Editorial, Ley 100 de Seguridad Social

Mucho se ha hablado sobre la Ley 100 de Seguridad Social. Muchos son los amigos y detractores que, con argumentos a favor los primeros y en contra los segundos, se han ocupado del tema en los penosos ya diez años que lleva de vigencia.

No voy a ser precisamente yo quien se enfrasque, en este corto espacio, en una diatriba contra la vapuleada Ley, y por supuesto tampoco voy a optar por la quijotesca idea de defenderla, pues demoraría un tiempo inmensurable en una u otra posición y estaría atacando algo cuyo principio filosófico, cuya inspiración, además de obedecer a una sentidísima necesidad del ser humano de procurar por todos los medios mejorar su calidad de vida y buscar su bienestar, sigue –o debería segur- un mandato constitucional, cuando se dice que “El Estado debe defender la vida, honra y bienes de los asociados”.

No puede ser de otra manera que se interprete este doloroso proceso por el que venimos atravesando todos los colombianos, pero situados en dos orillas diferentes. Y es que todos estamos en dos orillas diferentes, porqué:

En una orilla están los pacientes, necesitados de las múltiples acciones que requieren para mantener su salud o recuperarla cuando se ha perdido y en otra las Empresas Promotoras de salud que pretenden que se haga lo mínimo y al menor costo en ese delicado proceso del cuidado de la salud.

En una orilla están los que defienden el modelo preventivo que busca evitar el deterioro de la salud de los seres humanos y de la otra los que se “resignan”, o mejor, optan por el modelo curativo, mucho mas costoso tanto en dinero como, y ello sería lo más importante, en vidas humanas fundamentalmente y en días/bienestar o días/productivos.

En una orilla estamos los profesionales de la salud, en especial los que aun creemos en juramentos hipocráticos, honor y ética profesionales y todo ese tipo de normas humanas que rigieron durante siglos el ejercicio profesional y que, desafortunadamente, hoy están pasando a un segundo plano y en la otra quienes presionadas por factores ajenos al ejercicio de la profesión, prestan una atención que al menos garantiza su calidad y, ademas deja dudas de su eticidad.

En una orilla estamos los que aun creemos en el ejercicio libre de la profesión, pensando en el paciente como el objetivo primordial del beneficio de nuestros conocimientos, sin limitantes distintas a las necesidades mismas del paciente, la identificación concreta y completa de su problema y el manejo del mismo aplicando todos los esfuerzos necesarios de una buena terapéutica y de la otra aquellos cuya preocupación fundamental es el costo de los servicios médicos, recomendando que no se haga tal o cual estudio, manejo o plan de tratamiento, por no decir obstaculizando el ejercicio libre y consciente de la ciencia.

Todo ello desemboca en el problema fundamental al que estamos abocados hoy los profesionales de la salud, y esta es la idea fundamental, no es solamente el bajo nivel de ingreso, que también es importante -necio sería decir lo contrario-.

El problema fundamental está, quizás, en el hecho de que se nos esté permanentemente diciendo por parte de quienes administran hoy esos servicios, cómo debemos atender a los “clientes”, dejando de aplicar los conocimientos completos o, peor aun, dejando de solicitar las ayudas diagnósticas que en un momento determinado creemos, honestamente, que son necesarias.

En tres frases podríamos resumir el problema fundamental del ejercicio de la profesión:

Primero se olvidó la aplicación de la clínica y ello ha deteriorado la calidad de la atención. Si no se realizan exámenes no se obtiene un diagnóstico, como su fueran las ayudas diagnósticas las encargadas de diagnosticar los problemas de los pacientes.

Segundo: Tanta intervención de personas ajenas y desconocedoras del verdadero problema de la salud acabó con la independencia del profesional, y no solamente del médico, sino todos los profesionales de la salud. El juicio hoy es cuánto cuesta una atención y no qué tan acertado es el profesional, aun con la ejecución de otras acciones, diferentes a una buena historia clínica, un excelente y completo examen médico y un juicio racional, estructurado y profundo que lleve a un diagnóstico correcto y por ende a un tratamiento adecuado.

Y tercero, como ya lo han dicho antes diversos autores, la salud es demasiado importante como para dejarla en manos de quienes solo se preocupan por su rendimiento económico. Bien lo dice el Dr. Rizo en un magnífico artículo que aparece mas adelante, en este mismo número, con la intervención de los economistas y los”administradores” de salud, que conducen a una burocracia y a un interminable número de intermediarios, la salud está cada día peor. Bien se le dijo en muchas oportunidades al admirado y en mala hora desaparecido Ministro Juan Luis Londoño: con la forma actual de aplicación de la Ley 100 ni los pacientes ni los profesionales de la salud estamos bien. Se buscó el beneficio para los primeros, pero sin afectar a los segundos y la verdad, ninguno de los dos grupos estamos mejor sino mas bien con una calidad de vida cada vez más deteriorada.

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