parejas conflictivas.

Recopilando las relaciones que se dieron entre el ajuste marital del paciente después de haber sido tratado y los efectos secundarios, se concluye que los síntomas sexuales son los que más desajuste producen en las diferentes áreas de interacción. Esto se puede eviden­ciar no sólo a través de las correlaciones que se dieron sino también a partir de los reportes personales de los pacientes.

Los siguientes co­mentarios fueron los más comunes “Después del tratamiento no he vuelto a tener relaciones sexuales”, “El tratamiento me ha afectado la relación, antes yo era activo sexualmente”; “La parte de la sexualidad es traumatizante”; “Mi relación de pareja se vio afectada por la impo­tencia”; “La disfunción eréctil ha afectado la relación”; “Sexualmente se afecta la relación”, “La relación cambia en la sexualidad”, “En la sexualidad me he visto muy afectado con mi pareja, a veces tenemos conflictos por eso, es duro psicológicamente”, “Prácticamente se acaba la relación de pareja porque la erección se acaba”;.”Hicimos una separación de cuartos por la impotencia sexual, para así estar tran­quilos”.

Así, los síntomas relacionados con el funcionamiento sexual como la disfunción eréctil, la dificultad para eyacular, la incomodi­dad en el acto sexual, la disminución del deseo y la pérdida de percepción de masculinidad, tuvieron un impacto fuerte en todas las áreas de interacción de la pareja especialmente en la satisfacción y expresión de afecto.

Por otro lado, los síntomas urinarios como la incontinencia, la polaquiuria y la nocturna, llegaron a afectar significativamente las áreas de satisfacción y consenso. Las disfunciones intestinales afectaron el área de expresión de afecto.

Conclusiones

Surge la necesidad de realizar un trabajo integrado entre los profesionales de la salud, el paciente y su medio social más cercano, teniendo una mirada interdisciplinaria que permita manejar de manera oportuna y acertada las múltiples circunstancias que los tratamientos traen consigo.

  • Fortalecimiento de la información que se le suministra al paciente: El médico aparte de tener una preparación especializada, técnica y científica para tratar al paciente y de mencionarle los posibles síntomas físicos que él puede presentar después del tratamiento, debe tener en cuenta cómo el paciente puede llegar a sentir, sufrir y temer acerca de lo que éstos pueden desen­cadenar en su vida teniendo en cuenta que él es un ser psicológico, cultural y social.
  • De esta manera, la “consulta médica” debe ser un encuentro interpersonal, donde el médico presente una disposición afectiva integrando no sólo una destreza clínica sino también terapéutica de igual carácter.
  • Lo anterior ayudaría al hombre a saber de antemano de las posibles alteraciones psi­cológicas y emocionales a las que puede verse enfrentado, logrando así un proceso de adaptación más adecuado y disminu­yendo la posibilidad de afectación en su calidad de vida y en su relación de pareja.
  • Sería importante también que el médico, al comprender las implicaciones que trae los efectos secundarios de los tratamientos en la vida del paciente, pueda hacer que los encuentros incluyan a los dos miembros de la pareja o en dado caso sugerirle al paciente que busque apoyo psicológico.

Es fundamental pensar en la creación de un espacio de intervención psicológica enfo­cada al:

  • Desarrollo de habilidades para la preven­ción y la resolución de conflictos que se pueden presentar al interior de la pareja; incluyendo la sexualidad, la expresión de afecto y la comunicación entre otros. Esto anterior con el fin de mantener altos niveles de satisfacción en la pareja.
  • Apoyo en el funcionamiento emocional de los pacientes, interviniendo en aspectos tales como, frustración, sentimientos de irritabilidad, miedo, ira y depresión, que permitan tener una mejor calidad de vida.
  • Fortalecimiento de la autoestima del pa­ciente, enfatizando en la valoración de la imagen que se tiene de si mismo y en la des­mitificación del concepto de masculinidad de la sociedad actual. Ya que el concepto tradicional del rol masculino genera un impacto negativo en el hombre.
  • Fortalecimiento de la función social, brin­dando herramientas al paciente para el establecimiento y mantenimiento de las relaciones interpersonales.
  • Igualmente se propone con estos resultados, desarrollar programas de intervención di­rigidos a cubrir las tres fases del proceso por el cual pasan los pacientes, a saber: el diagnóstico y pretratamiento, tratamiento y los efectos posteriores a los mismos.

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