¿Y de la ética qué?

Hay momentos en la vida en que se decide hacer un alto en el camino, reflexionar y de ese modo poder planear de manera estratégica los derroteros que guíen la actividad cotidiana. Esto es especialmente válido en un campo como lo es la docencia médica ya que a diario nos enfrentamos a una avalancha de información que va transformando y aumentando el conocimiento, aunado al constante cambio en las leyes y costumbres que rigen el ejercicio profesional.

Esto hace que la labor diaria del docente deba enmarcarse en la innovación, con el ánimo de buscar estrategias pedagógicas que permitan al estudiante discernir y tener conceptos claros sobre qué es lo básico para su futura práctica profesional.

Siendo excesiva y cambiante la información sobre aspectos científicos es posible que de manera involuntaria se olvide que la formación del médico debe ser integral e incluir una gran cantidad de esfuerzos en áreas humanísticas. En este sentido la ética profesional entra a jugar un papel preponderante ya que no es nada más ni menos que el conjunto de preceptos morales que rige la práctica médica.

Varios autores han planteado que la ética no se puede enseñar ya que involucra aspectos tan íntimos del ser como los valores aprendidos en la infancia. ¡Pero no es así!

De tiempo atrás he estado convencido de que muchas veces como docentes desconocemos la importancia que tiene el currículo oculto y al evaluar los resultados obtenidos a lo largo de una vida involucrado con la enseñanza, no sólo en las aulas sino a través del acompañamiento en la práctica clínica, se puede concluir que precisamente la actitud y el comportamiento del profesor son los que luego se verán reflejados en cada uno de sus alumnos. Por ende la ética del futuro profesional no será más que aquella que hoy posee su maestro.

En Colombia la ética médica se encuentra reglamentada en la Ley 23 de 1981, legislación que, exceptuando unos pocos extractos que han sido declarados inexequibles por la Corte Constitucional, sigue teniendo vigencia. En ella ya se plantea la obligatoriedad de la enseñanza de la ética en las facultades de medicina.

A mi juicio la docencia en este aspecto no debe limitarse a una clase dictada en un aula, sino que se encuentra involucrada en el ejercicio diario en los centros de práctica. Hoy me cuestiono hasta qué punto se cumple con la enseñanza de la ética en los hospitales universitarios y tras una larga reflexión son varias las dudas y los sinsabores que quedan.

Aunque para algunos de nosotros el Juramento Hipocrático conserva aquel sabor nostálgico de guardar los lineamientos básicos que uno de los padres de la medicina postulara para el ejercicio de la profesión, hoy nos rige el juramento adoptado por la Convención de Ginebra de la Asociación Médica Mundial.

En sus líneas se plantea de una manera sencilla, concreta y clara la relación del médico con la sociedad, la ciencia, el paciente y los colegas. Estoy seguro que de sus 10 preceptos básicos no todos se cumplen a cabalidad.

Cuando se lee con detenimiento el Código de Ética Médica se encuentra que son múltiples los artículos que constantemente son violados de diversas maneras por los profesionales que ejercen en los hospitales universitarios.

Desde el comienzo se ven fallas que contrarían lo dispuesto en el capítulo primero que incluye la declaración de principios. Cuántas veces por la actitud de un docente se olvida “El respeto por la vida y los fueros de la persona humana”, siendo aun frecuente encontrar maltrato hacia los estudiantes, sencillamente por el hecho de ser subalternos.

En el mismo sentido se desconoce que “el hombre es una unidad psíquica y somática, sometido a varias influencias externas” y en contadas ocasiones se tiene en cuenta que ese estudiante puede tener conflictos con su entorno, que tiene derecho a una adecuada alimentación, que debe poder descansar para tener un rendimiento óptimo.

Por otro lado, cada vez es más frecuente encontrar que se pierde la integralidad de la persona y ya no se trata un paciente sino una patología específica.

En uno de los aspectos en los que cada día se encuentra mayor laxitud es en cuanto al mantenimiento del “consultorio con el decoro y la responsabilidad que requiere el ejercicio profesional”.

Estoy seguro que este artículo hace en gran parte referencia a la presentación personal que debe mantener el médico en el momento de atender al paciente y tanto las universidades como los hospitales están permitiendo el uso de uniformes sucios, cabellos desordenados, zapatos tenis, “piercing” y muchas otras cosas que son contrarias a este decoro.

Hasta tal punto se extiende la práctica que ya esta conducta no se limita a los estudiantes sino que de ella se han hecho partícipes los especialistas, escudados en la comodidad para trabajar.

Los cambios radicales que la aplicación de la Ley 100 de 1993 ha producido en el ejercicio de la medicina hacen que cada vez sea menor el tiempo que el profesional dedica a la atención del paciente. A largo plazo la conclusión de esto es que los futuros médicos están aprendiendo a atender rápidamente una determinada patología, pero que en ningún momento se llega a entablar una relación médico-paciente adecuada.

El no permitir un acercamiento apropiado al paciente se traduce en fallas diagnósticas que conducen a la realización de exámenes y procedimientos innecesarios. En último término eso mismo será lo que aplique a futuro el estudiante.

En cuantas ocasiones no actuamos en contra de los planteamientos del artículo 11 que hace referencia a la actitud de apoyo y a evitar comentarios que despierten la preocupación del paciente. Sin duda lo hacemos de manera inconsciente en las revistas, en las consultas; y al discutir temas, diagnósticos diferenciales y pronósticos, en términos médicos poco comprensibles, olvidando que ese ser humano a quien estamos atendiendo escucha cada uno de los comentarios asumiéndolos como propios de su caso específico.

El segundo capítulo de la Ley 23 reglamenta las relaciones entre los médicos y es uno de los que menos se tiene en cuenta en la actividad diaria. Es concordante con dos de los enunciados del juramento del médico, “otorgar a mis maestros el respeto, gratitud y consideración que merecen” y “considerar como hermanos a mis colegas”.

En cuantas ocasiones no se ve el menoscabo de las relaciones interpersonales por disparidad en conceptos científicos, por infundada celotipia profesional. ¿Qué tan infrecuente es escuchar a un profesor lanzando improperios en contra de su colega delante de estudiantes y pacientes? Peor aún cuando se mira el trato que reciben residentes o internos al ser catalogados como “animales, brutos, ignorantes” a lo largo de la actividad académica.

¿Será que ésta es la forma de considerar a alguien como hermano? Hasta qué punto hay deterioro de las relaciones entre colegas si ya hasta las mínimas normas de urbanidad se pierden en los hospitales, cuando ni siquiera se dirige el saludo a los profesores. ¿Cuántas veces no se ha visto que se desmienta lo que ha dicho algún colega, sin tener ningún fundamento científico, sencillamente por llevar la contraria y lucir la omnipotencia que en ocasiones nos caracteriza a los médicos?

Este tipo de actitudes erróneas se ha perpetuado gracias a la transmisión de una generación a otra y su único resultado ha sido lo que hoy vivimos, la dispersión del gremio médico y el famoso “canibalismo” del médico por el médico.

Otro punto en el cual constantemente se falla en los hospitales universitarios es aquel relacionado con el artículo 53, en el que se afirma que “el médico no permitirá la utilización de su nombre para encubrir a personas que ejerzan ilegalmente la profesión”.

Una costumbre arraigada de tiempo atrás es la delegación de un gran porcentaje de la actividad asistencial en manos del interno rotatorio, olvidando que él apenas es un estudiante de pregrado que aún no posee la idoneidad, la pericia ni el reconocimiento para practicar la medicina.

Cada vez que se permite que ese estudiante atienda al paciente y se dé un aval con una firma o un sello sin que de verdad exista supervisión y acompañamiento se está cohonestando el permitir que personas no calificadas ejerzan la profesión.

Estoy seguro que mientras todos y cada uno de los docentes no nos apropiemos de los principios que rigen desde el punto de vista ético el ejercicio de la medicina, el círculo seguirá de una manera perenne. Si los profesores no nos preocupamos por mostrar a los discentes la importancia de estos aspectos, ellos el día de mañana no aplicarán la ética en su practica cotidiana.

Mientras olvidemos que la formación del médico debe ser integral, con gran énfasis en los aspectos humanísticos, estaremos apenas ayudando a educar técnicos en un área específica del conocimiento. Por eso todos los días me pregunto, ¿y de la ética qué?

Germán Barón Castañeda
Ginecólogo Endocrinólogo. Jefe del Departamento
de Educación e Investigación del Hospital
Universitario de la Samaritana.
Profesor de la Universidad del Rosario
y la Universidad del Bosque

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